Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa
Contra gente sin piedad
¡Defiéndeme del hombre traidor y malvado! (Sal 42)
El salmista, en la precariedad que le brinda su impotencia al no poder librarse de la traición de sus enemigos, clama al Señor para que le haga justicia. Probablemente la justicia que reclama es por causa de algo que el enemigo le ha dejado a deber, ya sea de valor económico, o, lo que es más probable, en aquellos tiempos, por traiciones auténticas, faltas de todo tipo de connotación moral, o incluso de robos o asesinatos.
Pero, aun a pesar de ser cierta la demanda del citado salmista, que ya no confía en la justicia humana, y clama al Señor, único que le puede ayudar, hay una vertiente catequética que puede iluminar nuestra vida, digamos, de otra forma. Si leemos con detenimiento el comienzo del salmo, se habla de un hombre, - representante de toda la Humanidad-, que es traidor y malvado. Ese hombre podría ser uno mismo, perfectamente. Esa gente sin piedad, que le acosa, puede ser uno mismo, que ve cómo, a pesar de sus esfuerzos, no es capaz de arrancar de sí, los vicios y pecados que le encadenan. Y el Señor le ilumina de tal forma, que es capaz de decir: ¡Hazme justicia! Es decir: “¡ Ajústame a Ti !”, que es lo que, en definitiva, puede librarme de mis desdichas.
Y continúa: “…Envía tu Luz y tu Verdad, que ellas me guíen…”
El salmista sabe que, únicamente con la Luz, que es Jesucristo, revelado en su Evangelio, es la Luz y la Verdad de su vida; son la forma de “ajustarse” a Dios para ser guiado por ellas.
“…Lámpara es tu Palabra para mis pasos,
Luz en mi sendero…” (Sal 118, Num)
No hay comentarios:
Publicar un comentario