Si reconocer quien es verdaderamente el enemigo de la persona, ya es importante; más aún es contar con el mismo Espíritu Santo, quien nos fortalece y ayuda, “haciendo las cosas nuevas” siguiendo la Palabra de Dios, encarnada en Jesucristo Nuestro Señor, quien no vino a juzgar al mundo, sino a salvarnos.
El mismo Espíritu que recibieron aquellos primeros discípulos del Rabí o Maestro de Nazaret, quien Él le acompañó.
Espíritu Santo, que porta “la fuerza que viene de lo alto”. Aquel Espíritude Vida, motivador de todo lo Creado. Espíritu Santo que recibimos desde su Iglesia, a través de los Sacramentos. La cual no será derrotada por los “poderes del infierno”.Infundiéndonos (como a sus apóstoles), el valor, el conocimiento, don de lenguas y carismas muy diversos (otorgados siempre en favor de la Comunidad) y distintos (o renovados) en cada época de la Historia de Salvación del género humano. Inserta en su propia Historia Universal. Contamos pues, no solo con la Palabra Revelada de Dios, su Evangelio, sino que además disponemos de la presencia fortalecedora del mismo Espíritu Santo. Quien infunde, empuja y ensancha nuestro entendimiento y corazón para interpretar esa Sagrada Palabra, adecuándola a nuestro tiempo. Desde Ella, y con El, discernimos. Con su Presencia y su Gracia; no solo se abren caminos integradores, sino “se hacen las cosas nuevas”, extendiéndose el Reino de Dios. Sin olvidar que ni el Amor de Dios, ni su infinita Misericordia, ocultan su Luz, (antes bien la acrecienta), ni tampoco disminuye la Verdad, ni se retirarán los “obstáculos” de ese único Camino, “de puerta estrecha”, que nos lleva, y nos mantiene en su Reino, perseverando fieles, “a tiempo y a destiempo”.
(Por Manuel Armenteros)
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