“Cuando se acercaba a Jericó estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno, y empezó a gritar diciendo: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mi!”(Lc18, 35-39)
Es interesante el paso de Jesús: Él salió del Padre y vuelve al Padre; nunca vemos a Jesús parado, a no ser que, en su Majestad, revele a las gentes el Reino de los Cielos, la Misericordia de Dios o se pare para responder a las preguntas o interpelaciones de la gente de su tiempo.
Ya nos dice el discurso de Pedro a Cornelio que relatan los Hechos de los Apóstoles (Hch. 10,28): “…pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo…”
El ciego en cuestión se dedicaba a pedir limosna sentadojunto al camino, esperando la piedad o misericordia de la gente que pasaba. No sabemos cuál era la situación que le había llevado a este lamentable estado, pero lo que es cierto es que se había acomodado a esa situación y ya sólo esperaba que le resolvieran su problema. Su posición ante la vida era ya la de permanecer sentado junto al camino.
Llama la atención la “postura” de estar sentado. Los Evangelios con relativa frecuencia nos hablan de determinadas actitudes, o posturas, que podemos analizar: estar sentado, estar de pie, estar acostado…
Fijémonos en Mateo 9, 10, en la llamada a Mateo:“…Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre sentado a la mesa de los impuestos. Y le dice: ¡Sígueme! Él se levantó y le siguió…”
Mateo sólo vivía para cobrar impuestos; era un publicano cuyo modo de vida era recaudar los impuestos que los romanos habían instituido, quedándose con un tanto por ciento de la recaudación. Era la forma de vivir, de los llamados publicanos, considerados por ello pecadores en el pueblo de Israel.
El problema es que su objetivo en la vida era ese: el dinero. Estaba sentado a la mesa de los impuestos y era, podríamos decir, un impuesto viviente. Todo su ser, como si fuera su carne una continuación de la mesa, era eso: los impuestos, el dinero.
Sin embargo, el Señor, cuando lo elige, no le reprocha nada; no le increpa su mal proceder. Simplemente se limita a decirle: ¡sígueme!
¡Qué diferente de nosotros! De los reproches de un padre a un hijo, de un amigo a otro amigo, de los esposos entre sí! No es que no haya que educar, pero siempre desde la caridad, con la CORRECCIÓN FRATERNA.
¡Qué diferente el paso del Señor! ¡Sígueme! Así es nuestro Dios. ¿Cuándo te conoceré como eres? ¿Y cuándo podré amarte con la sencillez con que Tú me amas?
Continuamos con otro texto: Lc, 10 38-40: “…Yendo ellos de camino entró en un pueblo; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies de Jesús, escuchaba su Palabra…”
También Marta había hecho en esa postura de estar sentada una forma de unirse a Jesús; era la forma de acoger de forma cómoda su Palabra. Podríamos decir que en esa postura se olvida de todo lo que le rodea convirtiéndose en el “sarmiento” de la Vid-Jesús.
Muchos son los textos que nos revela la Majestad de Dios hecho carne en Jesús de Nazaret. Me atrevo a señalar uno, Mt 5,1-3:
“…Viendo la muchedumbre subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron…”.
Jesús, en toda su Magnificencia, pero al mismo tiempo con toda humildad, con toda paciencia, va desgranando el discurso de las Bienaventuranzas, verdadera síntesis de sus enseñanzas, donde nos revela el Misterio de la Redención, el Pensamiento de Dios en cuanto a la actitud del cristiano ante la Vida, tan distante del pensamiento de los hombres.
No en vano recrimina a Pedro el “pensar como los hombres, no como Dios”, en otro texto evangélico. En la catequesis de las Bienaventuranzas, el Señor Jesús, se sienta, para poner en resonancia al hombre con Dios, para elevar al hombre a la categoría de Dios. Dios se hizo hombre en la segunda persona de la Santísima Trinidad, para que el hombre fuera imagen y semejanza de Él.
El texto conocido en el que Jesús comienza las Bienaventuranzas. Jesús se ha sentado, para explicar más cómodamente el texto indicado. Se sienta con toda su Majestad, tomando la Palabra para revelar la forma en que Dios entiende el Reino de los Cielos.
Al hilo de esta alocución, podemos hacer un paréntesis para meditar sobre otra actitud o postura, que aparece con frecuencia en las Escrituras: estar de pie.
Hay un texto bellísimo en el martirio de Esteban que se relata en los Hechos de los Apóstoles (Hech.7,55):
Esteban, (cuyo nombre significa Coronado, y que hizo honor a este nombre siendo coronado con el martirio de la lapidación), da testimonio público de su fe en Jesús: “…pero él, lleno del espíritu Santo, miró fijamente al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús, de pie, a la diestra de Dios, y dijo: Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios…”.
El Señor Jesús, como Testigo fiel, está de pie ante el Padre testificando a su favor. Este estar de pie, es la postura del abogado defensor, nuestro Abogado defensor, que un día también testificará en nuestro favor ante el Padre cuando comparezcamos a juicio. Ya en el libro del Apocalipsis se nos revela que será precipitado el Acusador (Ap 12,10): “…porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche delante de nuestro Dios…”.
El diablo nos engaña una y mil veces enseñándonos como bien lo que está mal y como mal lo que está bien. Y luego nos acusa ante Dios de nuestros pecados, fruto de su engaño. Pero Jesús, el TESTIGO FIEL, nos defenderá ante el Padre.
Y estamos seguros de ello, porque “…s i negamos a Dios, Él también nos negará, pero si somos infieles, Él permanece fiel, porque no puede negarse a si mismo…”( 2 Tim, 12). Esta es nuestra garantía de salvación, la Fidelidad del Señor, la seguridad que cumple su Palabra y sus promesas.
Hay otro texto que, como de puntillas, se nos habla de la postura de estar de pie. Y digo “de puntillas”, porque el detalle puede parecer insignificante como detalle, pero que nos conduce nuevamente al pensamiento indicado antes. Es en el Evangelio de Nuestro Señor según san Juan. (Jn 20, 14-15), en la aparición de Jesús resucitado a María Magdalena: “…dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús…”. Él estaba revelando su profecía de la Resurrección ante María Magdalena, y en pie, testificaba la verdad de su Mensaje, la Fidelidad de su Palabra, el cumplimiento de las Escrituras, la Verdad de la Revelación, la plenitud de nuestra fe: su Resurrección.
Es fundamental en nuestro camino de fe, fijarse en los detalles del Evangelio y de la Escritura en general: hay que ser cautos en las interpretaciones, pues nuestro adversario enemigo pretenderá llevarnos a equívocos, que nos dispersarán de nuestras iniciales buenas intenciones; pero poniéndonos en manos de Dios, con la mirada puesta en Él, en Aquel que nos conforta, como San Esteban protomártir, con la mirada y sencillez de los pequeños de Dios, no erraremos jamás, porque Él nos habla con su Palabra, y no permitirá que nuestro pie tropiece en la piedra ( Sal 90,12).
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