lunes, 12 de octubre de 2015

Hasta el viento y el mar le obedecen MC 5,34-41 (Por Tomás Cremades)

Este día, al atardecer, les dice: “pasemos a la otra orilla”. Despiden a la gente y le llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con Él. En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca. Él estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despiertan y le dicen: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?”. Él, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: “¡Calla, enmudece!”. El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo:” ¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?” Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: ¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?

Este pasar a la otra orilla es un término quizá intrigante: ¿Qué es la otra orilla? Es quizá un éxodo, el pasar a otro lugar desconocido, a través del mar, que en la Biblia representa el mundo de las tinieblas, donde habita el Leviatán como dice el Salmo 74 (Sal 74, 14). La otra orilla es el mundo pagano, al otro lado del mar de Galilea, donde se encuentra la Decápolis romana.
Me llama la atención que en ningún momento le llaman por su Nombre. Le llevan a la barca, es como si fuera conducido por ellos sin su consentimiento inicial; va como Cordero manso, pero no por propia iniciativa.
Y le llevan “como estaba”. No indica cómo estaba; podría estar cansado, hambriento; es al atardecer, después de haber trabajado por el Reino toda la jornada, después de explicar multitud de parábolas, la Parábola del Sembrador, la de la Semilla que crece por sí sola, la del grano de mostaza; Jesús está cansado, y de hecho, al comenzar la travesía se quedó dormido.
Los discípulos le llevan en la barca; la barca representa La Iglesia; y aquí vemos a la barca -la Iglesia- zarandeada por las olas, igual que en muchos momentos de la historia. A Jesús parece no interesarle mucho este “zarandear” de la barca por las olas. Se ha sentado en el puesto del timonel, en la popa, desde donde puede dirigir la barca, y, lejos de dirigir, se duerme.
A veces pensamos en un Dios dormido: ¿dónde está Dios? Hemos preguntado tantas veces. Algunas veces lo hemos preguntado con maldad, buscando excusas para justificar lo injustificable, para tratar de demostrar lo poco que le interesa el ser humano. Otras veces preguntamos con dolor, cuando un sufrimiento nos alcanza y ya sólo confiamos en la intervención de Dios. Nos preguntamos por qué no actúa con la rapidez que necesitamos, queriendo ajustarle a Él con nuestras premisas y con nuestros parámetros.
Y Jesús duerme sobre un cabezal. El Hijo del Hombre no tiene dónde reposar la cabeza (Mt, 8,20). Ni siquiera encuentra entre sus discípulos alguien que le pueda “prestar” un apoyo, un hombro, una cama… se coloca donde puede y como puede.
Muchas veces me pregunté si realmente Jesús estaba dormido. ¿No te importa que perezcamos? Dios se deja increpar por su pueblo. Y pienso en el grito de Isaías: “¡Ah si rompieras el Cielo y descendieses! (Is 63,19). Isaías quiere despertar a Yahvé. Y Yahvé le escuchó: rompió el Cielo haciendo bajar a su Hijo.
Y el Maestro increpa al viento y se enfrenta con el mar; lo hace con autoridad; la autoridad que le viene de lo Alto. “…Y quedaban asombrados de su doctrina porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas…” (Mc 1,22)
¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?” Esta misma pregunta te la hace hoy Jesús, y me la hace también a mí. Por qué tengo miedo: miedo a las circunstancias que rodean nuestra vida, miedo a la situación política, ¿con el qué va a pasar? Miedo al futuro; un futuro que a lo mejor no llega nunca; miedo a las enfermedades… ¡Cuántos miedos! ¿Tienes miedo a perder la fe? A lo mejor no te lo has preguntado. Tu fe está tan segura:… Yo creo TODO lo que la Iglesia enseña. Está bien, eso está bien: pero no es suficiente. Hay que preguntar y preguntarse, hay que rezar, buscar a Dios en el Evangelio de cada día, en los hermanos, en los pobres, en los que no se preguntan…
En muchos textos del Evangelio, cuando alguien se acerca a Jesús para pedirle un milagro, Él contesta: Que se haga según tu fe. La fe es fiarse de Él. La definición de “creer lo que no vemos”, se nos queda corta, pequeña; la fe es saber que Jesucristo es fiel a sus promesas: “…Si le negamos Él nos negará, si somos infieles Él permanece fiel porque no puede negarse a sí mismo…” (2 Tm. 2,13)
Los discípulos no han entendido nada: se llenan de temor. Ni siquiera le nombran: ¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen? Después de las catequesis recibidas, de convivir con Él, de ver los milagros. Igual que nosotros. Mira lo que Dios hace contigo cada día, mira lo que eras y lo que ha hecho en ti, en tu alma. ¡Eso sí que es un milagro!
Cuando leas este texto, pide al Señor que también arda tu corazón, que aumente tu fe.
En el libro del Apocalipsis hay unos versos realmente asombrosos: Habla sobre “el librito devorado”. Dice textualmente: “Y la Voz del cielo que yo había oído me habló otra vez y me dijo: Vete, toma el librito que está abierto en la mano del ángel, el que está de pie sobre el mar y sobre la tierra. Fui hacia el ángel y le dije que me diera el librito. Y me dice: Toma, devóralo, te amargará las entrañas, pero en tu boca será dulce como la miel. Tomé el librito de la mano del ángel y lo devoré, y fue en mi boca dulce como la miel; pero cuando lo comí, se me amargaron las entrañas. Entonces me dicen: “Tienes que profetizar otra vez contra muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes” (Ap 10, 8-11)
¿Qué nos quiere decir Juan? La Palabra, el Evangelio, es dulce como la miel en nuestra boca; pero al comerla, nos pone frente a nuestros pecados, y nos abrasa las entrañas, es como el fuego devorador de Isaías; nos delata, pero nos limpia: “Vosotros ya estáis limpios gracias a la palabra que os he anunciado” (Jn 15,3)
Y nos avisa: “…Profetiza…” El profeta no es el que anuncia lo que está por venir, no es un adivino. El Profeta es el que anuncia el Reino de Dios. No en vano somos los cristianos un Reino de SACERDOTES, PROFETAS Y REYES.
O es que ¿no arde tu corazón cuando escuchas sus Palabras? “No ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras…)” (Lc 24,32)
Alabado sea Jesucristo

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