¿Cuántas veces nos ocurre esto? Es humano pensar que si soy bueno, si cumplo con Dios, es lógico que él cumpla conmigo. Sí, es humano. Pero Dios no piensa así. Dios no es un “conseguidor”; ni tampoco hay un juego o un pacto entre Dios y el hombre, fiel o infiel. Si apruebo los exámenes, te pongo una vela, o voy a misa un día o hago tal o cual sacrificio. Y este pensamiento también se produce entre cualquier persona, que pide ayuda a Dios, y, a cambio, le promete cualquier acto piadoso. Este pensamiento de Dios es infantil y erróneo. No tenemos a un Dios que hemos de “contentar”, para que no se enfade.
Este pensamiento se daba en los pueblos primitivos, que ofrecían sacrificios a sus dioses, para implorara su protección, para tenerlos contentos. Dios no es así.
Entonces ¿por qué parece que a veces, no me hace caso? Indudablemente nosotros no sabemos pedir. Pedimos lo que creemos que nos conviene, pero Dios, Infinito y Eterno Presente, tiene tanto Amor a sus criaturas, que sólo les dará lo que realmente les conviene, en orden primero, a la Vida Eterna, y después, para su felicidad aquí en la tierra.
Pero, si pedimos cosas que realmente son buenas para nuestra alma, ¿por qué no nos las concede? La respuesta está siempre en el Evangelio. Dice Lucas (18,1-8), que en una ciudad había un juez injusto que no creía en Dios ni le importaban los hombres. Esta “injusticia” del juez, más que una pura injusticia de no dar a cada uno lo suyo, que seguramente sí lo hacía, en boca del Señor quiere decir que “ no se ajustaba” a los preceptos dictados por Dios; de ahí su “injusticia”. Y hay una viuda que le reclama justicia, y la que él no hace caso; pero, harto de su insistencia, al fin decide hacerle “justicia”, a que ella demandaba. En esencia éste es el texto del Evangelio citado.
María, nuestra Madre, nos enseña a pedir: “…no tienen vino…” (Jn 2,3), recordará a Jesús en las bodas de Caná. Dios sabe de sobra nuestras necesidades. No tenemos que decirle a Dios lo que tiene que hacer; le decimos que nos falta el vino de la fiesta; la Fiesta de su Presencia, la fiesta de estar con Él; “…Es que tienen que ayunar los invitados a la boda mientras el Novio está con ellos?...”(Mc 2, 19)
Jesucristo nos invita a las “Bodas del Cordero”, a su Fiesta. A la Fiesta del Cielo, su Reino; y nuestro gran problema es que no tenemos el vino de su Fiesta. Pidamos, pues, de ese Vino.
Pero ¡ojo! No hemos leído bien el comienzo, ni tampoco el final. Dice así (Lc 18, 1-8):
“Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse…”, - les propone la parábola que hemos enunciado-.
Y termina: “…Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”
La catequesis está muy clara: Jesús, si lo que pedimos es conforme a su Voluntad, que siempre será para nuestro bien, lo concederá: “…Todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre, tened confianza en que lo conseguiréis, y Él os lo dará, para que el Padre sea glorificado en el Hijo…” (Jn 14,13). Pero quizá lo conceda en el tiempo de Dios, que no es el nuestro, y de la forma que Dios quiere, que puede no ser exactamente la nuestra.
Y la pregunta final, duele: ¿tendremos nosotros esa fe en Él?
Alabado sea Jesucristo
(Tomás)
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