sábado, 20 de agosto de 2016

Haced lo que Él os diga (Tomás Cremades)

“…Haced lo que Él os diga…” (Jn 2,5)
¡Cuántas veces le decimos al Señor lo que tiene que hacer…! ¡Claro nos creemos más listos…! No, no es eso; es peor aún. Es que pensamos que no nos oye, o que no se interesa de nuestros pequeños – grandes- problemas. Y por eso le tenemos que decir lo que tiene que hacer.
Hay varios ejemplos en la Escritura. No preocuparse, no somos originales, a pesar de que hayan pasado más de dos mil años…no somos originales.
¡Señor, dile a mi hermana que me ayude…! Marta, Marta, te preocupas de muchas cosas y una sola es necesaria. Ella ha elegido la mejor parte, y no le será quitada…” (Lc 10, 38-42)
“…Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia…” Él le contestó: “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?...” (Lc12, 13-21)
“Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre las aguas…” ¡Ven!, le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero viendo la violencia del viento, le entró miedo, y como comenzara a hundirse, gritó:  “¡ Señor, sálvame!...” (Mt 14, 27-31)
Así somos, le decimos lo que tiene que hacer. Y lo peor es que parece que al Señor eso no le agrada, a tenor de las contestaciones que nos da.
Imitemos a la Virgen María: “…Haced lo que Él os diga…” (Jn 2, 5) que nos cuenta el Evangelio de las “bodas de Caná”. Ella simplemente presentó a su Hijo el problema: “...No tienen vino…”. No tuvo que decirle lo que tenía que hacer. Imitemos a María en todo, pero en este caso que nos ocupa, imitémosla en la forma de acercarnos a Él. De sobra sabe el Señor lo que nos hace falta; “Pedid y se os dará…”nos dirá Jesús.
Pero ¿sabemos pedir, y qué pedir? Dice Jesús: “…si vosotros, que sois malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan…” (Lc 11,13)
Por tanto, en vez de decir al Señor lo que tiene que hacer por nosotros, digamos como María, y pidamos el Espíritu Santo. Es la sabiduría de los que queremos ser sus discípulos.
 
Alabado sea Jesucristo

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