Un fariseo y un publicano van al Templo a rezar. El fariseo, como subido a un pedestal, se relame enumerando lo bien que hace sus ayunos, diezmos... es tan ciego que es incapaz de detectar al monstruo que habita en su corazón, que le invita a separar a todo aquel que no es tan bueno como él. De hecho, no reza, sino que, embobado, se hace un panegírico de sí mismo, deleitándose en su perfección legal.
Al fondo, está el publicano en actitud orante y parece que esto molesta al fariseo, que se permite decir despectivamente : ¡no soy como ese publicano!... El publicano, pasa del desprecio que acaba de recibir; todo su ser está fijo en Dios a quien, abatido por sus pecados y golpeándose el pecho, le suplica ! ¡Señor ten piedad de mi..!
Para nuestra sorpresa, Jesús dijo que éste, salió del Templo justificado...y esto es fortísimo porque en la Escritura justificado significa que ha sido declarado inocente. Es cierto que le queda un camino para culminar su conversión, pero Jesús el Buen Pastor ya lo ha acogido como oveja suya. Esto es lo que el Hijo de Dios puede hacer y hace por tí y por mí
(Antonio Pavía-Misionero Comboniano)
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