El desconocimiento de Dios es tal, que pensamos en un Dios al que hay que contentar, un Dios al que nos acercamos “con temor y temblor”, en lenguaje bíblico. Los hombres de todo tiempo han querido saber y conocer los misterios de Dios, abarcarlos en su interior. Y cuando se dan cuenta de que esto no es posible, desechan la idea de la existencia de Dios. Esta es la peor forma de acercarse a Dios. Es el acercamiento por orgullo, es el pecado de Adán, querer saber lo que Dios sabe y conocer lo que Él conoce, y ser dueño y señor del tiempo y del dictado de las leyes.
Cuando uno se mira hacia dentro, y ve su pequeñez, pero la ve realmente en su interior, y la precariedad de su existencia, que hoy es y mañana no es, cuando su corazón comienza a ser sensato y, sobre todo, sincero, es cuando se hace presente en él la sabiduría de Dios.
Te gusta un corazón sincero y en mi interior me inculcas sabiduría (Sal 50)
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