Meditando el libro del profeta Daniel, aparece un cántico en el capítulo 3 que es conocido como “El Cántico de los tres jóvenes”; es un cántico de gloria a Dios que les ha salvado del martirio del horno a donde les había enviado la cólera de Nabucodonosor. Los tres jóvenes -Ananías, Azarías y Misael- se habían negado a adorar una estatua que el mismo rey se había hecho erigir para su gloria, de tal forma, que, si no le adoraban sus súbditos, eran reos de muerte. Y en ese contexto, y dado que estos jóvenes se negaron, fueron introducidos en un horno ardiendo hasta que murieran. Pero el ángel de Yahvé se metió con ellos y les salvó de la muerte.
Tal es así, que aún dentro del horno, el rey Nabucodonosor llamó a sus consejeros y les preguntó: “¿No hemos arrojado al fuego a tres hombres atados?” Ellos respondieron: “Así es majestad”. El rey repuso: “Pues yo estoy viendo cuatro hombres desatados que caminan entre el fuego sin sufrir daño, y el cuarto parece un Ser Divino” (Dn 3, 25-26)
Este Ser Divino, el ángel de Yahvé, no es sino imagen del mismo Jesucristo que libró de la muerte a sus discípulos.
Entonces los tres jóvenes entonan ese cántico maravilloso de alabanza a Dios por haberles librado de una muerte terrible. Y van apareciendo peticiones de alabanza para que toda la Creación alabe al Señor: Sol y Luna, cetáceos y peces, fieras y ganados… en perfecta armonía de contraposición del fuerte y el débil, el bravo y el manso, abarcando así todo lo creado.
Pero en el versículo 72 dice: “…Luz y tinieblas bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos…”. Y ahí viene la meditación: ¿Pueden las tinieblas bendecir al Señor?
Cuando en la Escritura hay algo que llama la atención, que parece que rompe la armonía del texto, que se sale de la lógica humana, es necesario detenerse a meditar, refugiándose “bajo las alas de Dios”, bajo la Luz que es Jesucristo, al suave aroma del Evangelio, implorando como los tres jóvenes al Espíritu para que envíe ese Agua purificadora que aclare nuestros pensamientos y contradicciones humanas.
Es necesario que existan las tinieblas como oposición a la Luz que es Jesucristo vivo y resucitado, como es necesario que coexistan el trigo y la cizaña.
Le preguntan al dueño de unas tierras donde aparecieron juntos trigo y cizaña: “Quieres que vayamos a cortar la cizaña? Él respondió: “No, no sea que al recogerla arranquéis a la vez el trigo” (Mt 13, 29)
En el Evangelio de Jesús según san Mateo, Jesucristo anuncia la entrega de Judas, el traidor, con estas palabras: “El Hijo del Hombre se va, como está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!” (Mt 26,24)
Por último, para encontrar episodios donde el pensamiento humano se contrapone con el pensamiento divino, meditemos sobre la subida de Jesús a Jerusalén: Jesucristo solicita Juan y Santiago que se adelanten en terreno de Samaría a pedir posada para pasar la noche; pero los samaritanos no aceptan darles posada, y los dos discípulos llenos rabia, le dicen al Señor: “¿Quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?”
No es de extrañar que Jesús les llamara “hijos del trueno”. Jesús les reprende. El Evangelio no dice cómo. Pero podemos asegurar, que el Manso por excelencia, no vino a enseñarnos así. Se entregó como Cordero al matadero
Era, pues, necesaria la traición de Judas, para que se cumplieran las Escrituras-designios de Dios-. Igualmente era necesario que creciesen juntos el trigo y la cizaña, era necesaria la reprimenda de Jesús, y es necesario que existan las tinieblas en contraposición a la Luz que es Jesucristo. Esta forma singular de maldición, el hecho de ser tinieblas, se convierte en bendición para los que buscamos su Luz.
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