Qué grandioso tiene que ser el valor del hombre para que Dios se incline hacia él y le invite a pastorear su rebaño. Sí, qué enorme es su valor, y su rebaño no es menos valioso. Lo más sorprendente de esto es que ¡el Tasador del pastor y del rebaño es el mismo Dios! No en vano pagó por ellos un precio muy elevado: su propia sangre (1P 1,19).
No hay comentarios:
Publicar un comentario