sábado, 30 de enero de 2016

¿QUIEN ERES SEÑOR? Hch 9,5 (PARA EL EVANGELIO DEL DOMINGO 31 DE ENERODE 2016)

¿QUIEN ERES SEÑOR? Hch 9,5 
(PARA EL EVANGELIO DEL DOMINGO 4º del Tiempo Ordinario 31 DE ENERO DE 2016)
Lucas (4,21-30)

La Palabra de Dios siempre se cumple en quien la escucha gozosamente y con el mismo gozo la aprieta contra su corazón, es entonces cuando acontece el Hoy de su salvación. Acontece Dios en él.

viernes, 29 de enero de 2016

Toques del Alma 158

29-01-2016
Toques del Alma 
(Por el padre Antonio Pavía)

Bellísima esta intuición de San Isidoro: “Cuando oramos somos nosotros quienes hablamos con Dios; cuando leemos es Dios quien habla con nosotros”.
 En general las intuiciones nacen de vivencias muy concretas. No hay duda de que este santo sabía que cuando se sumergía en la Palabra se sumergía en Dios, en un abrazo eterno con Él.

Nosotros, nuevo pueblo de Israel, también fuimos viñadores homicidas(Mt 21,33-40, 43). (Por Tomás Cremades)

Nosotros, nuevo pueblo de Israel, también fuimos viñadores homicidas (Mt 21,33-40, 43).
 
Dijo Jesús a los sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores, y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo a otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su Hijo, diciéndose: “Tendrán respeto a mi Hijo”. Pero los labradores, al ver al Hijo, se dijeron: “Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con la herencia”. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y, ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿Qué hará con aquellos labradores? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los Cielos, y se dará a un pueblo que produzca sus frutos” PALABRA DEL SEÑOR
Comienza este Evangelio de Jesús diciendo: “Escuchad otra parábola”. Inicia la catequesis con las palabras del Shemá: ¡Escucha, Israel! Israel, el pueblo de la escucha, ha de estar atento a las palabras que salen de la boca de Dios. Y es la primera recomendación del Señor, escuchar.
Esta parábola, “de los viñadores homicidas”, viene inmediatamente después de la Parábola de los dos hijos, en la que, como sabemos, Jesús plantea el problema de dos hijos que reciben una invitación de su padre para ir a trabajar. Uno dice ir inmediatamente, pero no va; y el otro no quiere ir, pero se arrepiente y va. Y Jesús, es fulminante en su veredicto: sólo uno hizo la voluntad del padre. Y emite una sentencia, a primera vista, cuando menos chocante: “las prostitutas y publicanos llevan delantera en el camino hacia Dios”
No es que haya que vivir como estos pecadores; Jesucristo no aplaude estos pecados; pero, al menos, estos pecadores saben que lo son, y Dios encontrará por su humildad y reconocimiento, el camino que les lleve al perdón. 
El Evangelio de hoy, es continuación del anterior. Es sobradamente conocido, y los personajes se identifican con facilidad, por ello, ya que toda la Escritura tiene infinidad de vertientes catequéticas, aunque dejemos reflejado la identidad de cada uno, hemos de dejar al Espíritu que sople en otra dirección.
El propietario de la viña es Dios, y los servidores son los profetas de todos los tiempos. Profeta NO es el que adivina el futuro, eso es un adivino; profeta es el que ANUNCIA la Palabra de Dios. Los viñadores representan en esta alegoría a los judíos infieles. El otro pueblo que recibirá los frutos representa a los gentiles. Podríamos vernos encuadrados nosotros ahí. El Hijo es Nuestro Señor Jesucristo, al que todos asesinamos.
 
 
Y en esta infinidad de vertientes, leemos en Isaías (5, 1)
Una viña tenía mi amigo en un fértil otero. La cavó y la despedregó, y la plantó de cepa exquisita. Edificó una torre en medio de ella y cavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agraces
¿Qué mas pude hacer ya a mi viña que no se lo haya hecho yo?
Isaías se pregunta si se podía haber hecho más. Es una pregunta como de reproche de Dios a nosotros. Ha dado tanto Él por nosotros, y nosotros ¿cómo hemos respondido?
Y más que de reproche, yo creo que de pena, de sufrimiento, por ver un pueblo de dura cerviz, como nos recuerda el libro del Deuteronomio (Dt 9,13), cuando el pueblo de Israel se construye un becerro de oro.
Hay un Salmo, el Salmo 79 que se expresa así:
Dice el salmo:”…Sacaste una vid de Egypto, expulsaste a los gentiles y la trasplantaste;  le preparaste el terreno, y echó raíces hasta llenar el país. Su sombra cubría las montañas, y sus pámpanos los cedros altísimos; extendió sus sarmientos hasta el mar y sus brotes hasta el Gran  Río.
¿Por qué has derribado su cerca para que la saqueen los viandantes, la pisoteen los jabalíes y se la coman las alimañas?
Podríamos unir ambos textos en uno solo. Jesús es la Viña, Él nos lo recuerda cuando nos dice ser la Vid y nosotros los sarmientos (Jn 15): 
“Yo Soy la Vid, vosotros los sarmientos. Todo sarmiento que en Mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto lo limpia para que dé más fruto…”
Y esta Vid-Jesucristo- la han talado, la han derribado, la han quemado, la han pisoteado los jabalíes, que por otra parte, son animales impuros para Israel. La Viña, con sus sarmientos que somos nosotros, ha dado frutos amargos en la lectura de Isaías. 
Tiene que venir Jesucristo, enviado del Padre, para que convierta estos frutos agraces=amargos, en frutos de Vida Eterna.
Por eso dirá Jesús: se os quitará a vosotros- los fariseos-el Reino de los Cielos, y se dará a un pueblo que produzca sus frutos”.
Estemos siempre unidos a Él como la vid a los sarmientos, para que su savia, que es el Evangelio, su alimento que dice a la Samaritana (Jn 4,34), sea también nuestro alimento.
 
Alabado sea Jesucristo
 
 

jueves, 28 de enero de 2016

Toques del Alma 157

28-01-2016
Toques del Alma 
(Por el padre Antonio Pavía)

El que pregunta y pregunta dónde están hoy los verdaderos testigos de Dios nunca hará nada por sus hermanos. El que realmente se preocupa por ellos se acerca más y más al Señor Jesús, y desde su Evangelio irá al encuentro de aquellos que viven sin esperanza, bien porque la perdieron, bien porque nunca la tuvieron.

miércoles, 27 de enero de 2016

Toques del Alma 156

36. La acogida de María al deseo de Dios llegado a sus oídos por mediación del ángel, es figura de la acogida de la fe. No hay fe sin Anuncio, y éste no llega a los oídos sin enviados. He ahí la razón de ser de la Iglesia: Id y anunciad mi Evangelio.

martes, 26 de enero de 2016

Juan Bautista reconoce a Jesus


Toques del Alma 155

26-01-2016 Toques del Alma 
(Por el padre Antonio Pavía)

Cuando el corazón del hombre rechaza acoger a Dios como su Dios y Señor, no le queda otro remedio –su congénita insaciabilidad se lo exige- que acoger dioses y señores; toda una profesión de farsantes que, con sus cantos de sirena, terminan por ensordecer sus propios gritos de supervivencia.

lunes, 25 de enero de 2016

Toques del Alma 154

25-01-2016
Toques del Alma 
(Por el padre Antonio Pavía)

En una historia de amor sin precedentes y procedentes, el creyente busca a Dios en el Misterio de su Palabra, al tiempo que Él, con su luz, va al encuentro del corazón que así le busca. Cuando da con este lugar lo convierte en el Lugar Santo del que el Templo de Jerusalén fue figura y profecía.

Pastores según mi corazón (Hombres de Dios para el mundo) | Capítulo IX.-LAS SORPRESAS DE DIOS

Las sorpresas de Dios

Un aspecto que nos impacta fuertemente al analizar la llamada que Dios dirige a alguien para una misión concreta es lo que podríamos denominar “su falta de prudencia”, su saltarse las más elementales normas que rigen a la hora de fijarse en alguien para un determinado proyecto. Estamos hablando de la idoneidad, de la capacidad de personas que no parecen de por sí las más adecuadas en orden a asumir un encargo de tanta responsabilidad, como lo son todos los encargos de Dios, para llevar a cabo satisfactoriamente lo que Él les propone. Si se me permite una ligera ironía, diría que,cuando Dios llama así, el acto de fe es más necesario en Él que en la persona llamada.
Dios tiene sus criterios que menos mal que no se equiparan con los nuestros, ya que somos, una y otra vez, seducidos, influenciados y movidos por las apariencias, hasta el punto de que valoramos a los demás según su fachada. Dios no mira las apariencias sino el corazón. Recordemos el diálogo habido entre el profeta Natán y Jesé, padre de David. Natán había sido enviado a casa de éste con la misión de escoger entre sus hijos al rey que habría de sustituir a Saúl (1Sm 16,1). Jesé le presenta al mayor de ellos, Eliab, sin duda el que reunía las mejores condiciones y cualidades humanas, altura, prestancia, fuerza, habilidad…, para ser rey. Sin embargo, Dios dijo a Samuel: “No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo lo he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Yahvé mira el corazón” (1Sm 16,7).
La mirada de Dios no es como la mirada de los hombres. Si tuviéramos que analizarlas, diríamos que la mirada del hombre tiene mucho de egocéntrica, detrás y delante de ella van atados nuestros intereses; además somos enormemente débiles y pobres en objetividad ante las apariencias que nos deslumbran. La mirada de Dios, en cambio, es creadora como creador es Él, es capaz de convertir el yermo en un vergel: “Convertiré el desierto en lagunas y la tierra árida en hontanar de aguas. Pondré en el desierto cedros, acacias, arrayanes y olivares. Pondré en la estepa el enebro, el olmo y el ciprés a una…” (Is 41,18b-19).
Así es como Dios llama a sus pastores: mirándoles. No es una mirada sopesadora, menos aún inquisidora. Dios no necesita investigar a fondo para conocernos, bien sabe quiénes y cómo somos por fuera y por dentro. Recordemos lo que Jesús pensaba acerca de aquellos que, a la vista de sus milagros, decían y profesaban su fe en Él. Lo conocemos por el testimonio de Juan: “…muchos creyeron en su nombre al ver las señales que realizaba. Pero Jesús no se confiaba a ellos porque los conocía a todos y no tenía necesidad de que se le diera testimonio acerca de los hombres, pues él conocía lo que hay en el hombre” (Jn 2,23b-25).
En realidad la mirada del Hijo de Dios al llamar a los suyos es como un espejo en el que los llamados pueden conocer quiénes y cómo son por una parte, y por otra evitar que se asusten o se escandalicen de sí mismos, ya que Él, que les mira y llama, se responsabilizará dando su vida por ellos a fin de que lleguen a ser sus pastores: “Jesús les dijo: Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres. Al instante, dejando las redes, le siguieron” (Mc 1,17-18).
Nos adentramos en la llamada de Jesús a Pedro con el fin de disfrutar del relato catequético tal y como nos lo ofrece Juan. El evangelista puntualiza que Jesús fijó su mirada en él y le llamó: “Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas, que quiere decir, Piedra” (Jn 1,42).

Claro que sabe

Damos un salto de esta primera llamada a la última, la que consuma el definitivo toque a su obra creadora en él, sabiendo que todo discípulo y pastor es una obra maestra de Dios. En esta última vez, a las orillas del mar del Tiberíades, Jesús le pregunta: Pedro, ¿me amas? -La misma voz, los mismos ojos y…, ahí queda el pobre Pedro aturdido por el asombro, ¡el mismo amor!
¡Señor, tú lo sabes todo, lo sabes todo acerca de mí! ¿Y aún me preguntas que si te amo? ¡Claro que sí, por supuesto que te amo! ¿Quién sino Tú es capaz de ofrecer al hombre caído motivos y razones para seguir viviendo? Tu pregunta es como un soplo que aviva la mecha humeante (Is 42,3) a la que se vieron reducidas mis promesas de amor y seguimiento a ti: “… ¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti” (Jn 13,37).
Buceamos, entre curiosos y expectantes, por el inmenso amor de soliloquios de Pedro ante esta mirada-pregunta, que en realidad es una neollamada de Jesús, con la certeza de encontrar en Él respuestas, y también fuerzas ante tantos miedos que nos impiden fiarnos de nosotros mismos a la hora de decir nuestro ¡aquí estoy! a Dios.
Bien cierto es que, si nos atrevemos a mirar fijamente el corazón de Pedro, llegamos a la conclusión de que la verdad de nuestros impedimentos para responder a Dios el aquí estoy ante sus llamadas, no es que no nos fiamos de nosotros mismos, sino que, realmente, de quien no nos fiamos es de Dios, no nos creemos que la historia de Pedro sea repetible. Pues sí, lo es, se repite en cada discípulo llamado al pastoreo.
Nos parece oír los susurros de Pedro: ¡Señor, tú lo sabes todo sobre mí! Es cierto que hemos hablado en otras ocasiones de este encuentro de Jesús con Pedro en la mañana de la resurrección. Hoy nos apetece acariciar estas palabras, tan bellas como sobrecogedoras: Señor, tú sabes todo acerca de mí y, a pesar de ello, me llamas… Ahora sí que comprendo el valor incalculable que tiene la vida que has ofrecido, entregado, por mí… ¡Es tanta mi pobreza, tan escaso mi amor! Sin embargo, ahora ya sé lo que es ser amado aunque yo no te haya sabido amar.
Sin salir de las entrañas de Pedro, nos parece oír la respuesta de Jesús, o quizás mejor, las razones por las que insiste en su llamada-invitación a que pastoree sus ovejas. Recogemos, pues, las palabras del Señor y Maestro que resuenan en el alma asombrada y sobrecogida de Pedro. El soliloquio ha dado paso a un diálogo íntimo en el que el eco de cada palabra está cargado de mil resonancias, rebosantes todas ellas de la ternura infinita del Hijo de Dios, y también, por qué no, de la ternura del rudo pescador que está con Él.
Afinamos el oído y escuchamos la respuesta que da el Hijo de Dios a su amigo y discípulo: Es cierto, conozco todo sobre ti, conozco tu corazón mucho mejor que tú mismo. Acuérdate que en su momento te advertí que no estabas todavía preparado para seguirme, mas también te prometí que un día estarías capacitado para dar estos pasos (Jn 13,36). No era entonces posible para ti ni para nadie. Al igual que todos los demás, tenías una fe infantil, disonante; tu boca y tu corazón estaban desajustados. La palabra de tus labios no estaba en absoluto en consonancia con tu corazón tan voluble… Más de una vez lo habrás oído en la sinagoga cuando se leen los textos proféticos: “Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí” (Is 29,13). Justamente por esta disonancia no podías ni seguirme, ni ser pastor según mi corazón. Una vez que he dado mi vida por ti y que ya te es posible el seguimiento y la aceptación de mi llamada a ser pastor, rememoro nuestro primer encuentro y te pregunto: ¿Quieres? Puesto que ya puedes amarme a mí y a mis ovejas, te digo: ¿Me amas y las amas?

Dios nos hace crecer

Pedro, el del corazón voluble, el de voluntad débil, el de sentimientos adolescentes, se rinde. ¡Dios se ha hecho en él en forma de corazón fuerte! Quizás se ve en ese momento en el espejo de Jeremías cuando, acobardado y atemorizado ante la misión que Dios le confiaba, arguyó en su favor el pretexto, con el fin de poder rechazarla, de que no era más que un muchacho, un adolescente. Pienso que no se estaba refiriendo a una edad cronológica sino a la inmadurez de su corazón. Y por otra parte, ¿qué corazón no es inmaduro ante las propuestas de Dios?
Recordemos la respuesta de Dios a Jeremías cuando le argumentó que no era más que un adolescente: “No digas: Soy un muchacho, pues adondequiera que yo te envíe, irás, y todo lo que te mande dirás… Entonces alargó Yahvé su mano y tocó mi boca. Y me dijo: Mira, he puesto mis palabras en tu boca” (Jr 1,7-9). El profeta se rindió no ante la fuerza de Dios sino ante su amor y elección.
Corazón voluble, adolescente, inmaduro y, por supuesto, no fiable. Así es como nos encuentra el Hijo de Dios al llamarnos al pastoreo. La garantía consiste en que el que nos llama se hace en nosotros dándonos un corazón nuevo. Lo hizo con Pedro y lo hace con todos, pues así está profetizado y prometido: “Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos (mis palabras)…” (Ez 36,26-27).
Releamos esta promesa a la luz de Jesucristo, que es quien la lleva a cabo en los suyos: un corazón nuevo que os hará caminar según mi Evangelio. A la luz de Jesucristo, podemos afirmar que Dios se hace en el hombre por su Palabra creando en él un corazón nuevo, firme en la fe y apto para el seguimiento. Ya afirmé antes que el Hijo de Dios se hizo en el corazón de Pedro, y probablemente esto suscitó algo de extrañeza y perplejidad. Creo que sabiendo que la profecía-promesa de Ezequiel se ha cumplido en su plenitud en el Hijo de Dios, hemos podido comprender mejor este hacerse de Dios en el hombre, aunque parezca metafórico.
Mirando ahora a Pedro, podemos afirmar que el pastoreo de las ovejas de Jesús es una bellísima e inigualable historia de confianza y amor, en la que el Señor Jesús, aun sabiendo todo hasta lo más recóndito e, incluso, inexcusable, acerca de cada uno de los que llama a este ministerio, persiste en su invitación.
Nadie que conociese así a un candidato que pretendiera trabajar para él, lo aceptaría. ¡Dios sí! Lo que realmente es incomprensible, imposible de encajar con nuestros parámetros de eficacia, es que, aunque nos parezca increíble, y realmente nos lo parece, cuanto más un hombre se sabe conocido por Dios en su debilidad, ¡tanto más se siente hijo suyo, tanto más Dios es Padre para él! Y pasmémonos: tanto más Dios lo reconoce como hijo querido en quien se complace (Mt 3,17). Inaudito, inconcebible, sí, pero… ¡silencio!: ¡estamos hablando de Dios, de su amor!, término que en Él no tiene nada de banalidad, como puede acontecer entre nosotros.

sábado, 23 de enero de 2016

LOS ANAWIN BAJO LA PROTECCIÓN DE DIOS 24 01 2016


¿QUIÉN ERES SEÑOR? Hch9,5 (Para el Evangelio del Domingo 24-01-2016)

¿QUIÉN ERES SEÑOR? Hch9,5
(Para el Evangelio del 3º Domingo del Tiempo Ordinario  Ciclo C 24-01-2016) Lucas (1,1-4; 4,14-21)

Lucas nos dice que Jesús inicia la predicación del Evangelio, con la Fuerza del Espíritu Santo. Nuestra misión como discipulos del Señor, no nos pertenece, no podemos actuar sin más por nuestra cuenta, de ahí la necesidad de llevarla a cabo con la Fuerza del Espíritu Santo, como nuestro Maestro.

jueves, 21 de enero de 2016

Toques del Alma 153

21-01-2016
Toques del Alma 
(Por el padre Antonio Pavía)

San Gregorio Magno dice en una de sus cartas que aprendemos a conocer el corazón de Dios en su Palabra. Si realmente nos creyéramos esto, no perderíamos tanto tiempo y energías de charco en charco, sino que nos sumergeríamos en el Manantial de la Vida. 
Sabiduría de Dios o sabiduría de los hombres: tú escoges.

Lamentación ante la destrucción de Jerusalén (Sal 78) .- por TomásCremades)


Dios mío, los gentiles han entrado en tu heredad
Han profanado tu santo templo
Han reducido Jerusalén a ruinas…
Con estas palabras, que no son exentas de realidad, el salmista observa lo que ha ocurrido con la destrucción del primer templo de Jerusalén. 
Pero estas palabras desgarradoras, se hacen presentes hoy y ahora en el tiempo que vivimos, en los cristianos. Y digo en los cristianos, no porque seamos mejores que los que no lo son, como es cierto y evidente, sino que, al menos, tenemos una conciencia de pecado que nos delata.
La conciencia queda impresa por Dios desde nuestro nacimiento, como la huella que deja el alfarero en el barro. Es la huella dactilar de Dios en nuestra alma; diríamos que es como la Ley Natural.
Y esta ley natural todos la llevamos dentro; otra cosa es que nos demos cuenta de ello, o no. 
Los gentiles, nuestros ídolos, que comienzan en nuestro propio “yo”, y sigue por la lista de pecados capitales, han entrado dentro de nosotros, lo que el salmista define como “nuestra heredad”. Y continúa diciendo: “han profanado tu santo templo”.
Nos dice Pablo en 1 Corintios, 6,19: “…No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?
Es curioso que empleemos la palabra “templo” como sinónimo de iglesia. Y no es que no lo sea, en verdad; la Iglesia es la comunidad de creyentes que se reúnen para celebrar la Palabra y los Sacramentos. Pero realmente “el templo”, somos cada uno de nosotros, como nos acaba de decir Pablo.
Pues bien; en esta ocasión, los dioses han profanado nuestro templo: nos han violado en nuestra carne y en nuestra alma.
Y continúa el Salmo:
Echaron los cadáveres de tus siervos
En pasto a la aves del cielo,
Y la carne de tus fieles
A las fieras de la tierra
Y es que nos dejaron como cadáveres para pasto del enemigo-aves, fieras…-
¡Socórrenos, Dios, salvador nuestro
Por el honor de tu Nombre
Líbranos y perdón nuestros pecados, a causa de tu Nombre
Y, en este contexto, nos ayuda el Salmo 23 :
El Señor me guía por el sendero justo por el honor de su Nombre
Es el mismo concepto: Jesucristo pone su Nombre como “garantía” de su camino para nosotros, sabiendo que en Él, y por Él, aun caminando por oscuras cañadas, nos acompaña.
Alabado sea Jesucristo
 
 
 
 

domingo, 17 de enero de 2016

Pastores según mi corazón (Hombres de Dios para el mundo) | Capítulo VIII

Les hablaré al corazón

El profeta Oseas describe la infidelidad de Israel con respecto a Dios con unos matices que podríamos considerar dramáticos. Es tan real la apostasía de hecho del pueblo santo, que se siente en la necesidad de denunciar que se ha prostituido al poner su confianza en los ídolos, al tiempo que se sacudió de encima a su Dios como si fuera una carga: “Mi pueblo consulta su madero, y su palo le adoctrina, porque un espíritu de prostitución le extravía, y se prostituyen sacudiéndose de su Dios” (Os 4,12).
Parece que no hay vuelta posible. Ya tomaron su determinación, “la suerte está echada”, dirían los clásicos; y el pueblo de la alegría y de la fiesta, de las celebraciones y los cánticos, del honor y la dignidad, ha quedado, como se dice, al pie de los caballos. No, no hay como volver a Dios, todo es incertidumbre y confusión; aun cargando sobre sus espaldas el mal que han escogido con todas las frustraciones que comporta, no tienen muy claro que con Dios, a quien han abandonado, les vaya a ir mejor. Lejos están las hazañas que Dios hizo por este pueblo, las maravillas que sus antepasados les contaron de generación en generación. Si lejos están en el tiempo, más lejos aún están en su memoria, en su corazón. Presos de tanta desazón, ¿cómo volver a Él?
Efectivamente, no hay cómo volver a Dios. Sin embargo, Él sí tiene cómo volverse a su pueblo, y sí, se vuelve. Así lo hace a pesar de que Israel se lo ha quitado de encima porque no constituía para él más que una molestia, un estorbo de cara a sus proyecciones y metas. El mismo Oseas, que tan descarnadamente nos ha descrito la infidelidad-apostasía de Israel, nos dará a conocer la solicitud amorosa de Dios hacia su pueblo con palabras inusitadamente bellas, palabras cargadas de delicadeza, solicitud, amor… Es tal el inclinarse de Dios hacia estos hombres, que nos parece totalmente imposible que se haya interpuesto entre ellos tamaña infidelidad y apostasía.
No nos cabe en la cabeza que el mismo Dios que dijo “les visitaré por los días de los Baales (Ídolos), cuando les quemaba incienso, cuando se adornaba con su anillo y su collar y se iba detrás de sus amantes, olvidándose de mí” (Os 2,15)…, exprese a continuación ¡esta sublime declaración de amor!: “Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto (a Israel como su esposa) y hablaré a su corazón” (Os 2,16).
Recogemos esta declaración y hacemos de ella nuestro pórtico de entrada que nos introduzca en una nueva faceta de los pastores según el corazón de Dios. Faceta que nos indica que éstos son aquellos a quienes Dios lleva primeramente al desierto, a la soledad; una vez en él, les habla –pone sus palabras- al corazón. Soledad, Palabra y corazón del hombre: He ahí el trípode, el horno en el que Dios moldea a sus pastores quienes tienen la misión recibida del Hijo, como quien les pasa el testigo, de dar a conocer a los hombres al Dios vivo y verdadero; este conocer que su Señor y Maestro identifica con la Vida eterna. “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero” (Jn 17,3).
La llevaré al desierto, puntualiza Dios. Espacio de soledad indispensable para dar alas a la intimidad, a confidencias. Y nuestro asombro se dispara con lo que sigue: “y le hablaré al corazón”. Soledad necesitan los amantes, han proclamado por todos los confines de la tierra innumerables poetas surgidos en toda nación y cultura, quienes coincidieron en esta misma cualidad del amor: soledad necesitan los amantes.
No está refiriéndose Dios a un desierto físico, geográficamente hablando, a una soledad entendida como aislamiento total del mundo o de todo contacto humano. Dios está pensando en otro concepto de soledad. Mirando a lo lejos y teniendo como punto de referencia la encarnación de su Hijo, está anunciando que llevará a sus discípulos-pastores a una situación tal en la que no encuentren apoyo en nadie, sólo en Él. Dios prepara para los suyos una soledad medicinal, que les libre de cualquier clase de adulación, agasajo, etc., todo aquello que el mundo sabe hacer muy bien con sus amantes; recordemos que Jesús previene a los que ha llamado diciéndoles que “el mundo ama lo que es suyo” (Jn 15,19a).

En soledad con Dios

Por supuesto que el mundo intenta atraer hacia sí lo que el Hijo de Dios, con su llamada, le ha arrebatado de sus manos: sus discípulos: “Al elegiros os he sacado del mundo” (Jn 15,19b). De ahí la necesidad de llevarlos a la soledad para ponerlos al abrigo de todo apoyo destructivo, protegerlos de toda alabanza y reconocimiento: éstas son las armas del mundo. Librarlos en definitiva de todo aquello que cegó los ojos de los fariseos impidiéndoles reconocer que Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios.
De todas formas, la mejor manera de comprender la soledad a la que el Señor Jesús conduce a los que llama para ser pastores según su corazón, es haciendo nuestra su experiencia de soledad. Él mismo, sin dejar de estar permanentemente con su pueblo y de forma especial con sus discípulos, nos habla de ella: “Mirad que llega la hora en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo” (Jn 16,32).
Jesús, Pastor de pastores, el que alcanzó a ser dueño y señor de su soledad hasta encontrar en ella el Rostro de su Padre, el manantial de su Sabiduría y el temple de su Fuerza, conoció palabras en su propio corazón, palabras de vida, palabras de lo alto, palabras guardadas con tanto amor que le ataron indisolublemente al Padre, a su voluntad. Recordemos su confesión a los judíos quienes no terminaban de creer en Él: “Yo conozco a mi Padre y guardo su Palabra” (Jn 8,55b).
Jesús, el Solo con el Padre por excelencia, nos conduce a nuestro propio desierto para pastorearnos, hablarnos al corazón, poner en él su Evangelio creando en los suyos el pastoreo según su corazón. El Hijo de Dios es la plenitud del pastoreo confiado por Yahvé a Moisés, a quien vamos a dedicar unas líneas, ya que su experiencia como pastor al conducir al pueblo de Israel por el desierto hasta las puertas de la tierra prometida, es un bello y profundo reflejo de los pastores de la Iglesia, cuya misión es conducir sus ovejas, los hombres y mujeres del mundo entero, hacia Jesucristo.
Nadie va al Padre sino a través de Él (Jn 14,6b). Más aún, si Moisés llevó al pueblo que Dios le confió hasta las puertas de la tierra prometida, los pastores según su corazón llevarán a sus rebaños hacia las puertas por las que los vencedores llegan hasta Dios (Sl 118,19-20). Los pastores moldeados por el Hijo de Dios no se sirven de las ovejas para su propio provecho, prebendas o glorias, sino que, movidos por el amor y solicitud hacia ellas, dan lo mejor de sí mismos, su vida, a fin de conducirlas hacia Jesucristo, la única Puerta de acceso a la Vida, como Él mismo atestigua (Jn 10,9).
Volviendo a Moisés, hemos de señalar que no fue en absoluto dócil el rebaño que Dios le confió. Incontables fueron sus rebeliones, desánimos y chantajes, hasta el punto de querer desandar el camino recorrido en el desierto y volverse a Egipto porque no se fiaban ni de Dios ni del pastor que había preparado para ellos. Sin embargo, a pesar de tantas contradicciones, Moisés no abandonó a su rebaño. Sus ovejas llegaron a “amargarle el alma”, como nos dice el salmista (Sl 106,33), mas no por ello Moisés, amigo de Dios, desistió de su pastoreo, de su misión. Amaba demasiado a Dios y a su rebaño -he ahí el doble mandamiento dado por Yahvé a su pueblo y explicitado por Jesucristo (Mt 22,37-39)- como para desistir y abandonarlo a su suerte.

Las miradas de los pastores

Así sucede siempre, los pastores según el corazón de Dios tienen doble mirada: la que se fija intensamente en Jesús (Hb 12,2), y la que se posa con ternura sobre el rebaño confiado sean cuales sean sus características y circunstancias. Con no poca frecuencia, da una mirada tan penetrante a sus pastores que sus ojos traspasan las fronteras de su patria chica y se proyectan hacia la patria grande, el mundo entero, buscando rebaños sin pastor. Gozosos por la misión recibida, se llegan hasta estas multitudes dispersas y les dicen en nombre de Dios: “Os anunciamos una gran alegría… ¡Os ha nacido un Salvador!” (Lc 10,11)
Es necesario señalar también que Dios fraguó la calidad del pastoreo de Moisés en la soledad. Y así le vemos a solas, cara a cara con Él, mientras el pueblo se mantenía a distancia (Éx 33,8). En esta soledad propia de los amantes, Moisés recibía de Dios para él y para su pueblo “palabras de vida”, como dio a conocer Esteban al Sanedrín en el juicio que urdieron contra él (Hch 7,38).
He aquí el aspecto más doloroso y dramático de la soledad del pastor según el corazón de Dios. Recibe de Él palabras de vida, y esto bien que lo sabe, pues tiene la certeza de que no han llegado a su boca desde su mente o inteligencia. Con este tesoro en su corazón, choca, sobre todo al principio, con la dureza de corazón de su pueblo, especialmente con aquellos que nunca entendieron ni entenderán que la fe es una búsqueda permanente del Dios que habla. Algo semejante le sucedió a Moisés. Sin embargo, lo que parece un fracaso, un sinsentido, incluso una razón de peso para desistir y abandonar la misión y con ella al rebaño, se convierte en escuela del amor y fidelidad.
El hecho es que Moisés conoce íntimamente a Dios en este espacio de soledad no escogido por él; de la misma forma que tampoco escoge a su rebaño ni su modo de ser, a veces tan escéptico como arrogante. En realidad es Dios quien elige por él; incluso escoge el desierto que más conviene a su pastor, ese lugar privilegiado en que le puede hablar al corazón ofreciéndoles palabras que levantan sus almas. Gracias a esta soledad asumida, Moisés puede llevar a su rebaño hacia su destino.
Teniendo en cuenta todo esto y viéndose en cierto modo los pastores de hoy y del mañana reflejados en Moisés, nos alegramos al constatar que Dios le llama: su amigo. “Yahvé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo” (Éx 33,11a). Todos salieron ganando: el pastor llegó a ser amigo íntimo de Dios, y el rebaño alcanzó la tierra que Él le había preparado y dispuesto; tierra que mana leche y miel, que, como sabemos, son símbolos de las bendiciones mesiánicas.
“Mis palabras son espíritu y vida”, proclamó el Hijo de Dios, el nuevo y definitivo Moisés (Jn 6,63b). De su boca fluye la gracia, dijeron los judíos que asistieron a su primera predicación (Lc 4,22); fluyen “la leche y la miel de Dios que dan vida al alma”, como dicen los santos Padres de la Iglesia… También fluyen de la boca de sus pastores, aquellos que lo son según su corazón.