sábado, 30 de marzo de 2019
REFLEXIONES AL EVANGELIO DEL IV Domingo de Cuaresma. Ciclo C (Lc 15,1-3.11-32) 31-03-2019
jueves, 28 de marzo de 2019
Lo tenemos que contar
LA GRAN MENTIRA
Tu Reino
Un día, sin yo saberlo, nací a tu Reino
Un día, me abriste la puerta y entré
Me hablaste y te oí; escuché y comprendí
Y ese día, empecé a caminar por tus sendas
A obedecer y constatar que no hace falta hacer nada más allá que desearte
Aquel día, yo sentí tu compañía y nunca me ha abandonado
No sé dónde estás pero te siento y me enseñas
Y eres más imprescindible que el aire que hoy respiro
Ni siquiera reconozco quién fui antes de conocerte
Toda mi vida es ahora un caminar hacia ti
Un desvelar tu secreto, un esperar a que vuelvas
En el aire, en las cosas, en la gente, en la luz
He aprendido tantas cosas, pero aún no sé casi nada
Y el sentido de mi vida es levantar la mirada y cruzarme con tus ojos, solo eso, nada más
Y en ese intercambio nuestro, de tus ojos a los míos y de mis ojos a ti
Crezco y encontré el sentido de vivir para encontrarte
Vivo, respiro y anhelo que esta vida se termine para empezar a Vivir
(Olga Alonso)
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martes, 26 de marzo de 2019
A María
María, vengo a traerte una flor, casi sin darme cuenta me encuentro ante el Altar, pues me gusta estar contigo a solas para que podamos hablar.
Nada más entrar te miro a los ojos, siento tu dulzura y tu paz, me dices que me quieres y todo tu amor me das.
Yo vengo a pedirte perdón por todo lo que hecho mal y así recobrar la paz, pues necesito de este alimento para poder caminar.
Yo rezo ante ti María con todo mi corazón, y al mirarte a los ojos tú me sonríes y me das tu bendición.
Me dices que estás muy triste,que tienes mucho dolor, sabes que tu hijo va a pasar por un sufrimiento muy duro para salvar a los hombres y que al Cielo puedan llegar.
Yo te doy gracias María por tu generosidad, pues trajiste a tu hijo al mundo sabiendo el sufrimiento que él iba a pasar.
Va a pasar por un calvario que ningún hombre lo podría aguantar, y va arrastrando una Cruz donde lo van a crucificar.
Tú María lo acompañas, en ningún momento le vas a dejar, pero cada vez que se cae, sientes como si te clavaran un puñal.
Lloro contigo Señora pues sé lo triste que estás, quiero acompañarte en ese calvario, hasta la Cruz contigo poder llegar, y limpiarte esas lágrimas que manchadas con sangre están.
A pesar de estar tan triste Madre mía no pierdes ni tu dulzura ni tu paz, sigues queriendo a los hombres con locura y nunca nos vas a abandonar, a pesar de que a tu hijo le hagamos tanto mal.
Tú nos das fe y esperanza, ahora sabes que tu hijo no ha muerto, él va a resucitar y en él encontraremos la
calma, la luz y la alegría que tanto vamos a necesitar.
Madre, intercede ante tu hijo por nosotros como lo hiciste en la boda de Caná.
Tenemos que estar alegres pues Jesús va a resucitar, va a ser el Rey del mundo, pues es Dios y Señor de toda la humanidad.
(Elia Herrero)
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domingo, 24 de marzo de 2019
Salmo 40(39).- Acción de Gracias. Petición de auxilio.
viernes, 22 de marzo de 2019
REFLEXIONES AL EVANGELIO DEL III Domingo de Cuaresma. Ciclo C (Lc 13,1-9) 24-03-2019
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LA FIESTA
jueves, 21 de marzo de 2019
Ayudar
viernes, 15 de marzo de 2019
NO TEMAS, DESDE AHORA SERÁS PESCADOR DE HOMBRES
REFLEXIONES AL EVANGELIO DEL II Domingo de Cuaresma. Ciclo C (Lc9,28b-36) 17-03-2019
CONQUISTARTE
miércoles, 13 de marzo de 2019
Salmo 44(43).- Elegía nacional
Salmo 42(41).- Lamento del levita desterrado
Un hombre justo compara su búsqueda de Dios con la necesidad imperiosa que una cierva sedienta siente por encontrar unas corrientes de agua. Escuchémosle: «Como brama la cierva por corrientes de agua, así brama mi alma por de ti, ¡Dios mío!». Jesucristo nos invita a seguir sus pasos para encontrar también nosotros la vida eterna. «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame...Quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,34-35).
Jesucristo nos habla de seguir sus huellas con nuestra cruz. En ella se incrusta el mal en sus múltiples dimensiones: Dolor, enfermedad, injusticias, opresiones, soledad, etc. ¿Tienen el mal y el sufrimiento un valor en sí mismos? ¿Es el precio que tenemos que pagar para salvarnos? Si recordamos al salmista, vemos que él compara su experiencia de Dios con la necesidad de la cierva de correr exhausta, atormentada por la sed –esta es, diríamos, su cruz– hasta encontrar las aguas que la reanimen. De la misma forma, el seguimiento de Jesucristo es provocado por nuestras propias carencias, es decir, nuestra incapacidad de darnos la vida a nosotros mismos; y el Hijo de Dios, que es fuente de las aguas vivas, promete hacer brotar un manantial en el seno del que crea en Él. «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí, como dice la Escritura, de su seno correrán ríos de agua viva» (Jn 7,37-38).
Este manantial de aguas vivas que ofrece el Hijo de Dios, ya había sido prometido por Yavé, en el profeta Isaías. «He aquí a Dios, mi Salvador: estoy seguro y sin miedo, pues Yavé es mi fuerza y mi canción, Él es mi salvación. Sacaréis agua con gozo de las fuentes de la salvación... Dad gritos de gozo y de júbilo, habitantes de Jerusalén, qué grande es en medio de ti el Santo de Israel» (Is 12,2-6).
Hemos escuchado cómo estas aguas vivas del seno de Dios, son fecundas hasta el punto de dar la vida eterna. Quizá ahora entendamos mejor las palabras del Hijo de Dios citadas anteriormente: «El que me siga... hasta dar su vida por mí y por el Evangelio, la salvará...». Y es que las aguas vivas de Dios son el mismo Evangelio.
Veíamos también anteriormente que el Hijo de Dios decía que, al que creyera en Él, de su seno correrían ríos de agua viva. Salvando las distancias, el seno del creyente, convertido en manantial de aguas vivas por su acogida a la Palabra, es bendito, como bendito fue el seno de María de Nazaret cuando acogió la misión de ser la Madre del Mesías. Y fue su prima Isabel la enviada por Dios para anunciarla que su seno era bendito. «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno»(Lc 1,42).
El hombre justo, a quien Dios inspiró este salmo, es un fiel que tiene muchas contrariedades y persecuciones, hasta el punto de que sus adversarios le preguntan con ironía: «¿Dónde está tu Dios?». Sin embargo, este hombre no apaga su llama y sigue buscándole. Y no por un miedo moral sino por la sed que tiene su alma y el deseo de contemplar el rostro del Dios vivo. «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo volveré a ver el rostro de Dios?». Su búsqueda no es un camino de gloria ni de honores, sino más bien de lágrimas y desfallecimientos. «Las lágrimas son mi pan noche y día... Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué me olvidas? ¿Por qué he de andar triste bajo la opresión de mi enemigo?».
Sin embargo, inmensamente mayor que toda contrariedad, burla, ironía o persecución, es su deseo de llegar hasta el rostro de Dios, de empaparse de las aguas vivificantes que brotan de Yavé, y por eso espera en fe contra toda esperanza humana: «Espera en Dios, que volveré a alabarlo: ¡Salud de mi rostro y Dios mío!».
El hombre que acoge el evangelio que Dios Padre nos ha dado por medio de Jesucristo, tiene en sí la garantía de la vida eterna. De la misma forma que el Hijo de Dios tiene conciencia de que «ha venido del Padre y vuelve al Padre»(Jn 13,3), asimismo, la Palabrasembrada en el corazón del hombre, siendo como es un manantial nacido de la fuente, vuelve a su lugar de origen, es decir, al seno del Padre, llevando consigo al hombre-mujer en cuyo seno brotó como manantial.
Dicho de otra forma, la palabra de Dios sale del Padre y vuelve a Él. Así nos los manifiesta el profeta Isaías: «Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar... así será mi Palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié» (Is 55,10-11).
Jesucristo, que es la palabra del Padre, cumplida su misión, resucita, es decir, vuelve al Padre. De igual modo, el hombre que encarna la Palabra se convierte en un creyente que lleva dentro de sí mismo las aguas vivas: la garantía de su resurrección y vida eterna. En este contexto el apóstol Pablo llama a Jesucristo el Primogénito de muchos hermanos (Rom 8,29). Son los que nacen de la fecundidad de la Palabra, de las aguas vivas... ¡Que Dios nos conceda el don de suspirar por ellas!
(Antonio Pavía-Misionero Comboniano)
Salmo 41(40).- Oración de un enfermo abandonado
Reflexiones: Muerto y victorioso
Isaías profetiza la misión del Mesías: «El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha ungido para anunciar la Buena Nueva a los pobres, vendar los corazones rotos,
pregonar a los cautivos la liberación y a los reclusos la libertad... Consolar a todos los que lloran, darles diadema en vez de ceniza, aceite de gozo en vez del vestido de luto, alabanza en vez de espíritu abatido»
Hemos visto cómo Isaías describe la situación del hombre. Dios "abre" este horizonte estrecho, enviando a su propio Hijo, quien, acercándose a nuestra debilidad y asumiéndola, proyecta en nosotros la trascendencia que estaba oculta y era inalcanzable.
Jesucristo es la respuesta de Dios a esta nuestra pobreza y debilidad descrita por el profeta. El Mesías es el destinatario del Salmo que empieza así: «Dichoso el que cuida del débil y del pobre en el día de la desgracia: el Señor le salva. No lo entrega al capricho de sus enemigos». Es el Mesías quien se ha inclinado a todo ser humano y le ha restituido la dignidad de hijo de Dios.
San Pablo habla en primera persona al definir la debilidad del hombre; y lo dice así: «La ley es espiritual, mas yo soy de carne, vendido al poder del pecado. Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero sino lo que aborrezco... ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?» Pablo, que manifiesta su debilidad como quien vive un drama interior, tiene la sabiduría suficiente para dirigir sus ojos a Jesucristo, por quien su debilidad se convierte en fortaleza. Por eso termina el texto con una alabanza a Cristo Jesús: «Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo, nuestro Señor»
Jesucristo toma un cuerpo y se ofrece al príncipe de este mundo, presentándose como
una especie de cebo. Para rescatar al hombre asume y encarna su maldición.
Continúa Pablo: «Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose Él mismo maldición por nosotros, pues dice la Escritura: maldito todo hombre que está colgado de un madero»
Decíamos que el Hijo de Dios se presentó ante el príncipe del mal, sirviendo Él mismo de cebo, algo así como una trampa; tentando al tentador, poniendo ante sus ojos
nuestra debilidad, nuestra dolencia y hasta nuestra lejanía de Dios como algo suyo para que se cebara en Él. Así lo profetiza también Isaías: «Y, con todo, eran nuestras dolencias lo que él llevaba, y nuestros dolores los que soportaba. Nosotros le tuvimos
por azotado, herido de Dios y humillado»
El salmo anuncia esta trágica realidad así: «Comentan mi desgracia: Sobre él ha caído una peste de infierno, está acostado, ya no se va a levantar». Y es esta la impresión que tuvieron los que acudieron al Calvario: ¡Maldito por hacerse pasar por Hijo de Dios! Esta mentira de todas las mentiras, susurrada con fuerza por Satanás en
el corazón de Israel, ya había sido anunciada en el libro de la Sabiduría: «Se ufana de tener a Dios por Padre. Veamos si sus palabras son verdaderas, examinemos lo que
pasará en su muerte... condenémosle a una muerte afrentosa, pues, según él, Dios le visitará» En el salmo se anuncia que el Mesías cree firmemente que Dios le resucitará. «¡Pero tú, Señor, ten piedad de mí! En esto reconozco que me amas: en que mi enemigo no triunfa sobre mí. A mí, en cambio, me conservas íntegro, y me mantienes siempre en tu presencia». Jesucristo tiene conciencia de que, al asumir la
debilidad del hombre entregándose a su causa, pasará por un proceso de pasión, muerte y resurrección. «Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos
sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día»
Jesús, aun en las más profundas tinieblas, tenía conciencia clara de su victoria. Tenía la certeza de que poderoso era su Padre para devolverle la dignidad tan inicuamente
arrebatada. Y en su paso por el sepulcro, demostró su amor al hombre pues, al devolverle el Padre su dignidad, nos devolvió también la nuestra.
El anuncio de Jesucristo, muerto y victorioso por nuestra salvación, es el eje fundamental de la predicación de los primeros cristianos. Oigamos a Pedro: «Los que por medio de Jesucristo creéis en Dios, que le ha resucitado de entre los muertos y le
ha dado la gloria, de modo que vuestra fe y vuestra esperanza estén en Dios»
(Antonio Pavía-Misionero Comboniano)
martes, 12 de marzo de 2019
La auténtica felicidad
LA GENTE IMPERFECTA
Hay un error de base en considerar a la gente que vamos a la Iglesia como “gente perfecta”. Y, cuando te acercas a ellos, a nosotros, te das cuenta de lo imperfectos que somos. Y esto, siempre y cuando te acerques con la curiosidad, hasta quizá, “bien sana”, de querer conocer, de querer saber. Lo cual es un primer estadio para entrar.
Y es que el ser humano adolece de muchos defectos, leves o incluso graves. No somos los cristianos una excepción, ni un grupo de élite. Eso sí, somos personas que queremos encontrar a Dios, que queremos conocerle. Nadie ama lo que no conoce. Por tanto, no podemos amar a Dios si no le conocemos. Y para conocerlo, hay que buscarlo.
Es verdad que Él se nos revela cada día, y en muchos momento del día, para intimar con nosotros. Pero quizá estemos muy ocupados en nuestras cosas, y no tengamos tiempo para Dios. Y con esto, no quiero decir que no nos ocupemos de los quehaceres de cada día, pues esto también es necesario. El problema es “ignorar” a Dios.
Otras veces, cuando hablamos de Dios, te dicen: “…no necesito a Dios…He vivido siempre sin Él, y nunca me ha hecho falta”.
Los más contrarios a la fe de Jesucristo, aprovechan los escándalos y pecados de los cristianos, y ministros de la Iglesia, para atacarla, y no sin razón, pues la Iglesia, constituida por hombres y mujeres pecadores , no está exenta del pecado de sus hijos, y esto nos interpela a todos, también a los cristianos. Deberíamos ser un ejemplo de virtud, y sin embargo, sujetos como estamos al pecado original, somos igual de pecadores que los demás.
En el título propuesto: LA GENTE IMPERFECTA, me refiero precisamente a los que nos llamamos cristianos. Pero hay algo que nos distingue: somos pecadores, pero no queremos serlo. Dice Jesús: “…los publicanos y prostitutas os llevan la delantera en el Reino de los Cielos...” (Mt 18, 21-35)
¿Y cómo es eso? Pues sencillamente, porque al menos, saben que son pecadores. No hay más necio, que el que no quiere saber. Necio, en sentido bíblico, como opuesto a la Sabiduría que viene de Dios. Y porque sabemos de nuestro pecado, nos acercamos a Dios, Médico de las almas. “…no necesitan médico los sanos, sino los enfermos…” (Mt 9, 9-13)
Una última aclaración: la perfección. Es una palabra que nos induce a error. Si tenemos en cuenta la etimología de las palabras, vemos que “perfección”viene del latín: “per facere”. Si recordamos el verbo “hacer”: Facio, facis, facere, feci, factum, que significa “hacer”, comprendemos mejor: Per-fecciónes “un camino por hacer”.
Por lo tanto el que busca ese grado de perfección, o busca la perfección en cualquier trabajo o rama del saber, está realizando un camino para “llegar a ser”. De ahí que la perfección cristiana, o la gente perfecta, es la que está haciendo ese camino para llegar a ser, hacia Dios.
Cuando Jesucristo dice: “…sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto…” (Mt 5,48) está siguiendo este criterio. Nos pide que nos pongamos en ese camino de búsqueda de Dios.
Abramos nuestros sentidos al amor de Dios, revelado en el Evangelio de Jesucristo, porque Él conoce nuestro barro, y sólo pide ser amado en la libertad de los hijos de Dios, permitiendo, incluso el rechazo de ellos.
(Por Tomás Cremades)
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