Debemos superar el conocimiento filosófico griego Aristotélico, del “ser o no ser”, por el conocimiento revelado teológico del “creer”. Y este definitivo conocimiento se cimenta precisamente en la FE, sin ella no existe esperanza y con ella…, “Todo es posible para el que cree”. ( Mc. 9,23).
La FE culmina el conocimiento e introduce en la vida humana un nuevo horizonte vital, el que abre Dios a el que cree. Antes de creer, limitados y encasillados en el “ser”, el horizonte de nuestra vida esta limitada por las posibilidades con las que cuenta la vida. Posibilidades todas limitadas en un horizonte clausurado y determinado con la muerte. La FE, al abrir la vida humana al horizonte divino, le permite superar todo, incluido el límite de la muerte. Porque el hecho de abrir el horizonte más allá de la muerte, transforma la vida humana en el más acá; es decir en el “aquí y ahora”, al dotarla de una fiel y eterna esperanza dada por Dios y en Dios. Así la relación de FE y ESPERANZA es tan estrecha que podemos decir: “que la FE funda la ESPERANZA y que esta es supuesto de la FE”. La FE, tiene su fundamento y su centro en Jesucristo, nuestro Señor, el Hijo de Dios hecho hombre y expresión e imagen viva de su Palabra. Que tras su muerte (solo tres días) y posterior Resurrección, certifica la Promesa de Dios al hombre, confirmando su Palabra. Resurrección que es la prueba ya realizada de ese futuro al que aspira la esperanza de la persona. “Pues junto a Él, participamos el mismo destino de Cristo” (Rm. 6,5). Podemos concluir diciendo que la FE, hace así de alguna manera presente el futuro, cambiando el presente marcado ya por la realidad futura que repercute sobre él.
De ahí que sabiamente Benedicto XVI expresara: “La puerta oscura del tiempo, ha sido abierta de par en par”. Quien tiene FE y es sostenido en ella, vive de otra manera, porque se le ha dado ya una “VIDA NUEVA” que comporta un renacido corazón que llega a ser “tabernáculo de Dios Trinitario”. Por ello con y por la FE, nuestra dignidad es aun más elevada.
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