miércoles, 14 de diciembre de 2016

CANTO DEL BENEDICTUS, que rezamos en la oración de Laudes. (Por TomásCremades)

BENEDICTUS (Lc 1, 68-79)

El profeta Zacarías ha quedado mudo por su increencia: él es mayor, su mujer Isabel es estéril, y el Ángel Gabriel le había anunciado que era cierta su descendencia; que el Señor había escuchado sus súplicas y le concedería ese hijo tan deseadoY dadas las circunstancias de ancianidad de la pareja, él duda de las palabras del Ángel. Por ello quedará mudo hasta el fin de los acontecimientos del anuncio.
Cumplidos los nueve meses de embarazo, Isabel da a luz a Juan, según el mandato de Gabriel. Y es cuando Zacarías entona ese bellísimo canto-profecía que llamamos Benedictus:

Bendito sea el Señor, Dios de Israel
Porque ha visitado y redimido a su pueblo
Suscitándonos una fuerza de salvación
En la casa de David su siervo
Según lo había predicho desde antiguo
Por la boca de sus santos profetas
 
Zacarías ha visto las maravillas de Dios en él; digamos que ha solucionado de una vez todos sus anhelos. Pero al ver en sus propias carnes la fuerza de Yahvé, su Dios, no piensa ni por un momento en arreglar su vida terrena. Es tan fuerte la experiencia y recuerda con  tanta claridad la promesa de Dios por medio de su Santo Ángel, que se inunda su alma de fe. Su conocimiento de la Ley y los Libros Sagrados, le impulsan a conocer que allí, en esos hechos está la Divinidad. La promesa es: “…”No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada…tú hijo será grande ante el Señor…estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre…convertirá al Señor su Dios a muchos de los hijos de Israel, e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto…” (Lc 1, 13-19)
Zacarías, hombre docto en la Ley de Moisés, conoce bien lo que representa el espíritu de Elías. Sólo hay que recordar, para hacernos cargo de la importancia mesiánica de la profecía, que el Señor Jesús pregunta a sus discípulos: … ¿Quién dice la gente que soy yo? A lo que le contestan: Unos que Juan Bautista, otros que Elías, Jeremías o alguno de los profetas…”(Mt 16, 13-19)
Que su hijo lleve el espíritu de Elías es mucho más de lo que él pudiera imaginar.
 
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
Y de la mano de todos los que nos odian
Realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres 
Recordando su santa Alianza
        y el juramento que juro a nuestro 
        padre Abraham 
 
 
Para un israelita, el deseo de ser padre le aseguraba el cuidado de su vejez; era como un salvoconducto para defenderse de las tribus enemigas; era su seguridad. Recordemos que ese era el mismo planteamiento de Abraham. Si Yahvé fue fiel a Abraham cumpliendo su promesa, Zacarías recuerda el mismo acontecimiento en él.
 
Para concedernos que, libres de temor,
Arrancado de la mano de nuestros enemigos
Le sirvamos con santidad y justicia 
En su presencia todos nuestros días
 
Es cuando olvidando sus temores, con la certeza la evidencia del poder del Altísimo, siente que su alma se ensancha, al tiempo que el dolor de la increencia. Él, conocedor de las Escrituras y de la Alianza de Yahvé con su pueblo, ve de forma palpable que ha sido materialmente arrancado de sus enemigos. Y todo ha sido para que el pueblo de Israel, tantas veces idólatra, que tantas veces ha abandonado al Señor, siguiendo a otros dioses, le sirva ahora con la santidad que merece, ajustándose a la Voluntad de Dios, que es lo que representa el servirle en justicia.
 
Y a ti, niño, te llamarán “profeta del Altísimo”
Porque irás delante del Señor
A preparar sus caminos
Anunciando a su pueblo la salvación, 
El perdón de sus pecados
 
Es tanta la alegría que anega su alma, que inunda su ser, que le sale del alma el más bello de los piropos que un padre israelita puede dar a su hijo recién nacido: el ser “profeta del Altísimo”, con todas las connotaciones que el texto pueda tener. Profeta es el que anuncia el Kerigma, la salvación de Dios, la expiación de los pecados. Es tan grande la misión que profetiza de su hijo, que le anuncia su vocación: ir anunciando la Buena Nueva, que más tarde su primo Jesús, Nuestro Señor, llevará hasta la culminación. Y eso es tanto así, que lo llevó hasta el extremo, y que le hace exclamar en medio del tormento de la Cruz: “…Todo está cumplido (Jn19,30)
 
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios
Nos visitará el Sol que nace de lo alto
Para iluminar a los que viven en tinieblas 
y en sombra de muerte
Para guiar nuestros pasos por el camino de la paz
 
Zacarías reconoce la Providencia Divina, y en un éxtasis profético, ya anuncia la venida de Jesucristo. Le llama “el Sol que viene de lo Alto”. Es el Mesías prometido desde el principio; y viene con una misión concreta: Dar Luz a los que viven en las tinieblas. 
Y Jesús dirá: “Yo soy la Luz del mundo, el que sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la Luz de la Vida” (Jn 8,12)
Jesucristo, anunciado por los profetas, y en este caso, por Zacarías, nos dirá más adelante que ese camino de paz que nos ofrece no es como el camino ofrecido por el mundo: “…Mi paz os doy, no como la da el mundo, no se turbe vuestro corazón ni se acobarde…” (Jn 14,27)
Hasta aquí el hermoso, bellísimo, Canto del Benedictus, que rezamos en la oración de Laudes.
 
Alabado sea Jesucristo
 

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