Nadie mas ciego que aquel que ante los latidos de su alma, que quieren ser gritos de auxilio para hacerse notar, intenta acallarlos con una huída hacia adelante envuelto en oscuridades. En su caminar hacia ninguna parte se apoya en sus razones y cosas que por mucho que las valore nunca estarán a la altura de lo que él mismo es y que los latidos de su alma reclaman. Jesus pasa al lado de uno de estos ciegos y le abre los ojos. El buen hombre supo entonces que lo que pedía su alma, que había sido hecha a imagen y semejanza de Dios, no era una fantasía sino un afán irreprimible por conectar con el Autor de dicha imagen de la que era portadora.
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