En la teofanía de Mambré,- teofanía es la manifestación de Dios-, relata el libro del Génesis en su capítulo 18 un párrafo que está lleno de notas catequéticas que nos pueden ayudar a reflexionar sobre el camino de Sabiduría que, desde los primeros tiempos, Dios-Yahvé hace con su pueblo, el pueblo que él se escogió como heredad, y que es, el pueblo de los hijos de Dios, en donde estamos todos los que de una forma u otra le buscamos con el oído abierto, y con el corazón herido por nuestros pecados, pero esperanzado en su Misericordia.
Dice así: “Se le apareció Yahvé en la encina de Mambréestando él sentado a la puerta de su tienda en lo más caluroso del día. Levantó los ojos y vio que había tres individuos parados a su vera. Inmediatamente acudió desde la puerta de su tienda a recibirlos, se postró en tierra y dijo: “Señor mío, si te he caído en gracia, no pases de largo cerca de tu servidor. Que traigan un poco de agua, os laváis los pies y os recostáis bajo este árbol, que yo iré a traer un bocado de pan, y repondréis fuerzas…”
Hasta aquí este bellísimo relato. Abraham es un hombre anciano, poseedor de riquezas en ganados, trashumante y sin hijos. En aquellos tiempos y circunstancias, el tener varios hijos que perdurasen y continuasen con las posesiones del padre, era un seguro de vida frente a los ataques de los pueblos vecinos. Con el permiso de su esposa, por medio de la esclava Agar, ésta había concebido un hijo al que se le puso el nombre de Ismael. Y Dios le había anunciado el nacimiento de un hijo de su mujer Sara, que, a pesar de su ancianidad, y de la de su esposa, era la promesa de Yahvé.
En estas circunstancias vemos a Abraham sentado bajo una encina para esconderse de los calores del desierto en las peores horas de la tarde.
Este estar sentado, es una postura del que ya ha “tirado la toalla”. Se conforma con su situación. “Sentado” estaba Mateo a la mesa de los impuestos, era un “impuesto viviente”. Su vida la pasaba con esa única ilusión de amontonar el dinero de la recaudación para el pueblo invasor: Roma.
Pues Abraham también está sentado. Meditando su situación; probablemente preguntándose por las promesas de Yahvé que le reveló ser “padre de un gran pueblo”.
Y Dios “pasa” por allí. Es la imagen que luego podemos ver en el Evangelio cuando es elegido Mateo: Jesús le dice: ¡Sigueme!
Abraham levanta los ojos. Ve tres personajes misteriosos. Su actitud es como la que revela el salmista: “…levanto los ojos a los montes, de dónde me vendrá el auxilio; el auxilio me viene del Señor que hizo el Cielo y la tierra…” (Sal 120)
Y se cumple la Palabra de Dios revelada en el Salmo; el auxilio a su inquietud le viene a través de estos tres personajes que los Santos Padres de la Iglesia interpretan como la visita de Yahvé y dos ángeles (Gen 19,1)
De ahí la respuesta inmediata de Abraham: se postra ante ellos y entona: Señor, ¡no pases de largo!
Es el mismo grito de los discípulos de Emaús: “…Al acercarse al pueblo donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le rogaron insistentemente: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado” (Lc 24,28)
Quédate con nosotros, no te vayas no pases de largo…Cuando un discípulo está en la presencia de Dios, desea ardientemente no separarse de Él. No te vayas de nosotros, Jesús. ¿A dónde iremos sin ti? Responde Pedro, cuando Jesús le pregunta si ellos también se quieren ir por el anuncio de “comer su carne y beber su sangre”
Y es hermosa la actitud de Abraham: les alimenta con pan y agua; no sólo por la proverbial hospitalidad árabe, sino que recuerda el alimento que recibe el profeta Elías cuando, huyendo de la reina Jezabel, se desea la muerte preso del pánico a los pies del monte Carmelo (1R 19,6).
¡Qué hermosa la Escritura! En unas líneas hemos encontrado multitud de situaciones que, como dispersas, se unen en una sola Palabra.
Pues, nosotros, discípulos del Señor Jesús, le pedimos también: ¡Quédate con nosotros, Señor! , y si te abandonamos Tú no nos abandones, sabemos que si te somos infieles permaneces fiel, porque no puedes negarte a Ti mismo, en palabras de Pablo a Timoteo (2 Tim 2,13)
Alabado sea Jesucristo
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