Leemos en este Evangelio que Jesús fijo sus ojos en Pedro y le llamó, y el noble pescador inició su andadura como discípulo suyo. Pedro no sabía que su Discipulado estaba por hacer, Jesús sí, y no le importó y esta es la garantía de quienes nos vamos abrazando al Discipulado. Las carencias de Pedro salieron a la superficie cuando tuvo que escoger entre él y Jesús… se escogió a sí mismo negándole a Él. Lo que aconteció esa noche rompe todos los esquemas de perfeccionismo inventados por los hombres... Sucedió que Jesús, atado entre soldados, se volvió hacia Pedro y volvió a mirarle como la primera vez (Lc 22,61). No hubo reproche en los ojos de Jesús sino confirmación en su llamada. Es como si le dijera… ¡Ánimo, que te estoy haciendo discípulo mío! Y ¿qué diremos de la última mirada? Fue a la orilla del mar… Jesús Resucitado ha entregado su Vida por él… y ya puede decirle… ¿Me amas? Pedro no retira sus ojos, los mantiene ante su Rostro y le responde, y ya para siempre: ¡Señor tú sabes que te amo! Así es como Jesús nos hace-crea como discípulos suyos, repitiendo la historia de Pedro. ¡Bendito seas Señor Jesús!
P. Antonio Pavía comunidadmariamadreapostoles.com
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