Muchas veces los cristianos, vestidos de una “falsa humildad”, consideramos no ser importantes para Dios. Frases como: “…yo no valgo nada…”, o “…soy un pobrecillo…”, cuando no: “… ¡pobre de mí!...”, pueden reflejar una soberbia encubierta que esconce un orgullo desmedido que espera el aplauso del que lo oye, con el ánimo de levantar ese pensamiento triste y aburrido de su interlocutor.
Nosotros somos importantes para Dios; Él ha muerto por nosotros con padecimientos indecibles, somos “UN PENSAMIENTO DE DIOS Y UN LATIDO DE SU CORAZÓN”, en palabras de nuestro queridísimo Papa san Juan pablo ll. Él entendió bien la existencia del hombre y su relación con Dios.
Desde siempre Dios nos conoció, y antes de que naciésemos ya pensaba en nosotros. Demos gracias, pues, al Dios de los dioses y al Señor de los señores, Jesucristo, revelado para nosotros en su santo Evangelio.
Los testimonios de los profetas son unánimes:
Antes de haberte formado yo en el vientre, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado: Yo, profeta de las naciones te constituí (Jer 1,5)
¡Oídme, islas, atended pueblos lejanos! Yahvé desde el seno materno me llamó… (Is 49, 1-5)
Por eso, estemos alegres siempre, porque el Señor nos ha visitado desde antes de nacer, y somos su PENSAMIENTO y SU LATIDO (s. Juan Pablo ll)
Alabado sea Jesucristo
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