La primera acción a cumplir para lograr la victoria y alcanzar la paz, es focalizar y “destapar” quién es verdaderamente nuestro enemigo, para poder combatirlo y vencerlo con eficaces armas.
El enemigo de la persona, es invisible a los ojos físicos, (no a los del corazón) pero sus resultados y consecuencias lo hacen aflorar.
Este enemigo, solapado y múltiple, lo encontramos focalizado en los “espíritus del mal”, inmateriales, pero tan reales como existentes; que liderados por el Maestro de la Mentira, Lucifer, consiguen su fin destructor y logran descentrar a hombres y mujeres, alcanzando su propósito: negar a Dios, negar su Palabra encarnada en su propio Hijo Jesucristo, nuestro Señor, (que ya lo reconocieron como “el santo de Dios”) y seducir a las personas de mil maneras. Y así consigue deformar, desvirtuar y trastocar los intelectos de las personas, endureciendo sus corazones por egoísmo, autosuficiencia o idolatría.
Y en consecuencia, cultivan unos pensamientos, toman actitudes y asumen comportamientos desviados y perversos, hasta el punto de lograr que la persona olvide su propia procedencia y pierda su identidad completa, formada de cuerpo y alma; y olvidar también el grado de dignidad tan elevado que posee, precisamente por su origen a “imagen y semejanza de Dios”.
Y así se destruye la persona a sí misma.
El influjo del maligno es fuerte y su mayor éxito es conseguir que la persona crea que no existe.
El maligno consigue situar a muchos, incluso creyentes, en permanente e inoperante estado de tibieza.
Ya Jesús, en la oración a Dios-Padre, le ruega…”nos libre del maligno” (en versión original). A partir del el año 75 d. C., el Apóstol Pablo de Tarso, los define, nos previene y ofrece adecuadas armas para combatirlos. Leer o releer su carta a los Efesios, capitulo 6 versículos del 10 al 17.
Tres Cantos a 29 de Julio del 2016 . Manuel ArmenterosMartos. NIF 30785144 N.
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