…Señor, tú me sondeas y me conoces
Me conoces cuando me siento o me levanto…
La postura de “estar sentado” o “estar levantado”, ya nos indica la manera de encarar nuestro trato con Dios. Sentado estaba Mateo a la mesa de los impuestos. Era, podríamos decir, un impuesto viviente. Solo vivía para el dinero.
María, la hermana de Marta, estaba “sentada” a los pies de Jesús escuchando su Palabra. Estaba, en ese momento, absolutamente anegada por la Presencia de Jesús. Las Palabras de Vida que salían de su boca era el alimento de su alma, hasta el punto de olvidarse de que ya se hacía tarde para comer, como le recuerda su hermana. Era Palabra viva en su cuerpo y en su alma.
Estar levantado es la postura del resucitado; es la postura en que Esteban reconoció a Jesús como Testigo Fiel momentos antes de ser martirizado con la lapidación. Jesús testifica ante el Padre en favor de Esteban que muere como su Maestro perdonando a sus asesinos.
Pues a lo largo de nuestra vida, también nosotros tenemos momentos de estar sentados, agobiados por los asuntos de nuestra vida, que morirán un día; pero habrá momentos en que estaremos levantados, con los ojos fijos en Jesús, meditando y alimentándonos de Él. Por eso dirá la profecía: “…Mirarán al que traspasaron…” (Jn 19,37) que lo recoge de la profecía de Zacarías Za (12,10)
En ambas situaciones Dios está con nosotros, pues Él es fiel a sus promesas. Sus promesas son la Vida Eterna para sus ovejas; y la Fidelidad de Jesús es la seguridad de que pone su Nombre como garantía de su cumplimiento.
Continúa el Salmo:
¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada?...Si me acuesto en el abismo, allí te encuentro…
Palabras que nos recuerdan el pecado de Adán y Eva. Después de su pecado, huyen del Señor Yahvé, conscientes de su desobediencia. Y se reconocen “estar desnudos”. Es decir, se reconocen pecadores. Este reconocer su desnudez, es la forma bíblica de sentir su pecado. Dios no les castiga: se han castigado ellos con su desobediencia.
Y, continuando con la forma de presentarnos ante el Altísimo, al acostarnos, reconocemos nuestra impiedad. Lo dice el Salmo 35 cuando expresa: “…el malvado, no teme a Dios ni en su presencia, acostado medita el crimen…”(Sal 35)
Pero, terminando este Salmo, dice: “…ni la tiniebla es oscura para Ti, la noche es clara como el día”.
A pesar de nuestras impiedades, la Misericordia de Dios, borra las tinieblas de nuestra alma, y cambia la noche de nuestras idolatrías en Luz – que es Jesucristo- del día.
Alabado sea Jesucristo
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