A tus manos miro, Señor, cuando busco el camino hacia dónde dirigir mis pasos, tantas veces cansados.
A tus manos dirijo mis manos para sujetarme, para sentir fuerte tu apoyo cuando fallan mis piernas y se doblan mis rodillas ante el paso del dolor, dolor del mundo.
Tus manos sobre mi espalda son tu envío a mis hermanos. Manos que empujan mis pasos y me sitúan allí: para derramar tu amor ante quien no tiene nada aunque el mismo no lo crea.
Tus manos, tus manos toman mi frágil cuerpo y lo elevan hacia el cielo cada vez que necesito la altura para que mi alma flote y sienta libertad.
Tus manos, Señor, mi rumbo, mi soporte, mi esperanza.
Tus manos que se deslizan por el aire en movimiento, como director de orquesta.
Para que yo, tu instrumento, toque tu melodía y suene tu música suave y penetre los corazones.
Siempre tus manos, mi Dios, siempre tus manos.
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