34. El discipulado supone una creación ininterrumpida de Dios. Por eso lleva consigo la más importante aventura que jamás hombre alguno pueda vivir. Es así porque todo aquel que se deja crear, no controla como el que cae en un abismo sin fondo. Por no controlar, el discípulo no domina ni sus miedos ni sus dudas. Es como si el continuo hacer de Dios con él le impidiese volver atrás para tomar el control… ¿de qué? Bien lo entendió el apóstol Pedro: ¿Adónde iremos, Señor? Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6,68).
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