Una vez iniciados en el camino de la fe, en el tiempo en que Dios dispone, según su conocimiento, no el nuestro, sentimos la pena y el dolor del tiempo perdido, ocupados en multitud de cosas, excepto de Dios. Y es gracia de Dios el tomar conciencia de ello.
Nos lo recuerda san Pablo cuando nos dice: “…Porque nos hemos enterado de que hay entre vosotros algunos que viven desordenadamente, muy ocupados en no hacer nada en todo el día…” (2 Ts7-13) En aquellos días, algunos cristianos creían inminente la Venida de Jesucristo, y se decían: ¿Para qué trabajar, si ya viene el Señor?
Y continúa: “el que no trabaje, que no coma”. Él mismo se ponía como ejemplo del trabajo como curtidor de cuero que llevaba a cabo, además del más importante de predicar el Evangelio de Nuestro Señor.
Ni que decir tiene que estas afirmaciones no se refieren a lo que en la actualidad está ocurriendo en una sociedad en la que falta el trabajo para muchas personas que quieren y no pueden trabajar. Y eso interpela a los Estados y a los Gobiernos, y a nosotros mismos.
Volvemos al principio: LA TENTACION DE MIRAR HACIA ATRÁS. No, no somos originales; ya en los primeros tiempos tenemos un ejemplo muy concreto que narra el libro del Génesis en el capítulo 19 versículo 26: “…Su mujer miró hacia atrás y quedó convertida en poste de sal…”, cuando Dios-Yahvé destruyó Sodoma y Gomorra a causa de sus pecados.
Y nos lo recuerda Jesucristo cuando nos dice:” Todo el que pone la mano en el arado y mira hacia atrás no es apto para la Vida Eterna…” (Lc9, 62)
Este Evangelio viene a recordarnos que somos reacios a seguir a Cristo; “…déjame primero ir a enterrar a mi padre…”, le comenta un poco antes una persona deseosa de seguirle, pero atada a los quehaceres mundanos. Si el padre ha muerto, hay que enterrarle, naturalmente; pero en este caso, es la disculpa del hombre que quiere atarse a sus comodidades antes de seguir a Dios.
Y en este orden de cosas, el Tentador Satanás se preocupa muy mucho de ponernos frente a nuestra vida pasada, sobre todo cuando ve que se le escapa el pecador arrepentido consciente de sus propios pecados. Los pecados confesados y arrepentidos, los borra Dios de su corazón.
Solamente el Evangelio tiene la virtud de ponernos frente a nuestros delitos, no para abrumarnos, sino para recordarnos que Jesucristo los clavó en la Cruz Redentora, haciéndose pecado por nosotros. “…Canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la quitó de en medio clavándola en la Cruz...” (Col 2,14)
Alabado sea Jesucristo
(Tomás Cremades)
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