“Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra” (Salmo 95)
“Que canten de alegría las naciones porque riges el mundo con justicia” (Salmo 66)
Cuando estamos felices, cuando estamos alegres, nos impulsa el deseo de cantar, pero cuando nuestra alegría es el Señor, nuestra alma toca el cielo de felicidad llevados de la mano del mismo Dios. Nos eleva a la altura de cantar y tocar instrumentos al Creador.
Así le ocurrió por ejemplo a Judit, cuando en acción de gracias entonó un himno de alabanza en medio de todo Israel diciendo: “Alabad a mi Dios con tambores, elevad cantos al Señor con cítaras, ofrecerle los acordes de un salmo de alabanza” (Judit 16-1)
Muchos son los salmos que invitan a cantar las maravillas de Dios: “Voy a cantar la bondad y la justicia, para ti es mi música, Señor. ¿Cuándo vendrás a mí? (Salmo 100)
Pero, ¿cuál es la más bella canción que agrada al Señor? Sin duda alguna, la que ha compuesto Él mismo. Él es el autor y director de letra y música que dirige la orquesta más fabulosa e impresionante: EL EVANGELIO. Tiene música y melodía propia, es la sinfonía del cielo porque es la canción compuesta por Dios para que resuene en los oídos de toda la humanidad, para que el hombre alcance su plenitud y su salvación.
¿Cuándo vendrás a mí? Siento que esa canción, que esa música, ya va resonando en mis oídos; se va convirtiendo cada vez más en mi melodía preferida, la que más me gusta escuchar porque me conduce a Dios, a Jesús Palabra que viene a mí cada vez que me abre las Escrituras y me hace ver que Él es mi verdad, mi camino, mi vida y mi canción. Y es que ya Señor, nada se me puede resistir a tu voz.
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