Texto Bíblico
Alabad, justos, al Señor,
la alabanza es propia de los rectos.
Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas.
Cantadle un cántico nuevo,
tocad con maestría en el momento de la ovación.
Pues la palabra del Señor es recta, y todas sus acciones son verdad.
Él ama la justicia y el derecho, y su bondad llena la tierra.
Con su palabra el Señor hizo el cielo, con el soplo de su boca, sus ejércitos.
Contiene con un dique las aguas del mar, mete los océanos en depósitos.
Tema al Señor la tierra entera!
¡Tiemblen ante él los habitantes del mundol
Porque lo que él dice, sucede; lo que ordena, se cumple.
El Señor deshace los planes de las naciones, y frustra los proyectos de los pueblos.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él escogió como heredad.
Desde el cielo contempla el Señor
y ve a todos los hombres
Desde su morada observa
a todos los habitantes de la tierra:
él formó el corazón de cada uno,
y discierne todas sus acciones.No vence el rey por su gran ejército,
ni el valiente se libra por su mucha fuerza.
Vana cosa es el caballo para la victoria,
toda su fuerza no ayuda a escapar.
El Señor cuida de los que lo temen,
de los que esperan en su misericordia, 19 para librar su vida de la muerte,
y reanimarlos en tiempo de hambre.
Nosotros esperamos en el Señor. Él es nuestro auxilio y escudo.En él se alegra nuestro corazón,
en su nombre santo confiamos.Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros
como lo esperamos de ti.
Este salmo es un himno a la providencia de Dios. Dios permanece para
siempre, y con Él los hombres que han incubado la Palabra en su interior. El
salmista invita al pueblo a gritar: «Alabad, justos, al Señor, Cantadle un
cántico nuevo, tocad con maestría en el momento de la oración».
El pueblo de Israel es consciente de que la obra que Dios hace con sus hijos es
firme y estable por siempre. «El Señor deshace los planes de las naciones y
frustra los proyectos de los pueblos. El plan del Señor permanece para
siempre, los proyectos de su corazón de generación en generación».
El profeta Isaías exhorta al pueblo a no desmayar en su confianza en Dios:
«Yo, yo soy tu consolador. ¿Quién eres tú que tienes miedo del mortal y del
hijo del hombre, equiparado a la hierba? Olvidas a Yahvé, tu hacedor, el que
extendió los cielos y cimentó la tierra; Yo he puesto mis palabras en tu boca y
te he escondido a la sombra de mi mano, cuando extendía los cielos y
cimentaba la tierra, diciendo a Sión: mi pueblo eres tú»
El salmista se siente privilegiado por ser hijo del pueblo de Israel: «Dichosa la
nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que Él se escogió como heredad».
Jesucristo, rompió con su muerte y resurrección el muro que separaba dos
pueblos: el escogido: Israel, y los gentiles, que no habían recibido la
revelación de Dios. «Porque Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo
uno derribando el muro que los separaba, la enemistad... para crear en sí
mismo, un solo hombre nuevo, haciendo la paz...». El signo de identidad de
sus hijos es que son uno en Cristo Jesús. «ya no hay judío ni griego; ni
esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo
Jesús»
Todos los hombres que pertenecen a este pueblo, permanecen para siempre
pues, habiendo acogido la palabra de Dios, llevan el sello de la eternidad:
«Toda carne es hierba y todo su esplendor como flor del campo... la hierba se
seca, la flor se marchita, mas la palabra de nuestro Dios permanece para
siempre»
Jesús, afirma que Él permanece en el amor del Padre porque ha guardado sus
mandamientos, es decir, su Palabra: «Si guardáis mis mandamientos
permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi
Padre y permanezco en su amor.
Nosotros esperamos en el Señor, Él es nuestro auxilio y escudo. En Él se
alegra nuestro corazón, en su nombre santo confiamos. Los Apóstoles tenían
conciencia de la novedad que suponía la revelación de Jesucristo. Cómo, el
ansia de todo hombre, que es amar y ser amado, tenía en Él su plenitud. Por
eso, esta auténtica novedad para el hombre era un punto central en su
predicación: en la primera Carta de Juan, donde se identifica el vivir el amor
de Dios con la victoria sobre el mal. «Os he escrito a vosotros, hijos míos,
porque conocéis al Padre. Os he escrito, padres, porque conocéis al que es
desde el principio. Os he escrito, jóvenes, porque sois fuertes y la palabra de
Dios permanece en vosotros y habéis vencido al Maligno»