Amar la Eucaristía.- Conversiones.- 3.-Svetlana Stalin
SU VIDA
Svetlana Iósifovna Stálina, (1926-2011) era hija de Iosif Stalin y de Nadezhda Alilúyeva, (segunda esposa de Stalin), la cual murió cuando Svetlana contaba con seis años.
A los 17 años, Svetlana se enamoró de Grigori Morózov, judío. A los 19 años, Svetlana dió a luz a Iósif y tres años después en se divorció.
En 1949, Svetlana se casó con Yuri Zhdánov y tuvieron una hija,Yekaterina. Se divorciaron poco después.
En 1963 se enamoró de un comunista hindú e intentaron casarse pero no se les permitió. Él murió en 1966 . Svetlana fue a la embajada de los Estados Unidos en Nueva Delhi y pidió asilo político. Después de obtenerlo, se le urgió que abandonara la India para ir a Suiza, con el fin de evitar un incidente internacional. Después de pasar seis semanas en Suiza, se dirigió finalmente a los Estados Unidos.
En 1970 Svetlana se casó con William Wesley Peters y se cambió el nombre a Lana Peters. La pareja tuvo una hija llamada Olga, pero finalmente se divorciaron.
En 1982 se mudó con su hija a Inglaterra, donde entró en la Iglesia católica.
En 1984 regresó a la Unión Soviética, donde después de recobrar la ciudadanía, se estableció en Tiflis, Georgia.
Sus últimos años de vida residió en un hogar de la tercera edad en Wisconsin hasta su muerte el 22 de noviembre de 2011 por un cáncer de colon.
SU TESTIMONIO DE CONVERSIÓN
Los primeros 36 años que he vivido en el estado ateo de Rusia no han sido del todo una vida sin Dios. Sin embargo, habíamos sido educados por padres ateos, por una escuela secularizada, por toda nuestra sociedad profundamente materialista. De Dios no se hablaba.
Mi abuela paterna, era una campesina casi iletrada, precozmente viuda, pero que nutría confianza en Dios y en la Iglesia. Muy piadosa y trabajadora, soñaba con hacer de su hijo sobreviviente –mi padre– un sacerdote. El sueño de mi abuela no se realizó jamás. A los 21 años mi padre abandonó el seminario para siempre.
Mi abuela materna, nos hablaba gustosamente de Dios: de ella hemos escuchado por vez primera palabras como alma y Dios. Para ella, Dios y el alma eran los fundamentos mismos de la vida.
Agradezco a Dios que ha permitido a mis queridas abuelas que nos transmitiesen las semillas de la fe; conservaron profundamente en el corazón su fe en Dios y en Cristo.
Cuando mi hijo Iósif tenía 18 años se puso muy enfermo. Por primera vez en mi vida, pedí a Dios que lo curara. No conocía ninguna oración, ni siquiera el Padre Nuestro. Pero Dios, que es bueno, no podía dejar de escucharme. Me escuchó, lo sabía. Después de la curación, un sentimiento intenso de la presencia de Dios me invadió.
Pedí a algunos amigos bautizados que me acompañaran a la iglesia. Dios no sólo me ayudó a encontrarlo, sino deseaba darme mayores gracias. Me hizo conocer al sacerdote más maravilloso que podía encontrar, el P. Nicolás Goloubtzov. Él bautizaba en secreto a los adultos que habían vivido sin fe. Yo tenía necesidad de ser instruida sobre los dogmas fundamentales del Cristianismo. Bautizada el 20 de mayo de 1962, tuve el gozo de conocer a Cristo, aunque ignorase casi toda la doctrina cristiana.
En 1982 partimos para Inglaterra, para permitir que mi hija recibiera una buena educación europea. Mis contactos con los católicos continuaban siempre naturales, calmos y alentadores. La lectura de libros notables como el de Raissa Maritain, contribuyeron a acercarme cada vez más a la Iglesia católica. Y así en un frío día de diciembre, en la fiesta de Santa Lucía, en pleno Adviento, un tiempo litúrgico que siempre he amado, la decisión, esperada por largo tiempo, de entrar en la Iglesia católica, me brotó naturalísima, mientras vivía en Cambridge, Inglaterra.
Hay una cosa que aprendí por vez primera en los conventos católicos: la bendición de la existencia cotidiana, de cada pequeña acción y del mismo silencio. En general soy felicísima en mi soledad; en la tranquilidad de mi departamento siento en modo vivo la presencia de Cristo.
Sólo ahora he entendido la gracia maravillosa que nos producen los sacramentos, como el de la reconciliación y la comunión ofrecidos no importa qué día del año, e incluso cotidianamente.
Antes me sentía poco dispuesta a perdonar y a arrepentirme, y no fui jamás capaz de amar a mis enemigos. Pero me siento muy distinta de antes, desde que asisto a Misa todos los días.
La Eucaristía se ha hecho para mí viva y necesaria.
El sacramento de la reconciliación con Dios a quien ofendemos, abandonamos y traicionamos cada día, el sentido de culpa y de tristeza que entonces nos invade: todo esto hace que sea necesario recibirlo con frecuencia.
“El Padre celestial me ha corregido dulcemente. Fui nuevamente sumergida en una maternidad tardía que debía hacerme presente mi puesto en la vida: un humilde puesto de mujer y de madre. Así, en verdad, fui llevada en los brazos de la Virgen María a quien no tenía la costumbre de invocar, reteniendo que esta devoción fuese cosa de campesinos iletrados como mi abuela georgiana, que no tenía otra persona a quien dirigirse. Me desengañé cuando me encontré sola y sin sustento. ¿Quién otro podía ser mi abogado sino la Madre de Jesús? Imprevistamente Ella se me hizo cercana, Ella a quien todas las generaciones llaman Bienaventurada entre las mujeres.”
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