viernes, 29 de noviembre de 2024
Salmo 123(122). Oración de los afligidos (Mis ojos en los tuyos)
miércoles, 27 de noviembre de 2024
Salmo 122(121). Saludo a Jerusalén (La nueva Jerusalén)
Salmo 121(120). El guardián de Israel (Dios, nuestro guardián)
Salmo 146(145). Himno al Dios temible (Apoyáos en mí)
1 ¡Aleluya!
jAlaba, alma mía, al Señor!
2 Alabaré al Señor mientras viva.
¡Tocaré para mi Dios mientras exista!
3 ¡No pongáis vuestra seguridad en los poderosos,
en un hombre que no puede salvar!
4 ¡Exhalan el espíritu y vuelven al polvo,
y ese mismo día perecen sus planes!
5 Dichoso el que se apoya en el Dios de Jacob,
guien pone su esperanza en el Señor, su Dios.
6 El hizo el cielo y la tierra,
el mar y todo lo que existe en él.
Él mantiene su fidelidad eternamente,
7 hace justicia a los oprimidos,
y da pan a los hambrientos.
El Señor libera a los prisioneros.
8 El Señor abre los ojos de los ciegos.
El Señor endereza a los que se doblan.
El Señor ama a los justos.
9 El Señor protege a los extranjeros,
sustenta al huérfano y a la viuda,
pero trastorna el camino de los malvados.
10 El Señor reina eternamente.
¡Tu Dios, oh Sión,
reina de generación en generación!
¡Aleluya!
Reflexiones del padre Antonio Pavía: (extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)
Salmo 142(141). Oración de un perseguido(Líbrame, Señor)
142(141). Oración de un perseguido
(Líbrame, Señor)
1 Poema. De David. Cuando estaba en la cueva. Súplica.
2 iA voz en grito, imploro al Señor!
iA voz en grito, suplico al Señor!
3 Derramo ante él mi lamento,
ante él expongo mi angustia,
4 mientras mi aliento desfallece.
Pero tú conoces mis senderos,
y que en el camino por el que ando
me han tendido una trampa.
s Mira a la derecha y fíjate:
iya nadie me reconoce,
no tengo lugar de refugio,
a nadie que mire por mí!
6 A ti grito, Señor,
y digo: «Tú eres mi refugio,
mi lote en el país de la vida».
7 Presta atención a mi clamor,
pues ya estoy agotado.
iLíbrame de mis perseguidores,
que son más fuertes que yo!
8 iHazme salir de mi prisión,
para que dé gracias a tu nombre!
Los justos se congregarán a mi alrededor,
por el bien que me has hecho.
Reflexiones del padre Antonio Pavía: (extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)
Salmo 142
Líbrame, Señor
Cuando David cayó en desgracia a los ojos de Saúl, tuvo que
huir y buscar refugio en las cuevas del desierto de Judea.
Estas servían de refugio a los ladrones y, en general, a
todos aquellos que tenían cuentas con la justicia. La
espiritualidad de Israel pone en boca de David esta
bellísima invocación a Yavé que evoca su persecución e
infortunio.
David se siente atrapado por un lazo. No comprende que
Saúl le pague de este modo sus años de servicio y
fidelidad. Su estupor ante tantas maquinaciones es tanto
mayor cuanto que es consciente de su irreprochabilidad e
inocencia. No le cabe en su mente que se le pague con el
mal ante el bien que ha hecho; de ahí su grito clamoroso:
«¡A voz en grito imploro al Señor! ¡A voz en grito suplico
al Señor! Derramo ante él mi lamento, ante él expongo mi
angustia... En el camino por el que ando me han tendido una
trampa. Mira a la derecha y fíjate. ¡ya nadie me reconoce,
no tengo lugar de refugio, a nadie que mire por mí!».
Como ya podemos entrever, la experiencia trágica de
David es un anuncio profético del Mesías cuya vida fue
atrapada por el lazo de la muerte. El Príncipe de la
mentira y del mal sedujo con sus artes a los sumos
sacerdotes, fariseos, escribas y hasta todo el pueblo para
arrancar su vida. Jesucristo, verdad del Padre, entra
voluntariamente en el lazo aprisionador que la mentira ha
arrojado sobre Él. Mentira seductora que es bebida con
ansia por aquellos que deberían ser la garantía de la
verdad y la rectitud.
Tal perversión de mente y corazón, que invierte los
parámetros del bien y del mal, de lo justo e injusto, ya
había sido objeto de denuncia por parte de los profetas de
Israel: «¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal;
que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; que dan
amargo por dulce, y dulce por amargo!» (Is 5,20).
Realidad perversa que cobra toda su amplitud cuando
los sumos sacerdotes echan mano del Cordero inocente y lo
conducen a la muerte. ¿Razón de su condena? El pretendido
Mesías es un ser blasfemo e impío, su perversidad atenta
contra Dios. El supuesto celo religioso del pueblo encaminó
al Señor, a Jesús, a la muerte y muerte de cruz.
Jesucristo previene a sus discípulos, de entonces y de
siempre, advirtiéndoles de que la misión a la que Él les
envía no va a ser aplaudida ni reconocida. Esto por la
simple razón de que la mentira y su príncipe nunca van a
aplaudir ni reconocer la verdad. Es más, les anuncia que la
persecución y el odio que ha caído sobre sus espaldas,
también les alcanzará a ellos: «Si el mundo os odia, sabed 293
domingo, 24 de noviembre de 2024
Salmo 140(139). Contra los malvados (La corona de Jesucristo)
Salmo 140
La corona de Jesucristo
El presente salmo es atribuido al rey David. Nos sobrecoge su actitud orante y confiada. Sus enemigos, en especial Saúl, se ceban en él, por lo que acude a Yavé para que sea su auxilio y su escudo: «Señor, sálvame del hombre perverso, líbrame del hombre violento. En su corazón, planean el mal, y provocan peleas todo el día. Afilan su lengua como serpientes, y bajo sus labios hay veneno de víboras».
David enfrenta la persecución de Saúl y su ejército con la misma inferioridad con que se enfrentó a Goliat. Su lógica es meridiana: Si Yavé estuvo a mi lado para derrotar al jefe de filas de los filisteos, que estaba armado hasta los dientes, con una simple piedra de mi honda, también me ha de ayudar ahora en esta persecución inicua que estoy padeciendo; de ahí su susurro: «Pero yo digo al Señor: “Tú eres mi Dios”. ¡Señor, escucha mi voz suplicante! ¡Señor Dios, mi fuerte salvador, tú me cubres la cabeza en el día de la batalla! ¡Señor, no concedas los deseos de los malvados, no favorezcas sus planes».
Vamos a detenernos con calma en la densidad de este susurro esperanzado de David. Llama a Yavé «mi fuerte salvador». El rey tiene conciencia de que Yavé es el que siempre ha salvado a Israel. Su confianza ilimitada en que Dios es salvador, le hace apropiarse de su don salvífico personalizándolo en sí mismo. Por eso le invoca diciéndole:
«¡Señor Dios, mi fuerte salvador!».
El Dios a quien invoca David, no está simplemente en los cielos observando plácidamente el universo que ha creado o el pueblo que ha elegido. Es alguien que se preocupa del hombre concreto, y más, como en el caso de David, si le ha encomendado una misión de cara a Israel. Por eso se dirige a él confiadamente. Le dice: sé que tú eres quien me va a librar de mis enemigos, tú eres la fuerza en mi debilidad y penuria. A continuación, y para dar más énfasis a su confesión de fe, le añade: sé que me tú cubres la cabeza en el día de la batalla.
En la cultura de Israel, la cabeza no es un miembro más del cuerpo humano, ni siquiera el más noble y
distinguido. La cabeza es sinónimo de la persona, se identifica totalmente con ella.
En este contexto, podemos decir que David está llamando a Yavé su protector, el que le defiende y guarda de sus enemigos en todo lo que él es en su totalidad, alma y cuerpo.
Como todos los salmos, también este es mesiánico, tiene su cumplimiento en Jesucristo. Nos llama poderosamente la atención que si, por una parte, David afirmó de Dios que él cubría su cabeza en sus batallas, por otra, contemplamos a Jesús, en su combate contra todo tipo de mal, abatido y, además, también con su cabeza cubierta... con una ignominiosa corona de espinas. Parece como si Yavé le hubiese abandonado a su suerte en la misión que le confió.
sábado, 23 de noviembre de 2024
Salmo 139(138). Homenaje a Aquel que lo sabe todo (¿Quién conoce a Dios?)
1Del maestro de coro. De David. Salmo.
Señor, tú me sondeas y me conoces.
2 Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto,
de lejos penetras mi pensamiento.
3 Examinas cuando ando y cuando me acuesto,
todos mis caminos te son familiares.
4 No me ha llegado aún la palabra a la lengua,
y tú, Señor, la conoces entera.
5Tú me envuelves por detrás y por delante,
y pones tu mano sobre mí.
6 Es una sabiduría maravillosa que me sobrepasa,
¡es tan sublime que no puedo alcanzarla!
7 ¿Adónde podría ir, lejos de tu soplo?
¿Adónde podría huir, lejos de tu presencia?
8 Si subo al cielo, allí estás tú.
Si me acuesto en el abismo, allí te encuentro.
9 Si alzo el vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta los confines del mar,
10 allí me alcanzará tu izquierda,
me sujetará tu derecha.
II Si digo: «Que al menos me cubran las tinieblas,
y la luz se convierta en noche a mi alrededor»,
12 ni siquiera las tinieblas son tinieblas para ti,
y la noche es clara como el día.
13 Porque tú has formado mis entrañas,
tú me has tejido en el seno materno.
14 ¡Yo te doy gracias por tamaño prodigio,
y me maravillo con tus maravillas!
Conocías hasta el fondo de mi alma,
15 no se te ocultaban mis huesos.
Cuando, en lo secreto, era yo formado,
tejido en la tierra más profunda,
16 tus ojos veían mis acciones,
se escribían todas en tu libro.
Mis días estaban ya calculados,
antes, incluso, de que llegara el primero.
17 Pero, ¡qué difíciles me resultan tus proyectos!
Dios mío, iqué inmenso es su conjunto!
18 iSi los cuento... son más numerosos que la arena!
iY, cuando despierto, todavía estoy contigo!
19 ¡Dios mío, si mataras al malvado!
¡Si los asesinos se apartaran de mí!
20 Ellos hablan de ti con ironía,
y en vano se rebelan contra ti.
21 ¿No vaya odiar yo a los que te odian?
¿No voy a detestar a los que se rebelan contra ti?
22 iLos odio con un odio implacable!
¡Los tengo por mis enemigos!
23 iSondéame, oh Dios, y conoce mi corazón!
iPonme a prueba, y conoce mis sentimientos!
24 Mira si voy por un camino funesto,
y guíame por el camino eterno.
Reflexiones del padre Antonio Pavía: (extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)
Salmo 139
¿Quién conoce a Dios?
Israel expresa en este himno la pequeñez de su mente ante la insondable inteligencia y sabiduría de Yavé. Él conoce hasta lo más oculto de sus obras y, por supuesto, el broche de oro de su creación: el hombre. Nada se esconde a la luz de su mente y su mirada.
El salmo describe con palabras sumamente poéticas esta mirada de Yavé que alcanza al hombre por más que éste quiera esconderse de Él: «Señor, tú me sondeas y me conoces. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto, de lejos penetras mi pensamiento. Examinas cuando ando y cuando me acuesto, todos mis caminos te son familiares...
¿Adónde podría ir, lejos de tu soplo? ¿Adónde podría huir, lejos de tu presencia?».
El poema no pretende en absoluto crear una situación de temor ante Dios que sabe todo acerca del hombre, algo así como si estuviese al acecho ante sus faltas. Es un canto a su grandeza, majestad y sabiduría. Lo que sí manifiesta su autor es su imposibilidad para penetrar la mente e inteligencia de Yavé. Considera esto un retovinalcanzable a sus posibilidades reales de conocimiento:
«Es una sabiduría maravillosa que me sobrepasa, ¡es tan sublime que no puedo alcanzarla!».
Esta realidad nos lleva a la reflexión que nos legóbJob, abrumado también él por el insondable misterio de la sabiduría y del ser de Dios: «La sabiduría, ¿de dónde viene? ¿Cuál es la sede de la inteligencia? Dice el abismo: no está en mí, y el mar: no está conmigo. No se puede dar por ella oro fino, ni comprarla a precio de plata...» (Job 28,12-15).
El dilema que Job nos presenta nos lleva a una pregunta que hoy, más que nunca, es actual. A la vista de
los signos del universo –sol, luna, estrellas, etc.– podemos deducir que Alguien tuvo que hacerlos. Sí, pero ¿quién es ese Alguien? ¿Quién es, pues, Dios? Podemos deducir que existe, pero, ¿cómo conocerle?
Parece un dilema sin respuesta pero sí la tiene. Dios se ha encarnado en el Mesías, en Jesucristo. Bajo su luz podemos desentrañar y clarificar este interrogante que, de una forma u otra, ha anidado no sólo en el pueblo de Israel sino en todos los de la tierra.
Si es cierto que no es posible a ningún hombre conocer, penetrar, el misterio de Dios, Él se nos ha dado avconocer por medio de su Hijo. Jesús hace caer en la cuenta a su pueblo que por más que su boca nombre a Dios, en realidad no le conoce, mientras que Él sí: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi
Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: Él es nuestro Dios, y sin embargo no le conocéis. Yo sí que le conozco, y si dijera que no le conozco sería un mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco y guardo su Palabra» (Jn 8,54-55).
Entramos en uno de los núcleos más apasionantes de la buena noticia que es el Evangelio: Jesucristo sí conoce a Dios; y es más, le llama: mi Padre. La buena noticia no es simplemente que el Señor conozca a Dios, su Padre, sino que también nosotros podemos entrar en las profundidades de su misterio y sabiduría, porque, como dice el apóstol Pablo, tenemos la mente luminosa de su Hijo: «Porque, ¿quién conoció la mente del Señor para instruirle? Pero nosotros tenemos la mente de Cristo» (1Cor 2,16).
El apóstol dice que los discípulos tienen la mente del Señor Jesús. Él es la sabiduría de Dios (1Cor 1,30). Por Él somos iluminados acerca del misterio de Dios que está fuera del alcance de los ojos, los oídos y corazón del hombre. Lo inalcanzable se nos hace próximo e íntimo gracias al Espíritu Santo enviado por el Señor Jesús: «Anunciamos lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó lo que Dios preparó para los que le aman. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios»(1Cor 2,9-10).
Es indudable que el apóstol está dando fe de la promesa que su Señor Jesús anunció durante la última cena.
Esa noche Jesús prometió el envío del Espíritu Santo, que iría a enseñar, revelar, en la mente y el corazón de los hombres el Evangelio que su Padre había puesto en su boca.
Evangelio que los apóstoles todavía no habían sido capaces de entender, y que, como nos dicen los Padres de la Iglesia, lleva oculto en sí el misterio de Dios, su rostro que ilumina las tinieblas del hombre.
A partir de la victoria de Jesucristo sobre la muerte, y como don suyo, tenemos el camino abierto para conocer a Dios, cosa que el autor del salmo consideraba imposible e inalcanzable.
El Señor Jesús nos dice que este don de llegar a conocer el misterio de Dios está reservado para los que se hacen pequeños: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y dela tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños... Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,25-27).