Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Lc 23,39-43
LA CRUZ A LA QUE TANTO MIRAMOS ESTOS DÍAS
Tu sabías que tu Palabra salvaba
La misma palabra que te acercaba a la Cruz cada día, tejía el libro que salvaría a los hombres.
Cada frase pronunciada y salida de tu boca, el Evangelio que sostiene nuestras vidas, fue el que te llevó a la Cruz.
Y, como sabías que todos estábamos bendecidos por Dios en Ti, caminaste tu Camino sin dudar
Desde el principio de tu vida, amaste tanto esa misión, que hablaste a los hombres sin importar que tus palabras rasgaran el alma y la conciencia de los que las escuchaban: tus palabras herían y tus palabras salvaban.
Y siguen salvando hoy a cuantos acudimos a ellas para oxigenar nuestro alma, para descansar en ti.
La Cruz a la que tanto miramos en estos días es el lugar al que llegaste por no renunciar.
Tu triunfo es la Cruz y el nuestro también.
¡Bendita Cruz que nos salvó de perder la oportunidad de conocer cara a cara a Dios!
Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro».
Tu rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu rostro.
Salmo 26 II,8
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