Nuestra iglesia, pues soy creyente practicante, desde el principio tuvo que superar un doble escollo: la desafección de los judeocristianos que bajo la presión del nacionalismo judío, corrían el peligro de volver a la Antigua Alianza, y la presión de los pagano-cristianos que corrían el riesgo de abandonar la Fe nueva, antes que verse apresados por el judaísmo antiguo, universalizándose la iglesia.
Más adelante, insertada, metida en las estructuras de la vida política del Imperio romano, del Feudalismo después, de la Cristiandad medieval y de las naciones modernas... la Iglesia debería haber perecido con ellas. Pues bien lo extraño, lo paradójico es que sigue existiendo, presentado ante el mundo más santos (as) que visibles pecadores. Veinte siglos no han logrado acabar con su vitalidad.
En la historia humana tal como la conocemos, semejante temporalidad constituye un verdadero enigma,,
(continua en parte II)
(continua en parte II)
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