Mi madre, de niño, nos llevaba a confesar a mis hermanas y a mí. Y nos decía: “…lleváis un saco de pecados, acordaos de vaciarlo bien en el confesionario…”
Con el tiempo, el saco de pecados de niño se convirtió en un carro de pecados, tirado por robustos caballos. Meditando el texto del Éxodo: “…Cantaré al Señor, sublime es su victoria, caballos y carros ha arrojado en el mar…” (Ex 15), comprendo ahora que todos estos caballos que arrojó el Señor fueron, por su Gracia, todos estos sacos que fui acumulando durante mi vida.
Y es que la vida de todo hombre es una peregrinación que comienza el día que naces y termina cuando mueres; y es en la Escritura donde encuentras el sentido a todo cuanto acontece en tu vida.
El enemigo, como conjunto de todas las circunstancias que me hicieron caer en el mal, saciando su codicia, repartiéndose el botín, - parafraseando el salmo -, al soplo del Aliento del Señor, cual viento suave de Elías, se hundió como plomo en las aguas formidables.
¡Bendito Dios, que corrigió y enderezó mi vida, y me alimenta con la lectura de su Palabra revelada!
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