“Salió un sembrador a sembrar su simiente, y, al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino, fue pisada, y las aves del cielo se la comieron; otra cayó sobre piedra, y después de brotar, se secó por no tener humedad; otra cayó en medio de abrojos, y creciendo los abrojos con ella la ahogaron. Y otra cayó en tierra buena, y creciendo, dio fruto centuplicado” Dicho esto exclamó: “el que tenga oídos para oír, que oiga”
A lo largo del camino, o sentado al borde del camino como el ciego de Jericó. ¿Estoy yo sentado al borde del camino, o a lo largo del camino de mi vida? Quizá estoy “sentado” muy cómodamente en ese borde, identificándome con el camino donde no brota la simiente =PALABRA de Dios, en mi vida.
Y me conformo todos los días con las migajas que me da la vida, adaptándome a esa situación de la que no me atrevo a salir, y que, además, defiendo con uñas y dientes diciéndome a mí mismo, y los demás: ¡virgencita, que me quede como estoy!
Esas migajas pueden ser un salario cómodo, una situación ventajosa en la vida, unos hábitos adquiridos de los que no me puedo salir…o no quiero salir
Y así pasan os días, y pasa mi vida; pero Dios me ama. Me ama y quiere que salga de esta situación. Y me espera; me espera un día, y dos, y tres…y me cientos y cientos de oportunidades de salir de esta situación.
Una vez es un amigo que me dice: ¡ven a esta catequesis! Otra vez la llamada puede ser más dura, como una determinada desgracia personal, o familiar, una quiebra económica, un fallecimiento…que te hacen reflexionar…
¿Cuántas veces muchas conversiones han venido de la mano de alguien a quien el Señor inspiró una frase, una llamada, un ¡ven y sígueme a esta o a tal iglesia! Y ni siquiera caemos en la cuenta de que somos portadores de la Palabra de Dios en ese momento, llevando un tesoro en nuestra propia vasija de barro.
¡Qué cerca está el Señor Jesús de cada uno de nosotros, pendiente de nuestro amor, de nuestra aceptación del Evangelio, que es el mismo Verbo de Dios encarnado! Y nosotros sin enterarnos.
A todo esto, ¿cómo reaccionó el ciego de Jericó, cuando se enteró de que pasaba Jesús?
Leemos en Lc (18, 39 y ss):
Los que iban delante le increpaban para que se callara, para que se callara, pero él gritaba mucho más: “Hijo de David, ten compasión de mi” Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran. Cuando se acercó le preguntó: ¿Qué quieres que te haga? Él dijo: Señor, que vea. Jesús le dijo: “Recobra la vista, tu fe te ha salvado” Y al instante recobró la vista y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.
Los que iban delante le increpan para que se calle. Actualmente, cuando pones tu confianza en Dios y lo manifiestas, los que van delante, los sabios, los poderosos, los que confían en sus fuerzas, en su dinero, en su poder…te increpan para que te calles. Eres molesto y te preguntan, burlonamente: ¿todavía crees en los Reyes Magos? ¿Aún no sabes que son los padres?
O, si queremos acogernos al lenguaje de Dios manifestado en los Salmos, “… son mis lágrimas mi pan de día y de noche, todo el día me preguntan ¿dónde está tu Dios? (Sal 42,4)”
Pero Jesús se detiene: Él hace un camino: viene del Padre y va al Padre; pero se detiene. No pasa de largo ante el dolor humano, cuando alguien pone su confianza en Él. Ante la oración que sale del corazón, al Señor se abren las entrañas maternas, y no puede por menos de detenerse. “¿Qué quieres que te haga?” De sobra sabe Jesús lo que necesita; pero quiere confirmar la fe del ciego y de todos los que presencian la escena. Jesús sólo nos pide FE. Que públicamente demos testimonio de ella, sabiendo que Él todo lo puede, que nos FIEMOS de su Palabra. Fe es fiarse de Jesucristo. La explicación que nos dieron de niños: fe es creer lo que no vemos, es válida pero se queda raquítica. Fe adulta es fiarnos de Dios. Como diría el Salmo: “…como un niño en brazos de su madre…”(Sal 131).
También Jesús se paró en el camino de Emaús, haciendo intento de seguir, (Lc, 24, 13-35) Pero no le dejaron los discípulos: “¡Quédate con nosotros…”
Incluso Jacob (Gen 23, 27), en el episodio de la lucha con Dios, le sujeta al rayar el alba diciéndole: “… no te soltaré hasta que me bendigas…”
Y Jesús se detiene. ¡Que vea! Pide el ciego.
Señor, yo también te pido ver. ¿Dónde te veo? Te veo en el Evangelio, tu Palabra escrita, te veo en la Escritura, palabra revelada desde antiguo a los hombres por los profetas. Te veo en las personas que sufren, en las Bienaventuranzas, en la Creación… Te veo en mis miserias, te veo esperándome cuando peco, porque el pecado no es sino el engaño de Satán al hombre que busca la felicidad donde no existe, fuera de Ti
Y continuamos con el Sembrador. Hay semillas que al caer sobre piedra se secan por falta de humedad. Parece muy lógico este razonamiento. Lo que me llama la atención es que un sembrador, siembre sobre un lecho de piedra. Algo nos quiere decir el Evangelio.
La semilla, que representa la palabra de Dios, cae sobre nuestro propio corazón de piedra. Nuevamente viene la Escritura en nuestra ayuda. Dice el libro de Ezequiel (Ez 36, 26 y ss): “…quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne…” Está profetizado, la semilla de Dios caerá sobre nosotros como AGUA PURA QUE NOS PURIFICARÁ ( Jesucristo, el Agua viva), cambiando nuestro corazón de piedra en corazón de carne.
¿Por qué no dio fruto? Le faltaba HUMEDAD. No tenía humedad, no tenía Agua. El agua que yo te daré será un manantial que salta a la Vida Eterna, le dice Jesús a la Samaritana.
Y termina Lucas: el que tenga oídos para oír que oiga, en palabras de Jesús. ¿A qué oídos se refiere el Señor? Todos tenemos oídos y orejas. No. No se refiere a los oídos del cuerpo; se refiere a los sentidos del alma. Esos no los tenemos todos despiertos. El alma, tiene sentidos como los del cuerpo, pero hay que educarlos.
Israel el pueblo que Dios se escogió como heredad, y del que somos herederos nosotros también, es el pueblo de la escucha. “Shemá Israel”, escucha Israel. Y en la Transfiguración Jesús en el monte Tabor, se oyó la Voz del Cielo que decía: “Este es mi Hijo, ESCUCHADLE”(Mt 9,28-35)
Y Jesús nos lo vuelve a recordar, “”el que tenga oídos para oír, que oiga”.
Por tanto, Señor, ¡abre nuestros oídos, no nos niegues tu Santo Espíritu! Que tu Misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de Ti.
Alabado sea Jesucristo
Tomas Cremades
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