lunes, 31 de agosto de 2020
CUANDO YO TE ANUNCIO, SEÑOR. (1)
viernes, 28 de agosto de 2020
Reflexión del Evangelio del Domingo XXII del Tiempo. Ordinario (Mt 16,21-27)
*¡NO TE INTERPONGAS!*
Jesús anuncia a sus discípulos que la Misión que su Padre le ha confiado conlleva su muerte miserable y afrentosa, para que el mundo se salve. Pedro reacciona intempestivamente: ¡Jamás te sucederá esto!. La respuesta de Jesús sorprende por su aspereza -sigo la traducción original- ¡Quítate de delante de mí, Satanás!. Le responde tan fuertemente para que tome conciencia de la barbaridad que ha dicho aún con la mejor de las intenciones. Pedro ha intentado interponerse entre Jesús y su Padre, desvirtuando así la Misión de Jesús en favor del mundo. Su respuesta brutal a Pedro no fue fruto de "un pronto" sino que fue como un grito de alarma a quienes pretendemos seguirle como discípulos. El ¡Quítate de delante de mí! de Jesús, se repite sin cesar a todos los Pedros de la historia..entre ellos tú y yo. Es un quítate de delante, porque solo Él sabe el camino que conduce al Padre.... no pretendas seguir tu propio camino sin Jesús, porque convertirías el Evangelio en un simple florero y tus pasos no serían "de las tinieblas a la luz" (Is 42,16) sino de tinieblas a más tinieblas aunque se coloreen con sentimentalismos. Volvemos a oír a Jesús: (atentos Pedro y Luis y Carmen y Fernando....) Quítate de delante de mí porque no sabes cómo ir a tu Padre...ten en cuenta que "Nadie va al Padre sino es por mí"(Jn 14,6). Déjate llevar por mí al ritmo de mi Evangelio.
P.Antonio Pavia comunidadmariamadreapostoles.com
viernes, 21 de agosto de 2020
Reflexión al Evangelio Domingo XXI T. Ord Mt 16,13-20
TU PALABRA
viernes, 14 de agosto de 2020
Reflexión del Evangelio del Domingo XX del Tiempo Ordinario. Ciclo A. (Mt 15,21-28)
Salmo 58(57).- El Juez de los jueces de la tierra
Texto Bíblico
¿Es verdad, poderosos, que dais sentencias justas?
¿Acaso juzgáis a los hombres con rectitud?
iAl contrario! En el corazón, planeáis la injusticia,
y, en la tierra, vuestra mano inclina la balanza a favor del violento.
Desde el seno materno se extravían los injustos, desde el vientre los que pronuncian mentira.
Llevan veneno como veneno de serpiente.
Son como víboras sordas que tapan sus oídos para no oír la voz de los encantadores, del más hábil en practicar encantamientos.
¡Oh Dios, rómpeles los dientes de la boca!
¡Señor, arráncales las presas a esos leoncillos!
¡Que se disuelvan como agua que escurre, que se marchiten como hierba pisoteada, sean como la babosa, que se derrite al marchar, como aborto que no llega a ver el sol!
Antes de que broten como espinas de una zarza, verdes o secos, ¡que se los lleve el huracán!
Alégrese el justo al ver la venganza,y bañe sus pies en la sangre del malvado.
y comenten los hombres: «¡Sí! ¡El justo alcanzará su fruto porque existe un Dios que hace justicia sobre la tierra!»
Reflexión: El testimonio de Dios
El pueblo de Israel, consideraba a sus jueces como «dioses» por la misión que les había sido confiada: la de hacer justicia a los israelitas en nombre de Dios. Pero ven que el corazón de estos jueces, está lleno de iniquidades que hacen que inclinen la balanza de la justicia hacia sus intereses.
Al salmista no le tiembla la boca en señalarlos.
Leyendo este salmo nos surge la figura de Jesucristo que sufrió en su carne la malicia e iniquidad de los jueces. Él, inocente cordero sin culpa ni mancha, será condenado como el gran pecador entre todos los pecadores.
Aquel juicio era una farsa, pues la muerte de Jesús ya estaba de antemano
decidida a causa del signo que dió con la resurrección de
Lázaro.
La condena se produce porque esos jueces veían tambalear su poder y «autonomía».
En cambio ¡qué testimonio-juicio glorioso y deslumbrante hizo
El Padre de su Hijo al resucitarle!.
El apóstol Pablo testifica lo que el Padre hace en favor de su Hijo, sometido a la iniquidad del hombre, y alaba la grandeza y el poder de Dios Padre, que ha hecho del Hijo de Dios nuestra esperanza:
«Resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo principado,
potestad, virtud, dominación y de todo cuanto tiene nombre
no sólo en este mundo sino también en el venidero» (Ef 1,20-21).