17. El discípulo de Jesús es al mismo tiempo el hombre más rico y pobre de la tierra. El más rico porque su Señor pone en su boca palabras de vida eterna; y el más pobre por no tenerlas garantizadas el día siguiente. Es esta precariedad aceptada mañana tras mañana, lo que hace que Dios le ame “cada día”; le sostenga “cada día; le acompañe “cada día”; y, por supuesto, que cada día le dé sus palabras que son espíritu y vida (Jn6,63b). Esta es la sublime precariedad que enamora a Dios.
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