“..Oh, Dios, ¡ restáuranos, que brille tu Rostro y nos salve ¡…” (Sal 79)
La restauración de un edificio no consiste en demolerlo, tirarlo y deshacerse de sus escombros. Consiste en aprovechar de el lo que es válido, y útil; y así, alguna vez habrá que pintar la fachada, otra será el arreglo de las ventanas para quitarnos el frío del invierno, y otra vez más, se arreglará el tejado para evitar las goteras…así actúa el Señor con nosotros, y es lo que, inspirado por el Espíritu, clama el salmista.
Y es consciente de que, al restaurar nuestra humanidad caída, brillará nuestro rostro como el de Moisés en el Sinaí después de conversar con Dios-Yahvé.
Probablemente habrá mucho que arreglar en nuestra vida. Son muchos los errores acumulados en nuestro peregrinar. Pero ya dice el Señor: “…la mecha humeante no la pagará, la caña cascada no la quebrará…” (Mt 12, 20)
Y es que aun en el peor de los casos, quedará en nuestra vida un poco de fuego del amor debido a Dios; nuestro camino por ella, roto por nuestra idolatría, no estará todavía quebrado del todo. Y Él, Jesucristo, ha venido a salvar lo que estaba caído. Es nuestro Buen y Único Pastor.
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