Hay en el libro del profeta Daniel un episodio interesante: El Rey de Babilonia Nabucodonosor, ha sitiado la ciudad de Jerusalén en tiempos del rey Joaquín. Daniel cayó en manos del rey Nabucodonosor. Una noche tuvo éste un sueño terrible, y pidió a los sabios de la corte su interpretación. Nadie daba satisfacción al rey, y acudieron a Daniel.
Daniel tenía el don de interpretar sueños, y así interpretó el sueño del rey: En el sueño aparecía una estatua de tamaño descomunal y aspecto terrible que se enfrentaba al rey. La cabeza era de oro puro, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los lomos de bronce, las piernas de hierro y los pies mitad hierro y mitad barro. De pronto una enorme piedra se desprendió sin intervención ninguna, golpeando los pies de la estatua, que se despedazó. Todo se hizo polvo, mientras la piedra se convirtió en una gran montaña que llenó toda la tierra. (Dn 2, 31)
Este episodio y la solución del sueño está recogida en (Dn 2,31 y ss.). Dejamos al lector la lectura de la interpretación de Daniel, que en esencia le va relatando la destrucción de su reino y de los siguientes reinos.
Pero es interesante meditar sobre las notas catequéticas que se desprenden del texto, en cuanto a lo que se refiere al anuncio de la venida del Mesías:
En el versículo 44 dice: “…En tiempo de estos reyes, el Dios del cielo hará surgir un Reino que jamás será destruido, no cederá su soberanía a otro pueblo. Pulverizará y aniquilará a todos estos reinos, y él subsistirá para siempre; tal y como viste desprenderse del monte, sin intervención de mano alguna, la piedra que redujo a polvo el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro. El gran Dios ha revelado al rey lo que sucederá en el futuro…”
Y la profecía de Daniel está anunciando, por primera vez, la venida del Mesías, Jesucristo. El ángel Gabriel se presentó a María y, después del saludo le dice:” …Reinará sobre la casa de Jacob, por los siglos y su reino no tendrá fin…” (Lc 1, 33). Es decir, no será destruido, como en la versión de Daniel. El enigmático personaje en forma de estatua, con oro, plata y bronce, es de hechuras humanas, tal y como dice el Salmo: “…Los ídolos de los gentiles son plata y oro, hechura de manos humanas; tiene ojos y no ven, oídos y no oyen…” (Sal 135, 15)
Aparece una piedra misteriosa que nadie ha enviado, no se sabe de dónde viene…Esa Piedra es el mismo Jesucristo, Piedra angular de la Iglesia que Él mismo va a edificar, sobre el cimiento de los Apóstoles. “…La piedra que desecharon los arquitectos se ha convertido en la piedra angular…” (Sal 118,22). Es una Piedra misteriosa, que viene a este mundo sin sobresaltos, sin prepotencias, sin orgullo, haciéndose el más pequeño, a pesar de su condición divina, sin alardes… (Fp, 2), despojándose de su rango.
Esta Piedra, Jesucristo, aniquilará con su doctrina todos los reinos de este mundo. Su Reino no es de este mundo (Jn 18,36), le dirá Jesús a Pilato.
Daniel, en su relato, interpreta en unos pocos versículos, con un acontecimiento de un rey opresor del pueblo de Israel, a través de un sueño misterioso, nada menos que la venida del Gran Rey del Universo, Jesús.
Verdaderamente la Escritura es el alimento del hombre, que, ante la inmensidad de su Sabiduría, atributo de Dios, se nutre con el Pan de la Palabra, su Evangelio, cada día.
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