lunes, 16 de septiembre de 2024

SALMO 81(80).-Para la fiesta de las tiendas


Del maestro de coro. Según «el arpa de Gat». De Asaf

2 Aclamad al Señor, nuestra fuerza, aclamad al Dios de Jacob.

3 Acompañad al arpa, tocad los panderos, el arpa melodiosa y la cítara.

4 Tocad la trompeta por el mes nuevo,por la luna llena, que es nuestra fiesta.

4 Tocad la trompeta por el mes nuevo, por la luna llena, que es nuestra fiesta.

s Porque es una ley de Israel,un precepto del Dios de Jacob,

6 una norma establecida para José,cuando salió de la tierra de Egipto.

Oigo un lenguaje desconocido:

7 «He retirado la carga de sus hombros,y sus manos dejaron la espuerta.

8 Clamaste en la opresión y te libré.

Oculto entre los truenos, te respondí,

te puse a prueba en las aguas de Meribá».

9 Escucha, pueblo mío, voy a dar testimonio contra ti.

¡Ojalá me escucharas, Israel!

10 «No haya nunca en ti un dios extraño,

no adores nunca un dios extranjero.

11 Yo soy el Señor, tu Dios,

que te saqué de la tierra de Egipto.

Abre la boca y te la llenaré».

12 Pero mi pueblo no escuchó mi voz,

Israel no me quiso obedecer.

13 Entonces los entregué a su corazón obstinado:

¡Que sigan sus propios caminos!

14 ¡Ah, si mi pueblo me escuchara,

si caminara Israel por mis caminos... !

15 Yo derrotaría en un momento a sus enemigos,

y volvería mi mano contra sus opresores.

16 Los que odian al Señor lo adularían,

y su tiempo habría pasado para siempre.

17 Te alimentaría con fior de trigo,

te saciaría con miel de la roca.


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)


 ¡Si escucháramos a Dios!

Este salmo es un himno litúrgico de alabanza y bendición a Dios con motivo de la fiesta de las Tiendas. Israel celebra comunitariamente esta fiesta haciendo memoria de la presencia amorosa de Yavé en su caminar por el desierto, presencia que alcanza su culmen con la entrega de la ley en la teofanía del Sinaí.

El himno tiene dos bloques bien definidos. En el primero se evoca la Palabra que Yavé pronunció sobre Israel, esclavo del Faraón, y que tuvo la fuerza para arrancarlo de la opresión y conducirlo a la libertad: «Oigo un lenguaje desconocido: “He retirado de sus hombros de la carga, y sus manos dejaron la espuerta. Clamaste en la opresión, y te libré».

El segundo bloque es una llamada a la conversión. El pueblo tiene conciencia de que la nueva esclavitud que pesa sobre él en Babilonia, es debida a su reticencia a escuchar y obedecer a Yavé: «Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no me quiso obedecer. Entonces los entregué a su corazón obstinado: ¡Que sigan sus propios caminos!».

A este respecto, es muy esclarecedora la oración que el profeta Daniel dirige a Yavé, encontrándose él mismo en el destierro. Entresacamos algunos extractos de la invocación del profeta que reflejan con intensidad el espíritu del salmo en lo que se refiere al oído cerrado de Israel. Los extractos que vamos a ver están sacados todos ellos del capítulo nueve del libro del profeta Daniel.

Este es consciente de que Israel se ha vuelto de espaldas a la palabra que Dios les había dirigido por medio de sus patriarcas, jueces y profetas: «No hemos escuchado a tus siervos los profetas que en tu nombre hablaban a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres, a todo el pueblo de la tierra». Ha sido su torpeza de oído lo que ha sumido al pueblo en la vergüenza y humillación de estar sirviendo a una nación extranjera: «Yavé, a nosotros la vergüenza, a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres, porque hemos pecado contra ti».

El punto más álgido y doloroso de la confesión del profeta, es cuando llama al pueblo desertor; compara la actitud de no escuchar a Yavé con la deserción: «No hemos escuchado la voz de Yavé nuestro Dios para seguir sus leyes, que él nos había dado por sus siervos los profetas. Todo Israel ha transgredido tu ley, ha desertado sin querer escuchar tu voz, y sobre nosotros han caído la maldición y la imprecación escritas en la ley de Moisés, siervo de Dios». No hay duda de que el Espíritu Santo, que suscita en el profeta una confesión tan cruda como sincera, suscita al mismo tiempo la confianza extrema de que la misericordia de Yavé es mayor que la desviación del pueblo. Por eso se atreve a suplicarle así: «Y ahora, Dios nuestro, escucha la oración de tu siervo y sus súplicas... No, nos apoyamos en nuestras obras justas para derramar ante ti nuestras súplicas, sino en tus grandes misericordias. ¡Señor, escucha! ¡Señor, perdona! ¡Señor, atiende y obra!».

Dios, siempre atento a los sufrimientos de sus hijos, sensible a todo dolor humano, no puede resistirse a una súplica tan profunda y tierna al mismo tiempo; más aún cuando la súplica nace de la verdad: el reconocimiento de que el pueblo se ha puesto de espaldas a Dios. Pues bien, si el pueblo se ha puesto de espaldas, Él se pondrá de cara al hombre enviándole su Palabra hecha carne en el Señor Jesús. Ya no hay que buscar en lo alto de los cielos. Está en medio de nosotros. La vida está entre nosotros, está a nuestro alcance.

No obstante, el problema radical del hombre sigue flotando en el aire: su desgana para escuchar a Dios. Se escucha con agrado supuestos o reales mensajes de tal o cual aparición. Sean reales o no, no vienen directamente de Dios; sin embargo, son más dignos de crédito que lo que Dios nos ha hablado por medio de su Hijo. Se hacen peregrinaciones para ver qué contienen tales mensajes, mientras que la Palabra que da vida eterna, cuyo precio fue la misma sangre de Dios, queda apartada como si fuera un trasto de poca importancia.

Este es el problema fundamental de muchos hombres de hoy: ir detrás de lo accesorio desplazando a Dios que está vivo en su Palabra, no es un problema nuevo. El príncipe del mal siempre ha tenido sus ardides para meter su mentira mezclándola con medias verdades.

A fin de cuentas, es el mismo problema que Jesús enfrentó con los judíos, incluidos los sacerdotes y doctores de la ley, en su predicación. Tan fuerte fue el enfrentamiento, que tuvo que decirles palabras fortísimas. Palabras que sirvieron para ellos en su tiempo, son válidas a lo largo de estos dos mil años y, por supuesto, hoy nos alcanzan a nosotros: «El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; vosotros no las escucháis porque no sois de Dios» (Jn 8,47). 

sábado, 14 de septiembre de 2024

SALMO 80(79).- Súplica por la restauración de Israel

 Salmo 80 (79)

1 Del maestro de coro. Según la melodía:«Los lirios son los preceptos». De Asaf Salmo.

2 ¡Pastor de Israel, escucha, 

tú que diriges a José como a un rebaño;

tú que te sientas sobre querubines, resplandece

3 ante Efraín, Benjamín y Manasés!

Despierta tu poder y ven a socorrernos.

4 iRestáuranos, oh Dios!

iQue brille tu rostro y seremos salvados!

5 Señor Dios de los Ejércitos,

¿hasta cuándo estarás airado

mientras tu pueblo te suplica?

6 Tú les diste a comer llanto,

y a beber lágrimas a tragos.

7Tú nos convertiste en la disputa de nuestros vecinos, y nuestros enemigos se burlan de nosotros.

8 iRestáuranos, Dios de los Ejércitos!i Que brille tu rostro y seremos salvados!

9 Sacaste una vid de Egipto,              expulsaste a las naciones y la trasplantaste.

10 Preparaste el terreno y, echando raíces, llenó el país.

11 Su sombra cubría las montañas, sus pámpanos, los cedros de Dios.

12 Extendía sus sarmientos hasta el mar, y sus brotes hasta el río.

13 ¿Por qué has derribado su cerca?¿Para que la saqueen los viandantes,

14 y la devasten los jabalíes del bosque,

y la devoren las bestias del campo?

15 ¡Dios de los Ejércitos, vuélvete!   ¡Mira desde el cielo y contempla! Ven a visitar tu viña,

16 el retoño que tu diestra plantó, y que hiciste vigoroso.

17 La han quemado como estiércol, pero perecerán con la amenaza de tu rostro.

18 Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste.

19 No volveremos a alejarnos de ti. Haznos vivir, para que invoquemos tu nombre.

20 iRestáuranos, Señor, Dios de los Ejércitos!

¡Que brille tu rostro y seremos salvados!


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

La vuelta hacia Dios

El autor eleva una súplica a Yavé, pidiéndole que reconstruya a su pueblo devastado por sus enemigos. 

No encuentra méritos ni en él ni en el pueblo, para que Dios sea benévolo con ellos. Sin embargo, apela a una razón de la que Dios no puede sustraerse. Razón tan válida y fuerte por la que Dios se sienta, diríamos, presionado a actuar. El argumento es que no fue Israel quien escogió a Yavé, sino éste quien se fijó en él y lo eligió. 

La intercesión de nuestro hombre fiel es asombrosamente lógica: ¿Tanto como has hecho por tu pueblo y ahora, porque hemos pecado, te desentiendes de él? ¿Vas a olvidar tu viña y dejar que sea pisoteada por las bestias? 

El salmista tiene la certeza de que Dios se apiadará de su pueblo; su acción salvadora culminará cuando haga volver a Israel hacia su luz. 

Ya que el hombre por sí mismo no puede volverse a Dios pues sus ojos están seducidos por la idolatría (Gén 3,6), el salmista suplica que Dios mismo, con su luz, con su rostro radiante, seduzca al hombre hasta el punto de que pueda volverse sobre sus pasos y orientarlos hacia Él.

Y Dios se hace hombre. Su luz está en medio de nosotros. es su luz. Es ella la que da la vuelta a nuestro caminar y nos pone cara a cara con Dios tal y como se pide en el salmo.

Juan, en su primera carta, exhorta a su comunidad a caminar en la luz.  el apóstol alenta a la comunidad a fin de que aproveche el don que Dios nos ha dado en Jesucristo: poder volvernos a Dios, es decir, caminar en la luz: «Dios es luz, en él no hay tiniebla alguna... si caminamos en la luz como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros» (1Jn 1,5-7).

Vamos a ver ahora uno de los muchos encuentros que el Señor Jesús, «Luz de Dios», tuvo con los hombres, dominados por las tinieblas. Nos referimos al encuentro con el ciego de Jericó. Sus tinieblas, perfectamente simbolizadas en su ceguera física, son vencidas por la acción del Hijo de Dios. 

El ciego, que responde al nombre de Bartimeo, estaba sentado junto al camino. De pronto oye ruido alrededor, por lo que pregunta qué es lo que está sucediendo, a lo que le responden que Jesús está pasando por ahí.

Bartimeo sabe que está ante la ocasión de su vida;  Sus ojos no pueden ver, pero su garganta sí puede gritar y eso es lo que hace,... hasta que Jesús le manda llamar.

Jesús le pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? Y él respondió: Maestro, ¡que pueda ver! Jesús le devolvió la vista. Y nos dice el Evangelio que, una vez que a Bartimeo se le abrieron los ojos, siguió a Jesús por el camino (Mc 10,46-52). Ahí está la respuesta de Dios al también grito del salmista: ¡Haznos volver! Bartimeo pasó de estar sentado a orientar sus pasos hacia el rostro radiante del Padre, siguiendo a su Hijo.


viernes, 13 de septiembre de 2024

Los pequeños de Dios II

Partiendo la Palabra
Los pequeños de Dios  II
( Mt 11,25 - 30 ) 

En el texto anterior vimos  que los sabios de este mundo descargan su odio sobre los que Jesús llama : " Mis pequeños " es decir,  mis Discípulos. ( Jn 15,18 ) Desprecios profetizados por el salmista ( 119, 141 )  Jesús no se desentiende de nosotros, le importamos mucho y por eso nos dice :  " Venid a mi los que estais ultrajados  y fatigados ... y encontraréis descanso para vuestras almas ( Mt 11,28-29 ) Si, venid a mí ;  conozco bien vuestra desolación, yo la sufrí en mi cuerpo y en mi alma . Cargáis con el mal de este mundo, que se ceba en  vosotros, sin embargo os he dado la Sabiduría para que vuestros ojos estén fijos en mi, esperando mi ayuda ante el sarcasmo y desprecio de los orgullosos.( Sl 123, 1-4 ) También yo conocí el cansancio extremo y la fatiga insoportable de parte de los soberbios de este mundo y me refugié en mi Padre. Vosotros, venid, refugiados en mi y encontrareis descanso para vuestras almas malheridas.  No tengáis miedo. ¡ Venid, refugiaos en mi !
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com

Los peueños de Dios I

Partiendo la Palabra
Los pequeños de Dios I
( Mt 11,25-30 )

Que Luz tan profunda tuvo que recibir Jesús de parte del Padre, para exclamar : "Te bendigo Padre porque has escondido estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños..." La explicación de " estas cosas,  que son las cosas santas de Dios  " la encontramos en este pasaje del Libro de la Sabiduría : " Los que guarden santamente las cosas santas serán reconocidos como santos...deseas pues mis palabras, ansiadlas  que ellas os instruirán " ( Sb 6,10-11 ) Jesús está diciendo que el Misterio de Dios está oculto a los sabios e inteligentes según el mundo y que El  se lo revela a sus hijos, a sus pequeños. Sondeemos unas palabras de Jesús   acerca de quienes son sus pequeños; me refiero al texto ( Mt 19,13-22 ) En los primeros versículos vemos que  los Apóstoles intentan apartar unos niños de Jesús para que no le molesten pero El  aprovecha esta circunstancia para decirles : " Los que son como ellos heredarán el Reino de los Cielos "  Para Jesús los niños...los pequeños de Dios son aquellos que acogiendo sus palabras en su corazón - como María -  le dicen : Aquí estoy.  Continuamos leyendo el pasaje y vemos a un joven rico que desea seguir a Jesús, pero cuando le dice que debe de escoger entre El y sus bienes, se echa atrás, es decir no creyó que Jesús sería el garante de su sustento. ( Mt 6,25...)  Los sabios según este mundo,  dada su frustración por no haber creído,  como los  pequeños - en las palabras de Jesús,  descargan, como  El mismo dijo,  su odio contra  ellos ( Jn 15,18 )
Seguimos el Miércoles....
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com

viernes, 6 de septiembre de 2024

SALMO 78(77).- Las lecciones de la Historia de Israel



1Poema. De Asaf

Pueblo mío, escucha mi enseñanza,

inclina el oído a las palabras de mi boca.

l Voy a abrir mi boca en parábolas,

voy a exponer enigmas del pasado.

3 Lo que oímos y aprendimos,

lo que nos contaron nuestros padres,

4 no lo ocultaremos a sus hijos,

lo contaremos a la generación futura:

las alabanzas del Señor, su poder,

las maravillas que realizó.

5 Porque él estableció una norma para Jacob,

y le dio una ley a Israel:

ordenó a nuestros padres

que las transmitieran a sus hijos,

6 para que las conociera la generación siguiente,

los hijos que nacerían después.

Que se levanten y las cuenten a sus hijos,

7 para que pongan en Dios su confianza,

no olviden las acciones de Dios

y observen sus mandamientos

8 Para que no sean como sus padres,

una generación desobediente y rebelde,

generación de corazón inconstante,

cuyo espíritu no es fiel a Dios.

9 Los hijos de Efraín, arqueros preparados,

volvieron la espalda el día de la batalla,

10 no guardaron la alianza de Dios,

se negaron a seguir su ley.

11 Olvidaron sus grandes acciones,

las maravillas que les había mostrado,

12 cuando realizó prodigios delante de sus padres,

en el país de Egipto, en la región de Tanis:

13 él dividió el mar y los hizo pasar,

sosteniendo las aguas como con un dique.

14 De día los guió con la nube,

y de noche con la luz de un fuego.

15 Hendió la roca en el desierto

y les dio a beber aguas abundantes.

16 De la peña hizo brotar torrentes,

y las aguas bajaron como ríos.

17 Pero volvieron a pecar contra él,

rebelándose contra el Altísimo en el desierto.

18 Tentaron a Dios en sus corazones,

pidiendo comida de su gusto.

[9 y hablaron contra Dios: «¿Podrá Dios

preparar una mesa en el desierto?».

20 Entonces él hirió la roca y brotó el agua,

y se desbordaron los torrentes.

«¿Acaso podrá darnos también pan

o proporcionarle carne a su pueblo?».

21 Oyéndolo, el Señor se enfureció;

un fuego se encendió contra Jacob

y la ira se alzó contra Israel.

22 Porque no tenían fe en Dios,

no confiaban en su auxilio.

23 Mientras, él dio órdenes a las nubes altas

y abrió las compuertas del cielo:

24 hizo llover sobre ellos el maná,

les dio un trigo del cielo.

25 El hombre comió pan de los ángeles,

Dios les mandó provisiones hasta la hartura.

26 Hizo soplar en el cielo el viento del este,

y con su poder trajo el viento del sur:

27 hizo llover sobre ellos carne como polvo,

aves numerosas como la arena del mar,

28 haciéndolas caer en medio del campamento,

alrededor de sus tiendas.

29 Comieron y se saciaron,

pues él les dio lo que querían.

30 Pero no habían satisfecho aún el apetito,

tenían todavía la comida en la boca,

31 cuando la ira de Dios estalló contra ellos:

mató a los más fuertes,

doblegó a la juventud de Israel.

32 A pesar de ello volvieron a pecar,

y no dieron fe a sus maravillas.

JJ Consumió sus días en un soplo

y sus años en un momento.

J4 Cuando los mataba, entonces lo buscaban,

madrugando para volverse hacia Dios.

35 Se acordaban de que Dios era su roca,

de que el Dios Altísimo era su redentor.

36 Ellos lo adulaban con la boca,

pero con la lengua le mentían.

37 Su corazón no era sincero con Dios,

no eran fieles a su alianza.

38 Pero él, compasivo,

perdonaba sunanus faltas y no los destruía.

Reprimía su cólera muchas veces,

y no despertaba todo su furor.

39 Se acordaba de que sólo eran carne,

un soplo que se va para no volver nunca.

40 ¡Cuántas veces lo afrentaron en el desierto

y lo ofendieron en lugares solitarios!

4! Volvieron a tentar a Dios,

a irritar al Santo de IsraeL

42 No se acordaban de su mano,

que un día los rescató de la opresión:

43 cuando realizó sus signos en Egipto,

y sus prodigios en la región de Tanis.

44 Cuando convirtió en sangre sus canales

y sus arroyos, privándolos de beber.

45 Cuando les mandó tábanos que los devoraban,

y ranas que los devastaban.

46 Cuando entregó a las langostas sus cosechas,

y su trabajo a los saltamontes.

47 Cuando destruyó sus viñas con granizo,

y con la helada sus sicómoros.

48 Cuando abandonó sus ganados al pedrisco,

y a los relámpagos sus rebaños.

49 Cuando lanzó contra ellos el fuego de su ira:

cólera, furor y aflicción,

ángeles portadores de desgracias;

50 y dio curso libre a su ira,

y ya no los preservó de la muerte,

sino que entregó sus vidas a la peste.

\! Cuando hirió a todo primogénito en Egipto,

a las primicias de la raza en las tiendas de Cam.

52 Hizo salir a su pueblo como un rebaño,

los condujo por el desierto como ovejas.

53 Los guió con seguridad, sin alarmas,

mientras el mar cubría a sus enemigos.

54 Los introdujo por las santas fronteras,

hasta el monte que su diestra había conquistado.

55 Expulsó ante ellos a las naciones,

y les asignó por suertes una herencia,

instalando en sus tiendas a las tribus de IsraeL

56 Aún así, tentaban y afrentaban al Dios Altísimo,

negándose a guardar sus preceptos.

57 Se desviaron, traicionaban como sus padres,

se torcieron como un arco infieL

58 Con sus lugares altos lo indignaban,

y le provocaban celos con sus ídolos.

59 Dios lo oyó y se enfureció,

y rechazó a Israel completamente.

60 Abandonó su morada de Silo,

la tienda donde habitaba entre los hombres.

61 Entregó a sus valientes al cautiverio,

puso su esplendor en manos del opresor.

62 Abandonó su pueblo a la espada,

se enfureció contra su heredad.

63 El fuego devoró a sus jóvenes,

y sus vírgenes no tuvieron cánticos nupciales.

64 Sus sacerdotes cayeron a espada,

y sus viudas no entonaron lamentaciones.

65 y el Señor despertó como quien duerme,

como un guerrero embriagado por el vino.

66 Hirió a sus opresores en la espalda,

y los entregó para siempre a la vergüenza.

67 Rechazó la tienda de José,

no escogió la tribu de Efraín.

68 Escogió la tribu de Judá,

y el monte Sión, su preferido.

69 Construyó su santuario como el cielo,

y lo cimentó para siempre, como la tierra.

70 Escogió a David, su siervo,

y lo sacó del aprisco de las ovejas.

71 De detrás de las ovejas lo sacó,

para que apacentara a Jacob, su pueblo,

a Israel, su heredad.

72 Los pastoreó con corazón íntegro,

y los condujo con mano inteligente.


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)


Dios y sus maravillas

Israel evoca su historia bajo dos perspectivas. La primera  está marcada por la fidelidad de Dios a sus promesas. Fidelidad que se traduce en las continuas maravillas que Dios ha hecho y continúa haciendo con su pueblo liberándolo, protegiéndolo y engrandeciéndolo. La segunda perspectiva es la contumaz infidelidad del pueblo que, a pesar de tantos signos de salvación dados por Dios a lo largo de su historia, es incapaz de quitarse de encima la desconfianza natural que surge ante la prueba y el peligro.

Nos vamos a detener en esta segunda perspectiva escuchando al salmista: «Y hablaron contra Dios: “¿Podrá Dios preparar una mesa en el desierto?”. Oyéndolo, el Señor se enfureció; un fuego se encendió contra Jacob... Porque no tenían fe en Dios, no confiaban en su auxilio». Aun así, a pesar de que Dios se enfurece, es decir, se aleja de ellos retirándoles su protección, el pueblo persiste en su actitud de no dar crédito a Dios, que siempre les ha protegido: «A pesar de todo volvieron a pecar, y no dieron fe a sus maravillas».

Dios, cuando su pueblo se empecina en su testarudez, le deja a merced de sus fuerzas para que aprenda que, sin Él, no puede sobrevivir. A pesar de ello, Israel persiste en su terquedad y no se vuelve a Yavé que tantas maravillas ha hecho por él. A un cierto momento, parece que el pueblo va aprendiendo la pedagogía que Dios usa con él, y se acoge a su protección. Pero no nos engañemos, es una conversión superficial, algo así como para salir del apuro: «Cuando los mataba, entonces lo buscaban, madrugaban para volverse hacia Dios... Ellos lo adulaban con la boca, pero con la lengua le mentían...».

Esta vuelta engañosa a Dios, marcada por el interés y el temor, a fin de salir airosos de una situación peligrosa, la denuncia Dios mismo por medio del profeta Oseas con palabras que nos atraviesan el alma: «Venid, volvamos a Yavé, pues él nos ha desgarrado y él nos curará, él nos ha herido y él nos vendará. Dentro de dos días nos dará la vida, al tercer día nos hará resurgir y en su presencia viviremos» (Os 6,1-2). Así habla el pueblo, proponiendo una vuelta a Dios fríamente calculada. Es una conversión en la que no interesa tanto Dios cuanto el hecho de que les libre de la calamidad. No es una conversión interior, es una simple fachada para que el pueblo pueda superar sus desgracias. Dios mismo responde así a una conversión tan ficticia como ridícula: «¿Qué he de hacer contigo, Efraín? ¿Qué he de hacer contigo, Judá? ¡Vuestro amor es como nube mañanera, como rocío matinal que pasa...!» (Os 6,4).

Dios responde así a Israel para hacerle ver que, como ya denuncia el salmo, «su corazón no era sincero con Dios, no eran fieles a su alianza». Con estas palabras, Dios pone el dedo en la llaga de lo que constituye la razón de la incredulidad del hombre. El corazón de Israel no era sincero y no podía serlo porque no daba crédito a su alianza. ¿Cómo puede creer un hombre que echa en saco roto todo lo que Dios ha hecho por Él? ¿Cómo puede creer un hombre cuando, en su soberbia, piensa que lo que ha llegado a ser se debe a sus esfuerzos y capacidades? ¡Dios no ha hecho con él ninguna maravilla, tal y como ya vimos en el salmo! «No dieron fe a sus maravillas». ¡Pobre del hombre que piensa que todo lo que es, se lo debe a sí mismo!

Habrá que volver nuestros ojos a María de Nazaret, imagen preciosa de la fe, que, en su cántico de acción de gracias, proclama con todas sus fuerzas: «Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el poderoso, santo es su nombre» (Lc 1,48-49).

María, espejo de la fe de todo creyente, pregona, exultante, que el nombre de Dios es santo porque, en su fidelidad, Dios ha hecho en ella maravillas. Maravillas que Israel no pudo o no quiso reconocer, no las tuvo presentes en el momento de la prueba, de la tentación, del peligro.

María es portadora de una misión única en la historia. No pudo ni quiso dar explicaciones a nadie, ni siquiera a José, su esposo. Sabía que, si se habían de dar explicaciones, las daría Aquel que le confió la misión: el mismo Dios. Y así lo hizo. Por eso sus labios se articularon gozosamente para anunciar a su prima Isabel y a toda la humanidad que Dios, el Dios de sus padres, es el Dios fiel, el que no olvida, el que no abandona, el que ha hecho en ella las maravillas que fundamentan su fe.

Dios hace sus maravillas con todo hombre; maravillas que son aún más evidentes en todo aquel que busca sinceramente a Dios, tan sinceramente que se pone en sus manos. Al igual que María de Nazaret, el discípulo del Señor Jesús rescata de su alma las maravillas en ella acontecidas. Estas se convierten entonces en baluartes y ciudadelas que resisten toda tentación. Se convierten en bálsamo para nuestras heridas. También son surtidores de esperanza en momentos de desánimo. En definitiva, estas maravillas marcan nuestra fidelidad con Dios; así como también crean en nosotros la conciencia de que es verdad que tenemos un Padre.

SALMO 77(76).- Meditación sobre el pasado de Israel

 Salmo 77(76): Texto Bíblico

1 Del maestro de coro. .. Yedutún. De Asaf Salmo.

2 iA Dios levanto mi voz gritando!

iA Dios alzo mi voz y él me escucha!

3 En el día de la angustia busco al Señor.

Por la noche extiendo las manos sin descanso,

y mi alma rehúsa el consuelo.

4 Me acuerdo de Dios y gimo,

medito y me siento desfallecer.

5Tú sujetas los párpados de mis ojos,

me agito y no puedo hablar.

6 Pienso en los días de antaño,

recuerdo los años remotos.

7 De noche reflexiono en mi corazón,

y meditando me pregunto:

8 ¿Va a rechazarnos el Señor para siempre?

¿Ya no volverá a favorecernos nunca?

9 ¿Se ha agotado su misericordia?

¿Se ha terminado para siempre su misericordia?

10 ¿Acaso Dios se ha olvidado de su bondad,

o ha cerrado sus entrañas con ira?

11 Y me digo: «¡Esta es mi pena!:

¡Ha cambiado la diestra del Altísimo!».

12 Me acuerdo de las proezas del Señor,

recuerdo tus portentos de antaño,

13 medito todas tus obras,

y considero tus hazañas.

14 ¡Oh Dios, tus caminos son santos!

¿Qué Dios es grande como nuestro Dios?

15 Tú eres el Dios que hace maravillas,

mostrando tu fuerza a las naciones.

16 Con tu brazo rescataste a tu pueblo,

a los hijos de Jacob y de José.

17 Te vio el mar, oh Dios,

te vio el mar y tembló,

las olas se estremecieron.

18 Las nubes derramaron sus aguas,

tronaban los nubarrones,

y tus flechas zigzagueaban.

19 Rodaba el estruendo de tu trueno,

tus relámpagos iluminaban el mundo,

la tierra retembló estremecida.

20 Abriste un camino entre las aguas,

un vado en las aguas torrenciales,

sin dejar rastro de tus pasos.

21 Guiaste a tu pueblo como a un rebaño,

por la mano de Moisés y de Aarón.

https://youtu.be/KPR4Ri8oPtQ

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)


¿Se acabó la Palabra?

El salmista entona una plegaria que más bien es el clamor de un alma angustiada y dolorida. Evoca las numerosas intervenciones de Yavé en favor de su pueblo, su rescate de la opresión de Egipto: «Tú eres el Dios que hace maravillas... Con tu brazo rescataste a tu pueblo, a los hijos de Jacob y de José». Y más aún, recuerda con enternecedora nostalgia cómo Dios pastoreó a Israel como rebaño de su propiedad, y lo condujo por el desierto hacia la tierra prometida: «Guiaste a tu pueblo como a un rebaño, por la mano de Moisés y de Aarón».

El autor está viviendo una tentación terrible, algo así como que las acciones salvadoras de Dios para con su pueblo no tuviesen más valor que un simple recuerdo: «Me acuerdo de las proezas del Señor, recuerdo tus portentos de antaño».

Es tan fuerte la sensación de abandono que Israel experimenta en el destierro, que su alma, como si estuviera en un delirio, llega a balbucir esta queja por medio de nuestro hombre orante: «¿Va a rechazarnos el Señor para siempre? ¿Ya no volverá a favorecernos nunca? ¿Se ha agotado su misericordia?».

La angustia abismal golpea las entrañas del pueblo elegido y llega a su culmen de desamparo cuando la oración se desgarra con este grito que aglutina todas las desgracias posibles. Pregunta el salmista a Dios: «¿Se ha terminado para siempre su misericordia?».

Nuestro autor sabe muy bien que Israel es un pueblo privilegiado, elegido entre todos los de la tierra, porque Yavé ha pronunciado su Palabra sobre él. Una Palabra que tiene poder creador, poder para elegir, poder para salvar... Y ahora ¿no hay más Palabra para el pueblo? Si se acabó la Palabra para Israel, se acabó su historia de salvación. De ahí su oración más que desesperada: ¡No tenemos tu Palabra! Esta condición de abatimiento total ¿será para siempre? Oigamos sus gemidos lastimeros: «¿Acaso Dios se ha olvidado de su bondad, o ha cerrado sus entrañas con ira? Y me digo: “¡Esta es mi pena!: ¡Ha cambiado la diestra del Altísimo!”».

¿Qué hace Dios? ¿Cómo va a responder al dolor tan inhumano de este fiel que acude a Él? Por mucho que haya pecado el pueblo, ¿se va a quedar indiferente ante una súplica tan trágica como tierna? ¿Cuál será la respuesta de Dios? «Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros» (Jn 1,14).

San Juan en su primera Carta nos dice que, efectivamente, que la Palabra estaba vuelta hacia el Padre, es decir, cara a cara con Él, y que se manifestó, se volvió hacia el hombre para que este pueda también vivir de ahora en adelante cara a cara con el Padre, con Dios.

Es impresionante la riqueza de detalles con que Juan nos transmite este acontecimiento de salvación al que llamamos la gracia de todas las gracias. Son detalles personales pero que abarcan a todos los apóstoles, y también a todos los que con ellos anuncian el Evangelio en los primeros tiempos de la Iglesia. Escuchemos a san Juan: «Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos, acerca de la Palabra de la vida, pues la vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos, es decir, os transmitimos, os ofrecemos, de parte de Dios y en su nombre, la vida eterna».

Es profundamente iluminador constatar cómo, los primeros anunciadores del Evangelio, transmitían a sus oyentes, a sus rebaños, lo que ellos mismos veían, oían, tocaban y contemplaban en la Palabra que vivían por la fuerza y poder de Jesucristo. La Palabra era su Emmanuel, su Dios con ellos en toda su riqueza, con todo su poder para levantar, reconstruir y, por supuesto, engendrar hijos de Dios.

El broche de oro de este texto de la primera Carta de Juan que estamos comentando, es que Juan tiene conciencia de que la experiencia de ver, oír, tocar y contemplar que les da la vida, no era un privilegio para él y los que habían seguido al Hijo de Dios desde el principio. Sí era y es un privilegio; pero para todos los oyentes que acogían la predicación. Veamos cómo sigue el texto: «Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo» (1Jn 1,1-4).

Cuando dice Juan que les anuncia para que estén en comunión con ellos, les está garantizando las características de esta comunión. También ellos, es decir, los oyentes y acogedores de la predicación, están capacitados por Dios mismo para verle, oírle, tocarle, contemplarle en la Palabra. Por eso, san Juan la llama Palabra de vida, porque nos hace entrar en comunión con los hombres y con Dios. Nos permite vivir cara a cara con el hombre y cara a cara con Dios. He ahí el doble mandamiento anunciado por Jesús.

 


lunes, 2 de septiembre de 2024

SALMO 79(78).- Elegía nacional

 Salmo. De Asaf

Oh Dios, las naciones han invadido tu heredad,

han profanado tu templo santo,

han reducido Jerusalén a ruinas.

2 Han dado los cadáveres de tus siervos

como alimento a las aves del cielo,

y la carne de tus fieles

a las fieras de la tierra

3 Derramaron su sangre como agua

en torno a Jerusalén,

y nadie la enterraba.

4 Nos convertimos en escarnio de nuestros vecinos,

en diversión y burla de los que nos rodean.

5 ¿Hasta cuándo, Señor?

¿Vas a estar airado hasta el fin?

¿Arderán como fuego tus celos?

6 Derrama tu furor

sobre las naciones que no te reconocen,

sobre los reinos que no invocan tu nombre.

7 Han devorado a Jacob

y han devastado su morada.

8 No recuerdes contra nosotros

las faltas de nuestros antepasados.

Que tu compasión venga enseguida a nosotros,

pues estamos totalmente debilitados.

9 Ayúdanos, oh Dios, Salvador nuestro,

por el honor de tu nombre!

¡Líbranos y perdona nuestros pecados,

a causa de tu nombre!

10 ¿Por qué han de decir las naciones:

«Dónde está su Dios»?

Que ante nuestros ojos

reconozcan las naciones la venganza

de la sangre de tus siervos derramada.

11 ¡Llegue a tu presencia el gemido del cautivo:

con tu brazo poderoso

salva a los condenados a muerte,

12 y a nuestros vecinos devuélveles siete veces

la afrenta con que te afrentaron, Señor!

13 Mientras, nosotros, tu pueblo,

ovejas de tu rebaño,

te damos gracias por siempre,

y de generación en generación,

proclamaremos tu alabanza.


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Quiero hospedarme en tu casa

Una vez más, Israel clama a Dios con una oración profusamente revestida de tintes dramáticos. La ruina y el saqueo de la ciudad santa de Jerusalén es el cuerpo de esta súplica-lamento del salmo: «Oh Dios, las naciones han invadido tu heredad, han profanado tu templo santo, han reducido Jerusalén a ruinas. Han dado los cadáveres de tus siervos como alimento a las aves del cielo...».

El pueblo es consciente de que la desolación, de la que tan orgullosamente llamaban «la heredad de Yavé», ha acontecido a causa de los pecados tanto de sus antepasados: «No recuerdes contra nosotros las faltas de nuestros antepasados... pues estamos totalmente debilitados», como de los propios.

Por eso, porque sus pecados pesan como una losa de la que no se pueden liberar, apelan al Dios misericordioso con una invocación llena de esperanza. Claman por la ayuda de Dios frente a su pecado, pues saben que este es la raíz de todos sus males. Acuden a Yavé para que sea Él mismo quien quite los pecados del pueblo: «¡Socórrenos, oh Dios, Salvador nuestro, por el honor de tu nombre! ¡Líbranos!, y `perdona nuestros pecados...».

¿Cómo responde Dios? ¿Se puede quedar sordo ante esta súplica? ¿Da la espalda a su pueblo porque le ha sido infiel? ¡Ese Dios no existe!

Dios, a quien no se le escapa ningún grito de dolor, responde a la oración de su pueblo enviando a su Hijo como salvador. Jesucristo es enviado para quitar el pecado no ya solo del pueblo, sino del mundo, de toda la humanidad. Lo va a cargar sobre sus espaldas y a clavar en la cruz juntamente con su cuerpo.

Jesucristo, al quitar el pecado del mundo, anula todas nuestras deudas con Dios; no hay nada que pagar por ellas. La sangre del Cordero inocente es precio de rescate más que suficiente para cancelar todas las cuentas pendientes de toda la humanidad para con Dios. El apóstol Pablo nos lo expresa en estos términos: «Jesucristo canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la cruz» (Col 2,14).

Una preocupación central del Antiguo Testamento es que nadie está lo suficientemente purificado para habitar, hospedarse con Dios. Veamos, por ejemplo, el Salmo 15: «¿Quién puede, Señor, hospedarse en tu tienda? El que obra con integridad y practica la justicia, el que no hace mal a su prójimo y no difama a su vecino...». Lo dicho, absolutamente nadie.

El Señor Jesús da la vuelta a esta preocupación del salmista de cómo se puede llegar a habitar con Dios. Va a ser Él quien habite en nosotros: « se hizo carne y habitó entre nosotros». Este habitar con nosotros se personaliza en cada hombre-mujer que le acoge; seres humanos que tienen un nombre concreto como, por ejemplo, Zaqueo.

Todos sabemos quién es Zaqueo; un jefe de publicanos, es decir, un pecador-extorsionador público y notorio. Pero, sabiendo que Jesús va a pasar por Jericó, hace lo posible y lo imposible por verle, hasta subirse a un árbol a pesar del ridículo que este gesto le acarrea. Ridículo mucho más fuerte teniendo en cuenta su categoría social en la ciudad.

Al pasar Jesús a su lado, levantó la mirada y le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me hospede yo en tu casa» (Lc 19,5). Conviene para ti, para que mi encarnación, mi habitar entre vosotros, no sea un acontecimiento de salvación inútil: no te beneficies de él.

Zaqueo bajó del árbol como pueden bajar los niños saltarines. Efectivamente, algo empezaba a nacer en este hombre. Nos imaginamos que se agarró al brazo de Jesús, le dirigió por las calles tortuosas de la ciudad y le dijo: Esta es mi casa, entremos juntos. El Señor Jesús, con el poder recibido del Padre, poder para quitar el pecado del mundo, dijo a este buen hombre que tanto había buscado la verdad sin saberlo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa... pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,9).

Ojalá, ante los momentos de luz que Dios, en su misericordia, arroja sobre nuestra vida, podamos asimilar la personalidad de Zaqueo. El buscador que consiguió romper la terrible coraza de sus dineros, preocupaciones y compromisos sociales, para encontrarse con la vida que nada ni nadie le había dado, la que solamente Dios puede dar. Para dárnosla envió a su Hijo al mundo.

Busquemos con ansia a Dios desde nuestro árbol de la cruz, desde el que se cruzan su mirada y la nuestra; y así podamos, sin miedo, acoger y hospedar el santo Evangelio en el que vive el Señor Jesús.

SALMO 76(75).- Oda al Dios temible



https://youtu.be/VfAbtivFwVY

Salmo 76 (75)

1 Del maestro de coro. Para instrumentos de cuerda. Salmo.de Asaf Cántico.

2 Dios se manifiesta en Judá,

su fama es grande en Israel.

3 Su tienda está en Jerusalén,

y su morada en Sión.

4 Allí quebró los relámpagos del arco,

el escudo, la espada y la guerra.

5 Tú eres deslumbrante y célebre,

con montañas de botín conquistadas.

6 Los valientes duermen su sueño,

y les fallan los brazos a todos los guerreros.

7 A tu amenaza, Dios de Jacob,

carro y caballo quedaron inmóviles.

8 Tú eres temible, ¿quién puede resistir

ante ti, cuando estás airado?

9 Desde el cielo proclamas la sentencia:

la tierra se paraliza de miedo,

10 cuando Dios se levanta para juzgar

y salvar a todos los pobres de la tierra.

11 Alcanzado por tu ira, el hombre te alaba,

y los que escapan del castigo te rodearán.

12 Haced votos al Señor vuestro Dios y cumplidlos, y que los vasallos paguen tributo al Temible.

13 Él deja sin aliento a los príncipes,

él es temible para los reyes de la tierra.


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

 La victoria del Mesías

Es este un himno de aclamación que canta la victoria de Yavé en el   combate contra sus enemigos: «Dios se manifiesta en Judá, su fama es grande en Israel. Su tienda está en Jerusalén, y su morada en Sión. Allí quebró los relámpagos del arco, el escudo, la espada y la guerra...». Como vemos, el salmista se sirve de las palabras típicas y normales que se emplean para describir las guerras de su época: arco, escudo, espada...

Israel tiene conciencia y experiencia del combate que Dios hace por él, por su causa, contra todo y todos los que se interpongan en su historia de elección. A este respecto, podemos hacer una mención especial a la noche en que Israel salió de Egipto. Nos dice que Yavé pasó toda aquella noche de guardia, como un centinela, velando por su pueblo para que éste pudiese acceder a la libertad: «Noche de guardia fue esta para Yavé, para sacarlos de la tierra de Egipto» (Éx 12,42).

Sin embargo, hemos de tener presente que todos los combates, con sus respectivas victorias, que realiza Yavé por su pueblo, no son sino pálidas imágenes de lo que ha de ser el combate definitivo que Dios enfrentará contra el mal y su príncipe: Satanás. El total aniquilamiento del príncipe del mal, del enemigo del hombre, lo llevará a cabo Jesucristo, el Hijo de Dios.

En una ocasión en que le trajeron un endemoniado, Jesucristo expulsó al espíritu del mal que había dentro de él y aprovechó para ofrecernos una catequesis que vislumbraba cómo iba a ser este combate con su correspondiente victoria contra el príncipe del mal: «Nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa» (Mc 3,27).

Satanás, a quien Jesús llama el mentiroso, con su engaño y seducción ha aprisionado al hombre. Sometidos por su mentira, nos hemos convertido en su ajuar, su botín. Jesucristo entra en su casa, la casa del fuerte, y acepta morir en ella, que es el recinto maldito del Calvario. El Hijo de Dios engañó al fuerte, al príncipe del mal, haciéndose maldición por nosotros como dice san Pablo: «Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, pues dice : maldito todo el que está colgado de un madero» (Gal 3,13).

Jesús, el Señor, dio este paso trascendental que cambió la historia de la humanidad. En Él se han roto las fronteras de las elecciones de Dios, ya no es solamente Israel el pueblo elegido. En Él, la elección es universal, todos estamos bajo la bendición de Dios. Leamos las palabras que siguen al texto anteriormente citado: «A fin de que llegara a los gentiles, en Cristo Jesús, la bendición de Abrahán, y por la fe recibiéramos la promesa».

Jesús entra, pues, en la casa del fuerte y saquea su ajuar, su botín. Todos nosotros éramos el ajuar, el botín de Satanás. A partir de Jesucristo, somos botín, propiedad de Dios, destinatarios de la herencia de la vida eterna. Despojados y saqueados los demonios que nos sometían con su mentira, Jesús convirtió el recinto de la maldición –plaza fuerte de Satanás– en recinto de bendición. Abrió así al hombre al misterio de como lugar de su encuentro con Dios. Volvemos al salmo y encontramos estos títulos que el autor dirige a Yavé a causa de su fuerza: «Tú eres deslumbrante y célebre, con montañas de botín conquistado».

Jesucristo, Él es el deslumbrante, el célebre, el gran guerrero que aplastó en su combate la cabeza del príncipe de las tinieblas, tal y como había sido anunciado por Yavé a nuestros primeros padres a raíz del pecado original: «Yavé dijo a la serpiente: ...enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar» (Gén 3,14-15).

Isaías anuncia proféticamente el futuro combate del Mesías. No tiene un ejército a su lado, no le acompaña ningún grupo de hombres especializados en la lucha, no tiene a nadie, ni siquiera a sus discípulos que terminaron por abandonarle a su suerte. Oigamos al profeta: «Miré bien y no había auxiliador; me asombré de que no hubiera quien me apoyase. Así que me salvó mi propio brazo, fue mi fuerza la que me sostuvo» (Is 63,5).

Y, efectivamente, sabemos que el Hijo de Dios enfrentó el combate final en la más absoluta soledad. Una vez que Satanás había sembrado en el corazón de Judas la semilla de la traición, se dio el combate. Jesucristo entró en él, era la batalla decisiva, estaba en juego el hombre, su llegar a ser hijo de Dios, que esto es la salvación. Alzando su mirada a lo alto, forcejeó cuerpo a cuerpo con el tentador, a quien sometió con la fuerza y poder de su Padre; fuerza y poder que Él hizo suyos. Dejándose atar a la cruz con los clavos, ató para siempre todos los poderes del mal que actúan en detrimento del hombre. Nuevamente Isaías nos anuncia que el brazo de Yavé habría de revelarse al Mesías revistiéndole con su fuerza (cf Is 53,1). Con esta fuerza, Jesucristo combatió y venció.