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jueves, 2 de julio de 2020

DIOS TOCA TU CORAZÓN

Hay un episodio en el Libro de los Reyes, concretamente en el capítulo 19 que profetiza lo que después en diversos episodios evangélicos podríamos llamar como “el paso de Yahvé”.

 
Sucede que el profeta Elías ha matado a los cuatrocientos cincuenta Baales y es perseguido por el ejército de la reina Jezabel para matarlo. Él ha dado testimonio público de que el verdadero Dios es Yahvé, y se ha ganado el odio y la persecución de todo un pueblo. Elías sale huyendo y se refugia en  Berseba de Judá, como nos narra el versículo 3: “…anduvo por el desierto una jornada de camino hasta llegar y sentarse bajo una retama…”. Se recostó y quedó dormido, pero un ángel le tocó y le dijo:”…Levántate y come…”Miró a su cabecera y vio una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió y bebió y se volvió a acostar. El ángel de Yahvé volvió por segunda vez, le tocó y dijo: “…Levántate y come pues el camino ante ti es muy largo…”. Se levantó, comió y bebió y con la fuerza de aquella comida caminó durante cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb.

Elías se sienta bajo una retama; es la imagen del que está vencido, derrotado, no tiene fuerzas para continuar. Son tan graves los acontecimientos que le esperan que se desea la muerte y no puede seguir. La imagen de “sentarse” ya nos indica que es un perdedor, se identifica con la muerte que intuye le espera, y está como el ciego de Jericó, al borde del camino, aceptando su mala suerte y el abandono de Yahvé.

Quizá a veces nos encontremos en esos momentos  ante una determinada situación de nuestra vida. Probablemente en los tiempos actuales nadie nos persigue para matarnos, pero los problemas del día a día se nos hacen tan pesados y la solución, si existe, es tan lejana, que  deseamos “apartar de nosotros ese cáliz amargo”. Nos recuerda algo ¿verdad? Hasta el mismo Jesucristo tuvo que pasar por este trance para redimirnos.

Aparece en la escena el ángel de Yahvé, que le toca. Lo dice dos veces. Y le pide levantarse y comer. Por decirlo de otra forma, le exige “ponerse en pie”. Es decir, tomar la postura del Resucitado, el estar en pie. Y le ordena comer para coger fuerzas. No un alimento cualquiera, le presenta una torta-suponemos de pan- y un jarro de agua.

Con este alimento se alimentaban tradicionalmente los presos a quienes se les mantenía a pan y agua para que no muriesen en la cárcel. “A pan y agua”.
En este texto hay algo mucho más fuerte: Este pan y esta agua son los alimentos que el Señor Jesús nos da como alimento cuando nos dice YO SOY EL PAN VIVO, YO SOY EL AGUA VIVA.

Es pues una imagen preciosa que ya profetiza lo que ha de ser para nosotros el alimento para el camino de nuestra vida, camino muy largo, como nos indica el texto.

En la Escritura vemos que no sobra ni falta ni una sola palabra. Ya decía Jesús: “…mientras duren el cielo y la tierra no dejará de estar vigente ni una i ni una tilde de la Ley…”(Mt 5,18).

 Y el ángel de Yahvé- que no es sino el mismo Dios-le toca

Entrando en una ciudad, se presentó un leproso que, al ver a Jesús, se echó en tierra, y le rogó diciendo: “…si quieres puedes limpiarme…”Él extendió la mano, le tocó, y dijo: “Quiero, queda limpio”(Lc 5,12-26) Y al instante quedó curado.
Veamos ahora la curación de dos ciegos que narra Mateo en (Mt 9, 20-29):
“…Cuando Jesús se iba de allí, le siguieron dos ciegos gritando: ¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David! Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: ¿creéis que puedo hacer eso? Dícenle: Sí, Señor. Entonces les tocó los ojos diciendo: Hágase en vosotros según vuestra fe. Y se abrieron los ojos.

Son  impresionantes las palabras de Jesús. Aunque el interés de esta catequesis es reflexionar cómo Dios toca al hombre en el paso de Dios por su vida, no puedo por menos de detenerme en el cuadro que nos pinta el Señor.

Los ciegos le piden a Jesús su curación, y da la impresión de que Él no les hace caso, puesto que le siguen hasta casa. No les cura inmediatamente. Nosotros, dentro de este “cuadro” también estaríamos solicitando urgentemente el milagro. ¡Cuántas veces pedimos sin saber!

Dios sabe lo que nos hace falta, y nos lo da por añadidura cuando pedimos lo que Él quiere darnos. (Mt 6, 25-34): “Buscad el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura”. Y esta justicia no es tanto la justicia distributiva como la entendemos nosotros, de dar a cada uno la recompensa que corresponde, sino la forma de “ajustarnos” a Dios, como una mano se entrelaza o ajusta a la otra. Así hemos de ajustarnos a Él buscando su justicia.

El Señor les pide fe; sólo eso, que crean en Él. Igual te pide a ti y a mí. Tener fe, que nos fiemos de Él; sabemos que todo lo puede, nos fiamos de su Bondad y Misericordia en grado tal, que sabemos que nos dará lo que pedimos si lo hacemos con fe y con la seguridad de que ya lo hemos conseguido. “…Cualquier cosa que pidáis al Padre en mi Nombre Yo lo haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo…” (Jn, 14,13)

Al ver la fe de los dos ciegos, les tocó los ojos diciendo, como hemos visto: Hágase en vosotros según vuestra fe.

Entre los innumerables textos del Evangelio en que Jesús toca a la gente, me detengo en el conocido de la curación de la hemorroisa, según relata Marcos en  (Mc 5, 21-43). Y dice así: “…Una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó el manto diciendo: si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré…”La sangre, en el contexto del pueblo de Israel, representa la vida; esta mujer perdía su vida sin poderla contener. Y llevaba doce años padeciendo este problema. Y nos podemos preguntar: ¿importa tanto que sean doce, o diez o siete? Los números, en la espiritualidad del pueblo de Israel, tiene significado. El número doce es el número de la plenitud: Las doce tribus de Israel, los doce Apóstoles, los doce años de padecimientos de la hemorroísa perdiendo su vida…

En este caso es el ser humano representado en la hemorroisa la que se acerca a Jesús para tocarsu manto. El manto, en la espiritualidad bíblica representa el espíritu o la personalidad del que lo lleva. Recordemos las palabras del profeta Eliseo cuando le pide su manto a Elías antes de ser éste arrebatado a los cielos. (2R 2, 1-18) Y observad sobre todo el versículo 13, en el que el manto de Elías se parte en dos, quedándose Eliseo con una parte.

Jesús, entre las apreturas del momento, se siente “tocado “de una manera especial; tanto que pregunta a su alrededor: ¿quién me ha tocado? La hemorroisa confiesa su acercamiento y Jesús, al ver su fe, le dice: “Hija tu fe te ha salvado, vete en paz”. Y quedó curada la hemorroisa.

¿Cuántas veces nos toca Jesucristo? No nos damos cuenta. Él tiene infinita paciencia, nos espera hasta el fin. Nos toca o nos llama a la conversión, sigue enviando profetas a la tierra; profetas-anunciadores de su Palabra. Ahí estamos nosotros, los que le buscamos, los que queremos ser sus discípulos. Somos por el Bautismo un reino de SACERDOTES, PROFETAS Y REYES, y esa gracia que Dios nos ha concedido gratuitamente, no la podemos enterrar como el siervo perezoso que enterró sus talentos. Hemos de hacerla producir, a la manera de Dios, contando a los demás sus maravillas, las que hace en cada uno de nosotros cada día. La hemos de contar con palabras y con hechos, con lágrimas y con sonrisas, llorando con los que lloran y riendo con los que ríen (Rom 12,15). Llevando la cruz de cada día al hombro, no arrastrándola. 

Mi yugo (la Cruz) es suave y mi carga ligera (Mt 11,30).El yugo lo llevan los animales enlazados entre dos; así unen sus fuerzas y, avanzando, les cuesta menos.

Jesús toma este ejemplo para indicarnos que en nuestra vida, con nuestro yugo, (nuestra cruz, pero la llama yugo), al otro lado, Él nos acompaña y tira con nosotros. ¿Te imaginas a Jesús a tu lado acompañándote en todos tus problemas? Si lo pensamos así, como nos lo ha prometido, ¡qué liviana se nos convierte nuestra carga!

Si un día, cuando te levantes por la mañana para los quehaceres de cada día, recibes una llamada que te dice: ¡no te preocupes por el pago de tu hipoteca! O te llama el Banco para decirte. ¡Tu deuda la han pagado, no me debes nada! Primero no te lo creerías, y después saltarías de gozo.

El Señor Jesús pagó con su sangre y su muerte la deuda que teníamos contraída clavándola en la Cruz. Él pagó por nosotros. ¿Hay AMOR más grande? Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo (Jn 3,16).

¿Alguien te amó así alguna vez? Este es Jesús de Nazaret, nuestro Dios, Jesucristo el Hijo único del Padre.

Que sea Él quien en este día haya tocado tu corazón, como tocó el mío, cuando, en mi pobreza, me inspiró estas reflexiones.

Alabado sea Jesucristo
Tomás Cremades 

martes, 21 de abril de 2020

EL PODER DE LA ORACIÓN

(Meditación al Salmo 62 de David ) 

En el camino del cristiano, en su peregrinar por este mundo, se atraviesan momentos de fe en alternancia con momentos de oscuridad. Es lo que en la Escritura se denomina con una frase poética: “…cuando atraviesan áridos valles los convierten en oasis, como si la lluvia temprana los cubriera de bendiciones…” (Sal 83). Y esta “lluvia temprana” que cubre de bendiciones, es la misma Palabra de Dios, reflejada en su Evangelio
El Salmo 62 de David nos dice: “...Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo…” Madrugar por Dios es “rechazar las obras de las tinieblas”. Pero en esos momentos, él está envuelto en las tinieblas de la persecución. El rey Saúl le persigue para matarlo. Tiene celos del éxito de David, que es aclamado más que a él, y le persigue. David ha salvado a su pueblo de la invasión de los filisteos, ha sido fiel a su rey…y, sin embargó ahora le persigue. Y entra en crisis, su fe se tambalea hasta el momento de exclamar: “… ¡cómo te contemplaba en el santuario, viendo tu Fuerza y tu Gloria…!” Para él eso es ya un pasado, parece que ahora no encuentra a Dios en su persecución, no ve a Dios por ninguna parte “…tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios…”  Es decir, habla en futuro, en un futuro incierto que no sabe siquiera si se va a producir. Y continúa: “…toda mi vida te bendeciré, y alzaré mis manos invocándote, me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos…”
Y sigue hablando en futuro. Ni siquiera es capaz de conciliar el sueño:”…en el lecho me acuerdo de ti, y velando medito en ti, porque fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo…”  Las alas de Dios, que David entona recordando las alas de águila protegiendo a sus polluelos…alas poderosas… que profetizan, sin saber, que estas Alas, son los Brazos abiertos de Jesucristo en la Cruz. Bajo ellas se ha de refugiar. Ya ha comenzado a pasar la tormenta, ya habla David en presente, el pasado quedó atrás…”…mi alma está unida a ti, y tu Diestra me sostiene…” La diestra de Dios que representa su Fuerza ante el Mal, ante las Tinieblas del mundo.
Pues algo parecido pasa en nuestra existencia. Hay momentos de oscuridad, es la “noche oscura del alma” de san Juan de la Cruz. Es el momento de la prueba, donde el hombre se enfrenta con su pasado, a veces hasta tenebroso…los recuerdos que me incitaron a pecar, el orgullo que se apoderó de mí…la soberbia, atributo de Satanás, me envolvió, y no fui capaz de perdonar…Todo ello es el poder de las Tinieblas que se cierne sobre nosotros: es la hora del Maligno. Y nosotros somos como David. Y aquí el título de esta reflexión: “El poder de la oración”. Es cuando debemos entregarnos a Dios, esperando como el profeta Elías, refugiado en el monte Carmelo, la manifestación de Dios. A él se le manifestó en un “viento suave”; era el Espíritu de Dios que “aleteaba” sobre su cabeza, como aleteaba en el principio de la Creación (Gen 1, 1-2)
Es cuando, entrando en la iglesia, de rodillas frente al Sagrario, entramos en comunicación con Dios. Hemos de dejar todas nuestras preocupaciones en la puerta, sin dejarlas entrar. Y allí, mirar a Dios. Él también nos mirará…cuando Él quiera, cuando disponga…y entonces, como David, me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios le alabarán jubilosos… Esta es la oración, de ahí arranca nuestra fuerza.

(Tomás Cremades) 

comunidadmariamadreapostoles.com


jueves, 19 de marzo de 2020

¿Por qué Dios no me concede lo que le pido?


¿Cuántas veces nos ocurre esto? Es humano pensar que si soy bueno, si cumplo con Dios, es lógico que él cumpla conmigo. Sí, es humano. Pero Dios no piensa así. Dios no es un “conseguidor”; ni tampoco hay un juego o un pacto entre Dios y el hombre, fiel o infiel. Si apruebo los exámenes, te pongo una vela, o voy a misa un día o hago tal o cual sacrificio. Y este pensamiento también se produce entre cualquier persona, que pide ayuda a Dios, y, a cambio, le promete cualquier acto piadoso. Este pensamiento de Dios es infantil y erróneo. No tenemos a un Dios que hemos de “contentar”, para que no se enfade.
Este pensamiento se daba en los pueblos primitivos, que ofrecían sacrificios a sus dioses, para implorara su protección, para tenerlos contentos. Dios no es así.
Entonces ¿por qué parece que a veces, no me hace caso? Indudablemente nosotros no sabemos pedir. Pedimos lo que creemos que nos conviene, pero Dios, Infinito y Eterno Presente, tiene tanto Amor a sus criaturas, que sólo les dará lo que realmente les conviene, en orden primero, a la Vida Eterna, y después, para su felicidad aquí en la tierra. 
Pero, si pedimos cosas que realmente son buenas para nuestra alma, ¿por qué no nos las concede? La respuesta está siempre en el Evangelio. Dice Lucas (18,1-8), que en una ciudad había un juez injusto que no creía en Dios ni le importaban los hombres. Esta “injusticia” del juez, más que una pura injusticia de no dar a cada uno lo suyo, que seguramente sí lo hacía, en boca del Señor quiere decir que “ no se ajustaba” a los preceptos dictados por Dios; de ahí su “injusticia”. Y hay una viuda que le reclama justicia, y la que él no hace caso; pero, harto de su insistencia, al fin decide hacerle “justicia”, a que ella demandaba. En esencia éste es el texto del Evangelio citado. 
María, nuestra Madre, nos enseña a pedir: “…no tienen vino…” (Jn 2,3), recordará a Jesús en las bodas de Caná. Dios sabe de sobra nuestras necesidades. No tenemos que decirle a Dios lo que tiene que hacer; le decimos que nos falta el vino de la fiesta; la Fiesta de su Presencia, la fiesta de estar con Él; “…Es que tienen que ayunar los invitados a la boda mientras el Novio está con ellos?...”(Mc 2, 19)
Jesucristo nos invita a las “Bodas del Cordero”, a su Fiesta. A la Fiesta del Cielo, su Reino; y nuestro gran problema es que no tenemos el vino de su Fiesta. Pidamos, pues, de ese Vino.
Pero ¡ojo! No hemos leído bien el comienzo, ni tampoco el final. Dice así (Lc 18, 1-8):
“Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse…”, - les propone la parábola que hemos enunciado-.
Y termina: “…Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”
La catequesis está muy clara: Jesús, si lo que pedimos es conforme a su Voluntad, que siempre será para nuestro bien, lo concederá: “…Todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre, tened confianza en que lo conseguiréis, y Él os lo dará, para que el Padre sea glorificado en el Hijo…” (Jn 14,13). Pero quizá lo conceda en el tiempo de Dios, que no es el nuestro, y de la forma que Dios quiere, que puede no ser exactamente la nuestra.
Y la pregunta final, duele: ¿tendremos nosotros esa fe en Él?

Alabado sea Jesucristo
(Tomás) 
comunidadmariamadreapostoles.com

miércoles, 4 de marzo de 2020

LA SALIVA DE JESÚS: PALABRA DE VIDA


Jesús y los discípulos llegaron a Betsaida. Y le trajeron un ciego pidiéndole que lo tocase. Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: “¿Ves algo?” Levantando los ojos dijo:” Veo hombres; me parecen árboles, pero andan”. Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado veía todo con claridad. Jesús le mandó a casa, diciéndole que no entrase en la aldea. (Mc 8, 22-26)
Los discípulos de Jesús tienen la experiencia de que con sólo tocarle, quedan curados. En el episodio de la “hemorroisa” se relata este hecho, que recordamos brevemente, pues no es éste el Evangelio que se medita. En esencia es el de una mujer que padece flujos de sangre desde hace doce años, y, a pesar de haber gastado todo su dinero en médicos y medicinas, no lograba curarse. Es de señalar que en aquellos tiempos, en el pueblo de Israel, la sangre significaba la vida, de forma que esta mujer perdía la vida a pasos agigantados. Ella se acerca a una multitud que rodeaba a Jesús, y toca su manto. El manto también tiene una simbología en la Escritura: representa la “personalidad”, o la “persona”. Recordemos el episodio del profeta Elías antes de ascender al cielo en un carro de fuego, y cómo su acompañante y discípulo Eliseo, le pide que al menos, antes de partir, le de las tres cuartas partes de su manto, es decir, de su sabiduría, de su persona.
Jesús se inquieta porque se siente tocado, entre esa multitud. Y pregunta: “… ¿Quién me ha tocado?...” Porque había salido de él una fuerza que no es de este mundo. Y con esta Fuerza de Jesús, con solo tocar el manto, quedó curada. ¡Qué grande es tu fe! Le dijo Jesús
Pues con esta experiencia de los apóstoles, le traen un ciego para que Jesús le toque.
Jesús lo saca de la aldea, no quiere que le tomen por un milagrero, no desea que le coronen rey…Le saca de la aldea quiere significar que le aparta del mundo en que vive, le lleva a su mundo, el mundo de Dios. Y cogiéndole de la mano, como a un niño, pues ha nacido de nuevo para Dios, le unta saliva en los ojos.
La saliva representa la Palabra que sale de su boca; y la Palabra que sale de su boca nos lleva al Evangelio. Por su Poder, puede devolverle la vista. Jesús le impone las manos, situación que luego retomaría la Iglesia con la imposición de manos llamada “epiklesis”, que es una invocación al Espíritu Santo, para que con su poder realice el milagro. En la Eucaristía dominical, cuando el sacerdote, por el poder recibido de Dios,  transforma el agua y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, observemos ese detalle de la imposición de manos sobre el altar, para que sea el espíritu quien  realice el milagro. Jesús, con este signo ante el ciego, inaugura por así decir, el signo del envío.
El ciego, a la pregunta de Jesús, dice ver como “árboles” que se mueven. Muchas veces decimos que los árboles no nos dejan ver el bosque. En este caso, el Señor Jesús, por medio del ciego, en el bosque de la vida donde estamos inmersos, no le impide ver el árbol que somos cada uno de nosotros. Y el ciego lo dice elevando los ojos, mirando al que le llevaba de la mano, mirando al cielo.
Hay una consecución de detalles que nos llevan de un lado para otro con distintas notas catequéticas. Es hermosa la Palabra que Dios revela en la Escritura, acercándonos por diferentes cauces al agua Viva de su Mensaje.
En la segunda imposición de manos, el ciego miró. No dice como antes, vio, sino miró. Detuvo su mirada. Una cosa es “ver” y otra “mirar”. Es una apreciación minúscula e importante, para nuestra vida. Está en sintonía con “oír” y “escuchar”, que son conceptos diferentes, y que, por abuso del lenguaje, nos pueden parecer lo mismo.
Y Jesús, una vez curado, le dice no entrar en la aldea.  ¿Y por qué no, entrar? ¿No les agradaría a sus familiares y amigos verle curado? No es eso. La expresión de Jesús es la de “no volver a entrar en su vida anterior”, renacer del agua y del Espíritu.
Adorado y alabado sea Jesucristo

(Tomás Cremades) 

comunidadmariamadreapostoles.com

viernes, 21 de febrero de 2020

JESUCRISTO, ROBLE DE JUSTICIA (Meditaciones al Salmo 79)

Es admirable – no encuentro otra palabra más adecuada -, observar cómo la Palabra de Dios, revelada en las Escrituras, y concretamente en los Salmos, se nos presenta en este Salmo. Mucho más, si tenemos en cuenta que se escribió muchos siglos antes que incluso naciera Jesús. Digo esto porque hay unos versículos que retratan exactamente sus inicios. Dice así: “…Sacaste una vid de Egipto, expúlsate a los gentiles y la trasplantaste, le preparaste el terreno y echó raíces hasta llenar el país…”
Jesucristo se proclamará más tarde como la Vid verdadera: “…Yo Soy la Vid verdadera, y vosotros los sarmientos…” (Jn 15, 1-8)
Y es que Jesús fue llevado nada más nacer a Egipto, por orden de Dios, enviando un ángel a José, para huir de las garras de Herodes. Y desde allí, cuando se cumplió el tiempo oportuno, volvió a Nazaret. En palabras del salmista, fue “trasplantado”. No fue arrancado, sino que, “trasplantado”, conservó todo su poder, belleza, y Sabiduría, para ejercer su Misión: el envío del Padre.
Y este “trasplante” fue perfecto, como no podía ser de otra manera, pues era Voluntad de Dios. Sabemos que al trasplantar un árbol, - en este caso, el Roble de Justicia, por excelencia: Jesucristo-, se ha de abonar el terreno. Pues en este caso, Dios Padre preparó el terreno, la venida de Jesús,  con el anuncio del Bautista: “…Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo, porque irás delante de Dios a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados…” profecía de Zacarías, esposo de Isabel, exultando de gozo por el nacimiento de su hijo, Juan.
Continúa el Salmo: “…su sombra cubría las montañas…” Curiosa apreciación que no nos puede pasar desapercibida. En la anunciación del ángel Gabriel a María, después del saludo, le dice: “…la Fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra…”, para explicarle cómo se produciría la Encarnación de Dios en ella. Identifica la Sombra del Altísimo con su Fuerza, que, como sabemos, significa en la Escritura el Poder de Dios, su Santo Brazo.  Pues este Poder, esta Sombra, cubría hasta las montañas…su Poder prevalecía sobre los montes, que, representan los lugares donde habitan los dioses humanos…Toda la Escritura, Palabra revelada por Dios, está sí perfectamente construida, perfectamente ensamblada.
Si vamos a Isaías, aclararemos un poco la expresión “Robles de Justicia”. En hebreo, roble se traduce por “ayil”, que, literalmente significa: Algo fuerte, un apoyo fuerte. Y Roble de Justicia, es pues algo que siendo fuerte se ajusta a Dios. ¡Qué maravillosa revelación!
Cuando Jesús inicia su vida pública, se presenta un día en la sinagoga y le eligen para la lectura. Abre el rollo del libro, y lee en Isaías 61: “…El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido: para anunciar la Buena Nueva a los pobres, vendar los corazones rotos, pregonar la libertad a los cautivos, y anunciar un año de gracia de Yahvé…” (Is 61, 1-3) Y continúa más adelante: “…se les llamará “robles de justicia”, plantación de Yahvé, para manifestar su Gloria…”
Cuando Jesús terminó esta lectura dijo: “…Esto que habéis oído se cumple hoy en Mí…” (Lc 4, 16-23) En Él se cumple la Escritura, como Él mismo revela, es el excelso “Roble de Justicia” que se ajusta a Yahvé, es el “Ayil” hebreo, la Roca firme, el apoyo del cristiano, del discípulo.
Para terminar, podemos pensar aquella frase de Isaías: “…sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación…”(Is 12,1-6), para indicar que, las aguas que Dios nos permite meditar, son el mismo Jesucristo, el agua Viva, que nos alimenta de su Fuente, tal y como explicó a la Samaritana. Y entonces podremos exultar de gozo: “… ¡Qué grande es, en medio de Ti, el Santo de Israel…”

(Tomás Cremades) comunidadmariamadreapostoles.com

lunes, 3 de febrero de 2020

EPULON Y LAZARO

Ambas nombres se recogen en la parábola que relata el Evangelio de Jesucristo según san Lucas (16.19-31). Remito al lector el texto completo, sacrificándolo en aras de poder explicar algunos matices del mismo.
Los personajes son ficticios, no necesariamente reales, pues el Señor, en sus catequesis (*) hace resonar su Palabra en los oídos de sus discípulos.
Y emplea dos nombres que, ya de por sí, tiene significado en el texto evangélico. Epulón se denominaba a los sacerdotes de la antigua Roma que dirigían los banquetes que se hacían a los dioses para aplacar su ira; controlaban la calidad del rito al objeto de evitar faltas en el mismo. Etimológicamente viene del latín “epulo, banqueteador o comilón”.
La palabra Lázaro proviene etimológicamente de Eleazar, que significa “Dios me ayuda”.
Eleazar era el tercero de los hijos del sacerdote Aarón, hermano de Moisés.
Por tanto, Jesucristo ya está dando a entender cómo son ambos personajes. Sabemos que, según el relato evangélico, Epulón fallece y es enterrado, y sufre las penas del Hades. El “Hades” es la expresión gregorromana del infierno, de forma que Jesús está ya hablando para un público no sólo judío, sino también griego y romano.
Lázaro es llevado “al seno de Abraham”, expresión bíblica del Cielo. Y continúa el texto anunciando los terribles sufrimientos del Hades o infierno, en forma de “llamas”. Epulón levanta los ojos, y al igual que el Salmo 120:” …levanto los ojos a los montes, ¿de dónde me bien el auxilio? El auxilio me viene del Señor…” implora compasión. Pero ya es tarde, le dice Abraham, al que Epulón llama “padre Abraham, pues nadie puede pasar del cielo al infierno y viceversa.
Epulón se sabe culpable, pero, ante la imposibilidad de la situación, pide que Lázaro moje su lengua con el dedo recién refrescado en agua.
Nuevamente yerra en su petición, y, no obstante, insiste en el bien, ya no suyo, sino de sus hermanos. Pide que vaya Lázaro a avisarles. La respuesta de Abraham es fulminante: “…tiene a Moisés y los profetas, ¡que los oigan!” No dice ni siquiera que los escuchen; ¡se conforma con que los oigan!
Epulón insiste: “... ¡si ven a un muerto se convertirán!” Y nuevamente Abraham le fulmina: “…si no oyen a Moisés y a los Profetas, tampoco se convertirán, ni aunque un muerto resucite…”
Magistral respuesta de Abraham. Magistral la enseñanza de Jesús, que pone en boca de Abraham esta profecía: Tampoco muchos creerán la resurrección de Jesucristo, habiéndole visto muerto. El tiempo ha dado la razón


(*) Catequesis: palabra griega que viene del verbo ϗατ€ϗ€ꞷ (katekeo) que significa: “poner en resonancia la Palabra de Dios, o hacer resonar la Palabra de Dios”

(Tomás) 

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lunes, 20 de enero de 2020

JESUCRISTO, NUESTRO DEFENSOR

Cuando el hombre se ve todopoderoso en la tierra porque todo le va bien, entonces se olvida de Dios. Cree no tener necesidad de Él. No se considera oveja, ni reconoce a su pastor. De oveja pasa a ser cabra, animal que será separado de las ovejas en la expresión metafórica de separar los buenos de los malos; y es que la cabra, con los cuernos, ataca, no es el paradigma de la sumisión. La oveja conoce la Voz – la Palabra – de su Amo –Jesucristo -, y le ama, y le ama tanto, que cuando el pastor muere, la oveja con el tiempo, también fallece (argumento comentado por varios pastores). Y, como el hombre ataca, entonces ya no necesita un dios (con minúscula), que le ayude. No seamos así: dejemos que el Señor Jesús sea nuestro Defensor, sea nuestro Testigo Fiel, que nos defienda en el Juicio ante el Padre
Cuando el hombre se defiende de sus enemigos, que comienzan por su Ego, y continúan por el amor incondicional al dinero, no necesita otro defensor. El hombre sabio, con la Sabiduría de Dios, no necesita defenderse,  tiene alguien que lo hace por él: Jesucristo.
Por eso vivo contento con mis debilidades, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte (2 Co 12, 9b-10) .


Alabado sea Jesucristo

(Tomás Cremades) 

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miércoles, 18 de diciembre de 2019

SEÑOR, ¿QUÉ QUIERES QUE HAGA?

Quizá sea esta una buena disposición para entrar en oración. O quizá, mejor, la pregunta la podríamos entonar así: ¿Cómo me puedo dejar hacer por Ti? Y, ahondando un poco más, podríamos pedir: ¡Señor, indícame el camino que tienes preparado para mi, que sea yo capaz de descubrir, a la Luz de tu Evangelio, cuál es el sentido de mi vida!
La vida la vamos llenando de experiencias que no nos satisfacen, aunque sean buenas…pero siempre dejan un poso amargo de no llenar completamente nuestra alma. San Agustín lo expresaba así: “…Nos hiciste para Ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti…” ( Del Libro de las Confesiones)
La pregunta inicial ya entraña un error semántico: “hacer”, sinónimo de “crear”, en el lenguaje bíblico. Efectivamente, el libro del Génesis nos relata la Creación de mundo en siete días: “…Hizo Dios el cielo, y la tierra, y todos los animales…”, significando la creación de todos los elementos vivos e inertes del Universo. Pero esta potestad de crear es sólo patrimonio de Dios. El hombre transforma lo creado, descubre lo que Dios dejó en la Naturaleza para que complete la obra de su Creación. Pero sólo Dios crea= hace.
Por ello, ¿cómo preguntar qué hacer? Él es el único que puede hacer (crear) en nosotros. Y nos dirá David: “… ¡Oh Dios, crea en mi un corazón puro…”(Sal 50), un corazón puro que en el sentido de la Escritura quiere decir un corazón que no sea idólatra, que no vaya detrás de esos ídolos de barro, que no pueden salvar. Sólo él puede volver a crear un corazón nuevo, como le pide David.
Esos ídolos que “…tienen ojos y no ven, oídos y no oyen, tienen manos y no tocan, tiene nariz y no huelen…” (Sal 115, 5-7).

(Tomás Cremades) 
comunidadmariamadreapostoles.com


miércoles, 27 de noviembre de 2019

SINTONÍA ENTRE EL ANTIGUO Y NUEVO TESTAMENTOBENEFICIOS DE DIOS PARA CON SU PUEBLO (Deuteronomio 32, 1-12)

Es inspiración Divina toda la Escritura, pero hoy quiero detenerme en el libro del Deuteronomio, inspirado a Moisés. Todo el Antiguo Testamento es una preparación para la explosión de Dios en el Nuevo Testamento, y más especialmente en el Evangelio de Jesucristo.
El primer beneficio del pueblo de Israel, y, por ende, a nosotros, es “escuchar la Palabra”. Así nos dice este texto: “…Escuchad, cielos y hablaré…”. Ya nos lo había recordado Dios en el Shemá: “…escucha, Israel…”. Y la Palabra, que es el mismo Jesucristo, ya nos la va revelando cuando la compara con algo sencillo, para ser entendido por los hombres de la época: la lluvia. Imagen de la Palabra de Dios, que va impregnando como rocío, como llovizna, como orvallo, que es la lluvia fina propia de zonas montañosas como Asturias. 
Y comenta: “…voy a proclamar el Nombre de Señor…”. Y es que el único Nombre sublime, el único que se proclama es el Nombre de Jesús. Más tarde, muchos siglos después nos lo recordará Pablo en la carta a los Filipenses: “…Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios…por eso Dios le concedió el Nombre sobre todo nombre…”. Y aquí, está oculta la identificación del Nombre de Jesús con el Evangelio, ya que la única palabra que se proclama es el Evangelio de Jesús.
“Él es la Roca, sus caminos son justos, es un Dios fiel, Justo y recto”…En multitud de Evangelios Jesús se identifica como la Roca; podemos citar, por ejemplo cuando habla que el Reino de Dios (que es Él mismo), se parece a un hombre que edificó su casa sobre Roca, y, aunque vinieron las tempestades, no se derrumbó…Roca que nos ha transmitido a nosotros, sus discípulos, a través de Pedro, su representante en la tierra:
“…tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…”. Jesús, además, es el Camino, la Verdad y la Vida, que ya anuncia aquí cuando habla de la justicia que representan sus caminos; que, por otra parte, es la justicia que “se ajusta” a Dios.
El texto va desgranado el paso del pueblo de Israel de la fe a la idolatría, cuando en la Fuente de Meribá, se hace el “becerro de oro”. ¡Cuántas veces, en nuestra vida, habremos construido nuestro becerro de oro, poniendo una vela a Dios y otra al diablo!
El pueblo de Dios, que él se escogió como heredad suya, nosotros, lo encontró en una “soledad poblada de aullidos”, dice el texto. Estremecedoras palabras: el hombre se siente solo en un mundo lleno de todo, menos de fe; un mundo poblado de aullidos de lobo, donde, a pesar de las multitudes, el hombre se siente sin Dios, porque él mismo lo ha echado de su lado. Por eso dirá san Juan: “la Palabra (Jesucristo), vino a este mundo y el mundo no la reconoció; vino a su casa, y los suyos no la recibieron…” Y, a pesar de ello, Jesús extendió sus alas cual águila real y los llevó sobre sus plumas, nos dice al final el texto. Las alas del águila, que son los brazos abiertos de Cristo en la Cruz. 

(Tomás Cremades) 
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lunes, 18 de noviembre de 2019

EL GRANO DE MOSTAZA

¿Cuántas veces no nos habremos preguntado cómo será el Cielo? “…El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza, que, siendo la más pequeña de las semillas, cuando crece se hace un árbol donde anidan las aves del cielo...”. Así nos lo dice Mateo (Mt 13, 31-33).
Cuando Jesucristo nos relata en su Evangelio (Mc 4,1-9) la Parábola del Sembrador, nos dice que salió el sembrador a sembrar…Es muy conocida y muy fácil de entender. Y en ella la semilla que va cayendo al borde del camino, entre zarzas, en terreno pedregoso…y en tierra buena, nos está diciendo que esta semilla es su “Palabra”, su Evangelio. Hay una semejanza total entre la semilla y la Palabra.
Y si unimos los dos textos, vemos que el grano de mostaza, en cuanto a  semilla, es la más pequeña de las semillas…es decir: la Palabra que recibimos de Dios, en los comienzos de fe de cada persona, es una semilla pequeña; que se va haciendo grande según avanzamos por su Camino, que es Jesús. Y hay un detalle curioso: una vez formado un árbol grande, es decir, cuando nuestra fe es adulta, anidan en él las aves del cielo. No anidan las aves que andan por la tierra, sino las que ya son “del cielo”.
Y hablando de fe: se presenta un centurión, - pagano -, a Jesús, y le pide la curación de su criado. (Mt 8, 5-13) Jesús le dice: “Yo iré a curarlo”. Pero el centurión no quiere molestarlo, y le dice estas hermosas palabras, que recordamos al ir a comulgar su Cuerpo y su Sangre: “…Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano…” Jesús, una vez realizado el milagro, dice: “…os aseguro que en Israel no he encontrado una fe tan grande”
El centurión es un hombre pagano, y le llama: Señor. Nombre sólo reservado a Dios.
En la vida pedimos muchas cosas a Dios. Y lo pedimos con urgencia, y queremos verlo ¡ya! Y si no lo vemos inmediatamente, pensamos que Dios no nos escucha…
¡Qué necios somos  a veces! Necios que en el lenguaje de Jesús es “opuesto a la sabiduría”. Lo primero que hemos de pedir es cosas buenas; buenas según el pensamiento de Dios, no siempre son buenas para nosotros. Claro, alguien dirá: ¿y cómo conozco el pensamiento de Dios, para saber si es bueno para Él?
Esta es la pregunta que nos induce el Maligno; normalmente sabemos muy bien si lo que pido se “ajusta” a Dios. Es saber si lo que pido es un capricho, o es algo que sabes positivamente que Dios quiere en orden a tu salvación.
Ya tenemos dos puntos: pedir algo bueno para nosotros, en orden a Dios, y estar seguro de que si es así, Dios lo quiere.
Surge un problema: Dios respeta nuestra libertad. Supongamos que pedimos la fe para un hijo. Es bueno en orden de Dios. Dios lo quiere, pero puede ocurrir que el hijo no tenga el más mínimo deseo de contactar con Dios.
En ese caso, por otro lado muy frecuente, tengamos la fe del centurión: Señor, tú encontrarás el momento para revelarte al hijo como oveja perdida. Te presentarás como a los discípulos de Emaús…cambiarás su corazón. No hace falta que yo lo vea, porque confío en Ti
Dijo Jesús: “…cualquier cosa que pidáis al Padre en mi Nombre, tened la confianza de que ya lo habéis obtenido y yo os lo daré… (Jn 14,13)
(Tomás Cremades) 
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martes, 12 de noviembre de 2019

La oración más bella

Dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando recéis no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros orad así: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu Voluntad, así en la tierra como en el Cielo; danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”. Porque si perdonáis a los hombre sus ofensas, también os perdonará vuestro padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas”. (Mt 6, 7-15)
Podríamos llamar a este Evangelio como: “la Oración más bella salida de los labios de Jesús”. Antes de que Jesucristo enseñase esta oración a sus discípulos, los israelitas fieles a Yahvé rezaban con los libros sagrados del Pentateuco: Génesis, Éxodo, Números, Levítico y Deuteronomio.
Pero los Apóstoles, al ver al Señor rezar a su Padre, le instaron: “…enséñanos a orar” (Lc 11,1-13). Concretamente fue uno de sus discípulos el que le pidió este maravilloso deseo. Y el Evangelio no dice quién fue el discípulo que lo solicitó. Se ha mantenido en el anonimato este discípulo, que ni siquiera sabemos que fuera uno de sus apóstoles. Sería hermoso imaginar que este discípulo anónimo pudiera ser cada uno de nosotros…Y es que esta petición, arranca del corazón humano, al ver cómo rezaba Jesús.
Dicen los Santos Padres de la Iglesia que un cristiano no lo es hasta que no ha visto a otro cristiano. Es decir: Al ver la vida que vive un cristiano en sus múltiples facetas, ese ejemplo arrastra un deseo incontenible que le impulsa a ser también cristiano. Lo cual, dicho sea de paso, nos interpela enormemente.
Pues éste es el caso de ese discípulo. Y Jesús le enseña, curiosamente, con siete “enseñanzas”, que por el número indicado, el siete, ya nos lleva a la plenitud. El siete, como otros muchos números de la Escritura, tiene un significado simbólico, que nos acerca a la revelación. El siete es “la plenitud”. Siete son los sacramentos, siete los dones del Espíritu Santo…siete los días de la Creación, siete pecados capitales…y así podríamos continuar.
Sirva este “entreacto” como un aperitivo que dejamos al lector como parte de la meditación, que debe siempre acompañar a cualquier ocasión que tengamos en donde se hable de Dios y sus enseñanzas.
Estas siete peticiones que elevamos en el Padrenuestro, ya nos indican que la plenitud de nuestra oración está encaminada por ahí.
La oración comienza con la llamada a un interlocutor: el Padre de Jesús. Pero tiene algo esencial: Dice: “Padre nuestro”, no “Padre mío”. Jesús nos está diciendo claramente que el discípulo que invoca a Dios reconoce en Él a su Padre, no solo al Padre de Jesús. Lo que implica que Jesús es nuestro excelso Hermano.
Y nos dice que está en los Cielos. Sabemos que el Cielo no es un lugar físico, sino que es un “estado” del alma donde se encuentra Dios.
El fiel orante pide claramente que sea  su Nombre santificado. El nombre para un israelita no tiene el mismo significado que para nosotros, que procedemos de una cultura greco-romana, y que nos sirve para diferenciar una persona de otra, simplemente. En el pueblo de Israel el nombre representa “la esencia del ser”. Recordemos que Adán “puso el nombre “a todo lo creado”. (Gen 2, 18-20)
Y en la Carta a los Filipenses dice Pablo: “…por eso Dios le concedió el Nombre sobre todo nombre, de modo que al Nombre de Jesús toda rodilla se doble en el Cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fp 2,6-11)
Así, pues, pedimos al Padre que el Nombre de Jesús, su Esencia de Dios, sea reconocido en todo el Universo, como criterio de salvación y honra y honor a Él.
Que venga su Reino es pedir que Jesucristo,- verdadero Reino de Dios-, venga a nuestros corazones. Y al pedir que se haga su Voluntad en la tierra y en el Cielo, podemos volver la oración por pasiva así: En el Cielo es indudable que se hace la Voluntad  de Dios; entonces podemos decir, sin temor a errar,  que donde se hace la Voluntad de Dios, ahí está el Cielo. Y de aquí deducimos que el Cielo comienza ya desde ahora y continuará después de la muerte.
Pedimos su pan; pero: “…no sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios…” (Mt 4,4)
El Padre conoce nuestras necesidades, no nos dejará sin el alimento que no perdura, el pan, pero hemos de pedirle el “Pan de su Palabra” que es su Evangelio, para alimento del alma, que perdura.
Dios es consciente de nuestras debilidades, conoce nuestro barro, por eso dice que pidamos: “…perdona nuestras ofensas…”. Sabe que vamos a pecar, y está dispuesto a perdonarnos si nosotros hacemos lo mismo con nuestros hermanos. Además nos brinda el auxilio para “no caer en el tentación”, librándonos de “ese mal” que es el Maligno Satanás.
Este es el camino de salvación que nos enseña Jesús, Hijo del Padre, nuestro Hermano.

(Por Tomás Cremades) 

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jueves, 7 de noviembre de 2019

DORMIR CON CRISTO

Haz esta experiencia: toma un crucifijo, colócalo debajo de la almohada, entre la almohada y la funda, y mantenlo así toda la noche. Es como si recostaras tu cabeza en Él.
Te será más fácil rezar, y hablarle, y le sentirás más cerca de ti. La noche se llena de tinieblas y parece que los problemas se agrandan, y cuando amanece, todo parece más fácil. De la mano de Jesús la noche está llena de su Luz.
Como el discípulo amado, Juan, que recostó su cabeza en el pecho del Maestro, y escuchó los latidos de su corazón, y que representa a todo discípulo, podremos recostar nuestra cabeza en la cruz de Jesús.
“…Verán al Señor cara a cara y llevarán su Nombre en la frente
Ya no habrá más noche, ni necesitarán luz de lámpara o del sol
Porque el Señor irradiará su Luz sobre ellos
Y reinaran por los siglos de los siglos…” (Ap 22)


(Tomas Cremades) 

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viernes, 1 de noviembre de 2019

EL MAL SE VENCE A BASE DE BIEN


Esta afirmación, en los tiempos que corren, puede carecer de sentido: la venganza está presente en todos los estamentos de la sociedad. Es el “ojo por ojo y el diente por diente” de la Ley. Incluso está reflejado en la Escritura., hasta que vino el Hijo del Hombre, Jesucristo, a poner luz y taquígrafos en la ley.
Las leyes humanas, en un ordenamiento jurídico actual, en la mayoría de los países civilizados de nuestro entorno, aplican con mayor o menor rigor las leyes humanas que permiten sobrevivir, con mayor o menor satisfacción por parte del individuo administrado.
Pero salvando este inicio, el texto quería referirlo a un tema más cercano, más, incluso, familiar, que se propicia por las pequeñas rencillas, que provocan grandes enfrentamientos. Va en aumento la llamada “violencia de género”, sobre todo contra las mujeres, como ser más débil en cuanto fuerza física, aunque también hay casos contra el varón.
No es este texto para buscar las causas que inducen a tan horrible situación, lacra de esta sociedad, que no sabe a dónde va. Nunca tales actuaciones podrán ser admitidas ni consentidas. Me refiero, más bien, a pequeños enfrentamientos “inter pares”, ente “iguales”, o más o menos “iguales”. Las desavenencias conyugales son un ejemplo de ello. Cítese como ejemplo la aspereza de la relación, el desinterés por el otro, el descrédito de actos bien realizados, quitando méritos a cualquier cosa incluso pequeña; el descrédito en público de la mujer al marido, o viceversa, considerando a ésta o a ésta incapaz de determinada situación…Los silencios entre personas que conviven en una casa, padres, hijos…que muchas veces son más elocuentes que las propias palabras…
Pero hay desavenencias entre trabajador y jefe, hay desavenencias incluso en la calle, en el tráfico…Y me pregunto: ¿A dónde va la humanidad? ¿Estamos condenados a esta infelicidad? ¿Es que no se encarga ya la vida misma, con sus propios quehaceres, de hacernos difícil la convivencia, para añadir más leña al fuego?
Existe solución. Y la solución pasa por levantar los ojos a Dios. El mal se vence a base de bien. No responder al mal con el mal; no responder con el:”tú más”, vergonzante de los políticos, de algunos, no de todos.
Esto requiere mucha paciencia, y sobre todo, en primer lugar, “tomar conciencia” primero de la existencia del problema, y poner en práctica el precepto evangélico: No hacer  a otro lo que no quieres que te hagan a ti.
El Evangelio, única forma de conducta fiable, fiable para la Vida que anhelamos, nos pone Luz en nuestras tinieblas, la Luz de Cristo. Nos dice Jesús, en el discurso Evangélico de las Bienaventuranzas: “…Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo: no os resistáis al mal; al que te abofetee la mejilla derecha, ofrécele también la otra; al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica, ofrécele también el manto; y al que te obligue a andar una milla, vete con él dos…” (Mt 5, 38 y ss)

¿Queremos seguir a Jesús? La respuesta está dada.
Si todas las religiones tienen una “semilla de Dios”, la única que mantiene estos preceptos es la de Jesucristo, la religión Católica.

(Tomás Cremades) 

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viernes, 18 de octubre de 2019

Pagar al Señor


Dice el Salmo 116, versículo 12:
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que  me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación invocando su Nombre… 


Por mucho que nosotros queramos, nunca podremos pagar al Señor todo el bien que nos hace. Hay muchos cristianos que consideran que la relación con Dios es un contrato, un convenio, casi como un trueque: …si consigo esto, te pongo una vela; o si me haces este milagro, te rezo no sé qué novena…
No están mal las devociones, siempre que nos lleven a Dios, y no nos aparten de la Verdad, que es Jesucristo y su Evangelio. Pero esa forma de proceder como si se tratara de un pacto: te doy si me das, o al revés, es pagano, no cristiano.
¿Por qué, pues, el salmista entona esta pregunta? El único que es capaz de pagar al Señor en condiciones de igualdad es Jesucristo Nuestro Señor, que intercediendo ante el Padre por nosotros nos libró de la muerte merecida por nuestros pecados y los clavó en la Cruz.
Sabemos que los Salmos se cumplen en Jesucristo y en todo el que busca a Dios. Y es el mismo Jesucristo el que se hace la pregunta ante el Padre. Y Él mismo se la contesta, alzando la copa de la salvación en Nombre de Dios.
Esta copa es la que ofreció a los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan:
¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber? (Mt 20,22). Es el episodio en que la madre de los discípulos pide a Jesús que sus hijos se sienten a ambos lados de él en su Reino.
Naturalmente que los discípulos contestaron que sí; hubieran contestado cualquier cosa con tal de tener poder. Contestaron sin saber lo que decían. Y  Jesús profetiza sobre ellos: “…el cáliz lo beberéis, pero el puesto a mi derecha lo tiene reservado mi Padre…” Es el cáliz de la Pasión, del martirio, que, efectivamente, luego les acompañó.
Jesucristo, en la Cruz, sí bebió el cáliz de la salvación “hasta las heces”, el vino drogado. Jesús dijo:” …tengo sed…” le dieron a beber una esponja con vinagre; era el vino drogado, que Jesús bebió “hasta las heces”. Este vino se lo daban los romanos a los crucificados, como una especie de droga que alargaba sus sufrimientos.
Pero Jesús tenía sed, no de agua, ni de vino, ni de droga o vinagre. Jesús tenía y tiene, sed de ti y de mí. Él ha venido por cada uno de nosotros y por todos. Y nos ha salvado de forma unipersonal a cada uno de nosotros.
Estamos en deuda con Él y lo estaremos siempre por nuestra condición humana. No podremos nunca pagar; pero es que Él ya pagó por nosotros. Por eso, acerquémonos a Él con amor. Amémosle porque él nos amó primero como dice la carta de Juan (1 Jn 4,19)
Alabado sea Jesucristo

(Tomás Cremades) 
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miércoles, 9 de octubre de 2019

MADRUGAR POR DIOS

Madrugar por Dios: es intrigante esta afirmación. Si vamos al Diccionario de la Real Academia de la Lengua, madrugar es “levantarse al amanecer” o “aparecer muy pronto”; viene del latín: “maturicare”, que, a su vez, viene de “maturare”, que significa “apresurarse”. Dicho esto, nos seguimos preguntando por la inquietante: madrugar por Dios. En la Escritura, madrugar significa: “rechazar las obras de las tinieblas”.
Y en nuestro idioma español, madrugamos cuando nos levantamos temprano. Ahí empieza a clarear el sentido; y la Escritura, como siempre, revela y destella una luz sobre la frase misteriosa:
Dice el Salmo 35:
El malvado escucha en su interior un oráculo de pecado:
“no tengo miedo a  Dios, ni en su presencia”,
Las palabras de su boca son traición y maldad
Acostado medita el crimen…

Y, en esta postura de “estar acostado”, se mantiene mediante piensa en su interior con maldad, viviendo en el mundo de las tinieblas. En la traducción de la Biblia de Jerusalén, el versículo 5 lo traduce como:
“…maquina maldades en su lecho, incapaz de rechazar el mal,
Se obstina en el camino equivocado…”

Que en esencia es lo mismo, pero que nos abre una puerta de luz: De ahí que el “madrugar” nos impulse a levantarnos pronto sin darle cuartel al mundo de las tinieblas. Incluso aparece por ahí la palabra: “levantarnos”, como indicativo de la postura “estar en pie”, como imagen de la postura del Resucitado. Y, madrugando rechazamos las tinieblas de nuestra alma; las tinieblas que aparecen de forma diferente en cada persona, según su psicología, según los acontecimientos de su vida, según los pecados de su alma, según los vicios contraídos…son nuestras propias tinieblas.
Son esas tinieblas las que no nos dejan ver la Luz, que es Jesucristo. Cuando Cristo muere en la Cruz para salvación del mundo, éste se hizo tinieblas. Lo relata Mateo en la “Muerte de Jesús”: “Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra, hasta la hora nona, en que Cristo murió” (Mt 27,45)
El Salmo 62 nos recuerda: “Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo…”,
Es decir, en tu Nombre rechazo las tinieblas de mi alma, las que no me dejan verte a Ti, Luz del mundo, Agua que apaga mi sed, que llena mi vida ansiada como tierra reseca sin Ti Por ello, madruguemos por Dios, rechazando todo lo que nos aparte de Él, disipando nuestras maldades, perdonando a nuestros hermanos, y amando a los que no nos quieren. Así es nuestro Dios, así es Jesucristo.

Alabado sea Jesucristo

(Tomás Cremades)
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jueves, 3 de octubre de 2019

EL “KAYRÓS” DE FOTINA

“…Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le habrías pedido a Él, y Él te habría dado Agua Viva…”
Hermosas palabras de la conversación-catequesis de Jesús a la mujer samaritana, que representa a toda la Humanidad sedienta de Dios, pero que no conoce ese “don” maravilloso de la Presencia de Jesucristo-Dios en su vida.
Hemos de decir que Fotina, es, según la tradición, el nombre de esta mujer del Evangelio. Santa Fotina es venerada por la Iglesia ortodoxa, no así por la Iglesia Católica.
La Humanidad se muere de sed. Es cierto, sed de agua para mantener su organismo en funciones…Pero no es de esta agua de la que habla Jesucristo. El texto, un poco largo, no se enuncia aquí, pero se recomienda leerlo en (Jn 4, 1-43).
Demasiado a menudo pasa inadvertido para nosotros el “don de Dios” en nuestra vida.
Cuando las cosas nos van bien, lo atribuimos a nuestro esfuerzo, nuestros conocimientos o, incluso, a nuestra buena suerte. Sin desmerecer a los dos primeros, - la buena o mala suerte no existe, pues todo es Providencia de Dios en nuestra vida-, nunca o casi nuca atendemos a la llamada de Dios en nuestra vida: a su “don”. El Señor lo denuncia, casi diríamos, con desánimo, con pena…
Y ya que la Humanidad no conoce a Dios, Él se acerca a la Humanidad porque, como dice el Salmo 62: “…mi alma tiene sed de Ti, y mi carne tiene ansia de Ti, como tierra reseca, agostada, sin agua…”
Jesucristo, en el Salmo, refleja el ansia y la sed de Él con el Padre. Los Salmos son la oración de Jesús con su Padre, y se cumplen en Él y en todos los que le buscamos, con sed, como esa tierra reseca. Jesús tiene sed de amor de la Humanidad, y por eso pide: ¡Dame de beber!
  No es la primera vez, ni la última en que Jesús se expresa así. Recordemos en el martirio de la Cruz: “…Tengo sed…” (Jn 19, 28). Sed de agua, después de los terribles tormentos, pero, sobre todo, sed de la Humanidad, que no reconoce a Jesús. “…Es un pueblo de corazón extraviado que no reconoce mi camino…” (Sal 94)
“…Tú le habrías pedido a Él, y Él te habría dado Agua Viva…”  si la Samaritana, la Humanidad sedienta que no lo sabe que lo es, le hubiera pedido esa agua, que salta a la vida Eterna.
Nuevamente resuena la profecía del Salmo 81: “… ¡Ojalá me escucharas, Israel!” (Sal 81, 8)
Insiste e insiste Dios (Yahvé) en escuchar: “…Escucha Israel, Yahvé, nuestro Dios, ¡es el único Dios…! (Dt 6,4-10)
Y es, en este episodio, quien lea el final del citado Evangelio, cuando Fotina aprovecha la ocasión que se le presenta de conocer este don de Dios, de Jesús, que le revela que es Él el Mesías, a quien ella había descubierto como un gran profeta. Es la ocasión de “aprovechar” ese momento del paso de Dios por su vida. Es lo que, en griego significa la palabra “Kayrós”
(Tomás Cremades)
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lunes, 30 de septiembre de 2019

EL PADRE NUESTRO, enseñanza de Jesús

De sobra conocido el texto del PADRENUESTRO, en Mateo 6: “Cuando recéis no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros orad así: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu Voluntad, así en la tierra como en el Cielo; danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”. Porque si perdonáis a los hombre sus ofensas, también os perdonará vuestro padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre
perdonará vuestras ofensas”. (Mt 6, 7-15)
Podríamos llamar a este Evangelio como: “la Oración más bella salida de los labios de Jesús”. Antes de que Jesucristo enseñase esta oración a sus discípulos, los israelitas fieles a Yahvé rezaban con los libros sagrados del Pentateuco: Génesis, Éxodo,
Números, Levítico y Deuteronomio.
Pero los Apóstoles, al ver al Señor rezar a su Padre, le instaron: “…enséñanos a orar”(Lc 11,1-13). Concretamente fue uno de sus discípulos el que le pidió este maravilloso deseo. Y el Evangelio no dice quién fue el discípulo que lo solicitó. Se ha mantenido en el anonimato este discípulo, que ni siquiera sabemos que fuera uno de sus apóstoles.
Sería hermoso imaginar que este discípulo anónimo pudiera ser cada uno denosotros…Y es que esta petición, arranca del corazón humano, al ver cómo rezaba Jesús.
Dicen los Santos Padres de la Iglesia que un cristiano no lo es hasta que no ha visto a otro cristiano. Es decir: al ver la vida que vive un cristiano en sus múltiples facetas, ese ejemplo arrastra un deseo incontenible que le impulsa a ser también cristiano. Lo cual, dicho sea de paso, nos interpela enormemente.
Pues éste es el caso de ese discípulo. Y Jesús le enseña, curiosamente, con siete
“enseñanzas”, que por el número indicado, el siete, ya nos lleva a la plenitud. El siete, como otros muchos números de la Escritura, tiene un significado simbólico, que nos acerca a la revelación. El siete es “la plenitud”. Siete son los sacramentos, siete los dones del Espíritu Santo…siete los días de la Creación, siete pecados capitales…y así podríamos continuar.
Sirva este “entreacto” como un aperitivo que dejamos al lector como parte de la meditación, que debe siempre acompañar a cualquier ocasión que tengamos en donde se hable de Dios y sus enseñanzas.
Estas siete peticiones que elevamos en el Padrenuestro, ya nos indican que la plenitud
de nuestra oración está encaminada por ahí.
La oración comienza con la llamada a un interlocutor: el Padre de Jesús. Pero tiene algo
esencial: Dice: “Padre nuestro”, no “Padre mío”. Jesús nos está diciendo claramente que el discípulo que invoca a Dios reconoce en Él a su Padre, no solo al Padre de Jesús.
Lo que implica que Jesús es nuestro excelso Hermano
Y nos dice que está en los Cielos. Sabemos que el Cielo no es un lugar físico, sino que es un “estado” del alma donde se encuentra Dios.
El fiel orante pide claramente que sea su Nombre santificado. El nombre para un israelita no tiene el mismo significado que para nosotros, que procedemos de una cultura greco-romana, y que nos sirve para diferenciar una persona de otra, simplemente. En el pueblo de Israel el nombre representa “la esencia del ser”. Recordemos que Adán “puso el nombre “a todo lo creado”. (Gen 2, 18-20)
Y en la Carta a los Filipenses dice Pablo: “…por eso Dios le concedió el Nombre sobre todo nombre, de modo que al Nombre de Jesús toda rodilla se doble en el Cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios
Padre” (Fp 2,6-11)
Así, pues, pedimos al Padre que el Nombre de Jesús, su Esencia de Dios, sea reconocido en todo el Universo, como criterio de salvación y honra y honor a Él.
Que venga su Reino es pedir que Jesucristo,- verdadero Reino de Dios-, venga a nuestros corazones. Y al pedir que se haga su Voluntad en la tierra y en el Cielo, podemos volver la oración por pasiva así: En el Cielo es indudable que se hace la Voluntad de Dios; entonces podemos decir, sin temor a errar, que donde se hace la Voluntad de Dios, ahí está el Cielo. Y de aquí deducimos que el Cielo comienza ya desde ahora y continuará después de la muerte.
Pedimos su pan; pero: “…no sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios…” (Mt 4,4)
El Padre conoce nuestras necesidades, no nos dejará sin el alimento que no perdura,
el pan, pero hemos de pedirle el “Pan de su Palabra” que es su Evangelio, para alimento
del alma, que perdura.
Dios es consciente de nuestras debilidades, conoce nuestro barro, por eso dice que pidamos: “…perdona nuestras ofensas…”. Sabe que vamos a pecar, y está dispuesto a perdonarnos si nosotros hacemos lo mismo con nuestros hermanos. Además nos brinda el auxilio para “no caer en el tentación”, librándonos de “ese mal” que es el Maligno Satanás.
Este es el camino de salvación que nos enseña Jesús, Hijo del Padre, nuestro Hermano.
(Tomás Cremades)
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sábado, 31 de agosto de 2019

LLAMADOS A SER LUZ

Muchas veces hemos recibido clase en el colegio o en la Universidad de verdaderos sabios, y otras tantas nos hemos quedado “in albis” porque recibíamos “clases magistrales”. El alumno no necesita eso; necesita entender de forma sencilla y adaptada a su conocimiento del momento que vive, la materia de que se trate. El buen profesor, se pone en el lugar del alumno, acordándose de cuando él ocupaba ese asiento, recordar las dudas que le suscitaba este o aquel problema…preguntarse las mismas cosas que se le presentan a los que reciben su enseñanza…y entonces será capaz de asimilar los conocimientos, no para aprobar hoy y olvidarse mañana, sino para siempre.
El profesor sabio es el que hace fácil lo difícil. Jesucristo, Dios y Hombre, el Gran Pedagogo por excelencia, enseñaba su Reino con palabras y acontecimientos sencillos, de forma que todos lo entendieran.
Como dice el apóstol Pablo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. Al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos (Fp 2, 6 y ss.).
Y Él nos pide que seamos “luz”. Él es la Luz del mundo, y nos pide seguir su camino. “Nadie enciende una lámpara y la pone en un sitio oculto, sino sobre el candelero, para que todos la vean” (Lc 11,33)
Y ¿Cómo somos luz, para el mundo? El Señor nos lo dice muy claramente: “… el ojo es la lámpara de tu cuerpo; si tu ojo está sano, todo tu cuerpo está sano; pero si tu ojo está enfermo, ¡qué oscuridad habrá en tu cuerpo! Mira, pues, que la luz que hay en ti no sea oscuridad…” (Lc 11,33-37)
Al hilo de esto, hay un Evangelio muy esclarecedor: “…Si uno mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. Así pues, si tu ojo te escandaliza, sácatelo; más te vale entrar tuerto en la Vida Eterna, que ser arrojado con todo tu cuerpo a la gehena…” (Mt 5, 27-31)
Son palabras dichas por Jesucristo en lo denominado “DISCURSO EVANGÉLICO” que comienza con las Bienaventuranzas, y continúa en todo este capítulo 5.
Evidentemente no se puede entender al pie de la letra, arrancándose el ojo, y resto de miembros que te puedan hacer pecar. Dañar el propio cuerpo también sería pecado. Podríamos acudir al refranero castellano para decir: “No hay peor ciego que el no quiere ver”.
O también aquel otro de “tomar el rábano por las hojas”. El demonio tiene la facultad de engañar tanto al hombre, que éste puede quedar hasta embrutecido de una forma tal, que busque infinidad de motivos para no convertirse. Por ejemplo, buscamos y rebuscamos preguntas para justificar lo injustificable…y es que, el que pregunta mucho es que no se quiere convertir.
En definitiva, el ojo nos puede hacer pecar y apartarnos de Dios. Pero no solo en el tema sexual, - que también-, sino en el deseo desordenado de las cosas en el orden determinado por Dios, no por ti, o por mí.
Como bien decía san Agustín: “…vaciarse de lo que se está lleno, para llenarse de lo que se está vació!”, que, naturalmente es Dios.
(Tomás Cremades)
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viernes, 23 de agosto de 2019

LA INTELIGENCIA Y LA SABIDURÍA

En la actualidad se habla mucho de la inteligencia, y es hasta posible, que se confunda con la sabiduría. Un hombre sabio es un hombre inteligente y viceversa; o no. Pueden ser incluso conceptos antagónicos.
Incluso aparece la figura de la persona “lista”. Es tan rico nuestro lenguaje español, que varias ideas, cuando queremos expresarlas, encontramos palabras que nos pueden parecer sinónimas, y en realidad, no lo son.
Hoy en día se habla de una “inteligencia artificial”, propia de la técnica actual, tan desarrollada…se habla de los teléfonos inteligentes…los ordenadores…las ondas que circulan por nuestro entorno. Y han sido descubiertas - no creadas, pues la Creación solo es de Dios-, por el hombre. Por el hombre que también es un ser “inteligente”.
La sabiduría es otra cosa; la sabiduría es hija de la Sabiduría, que con mayúscula, es un atributo de Dios.
“…aunque uno sea perfecto entre los hijos de los hombres, sin la Sabiduría que procede de Ti, será estimado en nada…” (Sb. 9)
Nos lo recuerda el Libro de la Sabiduría, atribuido al rey Salomón, erróneamente, pues éste fue posterior a la redacción del citado libro. Fue escrito probablemente por un judío helenizado en la segunda mitad del siglo I.
Es muy esclarecedor el libro de los Proverbios, que en su Capítulo 2 dice así:
“…Hijo mío: si aceptas mis palabras y retienes mis mandatos, prestando atención a la sabiduría, y abriendo tu mente a la prudencia; si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia; si la buscas como al dinero, y la invocas como a un tesoro, entones comprenderás el temor de Yahvé y encontrarás el conocimiento de Dios.
Porque Yahvé es el que da la Sabiduría y de su boca brotan el saber y la prudencia…entonces comprenderás la justicia, el derecho y la rectitud…” (Pr 2,1-7., 9)
Al principio decía que un hombre sabio es un hombre inteligente o viceversa; o no. Y es que hay personas, que quizá no sepan ni leer, que tiene un don especial concedido por Dios, para ajustarse a Él; son los ”justos” del Evangelio, que “ajustan” su vida al Señor. No son los “sabios” de este mundo. Son los “anawin”, los pequeños de Dios.

(Tomás Cremades)
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lunes, 19 de agosto de 2019

Mi fuerza y mi poder es el Señor..

MI FUERZA Y MI PODER ES EL SEÑOR (del libro del Éxodo)…Caballos y carros ha arrojado en el mar… (Ex 15,1-4. 8-13. 17-18)
Así se expresa el autor sagrado en el Libro del Éxodo, en los versículos indicados. Al margen del acontecimiento histórico, en el que tras la persecución del faraón al pueblo israelita capitaneado por Moisés, se abre el Mar rojo, por el soplo del Señor, lo que realmente nos vale a nosotros, no sólo es reconocer el Poder del aliento del Señor, y su amor por su pueblo elegido; hemos de tratar de encontrar lo que es válido en nuestra vida en orden a nuestra propia salvación. Con este fin quiso el Señor que nos sirvieran estos acontecimientos, para nuestro avance en el camino de fe que él nos ofrece cada día. Y esto se consigue meditando, día y noche, en palabras de la Escritura, la Palabra de Dios.
Estos carros y caballos representan nuestros propios dioses que nos acompañan, que comienzan por nuestro propio “ego”, continúan por el orgullo, que justificamos como “amor propio”, la prepotencia, la vanidad espiritual, mucho más peligrosa que la vanidad material… el poder del dinero, siempre presente en nuestra vida, no tanto por su maldad, que en esencia no la tiene, sino, sobre todo, por el mal uso que se puede dar de él.
Y dice el autor, que los arrojó en el mar. Ya sabemos que el mar representa en la Escritura el poder de las tinieblas, donde habita el Leviatán (Sal 104, 26)  el Maligno, el Enemigo, el diablo.
Y es este mar sobre el que anduvo Jesucristo, (Mt 14, 27), dando fe cierta de su Poder sobre el mundo de las tinieblas.
Continúa más adelante: “…Al soplo de tu nariz se amontonaron las aguas…”. Es decir, con el Aliento del Señor, con la efusión de su Santo Espíritu, con la fuerza de su Palabra, las aguas de perdición se amontonan, se sublevan, se disuelven…y “…las olas se cuajaron en el mar…”
“…Guiaste con misericordia a tu pueblo rescatado, los llevaste hasta tu santa morada, lo introduces y lo plantas en el monte de tu heredad, lugar del que hiciste tu trono, santuario que fundaron tus Manos…”
Hermosa, bellísima, que nos introduce de lleno en el Misterio de la Cruz, la Santa Morada edificada sobre el Monte Santo del Calvario, donde estuvo “clavada la salvación del mundo”, fundado sobre sus Manos.

(Tomás Cremades)
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