Nuestra oración de súplica y de petición al Señor, se dirige con frecuencia de esta manera: “…Hazme justicia, oh Dios, ¡defiende mi causa! Contra gente sin piedad, sálvame del hombre traidor y malvado…” (Sal 42)
Sin darnos cuenta, exponemos nuestras angustias al Señor diciéndole lo que tiene que hacer.
La Virgen María, Madre y Maestra de la Iglesia, nos enseña a rezar: “…No tienen vino…” (Jn 2,1-12).
Y esta forma de orar a Dios, que de sobra sabe lo que nos hace falta, la refleja el Salmo 5 así:
"A ti te suplico, Señor
Por la mañana escucharás mi voz
Por la mañana te expongo mi causa
Y me quedo aguardando…".
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