LAS MIRADAS DE DIOS
Se le acerca un joven a Jesús con una pregunta cuando menos, diferente a la que nos tiene acostumbrados la insidia de los religiosos de su tiempo: escribas, fariseos, saduceos, doctores de la Ley…
Pregunta: “¿Qué he de hacer para ganar la Vida Eterna?”
Indudablemente esta pregunta se hace cuando alguien ha seguido la trayectoria del Maestro, ha escuchado otras catequesis, ha meditado sobre la precariedad de esta vida; sin duda, el Evangelio le identifica como un hombre rico, y, en consecuencia, este hombre se plantea la cuestión de qué va a pasar con sus riquezas, de si habrá otra vida después de la muerte, preguntas muy actuales, y que siempre han cuestionado al hombre de cualquier tiempo.
La respuesta de Jesús podríamos decir que es de “manual”:”Si quieres entrar en la Vida guarda los mandamientos”
No queda satisfecho el joven. La Ley de Moisés tenía más de seiscientos preceptos. En alguna ocasión Jesús recrimina a los fariseos el cargar con tantos preceptos, cuando ellos eran los primeros que no los cumplían. Jesucristo no viene a cargar al hombre con pesados fardos; viene a simplificar la vida, a adorar a Dios en Espíritu y en Verdad. Cuando el hombre actual se inicia en la fe, la vida “se le complica”. Pero cuando se abre su oído por gracia de Dios, cuando va entrando en la Verdad de Dios que es el Evangelio, la vida “se le simplifica”. Y es entonces cuando descubre la verdadera libertad de los hijos de Dios.
Por ello el joven le pregunta, quizá con candidez:” ¿Cuáles?” Y Jesús le responde: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo”
Llama la atención que Jesús le responde con los Mandamientos de-podríamos decir-, amor al prójimo, y no, precisamente los primeros que se enuncian en el Shemá: Amar a Dios sobre todas las cosas…
Dice el joven: “Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud”
“Jesús, fijando en él la mirada le amó y le dijo: una cosa te falta: vende cuanto tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme”
Este relato de Marcos 10, 17-22 también está en Mateo (19, 16-22) y en Lucas (18, 18-23). En Marcos hay un detalle precioso que no está en los otros evangelistas, cuando dice: fijando en él la mirada le amó. Es curiosa esta pincelada, que nos regala Dios a través de Lucas.
Esta es una mirada de Amor de Dios; luego, ya sabemos que el desenlace es la huída del joven, al no poder renunciar a sus riquezas.
Ya no sabemos lo que pasaría por la cabeza del joven; la Misericordia de Dios es infinita, y la catequesis de Jesús y su mirada, le marcarían para siempre en su vida.
Continuando con Marcos (3,1-6), se nos narra la curación en sábado de un hombre que tenía una mano paralizada. Los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, que era el día del descanso donde nada de trabajo se podía hacer. Jesús le dice al hombre enfermo: “Levántate ahí en medio”, y pregunta:” ¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?
Como ellos callaran, les miró con enojo-otras traducciones dicen incluso con ira-, apenado por su dureza de corazón, y realiza el milagro de la curación.
Resulta difícil de entender esta mirada con “ira” de Jesús. Él, que nos ha reglado en las Bienaventuranzas: “Bienaventurados los mansos…”; o el mandato evangélico de amar a los enemigos…ahora mira con ira a los fariseos. Hemos de entender que no podemos, por una parte, tomar estas palabras al pie de la letra, ya que, nuestro hablar con reminiscencias romanas o griegas de nuestra cultura, en nada tiene que ver con la simbología del hablar oriental; por otra parte, este proceder de Jesús nos recuerda “la ira de Yahvé” en el antiguo Testamento. Más bien, esta mirada de enojo, es de pena, de sentimiento, al ver que los seres humanos no entendemos el sentir de Dios; sentir de los humanos apegados al temor, a la observancia religiosa de unos preceptos dictados por el miedo y no por el amor. Quizá, aún, estemos apegados a esta observancia religiosa, la de cumplir ausentes del compromiso que nos demanda este amor a los hermanos, los que nos hacen el bien y los que nos hacen el mal.
Quizá estemos atados al cumplimiento, a lo que podríamos decir coloquialmente: cumplo y miento, por justificar el haber cumplido con el precepto, pero sabiendo que nuestro corazón está lejos de Dios.“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de MÍ” (Is 29,13)
En el episodio del Prendimiento de Jesús en el huerto de los Olivos, los cuatro Evangelistas narran el momento sin hablar de la mirada de Jesús al traidor Judas. Sin embargo es indudable que se entabla un pequeño diálogo entre ambos en el momento de la entrega, después del “beso de Judas” que delata al Señor. Y es indudable que hubo un cruce de miradas entre ambos. No deja de extrañar que no relate este cruce de miradas. La mirada de Judas debió ser de odio, no se sabe muy bien por qué. Judas ha recibido, lo mismo que los demás discípulos, toda la revelación por parte directa de Dios-Jesucristo. Ha comido y bebido con Él, ha dormido a la intemperie en noches de frío, y ha sido testigo de sus enseñanzas y sus milagros; incluso ostentaba un cargo en la comunidad de los apóstoles, el cargo de administrar la economía del grupo. ¡Pienso en cuántos Judas del mundo actual!
Por el contrario la mirada de Jesús fue: ¡Amigo! Con un beso entregas al Hijo del Hombre (Mt. 26,47) Le llama “amigo”. Antes había dicho: “Ya nos llamo siervos; os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15)
Somos como Judas cuando, incluso después de recibir las catequesis, homilías, etc en las misas a las que asistimos, no amamos de verdad a nuestro hermanos; cuando no levantamos la voz ante el asesinato de seres indefensos a manos de sus propias madres, cuando llamamos “interrupción voluntaria del embarazo” a lo que deberíamos llamar “asesinato premeditado”. Cuando nos miramos hacia dentro, cuando metemos la mano en nuestro pecho como Moisés y sacamos la mano manchada con la lepra de nuestro pecado, cuando vemos los milagros que Dios hace cada día en ti y en mí, y respondemos con indiferencia o traición a la mirada amorosa de Dios, somos Judas, entonces, cuando respondemos con pequeñas o grandes traiciones a Dios.
Tuvo que haber una mirada de Jesús a Pedro cuando éste le negó; se cumplió su profecía poco tiempo antes anunciándole que así sucedería. Al salir del Pretorio, seguro que hubo alguna mirada de Jesús a Pedro, que le hizo llorar su pecado amargamente. Pero la mirada de Jesús fue de misericordia; Pedro, en cuanto hombre, temeroso de ver el estado lamentable de un Jesús en quien había puesto toda su confianza, y que era masacrado de forma cruel, y llevado al matadero como Cordero manso, según su profecía, no entendía el Mensaje de Jesús.
Sólo sucedería después de la Resurrección, al ver el sepulcro vacío. Y Jesús, lo entiende; sabe que para Pedro es imposible seguirle; ya le anunció que le seguiría más tarde, anunciando la muerte de cruz que le había de suceder. Y Jesús le mira con Amor, comprendiendo su debilidad. ¿Hay amor más grande?
Y también somos como Pedro cuando tememos dar testimonio público de nuestra fe, cuando nos avergüenzan nuestros respetos humanos, cuando no salimos en defensa de los oprimidos, cuando no se nos abren las entrañas al escuchar una blasfemia…
Hay en Marcos un episodio que nos puede sorprender. Jesús está explicando su Palabra, y viene a decirle: “...Tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan. Él les responde: ¿Quién Es mi madre y mis hermanos? Y, mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, les dice: Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre. (Mc 3,31-35)
Llama la atención varios puntos de este Evangelio; lo primero que se dice: los hermanos de Jesús; se ha de aclarar que la Virgen solo tuvo por Hijo a Jesús; en la cultura hebrea, hermanos son los parientes; para que quede claro la virginidad de María.
Y, aclarado esto, podríamos encontrar un tono un tanto despectivo de Jesús hacia su Madre; nada más lejos de la realidad. Jesús está diciendo que, por encima de la maternidad de María, está el cumplimiento de la Voluntad del Padre, sin menoscabar por ello el amor a su (nuestra) Madre. Esta mirada de Jesús es, pues, una mirada de amor a los demás, que, sentados en torno a Él, escuchan como María la hermana de Marta su Palabra. Es una mirada de Jesús como miraría el Padre.
Y, ahora, me pregunto yo, y te pregunto a ti: ¿Cómo me mira Dios? ¿Cómo me mira Jesús?
Seguro que con inmenso Amor. A pesar de mis infidelidades y contradicciones, a pesar de mis pequeñas y grandes traiciones, a pesar de mi cobardía ante el pecado, ante mi falta de amor al prójimo, de mi egoísmo.
Derriba Señor, esos montes donde viven mis dioses, que son los obstáculos que me impiden acercarme a ti. Dame esa fe que mueva las montañas, haz que se rebajen las colinas y los collados y que crezcan los valles de la senda que me ha de conducir a Ti
“…Porque los montes se correrán, y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará y mi alianza de paz no se moverá, dice Yahvé, que tiene compasión de ti…” (Is, 54,10)
Alabado sea Jesucristo
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