La victoria de Moisés sobre los amalecitas, tiene una vertiente catequética que nos hace reflexionar. Cuando Moisés en lo alto del monte levanta los brazos, vence Israel, pero cuando los baja, gana Amalec. En la vida que vivimos, no podemos dejar que los acontecimientos nos hagan bajar los brazos, o caer en la desesperación. Moisés, en lo alto del monte, nos recuerda que también nosotros tenemos un monte al que llegar para conseguir la victoria; la victoria sobre el mal que nos acecha, la victoria sobre el mal que vive en nosotros mismos. Y Moisés sube a lo alto del monte; no se queda a medio camino; Jesús, el nuevo Moisés, bebe la Copa hasta las heces, hasta la última gota. A Moisés le pesaban las manos… ¡Cuántas veces nuestras manos se cansan de esperar! De esperar la justicia que claman los profetas:
¡Hazme justicia, Señor, Defiende mi causa, contra gente sin amor; Del hombre traidor y falso líbrame! (Sal 42)
De esperar que cambe nuestra vida, que cambie nuestra suerte:
Cuando Yahvé cambió la suerte de Israel nos parecía soñar, se llenó de risas nuestra boca, nuestros labios de gritos de alegría (Sal 126)
Como le pesaban las manos, sus compañeros tomaron una piedra y le invitaron a sentarse. La piedra, como símbolo de descanso, la piedra como símbolo de Jesucristo, donde únicamente encontraremos el descanso (Mt 11,28), nuestra piedra angular, donde descansa la Iglesia. Donde Pedro es también esta piedra elegida por Él. Donde se sienta Moisés, como símbolo de la Cátedra:
En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos, haced lo que os digan, pero no imitéis su conducta porque dicen y no hacen…” (Mt 23,2)
Alabado sea Jesucristo
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