“…Vuestros nombres están escritos en el Libro de la Vida…”. Enigmáticas palabras de Jesús. San Lucas nos relata en su Evangelio, (Lc 17-20), que, después de elegir a setenta y dos discípulos – no apóstoles -, para el anuncio de su Palabra, lo que se denomina el “anuncio del Kerigma”, les envía de dos en dos, con estas palabras de ánimo: “…el que a vosotros os escucha a Mí me escucha…”.Efectivamente muchos escucharon la Palabra del Señor, pero no dice ni cuantos sí, ni cuantos no. Lo que sí sabemos ciertamente, es que cuando volvieron, estaban exultantes de gozo, de alegría, dice textualmente el Evangelio. Y así se lo comunican al Maestro: “…hasta los demonios se nos someten…!!”
Y la respuesta de Jesús es desconcertante: “…alegraos de que vuestros nombres están escritos en los cielos…”
En la Escritura, en el sentir del pueblo judío, el nombre representa mucho más que en nuestro idioma latino, español. Nosotros identificamos a una persona por el nombre que lleva, pero en la Escritura, además, el nombre representa la misma esencia de su ser. De modo que si nuestro nombre queda escrito en el Cielo, nos está indicando que nuestra persona, cuerpo y alma, todo nuestro ser, será resucitado un día para entrar en el Reino.
Entonces, ¿hay un libro donde se escriben lo malo y bueno de nuestra vida? Y, ¿quién lo escribe? Y ¿se puede borrar, o es tinta indeleble? Son preguntas que nos podríamos hacer.
Hay muchos textos que pueden darnos luz. El Libro del Apocalipsis (20,15) dice textualmente: “…La Muerte y el Hades fueron arrojados al algo de fuego, - este lago es la muerte segunda -, y el que no se halló inscrito en el “libro de la vida”, fue arrojado al fuego…”
Finalizando el Apocalipsis, en el capítulo (21, 27), cuando habla de la Jerusalén celeste, el Reino de Dios, nos dice que hay un río de agua de vida, que brotaba del Trono de Dios…y de un árbol de vida, con doce frutos a modo de medicina para los gentiles… (nosotros, somos los gentiles, asociados al pueblo de Israel).
Y en esta Jerusalén celeste, “nada profano entrará en ella, ni los que cometen abominación y mentira, sino solamente los inscritos en el libro de la vida del Cordero”.
Ya tenemos más claro, por si no habíamos intuido, que este LIBRO DE LA VIDA, pertenece y lo escribe el Cordero manso, Jesucristo.
Pero tenemos un Enemigo, el Maligno, que se describe como la Bestia, el Dragón, a quien se le concedió hacer la guerra a todos los santos y vencerlos. Se le concedió todo poder en la tierra sobre todas las razas, pueblos y naciones. Y todos los pueblos le adorarán…todos salvo aquellos que, desde la Creación, no están inscritos en el Libro de la Vida del Cordero degollado. Y estos habitantes cuyo nombre no fue escrito en el Libro de la Vida, se maravillarán con los prodigios de la Bestia. Aquí es donde se requiere sabiduría, inteligencia. Y lo dice así, exactamente en (Ap 17,8)
Al leerlo, podemos pensar que es un libro apocalíptico, con una visión del apóstol Juan, de gran imaginación plástica y poética. Y no deja de ser cierto.
Pero escuchemos a Pablo, en los últimos alientos de su carta a los Filipenses:”…Te ruego, Sícigo, igual que a Evodia y Síntique, tener un mismo sentir en el Señor. Que las ayudes, ya que lucharon por el Evangelio a mi lado, y a Clemente y demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida…” (Fp 4,3)
También en la Carta a los Hebreos, atribuida a Pablo, nos dice: “…Vosotros, en cambio, os habéis acercado al Monte Sión, ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, y a la asamblea de los primogénitos, inscritos en los cielos…” (Hb 12,22-23)
En el Salmo 56, versículo 8 se nos dice:”… ¡Abate, oh Dios a los pueblos con tu cólera! Tú llevas la cuenta de mi vida errante, ¡recoge mis lágrimas en un odre!...”
Y el Salmo (69, 29): “…sean borrados del libro de la vida, no sean inscritos con los justos…” Entendiendo por “justos” los que “ajustan” su vida a Dios.
Y para no aburrir más al lector, en el Salmo 139, 8: “…Mi embrión veían tus ojos, en tu libro están inscritos…”
Pero la tradición cristiana también se apoya en el libro del Éxodo. El pueblo ha delinquido, se ha hecho un becerro de oro, y merece el castigo de Yahvhe. Y Moisés sale en defensa de su pueblo, pidiendo perdón al Señor:”…Pero ahora…si quieres perdonar su pecado…si no: ¡bórrame del libro que has escrito!...! (Ex 32, 31-33)
Y nos da la clave: en el Libro de la Vida, que metafóricamente escribe la Escritura, en la Mente infinita de Dios, en su infinita Sabiduría, pero también su infinita Misericordia, está escrita nuestra vida. Pero Moisés nos da la solución: Puedes castigarnos, lo merecemos, pero imploramos tu perdón por los méritos de tu Hijo Jesucristo, para no ser borrado del Libro de la Vida.
Así, pues, en el Libro de la Vida, sabiduría de Dios, de, nuestra propia vida, se representa toda ella. Si miramos atrás, nos agarrarán temblores como de parto, como dice la Escritura, no seremos aptos para la Vida, nos dice Jesús, pero poniendo los ojos en el Crucificado, Él unirá nuestra vida a sus Infinitos Méritos y así seremos salvados.
Alabado sea Jesucristo
(Tomás Cremades)