viernes, 29 de noviembre de 2024

Salmo 123(122). Oración de los afligidos (Mis ojos en los tuyos)


1Cántico de las subidas.
A ti levanto mis ojos,
a ti, que habitas en el cielo.
2 Como los ojos de los esclavos,
fijos en las manos de su señor,
y como los ojos de la esclava,
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
fijos en el Señor nuestro Dios,
hasta que se compadezca de nosotros.
3 ¡Misericordia, Señor! ¡Ten misericordia de nosotros,
porque estamos hartos de desprecio!
4 Nuestra vida está harta
del sarcasmo de los satisfechos
y del desprecio de los soberbios.

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Salmo 123
Mis ojos en los tuyos

Este salmo nos ofrece la súplica colectiva del pueblo de
Israel a Yavé. Todos, a una sola voz, se acogen a la piedad
y compasión del Dios que ha hecho alianza con ellos. Se
cobijan confiados bajo su poder y misericordia, en un
momento de su historia en el que el desprecio que sufren
por parte de sus enemigos hace tambalear su piedad y su fe.
«¡Misericordia, Señor! ¡Ten misericordia de nosotros,
Yahvé, porque estamos hartos de desprecio! Nuestra vida
está harta del sarcasmo de los satisfechos...».
Es cierto que no son pocos los salmos que inciden en
el mismo tema; idéntica situación de oprobio con la
consiguiente súplica. Sin embargo, también es cierto que
 encomendado, renunció a la
posición de privilegio de la que disfrutaba en la corte del
Faraón al ser adoptado por una de sus hijas. Hizo causa
común con su pueblo maltratado, y, desafiando la muerte,
llevó a cabo la liberación de Israel. Pudo hacerlo, se
mantuvo firme porque sus ojos traspasaban la Palabra que
salía de la boca de Yavé hasta encontrar los ojos del que
le hablaba: «Por la fe Moisés salió de Egipto sin temer la
ira del Faraón; se mantuvo firme como si viera al
invisible» (Heb 11,27). Su capacidad de contemplar al
invisible fue la fuente de su sabiduría y la roca de su
fortaleza y perseverancia en medio de la persecución e
incomprensión, incluso de los suyos, del pueblo que había
de liberar.254

Jesucristo nos da un testimonio precioso y personal de
su relación con el Padre. Su Evangelio sale a la luz no
sólo porque lo oye de Él: «Yo no he hablado por mi cuenta,
sino que el Padre que me ha enviado, me ha mandado lo que
tengo que decir y hablar» (Jn 12,49), sino también porque
lo ha visto en su rostro: «Yo hablo lo que he visto donde
mi Padre» (Jn 8,38).
Sólo a la luz de su profunda experiencia, el Señor
Jesús podía llevar adelante su misión. Sólo sostenido por
el doble encuentro de miradas del Hijo con el Padre y del
Padre con el Hijo, fue posible la salvación del mundo.
Aceptó ser aplastado recogiendo sobre sus espaldas todo lo
que aplasta al hombre. Jesús lleva a su plenitud la
experiencia de Moisés. Hizo un camino hacia el Padre
pasando por la cruz sin dejar de verle, con sus ojos fijos
en el invisible. Ojos que fueron su fuerza para afrontar la
muerte, y también la fuerza que le levantó del sepulcro.
¿Cómo nos es dado a nosotros hoy día hacer no sólo la
experiencia de Moisés sino, más aún, la del Señor Jesús?
¿Se puede vivir la fe sin ver al invisible? ¡Evidentemente,
no! El combate de la fe supera nuestras reales
posibilidades. Tendremos que buscar hasta que nuestros ojos
den con Dios, con el invisible. Esto no es una fábula ni
tiene que ver nada con una especie de varita milagrosa o
mágica. Dios está vivo, presente, con rostro y ojos en su
Palabra. Todo aquel que, perdiendo los miedos, decide
sumergirse en las aguas vivas del Evangelio, termina por
encontrarle. El cristiano es, por encima de todo, un
buscador; y esto hasta tal punto es importante que, cuando
el sello de ser buscador no existe, o, simplemente, se deja
de lado, el único dios que se da en la mente es el de la
propia fantasía.
Así pues, es en el Evangelio donde se hace posible que
nuestros ojos puedan ver al invisible. Al principio es algo
casi imperceptible, pero, poco a poco va creciendo la
intuición de que Alguien está ahí. Gradualmente, nuestros
ojos empiezan a percibir una presencia, más aún, una
persona, que no es sino el Dios que cada vez se te hace más
nítido y cercano. Buscar a Dios en el Evangelio hasta
llegar a encontrarlo, lo propone Jesús con estas palabras:
«El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido
en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a
esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo
que tiene y compra el campo aquel» (Mt 13,44). El campo son
las Sagradas Escrituras, y el tesoro escondido en ellas, es
Dios.255

miércoles, 27 de noviembre de 2024

Salmo 122(121). Saludo a Jerusalén (La nueva Jerusalén)


Cántico de las subidas. De David.
¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
2 ¡Nuestros pies ya se detienen
en tus umbrales, Jerusalén!
3 Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
4 A ella suben las tribus,
las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor.
5 Allí están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.
6 Desead la paz a Jerusalén:
«iVivan seguros los que te aman,
7 haya paz dentro de tus muros,
y seguridad en tus palacios!».
8 Por mis hermanos y mis amigos,
yo digo: «iLa paz esté contigo!».
9 Por la casa del Señor nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Salmo 122
La nueva Jerusalén

Este cántico refleja la alegría desbordante de los
peregrinos que, desde todos los rincones de Israel, acuden
en peregrinación a Jerusalén –acontecimiento que tenía
lugar tres veces al año–, siendo la Pascua la más
importante. Al júbilo propio que supone peregrinar hacia el
Templo santo, se le une también la acción de gracias al
poder contemplar reconstruida la casa de Dios.
Israel ha derramado innumerables lágrimas a causa de
la destrucción del Templo por parte de Nabucodonosor. Salió
hacia el destierro con esa terrible amargura grabada en su
alma; todo un pueblo, con el corazón traspasado por el
dolor ante las ruinas que se ofrecen a sus ojos, fue
forzado a abandonar la ciudad de la gloria de Yavé: la
Jerusalén de sus entrañas.
El salmista anuda en su composición poética toda una
serie de bendiciones ensalzando la ciudad otra vez santa,
otra vez fuerte, otra vez llena de la gloria de Yavé: «¡Qué
alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”!
¡Nuestros pies ya se detienen en tus umbrales, Jerusalén!
Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. A ella
suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre
de Israel a celebrar el nombre del Señor».
Son muchos los textos del exilio en los que hombres de
fe del pueblo de Israel, movidos por el Espíritu Santo, dan
testimonio ante sus desanimados hermanos de la certeza de
que Yavé, su Dios, volverá a reconstruir Jerusalén.
Testifican que Dios perdonará una vez más a su pueblo y
que, como signo de su perdón, volverá a levantar su casa,
su morada, en medio de ellos. Una de las personas que
mantuvo su fe en medio de un pueblo completamente pagano
fue Tobías. Entresacamos su testimonio: «¡Jerusalén, ciudad
santa! Dios te castigó por las obras de tus hijos, mas
tendrá otra vez piedad de los hijos de los justos. Confiesa
al Señor cumplidamente y alaba al Rey de los siglos para
que de nuevo levante en ti, con regocijo, su tienda, y
llene en ti de gozo a todos los cautivos y muestre en ti su
amor a todo miserable por todos los siglos de los siglos»
(Tob 13,9-10).
Lo que nos impresiona de este texto es ver cómo Tobías
empieza reconociendo que Jerusalén ha caído en manos de
gentiles a causa de su infidelidad para con Dios. Admitida
y asumida la culpa, veremos cómo declara dichosos,
bienaventurados, a todos aquellos que, en vez de hacer leña
del árbol caído, han tenido lágrimas para llorar su castigo
y destrucción. A estos les profetiza algo que va a elevar y
fortalecer su ánimo, una noticia que hará que sus ojos,
secos y desgastados por tantas lágrimas derramadas, rompan 
en rayos de luz como sucede cuando despunta la aurora: 
«¡Dichosos los que te amen! ¡Dichosos los que se alegren en 
tu paz! ¡Dichosos cuantos hombres tuvieron tristeza en 
todos tus castigos, pues se alegrarán en ti y verán por 
siempre toda tu alegría! Bendice, alma mía al Señor y gran 
Rey, que Jerusalén va a ser reconstruida y en la ciudad su 
casa para siempre» (Tob 13,14-16).
Hemos dado a conocer el maravilloso testimonio de 
Tobías y pasamos ahora a exponer uno de los muchos cantos 
de salvación que nos ha legado el profeta Isaías. Nos lo 
imaginamos transportado por el mismo Yavé al entonar su 
poema: «¡Pasad, pasad por las puertas! ¡Abrid camino al 
pueblo! ¡Reparad, reparad el camino y limpiadlo de piedras! 
¡Izad pendón hacia los pueblos! Mirad que Yavé hace oír 
hasta los confines de la tierra; decid a la hija de Sión: 
mira que viene tu salvación; mira, su salario le acompaña, 
y su paga le precede. Se les llamará pueblo santo, 
rescatados de Yavé; y a ti se te llamará buscada, ciudad no 
abandonada» (Is 62,10-12).
Todas estas bendiciones y alabanzas dirigidas a la 
Jerusalén que va a ser reconstruida, nos hablan en todos 
sus matices del Mesías. Él es el bendito de Dios enviado 
para bendecir a los hombres. Graba en el mundo el sello 
definitivo de la bendición de Dios fundando la Iglesia, de 
la que la Jerusalén reconstruida es figura. Envía a sus 
discípulos con la misión de ser sal y luz del mundo o, como 
testimoniaba Diogneto, autor de la Iglesia primitiva, Dios 
ha llamado a los cristianos a ser el alma del mundo.
Es tan importante la misión de la Iglesia –la nueva 
Jerusalén– para el mundo, que Jesucristo la funda sobre sí 
mismo, siendo, como es, la roca de Yavé. Recordemos cuando 
Jesús pregunta a los apóstoles quién dice la gente que es 
Él. Sabemos que las respuestas fueron variadas: que si 
Jeremías, que si Elías, que si un profeta más... Jesús 
entonces se dirigió a ellos y les dijo: muy bien, esto es 
lo que dice la gente; pero vosotros ¿quién decís que soy 
yo? Recordemos la respuesta de Pedro: Tú eres el Cristo, el 
Hijo de Dios vivo. Entonces Jesús le dijo: «Bienaventurado 
eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la 
carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. 
Yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra 
edificaré mi Iglesia» (Mt 16,17-18).

Salmo 121(120). El guardián de Israel (Dios, nuestro guardián)


1 Cántico para las subidas.
Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde vendrá mi auxilio?
2 Mi auxilio viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
3 Él no permitirá que tropiece tu pie,
itu guardián nunca dormirá!
4 No, no duerme ni cabecea
el guardián de Israel.
5 El Señor te guarda a su sombra,
él está a tu derecha.
6 El sol no te herirá de día,
ni la luna de noche.
7 El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu vida.
s El Señor guarda tus entradas y salidas,
desde ahora y por siempre.

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo

Salmo 121
Dios, nuestro guardián

Este salmo evoca el estado anímico de un hombre a quien 
podemos definir como buscador de Dios. Son muchas las 
pruebas que ha de afrontar en su búsqueda, y tiene la 
sabiduría para asumir que no puede realizar su camino hacia 
Dios si Él mismo no le protege y sostiene, si no vela por 
él en sus dudas y sufrimientos. Y así vemos cómo se dirige 
a Él con un título extraordinariamente significativo: su 
auxilio y su guardián. Dios, vigilante celoso de su camino, 
actuará para que sus pies no titubeen ni se desvíen: 
«Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde vendrá mi 
auxilio? Mi auxilio viene del Señor, que hizo el cielo y la 
tierra. Él no permitirá que tropiece tu pie ¡tu guardián
nunca dormirá!... El Señor te guarda de todo mal, él guarda 
tu vida».
La espiritualidad del salmista enlaza con la 
experiencia vivida por Israel la noche en que salió de 
Egipto hacia la libertad. A pesar de la imposibilidad de 
que un pueblo esclavo pudiese traspasar el umbral de la 
opresión a que le tenía sometido un país poderosísimo como 
Egipto, Israel salió. No emprendió su marcha a escondidas 
sino ante los ojos de sus opresores. Israel sabe que su 
éxodo fue posible porque, en aquella noche santa, Yavé 
actuó como su guardián custodiando y dirigiendo sus pasos: 
«El mismo día que se cumplían los cuatrocientos treinta 
años, salieron de la tierra de Egipto todos los ejércitos 
de Yavé. Noche de guarda fue esta para Yavé, para sacarlos 
de la tierra de Egipto» (Éx 12,41-42).
Son muchos los textos que, a lo largo del Antiguo 
Testamento, reflejan la figura de Yavé como centinela y 
guardián de su pueblo, remarcando bien que lo es porque Él 
mismo se manifiesta como garante y valedor de las palabras 
de liberación que ha proclamado sobre su pueblo. Cada 
palabra es como un juramento del que no puede 
desentenderse.
A este respecto, podemos profundizar en el hecho de 
cómo llama Dios a Jeremías para el ministerio profético. La 
primera reacción del profeta ante la llamada es la del 
temor hasta el punto de que pone a Dios de manifiesto su 
incompetencia. ¡No puedo hablar en tu nombre! ¡Soy un 
muchacho y ni siquiera sé expresarme! Dios le responde que 
sí, que sabe muy bien que no es capaz de expresarse. La 
cuestión es que nadie puede expresar ni comunicar la 
sabiduría, la palabra de Yavé. Hay un abismo infranqueable 
entre la palabra y sabiduría humanas y la palabra y 
sabiduría de Dios. 
Dios da a Jeremías una garantía para acallar sus 
protestas y excusas, que no dejan de ser legítimas. Yavé 250

extiende su mano, toca la boca del profeta y le dice: Yo 
mismo pongo mis palabras en tu boca, no temas, yo estoy 
contigo.
Como Dios sabe que todo hombre es duro de corazón para 
creer, y Jeremías no es una excepción, se sirve de un signo 
que tiene ante sus ojos para fortalecer su corazón. Veamos 
este texto: «Entonces me fue dirigida la palabra de Yavé en 
estos términos: ¿Qué estás viendo, Jeremías? Una rama de 
almendro estoy viendo. Y me dijo Yavé: Bien has visto. Pues 
así soy yo, velador de mi palabra para cumplirla» (Jer 
1,11-12).
Almendro en hebreo significa vigilante, centinela 
atento. Es un árbol que está como al acecho de la 
primavera, por eso es el primero en echar sus flores y sus 
frutos. Es como si Dios estuviera diciendo a Jeremías: 
Mira, he puesto mis palabras en tu boca, no tengas miedo 
porque yo seré tu guardián; yo seré valedor y garantía de 
que mis palabras puestas en ti darán su fruto. Tú limítate 
a acogerlas y a guardarlas... obedece y el fruto déjamelo a 
mí... yo estaré como guardián en vela hasta su 
cumplimiento.
Este matiz, tan bello y profundo de la espiritualidad 
de Israel, estalla en toda su fuerza y su luz en la persona 
de Jesucristo. Él se siente acompañado, guardado por su 
Padre, en su misión, aunque tenía la certeza de que todos, 
absolutamente todos, habrían de abandonarle. Así aconteció, 
efectivamente, cuando le prendieron: «Entonces los 
discípulos le abandonaron todos y huyeron» (Mt 26,56).
En la relación de comunión de Jesús con su Padre, se 
entrelazan amorosamente dos fidelidades tan intensas como 
íntimas. El Padre guarda como un centinela a su Hijo y, al 
mismo tiempo, este guarda con pasión la Palabra recibida 
del Padre: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no 
valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien 
vosotros decís: él es nuestro Dios, y sin embargo, no le 
conocéis. Yo sí que le conozco, y si dijera que no le 
conozco, sería un mentiroso como vosotros. Pero yo le 
conozco y guardo su palabra» (Jn 8,54-55).
El apóstol Juan transmite a sus oyentes la buena 
noticia de que esta fidelidad entre Jesús y el Padre –que 
tiene como base: Jesús que guarda la Palabra, y el Padre 
que le guarda a Él– se realiza en todo hombre-mujer que 
acoge y guarda con toda su alma la Palabra escuchada. El 
mismo Jesucristo, Hijo de Dios, se compromete a ser su 
guardián en todas sus pruebas: «Sabemos que todo el que ha 
nacido de Dios no peca, sino que el engendrado de Dios le 
guarda y el maligno no llega a tocarle...» (1Jn 5,18).251

Salmo 146(145). Himno al Dios temible (Apoyáos en mí)




1 ¡Aleluya!

jAlaba, alma mía, al Señor!

2 Alabaré al Señor mientras viva.

¡Tocaré para mi Dios mientras exista!

3 ¡No pongáis vuestra seguridad en los poderosos,

en un hombre que no puede salvar!

4 ¡Exhalan el espíritu y vuelven al polvo,

y ese mismo día perecen sus planes!

5 Dichoso el que se apoya en el Dios de Jacob,

guien pone su esperanza en el Señor, su Dios.

6 El hizo el cielo y la tierra,

el mar y todo lo que existe en él.

Él mantiene su fidelidad eternamente,

7 hace justicia a los oprimidos,

y da pan a los hambrientos.

El Señor libera a los prisioneros.

8 El Señor abre los ojos de los ciegos.

El Señor endereza a los que se doblan.

El Señor ama a los justos.

9 El Señor protege a los extranjeros,

sustenta al huérfano y a la viuda,

pero trastorna el camino de los malvados.

10 El Señor reina eternamente.

¡Tu Dios, oh Sión,

reina de generación en generación!

¡Aleluya!


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)


Salmo 146
Apoyaos en mí
El salterio nos ofrece este himno litúrgico de alabanza a 
Yavé, el único a quien el ser humano debe de rendir culto 
de adoración. A lo largo del salmo, el autor señala la 
razón por la que sólo Yavé es digno de alabanza y 
bendición, en contraposición a cualquier hombre por muy 
encumbrado que esté: «¡Alaba, alma mía, al Señor! Alabaré
al Señor mientras viva. ¡Tocaré para mi Dios mientras 
exista!». 
Yavé, como su propio nombre indica, «Es el que es», es 
decir, tiene la vida en y por sí mismo; y, precisamente, 
porque es vida por esencia, la puede dar y, de hecho, la 
da. En cambio, el hombre es apenas un soplo que, llegado su 
tiempo, se apaga; y, con él, todas sus obras y proyectos: 
«Exhalan el espíritu y vuelven al polvo, y ese mismo día 
perecen sus planes».
Partiendo de esta realidad, el salmista nos instruye 
catequéticamente. Es como si nos preguntara: ¿En quién 
confías tu vida?, ¿en alguien que, aunque sea un príncipe, 
no es más que un hijo de hombre, y que, como tal, no puede 
salvar? «¡No pongáis vuestra seguridad en los poderosos, en 
un hombre que no puede salvar!».
El versículo que acabamos de transcribir nos ilumina 
acerca de uno de los pilares básicos y fundamentales de la 
fe. Todos sabemos que la fe implica apoyarse en alguien. El 
salmista proclama con énfasis que la vida de un fiel 
israelita se apoya únicamente en Yavé, creador de los 
cielos y la tierra: «Dichoso el que se apoya en el Dios de 
Jacob, quien pone su esperanza en el Señor, su Dios. Él
hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que existe en 
él».
Yavé anuncia, con énfasis, por medio del profeta 
Jeremías una maldición y una bendición. Maldición para todo 
hombre que apoye su vida, en todas sus dimensiones –
seguridades, elecciones, proyectos...– en cualquier otro 
hombre, por muy atrayentes que sean los bienes que ofrece a 
su corazón. Es maldito porque, al inclinar hacia él la 
balanza de su vida, paulatinamente se va alejando de Dios. 
Es maldito porque pone su ser en quien no tiene la vida y, 
por lo tanto, no le puede salvar: «Así dice Yavé: maldito 
sea aquel que confía en hombre, y hace de la carne su 
apoyo, y se aparta de Yavé en su corazón» (Jer 17,5).
En cambio, es bendito todo aquel que se apoya en Yavé. 
Bendito porque no se sentirá defraudado y porque no 
conocerá la confusión ni el fracaso; se trata del fracaso 
último, el que rasga inmisericordemente el telar de nuestra 
vida. Jeremías llama benditos a estos hombres, benditos 
porque sus raíces están plantadas en Dios, por lo que, aun 301

en medio de las pruebas y sufrimientos, no dejan de dar 
fruto: «Bendito sea aquel que se fía de Yavé, pues no 
defraudará Yahvé su confianza. Es como árbol plantado a las 
orillas del agua, que a la orilla de la corriente echa sus 
raíces. No temerá cuando viene el calor, y estará su 
follaje frondoso; en año de sequía no se inquieta ni se 
retrae de dar fruto» (Jer 17,7-8).
Volvemos al salmo, y nos damos cuenta de por qué se 
llama feliz al hombre cuyo apoyo y esperanza están en Yavé: 
porque Él no le abandona; le sostiene, le hace justicia y 
le protege. Nos lo dice en términos propios con que la 
espiritualidad de Israel define la acción de Dios con los 
suyos: «Hace justicia a los oprimidos, y da pan a los 
hambrientos. El Señor libera a los prisioneros. El Señor
abre los ojos de los ciegos. El Señor endereza a los que se 
doblan».
Dios ha bendecido a toda la humanidad al enviarnos a 
su Hijo. Él es la bendición de Dios sobre el hombre, y que 
se va manifestando y aconteciendo progresivamente. El Señor 
Jesús inicia su misión curando a ciegos, sordos, 
paralíticos, leprosos, etc., hasta que anuncia la noticia 
sorprendente: ¡Vengo a daros la vida! 
La vida que buscáis donde no está, y en quien no os la 
puede dar porque no la tiene. Yo la tengo en propiedad, yo 
Soy el que soy, igual que mi Padre. Yo os doy la vida 
eterna. Creed en mí, apoyaos en mí. No temáis, yo soy 
vuestro Maestro. Venid a mí, porque sólo yo puedo enseñaros 
a apoyaros en Dios.
En la medida en que las palabras del Maestro se 
adueñan de nuestro ser, crece nuestra fe, nuestro apoyo y 
confianza en Él. Él mismo dice que esta forma de creer es 
la que nos otorga la vida eterna: «Porque aquel a quien 
Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el 
Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo 
en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna» (Jn 
3,34-36).
Es justamente este don, otorgado por Jesucristo, el 
eje de la predicación de los primeros apóstoles, como 
vemos, por ejemplo, en este texto de la Carta del apóstol 
Pablo a los romanos: «Al presente, libres del pecado y 
esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, 
la vida eterna. Pues el salario del pecado es la muerte; 
pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo 
Jesús Señor nuestro» (Rom 6,22-23). 302

Salmo 142(141). Oración de un perseguido(Líbrame, Señor)



142(141). Oración de un perseguido
(Líbrame, Señor)

1 Poema. De David. Cuando estaba en la cueva. Súplica.

2 iA voz en grito, imploro al Señor!

iA voz en grito, suplico al Señor!

3 Derramo ante él mi lamento,

ante él expongo mi angustia,

4 mientras mi aliento desfallece.

Pero tú conoces mis senderos,

y que en el camino por el que ando

me han tendido una trampa.

s Mira a la derecha y fíjate:

iya nadie me reconoce,

no tengo lugar de refugio,

a nadie que mire por mí!

6 A ti grito, Señor,

y digo: «Tú eres mi refugio,

mi lote en el país de la vida».

7 Presta atención a mi clamor,

pues ya estoy agotado.

iLíbrame de mis perseguidores,

que son más fuertes que yo!

8 iHazme salir de mi prisión,

para que dé gracias a tu nombre!

Los justos se congregarán a mi alrededor,

por el bien que me has hecho.


 Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)


Salmo 142

Líbrame, Señor

Cuando David cayó en desgracia a los ojos de Saúl, tuvo que 

huir y buscar refugio en las cuevas del desierto de Judea. 

Estas servían de refugio a los ladrones y, en general, a 

todos aquellos que tenían cuentas con la justicia. La 

espiritualidad de Israel pone en boca de David esta 

bellísima invocación a Yavé que evoca su persecución e 

infortunio.

David se siente atrapado por un lazo. No comprende que 

Saúl le pague de este modo sus años de servicio y 

fidelidad. Su estupor ante tantas maquinaciones es tanto 

mayor cuanto que es consciente de su irreprochabilidad e 

inocencia. No le cabe en su mente que se le pague con el 

mal ante el bien que ha hecho; de ahí su grito clamoroso: 

«¡A voz en grito imploro al Señor! ¡A voz en grito suplico

al Señor! Derramo ante él mi lamento, ante él expongo mi 

angustia... En el camino por el que ando me han tendido una

trampa. Mira a la derecha y fíjate. ¡ya nadie me reconoce,

no tengo lugar de refugio, a nadie que mire por mí!».

Como ya podemos entrever, la experiencia trágica de 

David es un anuncio profético del Mesías cuya vida fue 

atrapada por el lazo de la muerte. El Príncipe de la 

mentira y del mal sedujo con sus artes a los sumos 

sacerdotes, fariseos, escribas y hasta todo el pueblo para 

arrancar su vida. Jesucristo, verdad del Padre, entra 

voluntariamente en el lazo aprisionador que la mentira ha 

arrojado sobre Él. Mentira seductora que es bebida con 

ansia por aquellos que deberían ser la garantía de la 

verdad y la rectitud.

Tal perversión de mente y corazón, que invierte los 

parámetros del bien y del mal, de lo justo e injusto, ya 

había sido objeto de denuncia por parte de los profetas de 

Israel: «¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; 

que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; que dan 

amargo por dulce, y dulce por amargo!» (Is 5,20).

Realidad perversa que cobra toda su amplitud cuando 

los sumos sacerdotes echan mano del Cordero inocente y lo 

conducen a la muerte. ¿Razón de su condena? El pretendido 

Mesías es un ser blasfemo e impío, su perversidad atenta 

contra Dios. El supuesto celo religioso del pueblo encaminó 

al Señor, a Jesús, a la muerte y muerte de cruz.

Jesucristo previene a sus discípulos, de entonces y de 

siempre, advirtiéndoles de que la misión a la que Él les 

envía no va a ser aplaudida ni reconocida. Esto por la 

simple razón de que la mentira y su príncipe nunca van a 

aplaudir ni reconocer la verdad. Es más, les anuncia que la 

persecución y el odio que ha caído sobre sus espaldas, 

también les alcanzará a ellos: «Si el mundo os odia, sabed 293

que a mí me ha odiado antes que a vosotros... Acordaos de 
la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su 
señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a 
vosotros» (Jn 15,18-20).
Igualmente les predice de que, así como los sumos 
sacerdotes creyeron que actuaban bien y hacían un servicio 
a Dios al condenarle a muerte, también ellos serían 
perseguidos bajo el pretexto de salvaguardar la pureza del 
culto a Dios: «Os expulsarán de las sinagogas. E incluso 
llegará la hora en que todo el que os mate piense que da 
culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al 
Padre ni a mí» (Jn 16,2-3).
Ante tal panorama, nos hacemos una pregunta: ¿Qué es 
lo que mantiene hoy día a tantos hombres y mujeres en su 
fidelidad al Señor Jesús y su Evangelio? Es indudable que 
no son mantenidos por sus fuerzas y cualidades, ya que 
estas se desvanecen ante situaciones injustas e hirientes 
que afrontan.
Lo que mantiene al discípulo en un mundo hostil a la 
verdad no es sino la presencia del Señor Jesús en todo su 
ser. Es presencia y, al mismo tiempo, fuerza. El discípulo 
siente bajo sus pies la roca indestructible que es su 
Señor. Por más que arrecien los vientos, las olas y todo 
tipo de presión, su vida y su misión están en manos de Dios 
que le sostiene.
Los discípulos de Jesucristo son conscientes de que, 
desde la fuerza de Dios, hacen un servicio al mundo al que 
aman, ya que lo miran con los mismos ojos con que Dios lo 
mira y lo ama: «Yo no me complazco en la muerte de nadie, 
sea quien fuere, oráculo del Señor Yavé. Convertíos y 
vivid» (Ez 18,32).
El discípulo del Señor Jesús tiene la experiencia de
que ha sido enviado al mundo con una misión, anuncio de 
salvación, que le supera totalmente. En su debilidad, 
constata, con inenarrable asombro, cómo su Señor Jesús le 
sostiene en sus combates, le levanta en sus caídas –que no 
son pocas– y enjuga las lágrimas que brotan a causa de 
tantas contradicciones por las que ha de pasar. Además, 
ante la persecución, su grito no es contra sus enemigos 
sino hacia Dios. ¡Señor, tú que me has enviado, líbrame!
Terminamos con el testimonio de un discípulo que 
enfrentó toda clase de persecuciones, males y peligros para 
llevar adelante la misión que Jesucristo le había confiado. 
Nos referimos al testimonio de Pablo: «¡Todo lo puedo en 
Aquel que me conforta!» (Gál 4,13).294


domingo, 24 de noviembre de 2024

Salmo 140(139). Contra los malvados (La corona de Jesucristo)




1 Del maestro de coro. Salmo. De David.
2 Señor, sálvame del hombre perverso,
líbrame de! hombre violento.
3 En su corazón, planean el mal,
y provocan peleas todo el día.
4 Afilan su lengua como serpientes,
y bajo sus labios hay veneno de víboras.
5 Defiéndeme, Señor, de las manos del malvado,
guárdame del hombre violento.
Planean zancadillas para mis pasos.
6 Los soberbios me preparan trampas,
los perversos me tienden una red
y me ponen lazos en el camino.
7 Pero yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».
¡Señor, escucha mi voz suplicante!
8 iSeñor Dios, mi fuerte salvador
tú me cubres la cabeza en el día de la batalla!
9 iSeñor, no concedas los deseos de los malvados,
no favorezcas sus planes!
¡Que los que me rodean no alcen la cabeza!
10 ¡Que los cubra la maldad de sus propios labios!
11 ¡Lluevan sobre ellos ascuas encendidas!
¡Caigan en abismos y no logren levantarse!
12 ¡Que el que calumnia no se afirme en la tierra,
y que el mal persiga al violento hasta la muerte!
13 Yo sé que el Señor hace justicia al pobre
y defiende el derecho de los indigentes.
14 Los justos alabarán tu nombre,
y los rectos vivirán en tu presencia

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

 

Salmo 140

La corona de Jesucristo

El presente salmo es atribuido al rey David. Nos sobrecoge su actitud orante y confiada. Sus enemigos, en especial Saúl, se ceban en él, por lo que acude a Yavé para que sea su auxilio y su escudo: «Señor, sálvame del hombre perverso, líbrame del hombre violento. En su corazón, planean el mal, y provocan peleas todo el día. Afilan su lengua como serpientes, y bajo sus labios hay veneno de víboras».

David enfrenta la persecución de Saúl y su ejército con la misma inferioridad con que se enfrentó a Goliat. Su lógica es meridiana: Si Yavé estuvo a mi lado para derrotar al jefe de filas de los filisteos, que estaba armado hasta los dientes, con una simple piedra de mi honda, también me ha de ayudar ahora en esta persecución inicua que estoy padeciendo; de ahí su susurro: «Pero yo digo al Señor: “Tú eres mi Dios”. ¡Señor, escucha mi voz suplicante! ¡Señor Dios, mi fuerte salvador, tú me cubres la cabeza en el día de la batalla! ¡Señor, no concedas los deseos de los malvados, no favorezcas sus planes».

Vamos a detenernos con calma en la densidad de este susurro esperanzado de David. Llama a Yavé «mi fuerte salvador». El rey tiene conciencia de que Yavé es el que siempre ha salvado a Israel. Su confianza ilimitada en que Dios es salvador, le hace apropiarse de su don salvífico personalizándolo en sí mismo. Por eso le invoca diciéndole: 

«¡Señor Dios, mi fuerte salvador!».

El Dios a quien invoca David, no está simplemente en los cielos observando plácidamente el universo que ha creado o el pueblo que ha elegido. Es alguien que se preocupa del hombre concreto, y más, como en el caso de David, si le ha encomendado una misión de cara a Israel. Por eso se dirige a él confiadamente. Le dice: sé que tú eres quien me va a librar de mis enemigos, tú eres la fuerza en mi debilidad y penuria. A continuación, y para dar más énfasis a su confesión de fe, le añade: sé que me tú cubres la cabeza en el día de la batalla.

En la cultura de Israel, la cabeza no es un miembro más del cuerpo humano, ni siquiera el más noble y 

distinguido. La cabeza es sinónimo de la persona, se identifica totalmente con ella.

En este contexto, podemos decir que David está llamando a Yavé su protector, el que le defiende y guarda de sus enemigos en todo lo que él es en su totalidad, alma y cuerpo.

Como todos los salmos, también este es mesiánico, tiene su cumplimiento en Jesucristo. Nos llama poderosamente la atención que si, por una parte, David afirmó de Dios que él cubría su cabeza en sus batallas, por otra, contemplamos a Jesús, en su combate contra todo tipo de mal, abatido y, además, también con su cabeza cubierta... con una ignominiosa corona de espinas. Parece como si Yavé le hubiese abandonado a su suerte en la misión que le confió.

Sabemos que Dios resucitó a su Hijo y lo hizo vencedor de todo mal para nuestra salvación. Quiero, además, señalar que el autor de la Carta a los hebreos puntualiza que Dios, al resucitar a su Hijo, le cambió la corona de ignominia 
entretejida de espinas por una honorífica de gloria: «Y a 
aquel que fue hecho inferior a los ángeles por un poco, a 
Jesús, le vemos coronado de gloria y honor por haber 
padecido la muerte, pues por la gracia de Dios gustó la 
muerte para bien de todos» (Heb 2,9). Es más, añade que los 
padecimientos del Señor Jesús fueron nuestra medicina 
saludable para que también nosotros pudiéramos ser 
partícipes de su gloria: «Convenía, en verdad, que Aquel 
por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos 
hijos a la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento 
al que iba a guiarlos a la salvación» (Heb 2,10).
El Señor Jesús, el que enfrentó la muerte revestido de 
ignominia y humillación sobre su cabeza, cubre la nuestra 
en nuestro combate. Permanecer y crecer en la fe no es sino 
enfrentar cada día el mal. No hablamos solamente del mal 
que nos rodea sino, y sobre todo, del que a causa del 
pecado original llevamos dentro, y alimentamos con nuestras 
opciones y decisiones hechas al margen de la sabiduría de 
Dios.
En este combate que libramos a lo largo de nuestra 
vida, el Señor Jesús es nuestro escudo, nuestra espada, 
nuestro yelmo de salvación, el que cubre y protege nuestra 
cabeza en cada enfrentamiento que hacemos contra el poder 
de Satanás. Así nos lo atestigua el apóstol san Pablo: «¡En 
pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la verdad y 
revestidos de la justicia como coraza, calzados los pies 
con el celo por el Evangelio de la paz..., tomad también, 
el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu que es la 
palabra de Dios» (Ef 6,14-17). 
El autor del libro del Apocalipsis nos anuncia la 
victoria de todos aquellos que combatieron apoyados en el 
Señor Jesús: «Ellos lo vencieron gracias a la sangre del 
Cordero y a la palabra de testimonio que dieron, porque 
despreciaron su vida ante la muerte» (Ap 12,11).290

sábado, 23 de noviembre de 2024

Salmo 139(138). Homenaje a Aquel que lo sabe todo (¿Quién conoce a Dios?)





1Del maestro de coro. De David. Salmo.

Señor, tú me sondeas y me conoces.

2 Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto,

de lejos penetras mi pensamiento.

3 Examinas cuando ando y cuando me acuesto,

todos mis caminos te son familiares.

4 No me ha llegado aún la palabra a la lengua,

y tú, Señor, la conoces entera.

5Tú me envuelves por detrás y por delante,

y pones tu mano sobre mí.

6 Es una sabiduría maravillosa que me sobrepasa,

¡es tan sublime que no puedo alcanzarla!

7 ¿Adónde podría ir, lejos de tu soplo?

¿Adónde podría huir, lejos de tu presencia?

8 Si subo al cielo, allí estás tú.

Si me acuesto en el abismo, allí te encuentro.

9 Si alzo el vuelo hasta el margen de la aurora,

si emigro hasta los confines del mar,

10 allí me alcanzará tu izquierda,

me sujetará tu derecha.

II Si digo: «Que al menos me cubran las tinieblas,

y la luz se convierta en noche a mi alrededor»,

12 ni siquiera las tinieblas son tinieblas para ti,

y la noche es clara como el día.

13 Porque tú has formado mis entrañas,

tú me has tejido en el seno materno.

14 ¡Yo te doy gracias por tamaño prodigio,

y me maravillo con tus maravillas!

Conocías hasta el fondo de mi alma,

15 no se te ocultaban mis huesos.

Cuando, en lo secreto, era yo formado,

tejido en la tierra más profunda,

16 tus ojos veían mis acciones,

se escribían todas en tu libro.

Mis días estaban ya calculados,

antes, incluso, de que llegara el primero.

17 Pero, ¡qué difíciles me resultan tus proyectos!

Dios mío, iqué inmenso es su conjunto!

18 iSi los cuento... son más numerosos que la arena!

iY, cuando despierto, todavía estoy contigo!

19 ¡Dios mío, si mataras al malvado!

¡Si los asesinos se apartaran de mí!

20 Ellos hablan de ti con ironía,

y en vano se rebelan contra ti.

21 ¿No vaya odiar yo a los que te odian?

¿No voy a detestar a los que se rebelan contra ti?

22 iLos odio con un odio implacable!

¡Los tengo por mis enemigos!

23 iSondéame, oh Dios, y conoce mi corazón!

iPonme a prueba, y conoce mis sentimientos!

24 Mira si voy por un camino funesto,

y guíame por el camino eterno.


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)


Salmo 139

¿Quién conoce a Dios?

Israel expresa en este himno la pequeñez de su mente ante la insondable inteligencia y sabiduría de Yavé. Él conoce hasta lo más oculto de sus obras y, por supuesto, el broche de oro de su creación: el hombre. Nada se esconde a la luz de su mente y su mirada.

El salmo describe con palabras sumamente poéticas esta mirada de Yavé que alcanza al hombre por más que éste quiera esconderse de Él: «Señor, tú me sondeas y me conoces. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto, de lejos penetras mi pensamiento. Examinas cuando ando y cuando me acuesto, todos mis caminos te son familiares...

¿Adónde podría ir, lejos de tu soplo? ¿Adónde podría huir, lejos de tu presencia?».

El poema no pretende en absoluto crear una situación de temor ante Dios que sabe todo acerca del hombre, algo así como si estuviese al acecho ante sus faltas. Es un canto a su grandeza, majestad y sabiduría. Lo que sí manifiesta su autor es su imposibilidad para penetrar la mente e inteligencia de Yavé. Considera esto un retovinalcanzable a sus posibilidades reales de conocimiento:

«Es una sabiduría maravillosa que me sobrepasa, ¡es tan sublime que no puedo alcanzarla!».

Esta realidad nos lleva a la reflexión que nos legóbJob, abrumado también él por el insondable misterio de la sabiduría y del ser de Dios: «La sabiduría, ¿de dónde viene? ¿Cuál es la sede de la inteligencia? Dice el abismo: no está en mí, y el mar: no está conmigo. No se puede dar por ella oro fino, ni comprarla a precio de plata...» (Job 28,12-15).

El dilema que Job nos presenta nos lleva a una pregunta que hoy, más que nunca, es actual. A la vista de

los signos del universo –sol, luna, estrellas, etc.– podemos deducir que Alguien tuvo que hacerlos. Sí, pero ¿quién es ese Alguien? ¿Quién es, pues, Dios? Podemos deducir que existe, pero, ¿cómo conocerle?

Parece un dilema sin respuesta pero sí la tiene. Dios se ha encarnado en el Mesías, en Jesucristo. Bajo su luz podemos desentrañar y clarificar este interrogante que, de una forma u otra, ha anidado no sólo en el pueblo de Israel sino en todos los de la tierra.

Si es cierto que no es posible a ningún hombre conocer, penetrar, el misterio de Dios, Él se nos ha dado avconocer por medio de su Hijo. Jesús hace caer en la cuenta a su pueblo que por más que su boca nombre a Dios, en realidad no le conoce, mientras que Él sí: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi

Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: Él es nuestro Dios, y sin embargo no le conocéis. Yo sí que le conozco, y si dijera que no le conozco sería un mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco y guardo su Palabra» (Jn 8,54-55).

Entramos en uno de los núcleos más apasionantes de la buena noticia que es el Evangelio: Jesucristo sí conoce a Dios; y es más, le llama: mi Padre. La buena noticia no es simplemente que el Señor conozca a Dios, su Padre, sino que también nosotros podemos entrar en las  profundidades de su misterio y sabiduría, porque, como dice el apóstol Pablo, tenemos la mente luminosa de su Hijo: «Porque, ¿quién conoció la mente del Señor para instruirle? Pero nosotros tenemos la mente de Cristo» (1Cor 2,16).

El apóstol dice que los discípulos tienen la mente del Señor Jesús. Él es la sabiduría de Dios (1Cor 1,30). Por Él somos iluminados acerca del misterio de Dios que está fuera del alcance de los ojos, los oídos y corazón del hombre. Lo inalcanzable se nos hace próximo e íntimo gracias al Espíritu Santo enviado por el Señor Jesús: «Anunciamos lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó lo que Dios preparó para los que le aman. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios»(1Cor 2,9-10).

Es indudable que el apóstol está dando fe de la promesa que su Señor Jesús anunció durante la última cena. 

Esa noche Jesús prometió el envío del Espíritu Santo, que iría a enseñar, revelar, en la mente y el corazón de los hombres el Evangelio que su Padre había puesto en su boca. 

Evangelio que los apóstoles todavía no habían sido capaces de entender, y que, como nos dicen los Padres de la Iglesia, lleva oculto en sí el misterio de Dios, su rostro que ilumina las tinieblas del hombre.

A partir de la victoria de Jesucristo sobre la muerte, y como don suyo, tenemos el camino abierto para conocer a Dios, cosa que el autor del salmo consideraba imposible e inalcanzable.

El Señor Jesús nos dice que este don de llegar a conocer el misterio de Dios está reservado para los que se hacen pequeños: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y dela tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños... Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,25-27).




 

 


 

jueves, 21 de noviembre de 2024

Salmo 138(137). Himno de acción de gracias(Dios culmina su obra)

1De David.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón.
En presencia de los ángeles, canto para ti.
2 Me postro hacia tu santuario,
y doy gracias a tu nombre,
por tu amor y tu fidelidad,
porque tu promesa supera a tu fama.
3 Cuando grité, me escuchaste,
y aumentaste la fuerza en mi alma.
4 Que te den gracias, Señor, todos los reyes de la tierra,
porque oyen las promesas de tu boca.
5 iCanten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande!
6 El Señor es sublime, pero se fija en el humilde,
y de lejos conoce al soberbio.
7 Cuando camino entre peligros,
tú me conservas la vida.
Extiendes tu brazo contra la ira de mi enemigo,
y tu diestra me salva.
8 El Señor lo hará todo por mí.
iSeñor, tu amor es para siempre!
iNo abandones la obra de tus manos!

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Salmo 138
Dios culmina su obra
Un fiel israelita abre su corazón en su oración ante Dios. 
Tiene la certeza de que ha sido escuchado por Él, que no ha 
defraudado los anhelos de su alma, por lo que su gratitud 
empapa toda su plegaria como si estuviese derramando un 
frasco de esencias: «Te doy gracias, Señor, de todo 
corazón. En presencia de los ángeles canto para ti. Me 
postro hacia tu santuario y doy gracias a tu nombre, por tu 
amor y tu fidelidad, porque tu promesa supera a tu fama. 
Cuando grité, me escuchaste, y aumentaste la fuerza en mi 
alma».
A lo largo del poema se suceden las más ricas 
expresiones de ensalzamiento a Yavé por su grandeza, por su 
gloria y, también, porque se ha sentido protegido por su 
mano salvadora: «¡Canten los caminos del Señor, porque la 
gloria del Señor es grande! El Señor es sublime, pero se 
fija en el humilde, y de lejos conoce al soberbio. Cuando 
camino entre peligros, tú me conservas la vida. Extiendes 
tu brazo contra la ira de mi enemigo, y tu diestra me 
salva».
Todo el salmo es un sucederse de bendiciones a Yavé. 
Nos sobrecoge la esperanza que envuelve a su autor, David, 
quien culmina su himno con una preciosa confesión de fe, un 
abandonarse confiadamente a Dios, movido por la certeza de 
que Él no abandona nunca la obra de sus manos, al 
contrario, lleva a su plenitud todo lo que ha comenzado: 
«El Señor lo hará todo por mí. ¡Señor, tu amor es para 
siempre! ¡No abandones la obra de tus manos!».
Nos encontramos con un texto salmódico que refleja 
entre líneas la auténtica vocación del hombre y su culmen: 
llegar a ser hijos de Dios. Esta es la obra que lleva entre 
manos con cada uno de nosotros.
Es cierto que, si nuestros ojos se detienen ante el 
mal que nos rodea, incluido el que nosotros mismos llevamos 
dentro, nos da por pensar que este poema del rey David no 
deja de ser sino un manojo de ideales y buenos deseos, 
preciosos pero tan poéticos como irreales.
Sin embargo, nos sumergimos en la espiritualidad de 
las Escrituras y constatamos que sólo los pequeños son 
capaces de asombrarse ante la palabra de Dios y sus 
promesas. Los pequeños de Dios entienden perfectamente que 
el rey David no desvariaba en absoluto, que sus anhelos no 
eran idílicos sino reales. Tan verídica es la palabra de 
Yavé, que envió a su Hijo para completar, como dice el 
salmo, la obra de sus manos. En y por Jesucristo, Dios 
culmina la creación del hombre.
Pablo llama a esta culminación del hombre su segunda y 
definitiva creación, la cual es posible a causa de la obra 
reconciliadora del Señor Jesús: «Por tanto, el que está en 
Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es 
nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo 
por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación»
(2Cor 5,17-18).
Jesucristo da testimonio de que el Padre le ha enviado 
al mundo para llevar a término la obra que inició con la 
creación. Así lo hace saber a sus discípulos después de su 
conversación con la samaritana: «Mi alimento es hacer la 
voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra» (Jn 
4,34).
A pocas horas de entregar su vida, Jesús se dirige a 
su Padre en oración. Se trasluce la alegría de la misión 
cumplida, pues ya le puede presentar el culmen de la obra 
para la que ha sido enviado: «Yo te he glorificado en la 
tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste 
realizar» (Jn 17,4).
Sabemos que esa misma noche fue llevado como un 
malhechor a juicio y que al día siguiente fue crucificado. 
Mas, instantes antes de morir, gritó su victoria «¡Todo 
está cumplido!» (Jn 19,30).
Todo está cumplido. Cumplir en la Escritura significa 
«llenar», algo que ha alcanzado su plenitud. El Señor 
Jesús, triunfador de la muerte, anuncia que se ha 
completado lo que le faltaba al hombre: llegar a ser hijo 
de Dios.
Todo está cumplido. La Escritura pasa de ser palabra-
ley, que dice y no hace, para convertirse en Palabra que da 
la vida, es decir, que dice y hace. Dios, vivo en la 
Palabra, tiene poder para engendrar hijos e hijas en todos 
aquellos que, como María de Nazaret, la escuchan, la 
acogen, la guardan y la defienden ante la tentación y la 
prueba. Se esconde y se defiende, como hizo el hombre aquel 
que encontró el tesoro escondido: «El Reino de los cielos 
es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al 
encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la 
alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y lo compra»
(Mt 13,44).
Dios hace su obra en el hombre por la Palabra. Esta es 
«operante», es decir, que opera, obra en el que la acoge. 
Así nos lo afirma el apóstol Pablo: «No cesamos de dar 
gracias a Dios porque, al recibir la Palabra de Dios que os 
predicamos, la acogisteis, no como palabra de hombre, sino 
cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece 
operante en vosotros los creyentes» (2Tes 2,13).

Salmo 118(117). En la fiesta de las Tiendas(Jesucristo, salvador)



Dad gracias al Señor, porque es bueno,
porque su amor es para siempre!
2 Diga la casa de Israel:
¡Su amor es para siempre!
3 Diga la casa de Aarón:
¡Su amor es para siempre!
4 Digan los que temen al Señor:
¡Su amor es para siempre!
5 En mi angustia grité al Señor:
él me escuchó y me alivió.
6 El Señor está conmigo: ¡Nunca temeré!
¿Qué podría hacerme el hombre?
7 El Señor está conmigo, él me ayuda:
¡veré la derrota de mis enemigos!
8 Mejor es refugiarse en el Señor,
que confiar en el hombre.
9 Mejor es refugiarse en el Señor,
que confiar en los jefes.
10 Todas las naciones me rodearon:
ien el nombre del Señor, las rechacé!
11 Me rodearon, estrecharon el cerco:
¡en el nombre del Señor, las rechacé!
12 Me rodeaban como avispas,
ardiendo como fuego en la zarza:
¡en el nombre del Señor, las rechacé!
13 Me empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me socorrió.
14 El Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
15 Hay gritos de júbilo y de victoria
en las tiendas de los justos;
<<iLa diestra del Señor es poderosa!
16 ¡La diestra del Señor es sublime!
iLa diestra del Señor es poderosa!».
17 No moriré. Viviré
para contar las hazañas del Señor.
18 ¡Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte!
19 Abridme las puertas del triunfo:
entraré dando gracias al Señor.
20 Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
21 -iTe doy gracias, porque me escuchaste,
y fuiste mi salvación!
22 La piedra que rechazaron los constructores
se ha convertido en la piedra angular.
23 Esto es cosa del Señor,
una maravilla ante nuestros ojos.
24 Este es el día en que actuó el Señor:
exultemos y alegrémonos con él.
25 ¡Señor, danos la salvación!
iSeñor, danos la prosperidad!
26 -iBendito el que viene en nombre del Señor!
Os bendecimos desde la casa del Señor.
27 El Señor es Dios: ¡él nos ilumina!
-Organizad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.
28 iTú eres mi Dios, te doy gracias!
¡Dios mío, yo te exalto!
29 ¡Dad gracias al Señor, porque es bueno,
porque su amor es para siempre!

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Salmo 118
Jesucristo, salvador
Este salmo es una gran aclamación festiva del pueblo que, 
reunido en asamblea, canta el amor de Yavé, inmutable y 
eterno. Israel se considera a sí mismo como las niñas de 
los ojos de Dios; de ahí su rendida confesión a Él por 
tanta bondad y misericordia: «¡Dad gracias al Señor, porque 
es bueno, porque su amor es para siempre! Diga la casa de 
Israel: ¡Su amor es para siempre! ¡Diga la casa de Aarón:
¡Su amor es para siempre! Digan los que temen al Señor: ¡Su 
amor es para siempre!».
A lo largo del salmo se suceden los numerosos motivos 
por los que el salmista proclama la bondad y el amor de 
Yavé. Nos detenemos en uno que nos parece que es el 
compendio de la extraordinaria relación amorosa entre Dios 
y su pueblo; es al mismo tiempo compendio y vértice. Nos 
referimos al versículo cantado por el salmista en estos 
términos: «¡Señor, danos la salvación! ¡Señor, danos la
prosperidad! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».
Salvación y victoria de Yavé en favor de su pueblo 
que, repetidamente, han proclamado también los profetas 
como, por ejemplo, Isaías: «Escuchadme vosotros, los que 
habéis perdido el corazón, los que estáis alejados de lo 
justo. Yo hago acercarse mi victoria, no está lejos, mi 
salvación no tardará. Pondré salvación en Sión, mi gloria 
será para Israel» (Is 46,12-13).
El sello mesiánico del himno se manifiesta con toda su 
fuerza cuando el salmista, al anunciar la salvación y 
victoria de Yavé, bendice al que va a venir en su nombre: 
el Mesías, el enviado.
A este respecto, recordamos las palabras que el ángel 
susurró a José, esposo de María, al anunciarle el misterio 
del embarazo que le tenía perplejo. Una vez que le explica 
lo acontecido con su mujer, le dice que el nombre que debe 
poner al niño ha de ser Jesús, y añade: «Porque él salvará 
a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21).
Efectivamente, Dios envía a su Hijo para quitar el 
pecado del mundo. Es un quitar destruyendo, y lo hace de la 
única forma posible, que es asumiéndolo y cargándolo sobre 
sí mismo. Jesucristo, que es el fuego de Yavé hecho carne, 
consume en su propio cuerpo todo pecado. No es una simple 
purificación, es un derribar y destruir el muro insalvable 
que separa al hombre de Dios. Jesucristo, el cordero sin 
mancha, es nuestra victoria, es nuestra salvación; abre 
nuestros ojos para conocer a Dios a la luz de la verdad y 
entrar en comunión con Él.
En el Señor Jesús, la salvación anunciada por los 
profetas rompe horizontes y se extiende a toda la humanidad. Él es la personificación del amor eterno de Yavé 
que, con tanta riqueza, canta y proclama este salmo.
Recordemos la entrada mesiánica de Jesucristo en 
Jerusalén. La muchedumbre extendía los mantos a lo largo 
del camino y agitaban ramos de olivo a su paso, al tiempo 
que le aclamaba: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el 
que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!»
(Mt 21,9).
Hosanna es un término hebreo que significa ¡Dios 
salva! La multitud vio en Jesucristo al enviado de Yavé 
para salvar, de forma que, en este contexto, podemos 
traducir la aclamación ¡hosanna! por ¡Jesucristo salva! El 
pueblo vio en Él la respuesta de Dios a sus ansias de 
salvación. Ansias de salvación extendida a la humanidad 
entera. Todo hombre siente la necesidad imperiosa de vivir 
eternamente, de que su vida no tenga con la muerte su punto 
final. Todos hacemos a lo largo de nuestra historia 
experiencias de amores, tanto dados como recibidos. Son 
estas experiencias las que nos catapultan, consciente o 
inconscientemente, al deseo de vivir un amor eterno e 
ilimitado en su intensidad. La salvación, incubada en 
Israel en un límite simplemente político-territorial, se 
amplía en Jesucristo alcanzando los deseos innatos más 
profundos del hombre.
Dios es amor, y por amor envía a su Hijo para que este 
nuestro deseo-intuición llegue, como hemos dicho, por medio 
de Él a su cumplimiento y plenitud. Esta es la salvación, 
la victoria que Jesucristo nos otorga. Libre y 
voluntariamente, muriendo, venció nuestra muerte liberando 
nuestro sello de eternidad.
Así nos lo anuncia el apóstol Pablo en sus catequesis: 
«Mas cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro 
Salvador, y su amor a los hombres, él nos salvó, no por 
obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según 
su misericordia, por medio del baño de regeneración y de 
renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros 
con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para 
que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos 
herederos, en esperanza, de vida eterna» (Tit 2,4-7).
San Pablo puntualiza, en otra de sus cartas, que esta 
salvación prometida a Israel ha sido abierta por Jesucristo 
a los gentiles, a todos los hombres: «En él también 
vosotros, tras haber oído la palabra de la verdad, el 
Evangelio de vuestra salvación, y creído también en él, 
fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que 
es prenda de nuestra herencia...» (Ef 1,13-14).

martes, 19 de noviembre de 2024

Partiendo la Palabra.¿Donde está tu Dios? III

Partiendo la Palabra.¿Donde está tu Dios? III

Nos fijamos en la desolación que está viviendo un fiel israelita en su destierro. Nuestro amigo sufre indeciblemente,  no tanto  por lo que le hayan hecho sus enemigos,  que han provocado su expulsión de Jerusalén, sino por estar lejos del Templo de la Gloria de Yavhe : el Templo de Jerusalén, donde los fieles israelitas, aquellos  que como dijo Jesús, no viven en la doblez ni el engaño, saben lo que es adorar al Duos vivo.( Jn 1,47 )  Este israelita sufre amargamente por el hecho de que " su alma tiene sed del Dios vivo y como que cuenta los días que le faltan para encontrarse nuevamente con su Dios en el Templo ( Sl 42,2-3 ) Por si fuers poco, su aflicción, que es mucho mayor que el de un simple sentimiento de melancolia, se clava como un puñal  en su corazón y en su alma,  al escuchar las despiadadas  burlas de quienes le rodean, que le dicen  prepotentemente : ¿ Donde está tu Dios? ( 42,4..? Burlas hirientes que bien conocemos los que somos o deseamos ser discípulos de Jesús,  de parte de aquellos que nos dicen de mil maneras: ¿ Donde está tu Dios ? ¿ Que ha hecho y hace por ti ! A veces no acertamos a responder porque..¿ Como explicar a un ciego de nacimiento, como son los colores ? 
P. Antonio Pavía 
comunidadmariamadreapostoles.com

Partiendo la Palabra ¿ Donde está tu Dios ? II

Partiendo la Palabra 
¿ Donde está tu Dios ? II

Vemos la catequesis que brota de la figura de Gedeón, juez de Israel, oprimido en aquel tiempo por los madianitas. El Angel de Yavhe se presenta ante él y le dice :  Yavhe está contigo " Gedeón se sorprende y le dice: " Si Dios está con nosotros, ¿ porque nos sucede esto ? " Se refería al dominio de Madian sobre ellos. Dios le dice entonces que prepare un ejército para combatir a los madianitas. Gedeón reunió 22.000 guerreros, pero Dios le dijo que eran demasiados,  y que sí vencían, pensarían que fue por  mérito de ellos, y no por la ayuda de Dios. Al final Gedeón se quedó con apenas 300 hombres; con ellos plantó batalla a Madian,  y vencieron. Todos los pueblos vecinos supieron que el Dios de Israel, había sometido al fortísimo ejército de Madian. Algunos pensarsn que estas  historias del Antiguo Testamento son unos relatos envueltos en  fantasías, y poco más. Sin embargo, los buscadores de Dios, perciben entre líneas que son hechos que  trazan la roca maestra en la que se asienta  la fé adulta.  Hechos que llevan en si una experiencia fundamental, para tener fé: la experiencia de Gedeón que paso de la duda perniciosa sobre si Dios estaba con El,  a la certeza gozosa y liberadora de que no solo estaba con él sino que fue quien movió los brazos de Israel para vencer a sus opresores.
P. Antonio Pavía 
comunidadmariamadreapostoles.com

domingo, 17 de noviembre de 2024

Salmo 137(136). Balada del desterrado (Desconsuelo de Israel)




1 Junto a los canales de Babilonia
nos sentamos y lloramos,
con nostalgia de Sión.
2 En los sauces de sus orillas
colgamos nuestras arpas.
3 Allí, los que nos deportaron
pedían canciones,
nuestros raptores querían diversión:
«iCantadnos un cantar de Sión!».
4 ¡Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera!
5 Si me olvido de ti, Jerusalén,
que se me seque la mano derecha.
6 Que se me pegue la lengua al paladar,
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mi alegría.
7 Señor, pide cuentas a los hijos de Edón
del día de Jerusalén,
cuando decían: <<iArrasad la ciudad,
arrasadla hasta los cimientos!».
8 ¡Oh, devastadora capital de Babilonia,
dichoso quien te devuelva
el mal que nos hiciste!
9 ¡Dichoso quien agarre y aplaste
tus niños contra el roquedal!

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Salmo 137
Desconsuelo de Israel

El salterio nos ofrece este bellísimo poema en el que el 
salmista, en nombre de todo el pueblo, saca de su corazón 
un dolor, unos lamentos, que conmueven las más escondidas e 
inescrutables fibras del alma.
Israel está en Babilonia. Exiliado en una nación 
extraña y gentil, vaga desconsolado por su nuevo desierto; 
y la terrible nostalgia de habitar lejos de la Ciudad 
Santa, de la que, a igual que su templo, no quedan sino 
despojos, aviva su dolor como si un hierro candente 
atravesara de parte a parte todo su ser: «Junto a los 
canales de babilonia nos sentados y lloramos, con nostalgia
de Sión. En los sauces de sus orillas colgamos nuestras 
arpas».
Los habitantes de Babilonia, conocedores de la belleza 
de las liturgias que Israel celebraba en su Templo santo, 
piden a los judíos que les canten algunos de los 
maravillosos himnos de alabanza con los que bendecían y 
alababan a Yavé, su Dios. Los israelitas consideran esta 
solicitud como algo irreverente e insultante. Es ofensivo 
que un pueblo que alaba con sus himnos al Dios que 
manifiesta su gloria en su Templo santo, acceda a 
degradarlos con el fin de alegrar el corazón de los 
gentiles que nunca le han conocido: «Allí, los que nos 
deportaron pedían canciones, nuestros raptores querían 
diversión: “¡Cantadnos un cantar de Sión!”. ¡Cómo cantar un 
cántico del Señor en tierra extranjera!».
El profeta Jeremías, dotado de una sensibilidad poco 
común, es probablemente quien con mayor intensidad ha 
expresado el dolor de su pueblo ante la hiriente realidad 
del destierro. Escribe el libro de las Lamentaciones que 
manifiesta, en toda su crudeza, su dolor incomparable por 
el abatimiento a que ha llegado el pueblo santo: «Ha cesado 
la alegría de nuestro corazón, se ha trocado en duelo 
nuestra danza. Ha caído la corona de nuestra cabeza. ¡Ay de 
nosotros, que hemos pecado! Por eso está dolorido nuestro 
corazón, por eso se nublan nuestros ojos» (Lam 5,15-17).
No obstante, el profeta nos deja abierta una puerta a 
la esperanza: suplica a Yavé para que vuelva a ser propicio 
con su pueblo: «¿Por qué has de olvidarnos para siempre, 
por qué toda la vida abandonarnos? ¡Haznos volver a ti, 
Yavé y volveremos! Renueva nuestros días como antaño» (Lam 
5,20-21).
El tema bíblico del destierro nos plantea un 
interrogante. ¿Cómo es posible que Dios, cuya misericordia 
y bondad son ilimitadas, castigue con tanta severidad al 
pueblo de sus entrañas a causa de su infidelidad? No es 
difícil aventurar que Israel se hiciese esta pregunta, tan 283
cruel y descarnada, cuando se vio sumido bajo el dominio 
del rey de Babilonia. Parece como si aflorase una terrible 
duda: ¿es posible creer en medio de tanta desolación?
Tenemos que distinguir entre castigo y corrección. El 
castigo, la punición, no son buenos en sí mismos, podría 
entenderse como pagar por un mal que se ha hecho. En este 
sentido no podemos hablar del destierro como castigo de 
Dios. La corrección viene en ayuda del hombre, es un 
corregir para enderezar lo que se ha torcido. La corrección 
está en función de la madurez. Sabemos que durante su 
destierro, Israel desarrolló una madurez espiritual 
impensable. El pueblo había cerrado sus oídos a las 
palabras de los profetas enviados por Dios, y adulaban 
servilmente a los falsos profetas que nunca les pusieron en 
la verdad.
Es en el destierro cuando Israel valora la palabra de 
los verdaderos profetas. Se multiplican los lugares de 
culto en los que la Palabra es predicada, bendecida y 
alabada. Además, su relación con Yavé se hace desde la 
verdad, sin esconder su pecado, cosa que antes hacían y muy 
elegantemente, amparándose en el esplendor de sus 
liturgias. 
Como expresión de la nueva dimensión espiritual del 
pueblo, recogemos unos textos de Daniel, profeta que vivió 
como pocos el exilio de Babilonia. Daniel bendice a Yavé en 
este pueblo extraño porque no por ello deja de ser el Dios 
de sus padres: «Bendito seas, Señor, Dios de nuestros 
padres, loado, exaltado eternamente. Bendito el santo 
nombre de tu gloria, loado, exaltado eternamente. Bendito 
seas en el templo de tu santa gloria...» (Dan 3,51-53).
Así como reconoce que Yavé es bendito, también le 
reconoce como justo y fiel por la corrección que están 
sufriendo. Pone delante de sus ojos el pecado del pueblo: 
«Juicio fiel has hecho en todo lo que sobre nosotros has 
traído y sobre la ciudad santa de nuestros padres, 
Jerusalén... Sí, pecamos, obramos inicuamente alejándonos 
de ti, sí, mucho en todo pecamos» (Dan 3,28-29). Hecha esta 
confesión, el profeta sabe que puede pedir a Yavé 
clemencia: «Trátanos conforme a tu bondad y según la 
abundancia de tu misericordia. Líbranos según tus 
maravillas, y da, Señor, gloria a tu nombre» (Dan 3,41-42).
La súplica del profeta alcanza su cumplimiento y 
plenitud en Jesucristo, enviado por el Padre para liberar, 
y para siempre, a todos los hombres. Escuchemos: «Los 
judíos dijeron a Jesús: Nosotros somos descendencia de 
Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices 
tú: os haréis libres? Jesús les respondió: En verdad, en 
verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo...
Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente 
libres» (Jn 8,33-36).


Salmo 136(135). Letanía de acción de gracias(Es eterno su amor)


1 Dad gracias al Señor, porque es bueno,
porque su amor es para siempre.
2 Dad gracias al Dios de los dioses,
porque su amor es para siempre.
J Dad gracias al Señor de los señores,
porque su amor es para siempre.
4 Sólo él hizo grandes maravillas
porque su amor es para siempre.
\ Él hizo los cielos con inteligencia
porque su amor es para siempre.
6 Él afianzó la tierra sobre las aguas
porque su amor es para siempre.
7 Él hizo las grandes lumbreras,
porque su amor es para siempre.
8 El sol para gobernar el día,
porque su amor es para siempre.
9 La luna para gobernar la noche,
porque su amor es para siempre.
10 Él hirió a Egipto en sus primogénitos,
porque su amor es para siempre.
11 Él sacó a Israel de entre ellos,

porque su amor es para siempre.
12 Con mano poderosa y brazo extendido,
porque su amor es para siempre.
13 Él dividió el mar Rojo en dos partes,
porque su amor es para siempre.
14 E hizo pasar a Israel entre ellas,
porque su amor es para siempre.
15 Pero arrojó al mar Rojo al Faraón ya su ejército,
porque su amor es para siempre.
16 Él guió a su pueblo por el desierto,
porque su amor es para siempre.
17 Él hirió a reyes famosos,
porque su amor es para siempre.
18 Él mató a reyes poderosos,
porque su amor es para siempre.
19 A Sijón, rey de los amorreos,
porque su amor es para siempre.
20 A Og, rey de Basán,
porque su amor es para siempre.
21 Él les dio su tierra en herencia,
porque su amor es para siempre.
22 En herencia a su siervo Israel,
porque su amor es para siempre.
23 En nuestra humillación se acordó de nosotros,
porque su amor es para siempre.
24 Él nos libró de nuestros opresores,
porque su amor es para siempre.
25 Él da alimento a todo ser vivo,
porque su amor es para siempre.
26 Dad gracias al Dios de los cielos,
porque su amor es para siempre.

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Salmo 136
Es eterno su amor

La espiritualidad de Israel manifiesta en este himno 
litúrgico una de sus expresiones más ricas y profundas. El 
cántico, entonado por la comunidad reunida en asamblea en 
la celebración de la Pascua, expresa el alma agradecida de 
un pueblo liberado.
Es el salmo llamado «El gran Aleluya»: La majestuosa 
alabanza a Yavé, creador de los cielos y la tierra, que se 
ha inclinado y ha escogido un pueblo para ser testigo 
privilegiado de su amor y su bondad. La asamblea inicia su 
cántico reconociendo y aclamando a Yavé por las maravillas 
que ha desplegado en la creación: «Dad gracias al Señor,
porque es bueno... Dad gracias al Dios de los dioses... Dad 
gracias al Señor de los señores... Sólo Él hizo grandes 
maravillas... Él hizo los cielos con inteligencia... Él 
afianzó la tierra sobre las aguas...».
Israel tiene conciencia de que no es suficiente alabar 
y bendecir a Dios por la belleza y armonía de su obra 
creadora. También los demás pueblos de la tierra alaban a 
sus dioses por la creación. También ellos les agradecen por 
el hecho de haber puesto a su alcance los mismos dones.
La gratitud del pueblo para con Yavé tiene un añadido 
que rebasa la creación. Israel tiene una historia que está 
indisolublemente ligada a Yavé-Creador. Él ha hecho de 
Israel un pueblo diferente a todos los demás. Es una 
historia de preferencia, de elección. Si grandes son las 
maravillas de Yahvé en su creación, aún mayores son las que 
hace por el pueblo de su elección.
Y así vemos cómo, a lo largo del salmo, se van 
recordando y aclamando los prodigios de Dios en su favor. 
Desde que yace en la esclavitud de Egipto, el cántico 
pormenoriza los prodigiosos auxilios de Dios en su caminar 
hasta llegar a la tierra prometida. Tierra que conquistan 
por el asombroso poder de Dios: «Él hirió a Egipto en sus 
primogénitos... Él sacó a Israel de entre ellos... Con mano 
poderosa y brazo extendido... Él les dio su tierra en 
herencia... En herencia a su siervo Israel...».
La inigualable belleza y majestuosidad de esta 
aclamación litúrgica, la vemos reflejada en el hecho de que 
cada maravilla realizada por Yavé, bien en la creación, 
bien en favor del pueblo, es repetida por la asamblea con 
el sugestivo estribillo: «Porque su amor es para siempre».
La proclamación «porque su amor es para siempre» es la 
que más aparece a lo largo de toda la Escritura. No la 
hemos de ver desde la perspectiva de una perla litúrgica. 
Es el rezumar agradecido y gozoso de unos hombres y mujeres 
que tienen una historia común y pueden contarla y cantarla.281

Y así les vemos clamando en la Pascua a una sola voz, 
y entonando sobrecogidos por la emoción, que la bondad de 
Yavé es eterna, que ha sido Él quien, con su elección, 
rescate, protección, fuerza, poder y amor, les ha permitido 
sobrevivir a tantísimos peligros y combates que ha sido 
sometido por sus enemigos. Tantos y tantos acontecimientos
gloriosos han hecho posible que, cada noche pascual, sus 
voces y almas resuenen con ímpetu para bendecidle.
Siempre hemos dicho que todos los salmos son 
mesiánicos. Nos preguntamos si la figura del Mesías se hace 
presente en esta letanía de maravillas aquí ensalzadas. Por 
supuesto que hay una puerta abierta a la figura de 
Jesucristo. Valorando en toda su riqueza tantas maravillas 
hechas por Dios, podemos decir que falta aún la maravilla 
de las maravillas: la victoria sobre la muerte. A final de 
cuentas, esta ha de llegar a ser la razón nuclear que hace 
que el hombre bendiga, alabe y estalle en gratitud a Dios: 
ser testigos de que la muerte ha sido aplastada.
La gran maravilla que marca la historia de la creación 
y de toda la humanidad es que Dios resucita a su Hijo del
lazo de la muerte. En Él, la muerte no tiene ya poder 
permanente sobre el hombre. La maravilla se dispara al 
infinito ante el don de la inmortalidad del ser humano. En 
Jesucristo todos estamos llamados a ser hijos de Dios, 
portadores del sello de la vida eterna.
Fijémonos que la primera predicación de la Iglesia 
realizada por Pedro el día de Pentecostés, lleva consigo la 
buena noticia que todo hombre debe recibir: Que si bien 
Jesucristo fue ejecutado en el Calvario, «Dios le resucitó 
librándole de los dolores de la muerte, pues no era posible 
que quedase bajo su dominio» (He 2,24).
Al resucitar a su Hijo, Dios Padre rompe el sello de 
la muerte que aprisionaba a toda la humanidad. En la 
victoria de Jesucristo todos somos vencedores. Nuestro 
apoyarnos en Él por la fe, es la llave y la garantía de 
nuestra vida eterna, así lo dijo Él: «Yo soy la 
resurrección. El que cree en mí, aunque muera vivirá; y 
todo el que vive y cree en mí no morirá jamás» (Jn 11,25-
26).282

Salmo 135(134). Himno de Laudes (Elección y servicio)


Salmo 135 (134)
1 ¡Aleluya!
Alabad el nombre del Señor,
alabadlo, siervos del Señor,
2 vosotros que servís en la casa del Señor,
en los atrios de la casa de nuestro Dios.
3 Alabad al Señor, porque es bueno.
Tocad para su nombre, porque es agradable.
4 Porque él se escogió a Jacob,
hizo de Israel su propiedad.
5 Sí, yo sé que el Señor es grande,
que nuestro Dios supera a todos los dioses.
6 El Señor hace todo lo que quiere
en el cielo y en la tierra,
en los mares y en los océanos.
7 Hace subir las nubes desde el horizonte,
con los relámpagos desata la lluvia,
suelta el viento de sus depósitos.
8 Él hirió a los primogénitos de Egipto,
desde los hombres hasta los animales.
9 Envió signos y prodigios,
en medio de ti, Egipto,
contra el faraón y sus ministros.
10 Él hirió a pueblos numerosos
y destruyó a reyes poderosos:
11 a Sijón, rey de los amorreos,
a Og, rey de Basán,
y a todos los reyes de Canaán.
12 Dio su tierra en herencia,
herencia para su pueblo Israel.
13 iSeñor, tu nombre es para siempre!
Señor, tu recuerdo pasa
de generación en generación.
14 El Señor gobierna a su pueblo
y se compadece de sus siervos.

Los ídolos de las naciones Son plata yoro,
hechura de manos humanas:
16 tienen boca y no hablan,
tienen ojos y no ven,
17 tienen oídos y no oyen,
ni siquiera hay un soplo en su boca.
18 ¡Sean como ellos los que los hacen,
todos los que confían en ellos!
19 ¡Casa de Israel, bendice al Señor!
iCasa de Aarón, bendice al Señor!
20 ¡Casa de Leví, bendice al Señor!
¡Fieles del Señor, bendecid al Señor!
21 Bendito sea el Señor en Sión,
él que habita en Jerusalén.
¡Aleluya! 

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Salmo 135
Elección y servicio

El salterio pone ante nuestros ojos esta proclamación del
pueblo, convocado en inmensa asamblea. Da gracias a Yavé
recordando, agradecido, su historia. Historia toda ella
marcada por la acción benéfica de Yavé sobre su pueblo.
Entresacamos algunos de los hechos gloriosos de Dios,
alrededor de los cuales Israel forja su espiritualidad: «Él
hirió a los primogénitos de Egipto, desde los hombres hasta
los animales. Envió signos y prodigios, en medio de ti,
Egipto, contra el faraón y sus ministros. Él hirió a
pueblos numerosos y destruyó a reyes poderosos... Dio su
tierra en herencia, herencia para su pueblo, Israel».
Israel hace hincapié en reconocer y agradecer la
benevolencia de Dios en favor suyo. Es necesario señalar
que encontramos en el salmo el punto de partida que da
lugar a numerosas intervenciones salvíficas de Yavé. Nos
referimos a la conciencia clarísima que tiene el pueblo de
que todo le viene dado por su elección. Sabe que Dios paseó
su mirada sobre la tierra y se fijó en él para llevar a
cabo su obra de salvación: «Alabad al Señor, porque es
bueno. Tocad para su nombre, porque es agradable. Porque él
se escogió a Jacob, hizo de Israel su propiedad».
El concepto que tiene Israel de su elección está en
consonancia con el que tiene de la misericordia de Dios. Se
sabe elegido no por su grandeza, méritos o fidelidad, sino
porque Dios, en su amor y bondad, lo ha querido así: «No
porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha
prendado Yavé de vosotros y os ha elegido, pues sois el
menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que
os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros
padres...» (Dt 7,8).
Conforme Israel va creciendo y madurando en su
experiencia de Dios, percibe que su elección no es sino el
pórtico de entrada de una elección-amor universal que
abarca a todos los pueblos de la tierra. Vemos entonces
cómo Dios instruye a sus profetas de forma que éstos puedan
ver en el Mesías prometido el elegido de Yavé para extender
su luz, proyectada en primer lugar sobre su pueblo y, a
partir de él, a todas las gentes y naciones: «Yo, Yavé, te
he llamado en justicia, te así de la mano, te formé, y te
he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes»
(Is 42,6).
Es muy importante señalar que Israel entiende,
conforme Dios le va iluminando, que su elección no es tanto
motivo de supremacía o encumbramiento, sino una vocación de
servicio en beneficio de toda la humanidad. Del seno del
pueblo ha de nacer el Mesías, el elegido, por quien el amor
y la misericordia de Yavé, que tan bien conocen, atraviesen 279


sus fronteras y, como un torrente imparable, alcancen a
todos los hombres.
La expectativa de Israel, alimentada e iluminada por
los profetas, se hace realidad visible en el Mesías. Es
más, en el acontecimiento de la transfiguración, Dios Padre
da testimonio de que Jesucristo es el elegido anunciado por
los profetas. Es en el monte Tabor donde Yavé presenta a su
Hijo como su Palabra; por eso dice: ¡escuchadle!
Es fundamental que el mismo Yavé sea quien testifique
acerca de su Hijo anunciándole como el elegido que
esperaban; y es fundamental también que la voz de Dios
exhorta a los tres apóstoles a una sola y perentoria
actitud: Que le escuchen. En Pedro, Juan y Santiago, Dios
está invitando a todos los hombres a prestar atención a las
palabras de su Hijo porque son palabras de vida eterna,
como muy bien entendió Pedro, uno de los testigos, cuando
le dijo a Jesús: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes
palabras de vida eterna, y nosotros creemos que tú eres el
santo de Dios» (Jn 6,68-69).
El Señor Jesús, el elegido de Dios, tiene a su vez
poder para elegir, para elegirnos. No es el hombre-mujer
quien elige a Dios; es Él quien nos elige a nosotros, y con
los mismos parámetros con los que Yavé escogió a su pueblo:
para hacer un servicio, para dar frutos de salvación en
beneficio del mundo.
Que el discipulazgo, la vida de fe, es un don de Dios
concedido al hombre por medio de Jesucristo, era una
realidad meridiana para los primeros cristianos. Veamos,
por ejemplo, cómo empieza la segunda Carta del apóstol
Pedro: «Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los
que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo
les ha sido concedida gratuitamente una fe tan preciosa
como la nuestra» (2Pe 1,1).
En la medida en que los elegidos del Señor Jesús dan
fruto, el mundo, la humanidad, se salva, ya que a la vista
de la luz que irradian, los hombres dan gloria y alaban al
Padre: «Vosotros sois la luz del mundo... brille así
vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras
buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los
cielos» (Mt 5,14-16).
Jesucristo elige a sus discípulos no con una varita
mágica ni al capricho del azar: la elección se hace
efectiva por la fuerza de la predicación del Evangelio.
Esto es lo que nos dice el apóstol san Pablo: «Conocemos,
hermanos queridos de Dios, vuestra elección; ya que os fue
predicado el Evangelio...» (1Tes 1,4-5).280