(Por Juan José Prieto Bonilla)
Quiquiriquí canta el gallo y clo, clo, clo canta la gallina, luego no cantan igual.
Y no cantan igual, sencillamente porque no son iguales afortunadamente para todos, y cuán anormal resultaría que una gallina se comportara como un gallo o un gallo como una gallina.
Admito todo tipo de críticas al respecto y admito y celebro que no todos pensemos igual. Pienso que los demás tienen derecho a no pensar como yo y a no estar de acuerdo conmigo. Pienso que también tenemos derecho de cambiar de opinión cuando consideremos haber estado en un error. Por eso, tal vez, no quiero darle demasiada importancia a mi opinión, pero aunque sea de forma simple, siento la necesidad de manifestarme respecto al tan delicado tema, a saber: “La supuesta igualdad de la mujer”.
Y siento esta necesidad porque siento lástima de ver cómo nuestra sociedad de hoy en día minusvalora, e incluso desprecia, las cualidades innatas propias del sexo femenino, cualidades que el hombre anhela profundamente pero que le resultan cada vez más difíciles de encontrar en el corazón de una dama.
Hoy en día en nuestro mundo occidental, solo se valoran las cualidades propias del sexo masculino, es decir: la competitividad, el espíritu emprendedor y aventurero, el interés por la técnica, los deportes de cierto esfuerzo físico, la autoridad, o la lucha por logros como el dinero o el sexo, por poner algunos ejemplos.
Sin embargo, los valores femeninos que nuestras abuelas intentaron inculcar a sus hijas, tales como la dulzura, la entrega, la modestia, la delicadeza en el cuidado de los demás y la moderación en las maneras, por ejemplo, son poco menos que abandonados por no decir despreciados.
Entonces, al ser menospreciados estos valores, las mujeres, con razón, tratan de adquirir cualidades más valoradas en nuestra sociedad, y por tanto más valoradas también por el propio sexo femenino. De esta manera, cada vez vemos que las mujeres se esfuerzan más que los hombres en adquirir cualidades propias del sexo masculino y, por supuesto, que a menudo lo consiguen. Sin embargo, muchos hombres luego se molestan cuando una mujer escala puestos de relevancia por demostrar sus aptitudes para el mando o gobierno de una empresa, demostrando una competencia y efectividad mayor que la de ellos.
Y es así como ocurre que en muchos hombres, generalmente poco preparados, se despiertan rivalidades hacia las mujeres por no decir sentimientos misóginos.
El problema surge cuando ves una chica modelo en un anuncio que, a pesar de sus rasgos dulces, se muestra con cara de agresividad, como si fuera a insultarte o a darte un puñetazo por menos de nada. Como si acabara de librar un combate de boxeo, o de merendarse a un hombre crudo; eso sí: con una falda muy corta, o sin falda. Es decir, muestra una supuesta cualidad masculina intentando llamar la atención por medio del sexo. Y se supone que los hombres debemos sentirnos atraídos por esa imagen, pero a mí, como a otros hombres sencillamente nos produce cierta pena, pues nos da la sensación de que algo no está en su sitio.
Y yo que trabajo en una gran compañía y me relaciono con ejecutivos y ejecutivas, veo como algunas de estás últimas, terminan solas, anoréxicas, y feas, sencillamente por haber negado su naturaleza intentando mostrar solamente cualidades que en el fondo no quieren, pero no les queda más remedio que asumir si quieren ser finalmente valoradas en el mundo de los negocios.
Generalizar siempre es un abuso, pues hay hombres y mujeres con todo tipo de cualidades y sensibilidades, pero se puede generalizar sin ofender a nadie. Por eso, es objetivamente correcto generalizar afirmando que hay más hombres que mujeres interesados en los motores de turbo inyección y más mujeres que hombres interesadas en la ropa de los niños. Y lo uno no es mejor que lo otro.
Como cristiano que me declaro, cuando miro a la Virgen María, y la miro como modelo de mujer, os aseguro que no pienso en ella como una ejecutiva agresiva, sino como una mujer valiente e inteligente, donde se personifican todas las cualidades femeninas, modelo de dulzura y modelo de entrega, capaz de rendir su voluntad a la de Dios y con eso enamorar su corazón y el de cualquier hombre.
Invito desde estas letras a hacer un acto de reflexión a todos y en especial a las mujeres para que, además de cultivar los valores que esta sociedad tiene más en consideración, no abandonen otras características propias de su naturaleza, pues los hombres las necesitamos con todas sus cualidades femeninas de dulzura y entrega como necesitamos comer o respirar. Todo ello para que podamos seguir siendo hombres, pues si no hay damas, no puede haber caballeros, y el mundo se vuelve mucho más difícil para todos nosotros.
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