¿Qué luz viste?
¿Qué voz escuchaste?
¿Qué fuerza empujó tu vida y la entregó a Su voluntad?
¿Cómo te miró?
¿Cómo te escogió y cómo, sin comprender nada, entendiste todo y dijiste: ¡Sí!
Sí, a lo que sentías, Si, a lo que no conocías.
Sí, abrazando el temor y sujetando tus manos a esa promesa que podía con el miedo y la incertidumbre.
Sí en Él y por Él.
Y, a partir de entonces, entregada a ese rayo de luz, esperando, confiada, creyendo, guardando, meditando.
Gestando al Creador, te hiciste parte de Él y fuiste comprendiendo, poco a poco la razón de la sinrazón.
Y así, caminaste a su lado asumiendo sin entender, abrazada a esa certeza, a esa Palabra que recibiste.
Fuiste compañera y madre de quiénes acompañaban a tu Hijo y ahora caminas a mi lado.
Me levantas, me sostienes, me escuchas, me miras, me llenas de esperanza.
Eres mi compañera, mi madre y mi seguridad de que un día, de tu mano, veré cara a cara a Dios.
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