Salmo 74(73)
TEXTO BÍBLICO
Poema de Asaf
1 ¿Por qué, oh Dios, nos rechazas para siempre? ¿Por qué esta cólera ardiente contra las ovejas de tu rebaño?
2 Acuérdate de la comunidad que adquiriste desde antiguo, de la tribu que rescataste como tu herencia, del monte Sión, donde pusiste tu morada.
3 Dirige tus pasos a estas ruinas sin fin: el enemigo ha arrasado completamente el santuario.
4 Los opresores rugieron en el lugar de tus asambleas, pusieron sus estandartes en el frontón de la entrada,
5 estandartes que no se conocían. Como quien empuña el hacha en el bosque,
6 destrozaron las esculturas golpeando con el hacha y el martillo.
7 Prendieron fuego a tu santuario, profanaron hasta el suelo la morada de tu nombre.
8 Pensaban: <<iArrasémolos de una vez)", e incendiaron todos los templos del país.
9 Ya no vemos nuestros signos, ya no hay profetas, y nadie entre nosotros sabe hasta cuándo.10 ¿Hasta cuándo, oh Dios, seguirá blasfemando el opresor?
10 ¿Va a despreciar el enemigo tu nombre hasta el final?
11 ¿Por qué retiras tu mano izquierda y tienes tu derecha escondida en el pecho?
12 Pero tú, oh Dios, eres rey desde siempre, y liberas por toda la tierra.
13 Tú dividiste el mar con tu poder, rompiste la cabeza del monstruo marino.
14 Aplastaste las cabezas del Leviatán, y la diste en pasto a las bestias del mar.
15 Tú abriste manantiales y torrentes y secaste ríos inagotables.
16 Tuyo es el día, tuya es la noche. Tú estableciste la luna y el sol.
17 Tú fijaste los límites de la tierra, y formaste el verano y el invierno.
18 Acuérdate, Señor, del enemigo que blasfema, del pueblo insensato que ultraja tu nombre.
19 No entregues a las fieras la vida de tu tórtola. No olvides para siempre la vida de tus pobres.
20 Piensa en tu alianza, pues los rincones del país están llenos de violencia.
21 Que no vuelva el oprimido lleno de confusión, que el pobre y el indigente alaben tu nombre.
22 ¡Levántate, oh Dios! ¡Defiende tu causa! ¡Acuérdate del insensato que te ultraja todo el día!
23 ¡No olvides el griterío de tus opresores, el tumulto creciente de los que se rebelan contra ti!
https://youtu.be/SmVhriNOHtY
REFLEXIONES DEL PADRE ANTONIO PAVÍA (extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)
Alianza nueva y eterna
Tenemos ante nosotros un salmo de lamentación. Un fiel israelita da rienda suelta a su dolor ante la devastación de Jerusalén y la consiguiente destrucción y saqueo del templo, hecho que aconteció en el año 587 A.C. La ruina ha sido total; es como si Israel se hubiese quedado sin alma. La han despojado de su núcleo vital, de su identidad.
Desde lo más profundo de su ser doliente, nuestro hombre eleva su voz a Dios con una súplica desgarradora que hace estremecer el alma: «Acuérdate de la comunidad que adquiriste desde antiguo, de la tribu que rescataste como tu herencia, del monte Sión donde pusiste tu morada. Dirige tus pasos a estas ruinas sin fin: el enemigo ha arrasado completamente el santuario... Prendieron fuego a tu santuario, profanaron hasta el suelo la morada de tu nombre».
Esta terrible descripción de la desgracia de Israel, nos recuerda la visión que Dios hizo contemplar al profeta Ezequiel. Era un campo lleno de huesos, una visión que daba a entender la deplorable situación en la que había quedado el pueblo, después del destierro que siguió a la conquista de Jerusalén por el rey Nabucodonosor: «Yavé me sacó y me puso en medio de la vega, la cual estaba llena de huesos. Me hizo pasar por entre ellos en todas las direcciones. Los huesos eran muy numerosos por el suelo de la vega, y estaban completamente secos. Me dijo: Hijo de hombre ¿podrán vivir estos huesos? Yo dije: Señor Yavé, tú lo sabes» (Ez 37,1-4).
Aparentemente, no hay ninguna esperanza. Todo en la visión habla de las sombras de la muerte. Sin embargo, la visión concluye con una promesa de Dios que levanta el ánimo del profeta, por cuyo ministerio Israel recupera la esperanza perdida: «Les dirás: así dice el Señor Yavé: He aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel... Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis...» (Ez 37,12-14). Termina esta promesa con, lo que podríamos llamar, la firma de puño y letra del mismo Dios: «Yo, Yavé, lo digo y lo hago».
Volvemos al salmo y nos damos cuenta de que el autor inspirado, más allá de la desgracia que contemplan sus ojos, tiene presente este amor y fidelidad de Dios. A pesar de tanta desolación, a pesar de que, aparentemente, no hay ninguna salida o solución ante la realidad que se impone, a pesar de que sabe muy bien que han sido los pecados del pueblo los que han provocado tanta destrucción..., nuestro hombre, impulsado por la confianza, se lanza hacia la misericordia de Dios con esta súplica: «No entregues a las fieras la vida de tu tórtola. No olvides para siempre la vida de tus pobres. Piensa en tu alianza...».
Piensa en tu alianza. Ten presente la alianza que has hecho con nosotros. ¡Tú no la puedes romper! Este es el maravilloso secreto de la confianza que alberga el salmista: Nosotros podemos romperla con nuestras idolatrías, pero Tú no. En tu alianza, pues, nos apoyamos. ¡Cuida la vida de tu tórtola! Tengamos en cuenta cómo los profetas, por ejemplo Oseas, comparaban a Israel con una tórtola.
Dios anuncia, por medio del profeta Jeremías, que va a establecer con Israel una nueva alianza. No va a se como la anterior, cuando le sacó de la esclavitud de Egipto. Esta fue rota repetidas veces a causa de la dureza de corazón del pueblo. Dureza de corazón que es propia de todo hombre; dureza provocada por nuestra absoluta incapacidad de fiarnos de Dios. Al hombre le puede costar más o menos hacer algunos servicios a Dios. Y, si esto le tranquiliza la conciencia, tales servicios se pueden hasta multiplicar. Pero somos incapaces de fiarnos de Él hasta el punto de que dirija nuestra vida y de que sean sus opciones, y no las nuestras, las que marquen nuestra relación con Él y con nuestros hermanos.
Por eso Dios va a promover, a partir de su Hijo Jesucristo, la nueva alianza grabando en el corazón del ser humano su Palabra, que es creadora. Palabra que, destruyendo el corazón de piedra, lo crea de nuevo. Esta promesa nos viene anunciada con exultación por Jeremías: «He aquí que vienen días en que yo pactaré con la casa de Israel una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para sacarles de Egipto y que ellos rompieron... Esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días: Pondré mi ley (Palabra) en su interior y sobre sus corazones la escribiré, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jer 31,31-33).
Como ya hemos señalado, la nueva alianza ha sido concedida a toda la humanidad por Jesucristo. Ha sido sellada con la sangre del mismo Dios bajo forma de cordero. Alianza que empapa el corazón del hombre por medio del santo Evangelio que, escuchado con pasión, produce frutos de santidad.