Por Jesucristo estoy sufriendo hasta llevar cadenas como un malhechor; pero la Palabra de Dios no está encadenada" (2 Tm 2,9)
Impresionante este testimonio de Pablo. Él, que lo ha sido todo, incluso hombre de confianza del Sumo Sacerdote, está arrojado como un perro en una mazmorra de Roma. Ni una queja, ni un lamento ni maldición contra quienes le han encadenado. ¿Esta loco este hombre? ¿Ha llegado a una apatía tan denigrante que todo le da igual? En absoluto.
El breve pasaje que hemos leído es un canto glorioso a la libertad; nunca fue Pablo tan libre, tan dueño de sí; consciente de su plenitud de vida proclama su gloria y su orgullo por las cadenas que amarran sus pies, porque no hay cadenas, ni opresión, ni cárcel en el mundo capaces de enmudecer la Palabra de Dios. La mayor Gloria de un discípulo de Jesús en la Iglesia Primitiva era percibir dentro de sí que la Palabra había llegado a ser "Alma de su alma" y tenemos testimonios bellísimos e imperecederos a este respecto como por ejemplo el de San Ignacio de Antioquía (siglo I): "He llegado a ser Palabra de Dios". ¿Es ésta nuestra meta, o nos desvivimos por asentarnos en pedestales de barro?
P. Antonio Pavía comunidadmariamadreapostoles.com
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