lunes, 7 de octubre de 2024

Partiendo la Palabra A los pies de Jesús, escuchaba su Palabra( Lc 10, 38-42 )

Partiendo la Palabra      A los pies de Jesús, escuchaba su Palabra
( Lc 10, 38-42 ) 

Escuchar la Palabra en la Espiritualidad bíblica implica la actitud y el deseo de obedecer a Dios.Los primeros cristianos no escuchaban la Palabra solo para aprenderla, sino sobretodo para llegar a ser hijos de Dios ( Jn  1,11-12 ) Jesus no da a María de Betania que está a sus pies escuchándole, unas recomendaciones o un código de conducta;  le está dando " Palabras de Vida Eterna ". Esta mujer al escuchar a Jesús, con los oídos del corazón, anticipa, y esto vale para todos los que escuchan la Palabra como ella,la contemplación de la Gloria de Dios, su estancia a en el Cielo. En su conversación-catequesis con Nicodemo, Jesús le dice, que nadie ha subido al Cielo, sino el que bajó del Cielo. ( Jn 3,1..) Está hablando de si mismo pues " Está en el Padre y el Padre está en Él ( Jn 14,11 ) Jesús que viene del Padre, vuelve al Padre en su Ascension . Volviendo a María de Betania, vemos desbordantes de alegría, que Jesús está diciéndonos que la oración contemplativa está al alcance de todos. No es un discurrir sobre etapas, moradas, conquistas..etc ¡¡ No !! María de Betania alcanzó con su amorosa e incondicional  escucha, lo que Pablo llamó: " El Evangelio de la Gracia " ( Hch 20,24 ) Por su forma de escuchar, Jesus creo en su alma la Gracia insondable de...¡ La Oración Contemplativa ! 
Seguimos  el Jueves 
P. Antonio Pavía 
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viernes, 4 de octubre de 2024

Partiendo la PalabraDom XXVII T. Ord( Mc 1O ,2-16 ) ¿Vives? O vas arrastrando tu vida

Partiendo la Palabra
Dom XXVII T. Ord
( Mc 1O ,2-16 ) 
¿ Vives ? O vas arrastrando tu vida 

Unos fariseos interpelan a Jesús acerca del divorcio, arguyendo que fue permitido por Moisés. Jesús responde que ciertamente, Moisés legalizó el divorcio más no porque fuera algo bueno sino porque ya era un hecho en si, debido a la dureza de corazón del pueblo. La denuncia de Jesús es clara: la sociedad decide legalizar algo e incluso proclamar,  por ejemplo, que el aborto es un derecho de una mujer a poner fin a la criatura que lleva consigo, porque está socialmente aceptado. Jesús apunta a algo tan destructivo como es la dureza del corazón. En el Salmo 81 leemos que Israel no quiso escuchar la Voz de Dios el cual no le castigó,simplemente  le dejó en manos de la dureza de su corazón. Sin Dios, Israel fue endureciendo más y mas su corazón hasta convertirlo en una piedra, que se convirtió en una carga insoportable.( Ez 12,19 ) Carga que se intenta " ignorar " con fiestas,viajes,compras, proyectos, vanidades..etc pero que se hacen notar de mil formas, como por ejemplo, la inestabilidad emocional. Entonces, por amor , por amor a nuestra querencia a vivir de fingimientos, se hizo hombre. Nos vio vejados  y abatidos ( Mt 9,36..) y compadecido nos dijo : " Venid a mí los que estais fatigados y sobrecargados, que yo os aliviaré".. ( Mt 11,28...)
P. Antonio Pavía 
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jueves, 3 de octubre de 2024

Salmo 102(101).- Oración en la desgracia

Salmo 102 (101)
1 Oración de un afligido que, desfallecido,
derrama su llanto ante el Señor.
2 ¡Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti!
3 ¡No me escondas tu rostro
en el día de mi angustia!
Inclina tu oído hacia mí,
y el día en que te invoco,
respóndeme en1seguida.
4 Porque mis días se consumen como el humo,
mis huesos queman como brasas.
5 Mi corazón se seca como hierba pisoteada,
incluso me olvido de comer mi pan.
6 Por la violencia de mis gritos,
la piel se me pega a los huesos.
7 Estoy como el pelícano del desierto,
como el búho de las ruinas.
8 Me quedo despierto, gimiendo,
como un ave solitaria en el tejado.
9 Mis enemigos me insultan todo el día,
y me maldicen, furiosos contra mí.
10 En lugar de pan, como ceniza,
mezclo mi bebida con lágrimas,
11 a causa de tu cólera y de tu ira,
porque me levantaste y me arrojaste al suelo.
12 Mis días son una sombra que se extiende,
y me voy secando como la hierba.
13 ¡Pero tú, Señor, permaneces para siempre,
y tu recuerdo pasa de generación en generación!
14 Levántate y ten misericordia de Sión,
pues ya es hora de que te apiades de ella.
Sí, ha llegado el momento,
15 porque tus siervos aman sus piedras,
se compadecen de sus ruinas.
16 Las naciones temerán tu nombre,
y los reyes de la tierra, tu gloria.
17 Cuando el señor reconstruya Sión
y aparezca con su gloria;
18 cuando se vuelva hacia la súplica del indefenso
y no desprecie sus peticiones,
19 quede esto escrito para la generación futura,
y un pueblo creado de nuevo alabará a Dios:
20 el Señor se ha inclinado desde su excelso santmlrio,
y desde el cielo ha contemplado la tierra,
21 para escuchar el gemido de los cautivos
y liberar a los condenados a muerte;
22 para proclamar en Sión el nombre del Señor,
y su alabanza en Jerusalén,
23 cuando se reúnan pueblos y reinos
para servir al Señor.
24 Él agotó mis fuerzas en el camino,
acortó mis días.
25 Entonces dije: «Dios mío, no me arrebates
en la mitad de mis días».
Tus años duran generaciones y generaciones.
26 En el principio, tú fundaste la tierra,
y el cielo es obra de tus manos.
27 Ellos perecerán, pero tú permaneces.
Se gastarán como la ropa,
serán como un vestido que se muda.
28 Tú, en cambio, eres siempre el mismo,
y tus años no se acabarán nunca.
29 Los hijos de tus siervos vivirán seguros,
y su descendencia se mantendrá en tu presencia

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Salmo 102
Piedras vivas

El salterio nos ofrece un himno penitencial. Un israelita 
piadoso y fiel va expresando, en forma de súplica, su 
dolor; parece como si rompiese en llanto. Está abrumado por 
la ruina de su pueblo y centra su aflicción en la 
destrucción de lo que constituía la alegría de Israel: 
Jerusalén, la ciudad santa y su templo, asiento de la 
majestad y gloria de Dios: «Porque mis días se consumen
como el humo, mis huesos queman como brasas... Por la 
violencia de mis gritos, la piel se me pega a los huesos». 
Sin embargo, si grande es su dolor, mayor aún es su 
esperanza de que Yavé terminará compadeciéndose: «Levántate 
y ten misericordia de Sión, pues ya es hora de que te 
apiades de ella. Sí, ha llegado el momento, porque tus 
siervos aman sus piedras, se compadecen de sus ruinas».
«Tus siervos aman sus piedras». Imaginamos a nuestro 
doliente salmista paseando su mirada sobre Jerusalén; 
intentamos penetrar en su corazón y podemos entender, al 
menos en parte, su terrible abatimiento. Todo lo que antes 
le alegraba la vista se ha convertido en un yermo estéril 
en el que campea la desolación. A pesar de todo, a pesar de 
tanta devastación e impotencia, «ama sus piedras». Aun 
cuando estas no están superpuestas una sobre otra sino 
diseminadas, reflejando el abandono más absoluto, aunque no 
son ni el más leve vestigio de lo que eran cuando 
levantaban el templo Santo de Yavé..., las ama.
El mismo quebranto y dolor lo vemos expresado en los 
profetas, incluso diríamos con tintes más dramáticos. 
Vemos, por ejemplo, a Jeremías lamentarse hasta lo más 
profundo de su ser ante el saqueo y desolación de Israel, 
sentidos como si fuese una terrible plaga que se ha abatido 
sobre él: «¡Ay de mí, por mi quebranto! ¡Me duele la 
herida! Y yo que decía: este es un sufrimiento, pero me lo 
aguantaré. Mi tienda ha sido saqueada, y todos mis tensores 
arrancados. Mis hijos me han sido quitados y no existen. No 
hay quien despliegue ya mi tienda ni quien ice mis 
toldos... ¡Se oye un rumor! ¡Ya llega! Un gran estrépito 
del país del norte, para trocar las ciudades de Judá en 
desolación, en guarida de chacales» (Jer 10,19-22).
Damos un salto en la historia hasta llegar a 
Jesucristo. En él confluye el dolor del salmista, de los 
profetas y de innumerables hijos de Israel. También a Él le 
duele ver las piedras del templo diseminadas, cansadas, 
abatidas y vagando sin sentido. Él ve en las ovejas 
desfallecidas de Israel, hijos de las promesas, la ruina 
que el salmista veía en las piedras fuera de lugar y 
dispersas. Jesús recoge en su alma el dolor de todos los 
hombres rectos de Israel por el pueblo.
Recordemos este texto de los Evangelios: «Jesús, al 
ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque 
estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen 
pastor. Entonces dice a sus discípulos, la mies es mucha y
los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que 
envíe obreros a su mies» (Mt 9,36-38).
Jesucristo es el Buen Pastor enviado por el Padre para 
reunir a sus ovejas que, diseminadas y sin el pasto 
apropiado, vagan sin sentido por los montes de Israel, como 
ya había denunciado el profeta Ezequiel. Es más, ha venido 
como Buen Pastor para reunir en un solo rebaño a todas sus 
ovejas..., que son no sólo las del pueblo elegido sino las 
de todos los pueblos de la tierra: «También tengo otras 
ovejas, que no son de este redil; también a esas las tengo 
que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño y 
un solo pastor» (Jn 10,16). Todo hombre-mujer, por el hecho 
de estar creados a imagen y semejanza de Dios, es oveja de 
su rebaño. Alejado y diseminado como está, más allá de las 
puertas del paraíso de donde salió con Adán y Eva, 
encuentra en Jesucristo su vuelta a la presencia del Padre. 
El Mesías lo hace a costa de su vida, por eso es Buen 
Pastor: «Yo soy el Buen Pastor; y conozco mis ovejas y las 
mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco 
a mi Padre y doy mi vida por las ovejas» (Jn 10,14-15).
Estas ovejas, miradas con amor, acogidas y reunidas 
por el Señor Jesús, son las nuevas piedras vivas del nuevo 
templo espiritual levantado no por manos humanas sino por 
el mismo Dios. El apóstol san Pablo dice a los fieles de la 
comunidad de Éfeso que han sido edificados sobre el 
cimiento de los apóstoles para formar un templo santo en el 
Señor. Escuchémosle: «Ya no sois extraños ni forasteros 
sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, 
edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, 
siendo la piedra angular Cristo mismo, en quien toda 
edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo 
santo en el Señor, en quien también vosotros estáis siendo 
juntamente edificados, hasta ser morada de Dios en el 
Espíritu» (Ef 2,19-22).
En términos parecidos, escuchamos esta catequesis del 
apóstol Pedro, en la que asocia a los que han aceptado su 
predicación a Jesucristo, piedra viva elegida y preciosa 
ante Dios. También los cristianos son piedras vivas 
elegidas y preciosas para Dios Padre: «Acercándoos a él, 
piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, 
preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, 
entrad en la construcción de un edificio espiritual...» (1Pe 1,4-5).

Salmo 103(102).- Dios es amor

1De David.
¡Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre!
2 Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides ninguno de sus beneficios.
3 Él perdona todas tus culpas,
y cura todas tus enfermedades.
4 Él rescata tu vida de la fosa,
y la corona de amor y de compasión.
5 Él sacia de bienes tus años
y, como la del águila, se renueva tu juventud.
6 Señor, haz justicia
y defiende a todos los oprimidos.
7 Reveló sus caminos a Moisés,
y sus hazañas a los hijos de Israel.
8 El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la cólera y lleno de amor.
9 No va a acusar perpetuamente,
ni su rencor dura por siempre.
10 Nunca nos trata conforme a nuestros errores,
ni nos paga según nuestras culpa
11 Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su amor por cuantos lo temen.
12 Como dista el oriente de occidente,
así aparta de nosotros nuestras transgresiones.
13 Como un padre es compasivo con sus hijos,
el Señor es compasivo con los que lo temen:
14 porque él conoce nuestra pasta,
se acuerda de que somos polvo.
15 Los días del hombre son como la hierba,
florece como la flor del campo.
16 La roza el viento, y ya no existe,
y ya nadie se acuerda de dónde estaba.
17 Pero el amor del Señor existe desde siempre,
y existirá por siempre para cuantos lo temen.
Su justicia es para los hijos de sus hijos,
18 para los que guardan su alianza
y se acuerdan de cumplir sus mandamientos.
19 El Señor puso en el cielo su trono
y su soberanía gobierna el universo.
20 Bendecid al Señor, ángeles suyos,
poderosos ejecutores de sus órdenes,
obedientes al sonido de su palabra.
21 Bendecid al Señor, todos sus ejércitos,
servidores que cumplís su voluntad.
22 Bendecid al Señor, todas sus obras,
en todos los lugares en los que gobierna.
iBendice, alma mía, al Señor

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Balada del alma

Muchos son los poemas de amor que, a lo largo de la 
historia, nos han legado los grandes poetas de la 
humanidad. Dudo seriamente que haya alguno que pueda 
superar en intensidad, profundidad, realismo, lirismo, e 
intimidad al que se nos ofrece en este salmo.
Inicia el salmista diciendo: «¡Bendice, alma mía, al 
Señor, y todo mi ser a su santo nombre! Bendice, alma mía, 
al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios».
 El autor, más allá de los conceptos mentales que puedan ser 
expresados por su boca, recurre al lenguaje misterioso e inaudible de su alma, allí donde los beneficios de Dios no pueden sufrir el desgaste del tiempo y del olvido, allí donde se han enraizado, se han grabado hasta llegar a ser 
una misma esencia con su persona.
Enumeramos algunos de los beneficios que nuestro autor 
va desgranando. Mira en lo profundo de su interior y se 
sabe perdonado de sus culpas y torpezas: «Él perdona todas 
tus culpas, y cura todas tus enfermedades». Es consciente 
de que el perdón de Dios no es algo parecido a un «perdón 
de expediente», o el que se necesita otorgar para salvar 
las apariencias o la buena educación. Es un perdón 
rescatador que le levanta de su pozo de angustia, que da 
sentido a una vida anclada ya en el absurdo; algo así como 
si ya fuese un cadáver ambulante: «Él rescata tu vida de la 
fosa». Es sobre todo un perdón que actúa como un manto en 
el que el amor y la ternura de Dios le envuelven: «Y la corona (tu vida) de amor y de compasión».
Asimismo define el perdón recibido como cercanía, y señala la relación padre-hijo para plasmar la inaudita e increíble relación Dios-hombre: «Como un padre es compasivo 
con sus hijos, el Señor es compasivo con los que lo temen». 
Con un arte magistral, el autor anuncia el porqué de este 
amor de Dios fuera de toda lógica, fuera de toda 
comparación, fuera de cualquier amor por intenso que sea 
que nos intercambiamos los hombres. ¡Dios nos ama porque 
somos frágiles como el polvo! «Él conoce nuestra pasta, se 
acuerda de que somos polvo».
Volvemos al primer verso de nuestro incomparable 
poema: «¡Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su 
santo nombre! ¡Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides 
ninguno de sus beneficios!». Fijémonos que la bendición y 
alabanza que nuestro poeta proclama de forma tan exultante, 
ha de ser extraída de lo más profundo de su alma, de su 
corazón. Se desmarca así de todo tipo de oración, 
bendición, alabanza que podría obedecer al seguimiento 
rutinario de cualquier rito o manual. Seguimiento impersonal que nos puede hacer abrir la boca y los labios siendo estos totalmente extraños al corazón.
Esta forma de relacionarse con Dios ya fue denunciada 
por los profetas. Jesucristo, citando al profeta Isaías, lanza esta denuncia ante los ojos de los fariseos y, en general, de todos aquellos que rezan simplemente porque hay que rezar, pero cuyo corazón no experimenta ninguna 
comunión con Dios, a quien se están dirigiendo: 
«Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías cuando dijo: 
Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está 
lejos de mí» (Mt 15,7-8). Sería bueno a este respecto, 
comprender que la oración no es tanto hablar con Dios 
cuanto dejarle a Él que se ponga en contacto con nosotros. 
Para que el hombre pueda alabar y bendecir a Dios desde lo más profundo de su corazón, como hemos visto en el salmista, ha de ser habitado por Él. Yavé había prometido al pueblo de Israel que un día grabaría su Palabra en el 
corazón de los hombres. Solamente así podría darse una 
relación oracional de estos con Dios en espíritu y en verdad. 
Cuando el hombre entra en oración con Dios sin el presupuesto de este don, lo normal es que la oración esté revestida del tedio y las prisas que provoca la obligación, 
sea esta del tipo que sea: obligación a un horario, a un 
compromiso tomado o la que nace del «miedo» que se puede 
tener a Dios. Incluso la oración revestida bajo una emoción 
pasajera puede abrir extraordinariamente los labios sin que se dé conexión alguna con el alma. Precisamente, por esta 
nuestra fragilidad hasta para orar en espíritu y en verdad, 
Dios promete que un día sembrará su Palabra en nuestro 
corazón para que labios y corazón estén al unísono, en armonía a la hora de conectar con Él. Escuchemos su promesa: «He aquí que vienen días –oráculo de Yavé– en que yo pactaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una 
nueva alianza... Esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel después de aquellos días: Pondré mi Ley –la Palabra– en su interior y sobre sus corazones la escribiré, 
y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jer 31,31-33). 214



Salmo 101(100).- Espejo de príncipes

De David. Salmo.
1 Voy a cantar el amor y la justicia.
Para ti quiero tocar, Señor.
2 Caminaré en la integridad:
¿Cuándo vendrás a mí?
Andaré con un corazón íntegro
dentro de mi casa.
3 No pondré nada infame
delante de mis ojos.
Detesto al que practica el mal;
nunca se juntará conmigo.
4 Lejos de mí el corazón extraviado.
Yo ignoro al perverso.
s Al que en secreto difama a su prójimo,
yo lo haré callar.
Mirada altiva y corazón arrogante,
yo no soportaré.
6 Mis ojos están en los fieles de la tierra,
para que habiten conmigo.
El que anda por el camino de los íntegros,
será mi ministro.
7 En mi casa no habitará
el que comete fraudes.
y el que dice mentiras no permanecerá
delante de mis ojos.
8 Cada mañana haré callar
a todos los malvados de la tierra,
para extirpar de la ciudad del Señor
a todos los malhechores

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Salmo 101
La palabra y la luz

Este salmo nos presenta a un israelita fiel que, inspirado 
por el Espíritu Santo, susurra una oración intensísima que 
perfila los rasgos del futuro Mesías. Aunque las notas 
características del Mesías se expresan en primera persona, 
no hay duda de que el Espíritu Santo se sirve de este 
hombre orante para adelantarnos la visión del corazón del 
Hijo de Dios que un día se hará carne bajo el nombre de
Emmanuel –Dios con nosotros–.
Entre los rasgos que a lo largo del salmo retratan al 
Mesías, vamos a detenernos en uno que nos puede ayudar de
forma especial en nuestro crecimiento en la fe. Si bien es 
cierto que leemos: «No pondré nada infame delante de mis 
ojos. Detesto al que practica el mal; nunca se juntará
conmigo. Lejos de mí el corazón extraviado. Yo ignoro al 
perverso...», más adelante observamos que sus ojos sí se 
posan en los fieles.
Fieles no son los «impecables»; más bien son los que 
no se fían de sí mismos sino de Dios; por eso no dejan de 
buscarle a lo largo de toda su vida. De hecho, la palabra 
fiel se deriva del verbo fiarse. «Mis ojos, en los fieles 
de la tierra, para que habiten conmigo. El que anda por el 
camino de los íntegros será mi ministro».
Analicemos los textos que hemos señalado. El Mesías no 
va a poner sus ojos en intenciones viles, aquellas que son 
propias de un corazón perverso. A los hombres, cuyo corazón 
está habitado por esta perversidad, les dirá «no os conozco».
Entramos en esta realidad a la luz de una catequesis de Jesús. Habla de diez vírgenes. Cada una de ellas con su lámpara. Hasta ahí, las diez son iguales. Sin embargo, 
cinco pueden encender la lámpara y las otras cinco no. La 
diferencia consiste en que unas tienen aceite y las otras 
carecen de él. A las que tienen sus lámparas encendidas, el 
Señor Jesús las llama vírgenes sabias y les abre la puerta 
para entrar en el banquete de bodas. A las otras, con su 
preciosa lámpara pero sin capacidad de prender la más 
mínima llama, Jesús las llama necias y, al llegar a la 
puerta que da acceso al banquete de bodas, las dice «no os 
conozco» (Mt 25,1-13).
Fijémonos ahora en el encuentro de Jesús con los dos 
discípulos de Emaús. Sabemos que estos pertenecían al grupo 
de apóstoles que habían permanecido en Jerusalén a partir 
de la experiencia terrible del Calvario. Cómo había de ser 
la situación de esta primera y pequeñísima comunidad 
después de la muerte-fracaso de Jesús, que dos de ellos, a 
los que llamamos los de Emaús, decidieron romper todo 
vínculo con ella alejándose de Jerusalén hacia su pequeña 
aldea.
En cierto modo, la actitud de estos dos discípulos era 
más que normal. Habían abandonado su trabajo, su familia 
para seguir a alguien que decía de sí mismo ser Hijo de 
Dios, habían depositado en Él todas sus esperanzas. Pero 
los hechos desmontaron todo lo que Jesús les había dicho a 
lo largo de tres años. Los hechos son que este Jesús, por 
muy bueno que fuera, yacía en el sepulcro.
A la luz de estos acontecimientos, podemos suponer
cómo está el corazón de los dos discípulos y pasamos a la 
obra que el Señor Jesús hace con ellos. Sabemos que se les 
hace el encontradizo, entabla conversación y, al «saber el 
motivo de su tristeza y desolación», como quien no quiere 
la cosa, les catequiza recordándoles las Escrituras que 
ellos, como buenos judíos, sabían de memoria, especialmente 
los textos que hablan de la muerte violenta del Mesías, 
como por ejemplo: «Fue oprimido y él se humilló y no abrió 
la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como 
oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él 
abrió la boca. Tras arresto y juicio, fue arrebatado... fue 
arrancado de la tierra de los vivos» (Is 53,7-9).
Inicia su catequesis con una amonestación: les llama 
necios por no haber creído lo que ya los profetas habían 
anunciado. En este contexto catequético llegan hasta Emaús, 
lugar-meta de los dos discípulos. Jesús lo sabe muy bien 
pero hace ademán de seguir adelante. Tiene que verificar si 
su Palabra ha prendido o no en ellos. ¡Y vaya que si prendió! Hasta «le forzaron», como dice san Lucas, a ir a su casa.
Sabemos que entró con ellos y, al partir el pan – contexto eucarístico– los discípulos se dieron cuenta de que estaban con el Señor Jesús Resucitado. Es importante señalar la experiencia que se comunicaron el uno al otro: 
«¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros 
cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24,13-32).
Estos dos discípulos fueron primeramente llamados 
necios por Jesús; ahora pertenecen a la categoría de las 
vírgenes sabias. Su corazón, ardiendo, no era sino la 
lámpara encendida. Todos estos, que son los que tienen el 
Evangelio en el corazón prendido como una llama, nunca 
oirán de Dios las palabras ¡No os conozco!


miércoles, 2 de octubre de 2024

Partiendo la Palabra Tuyo soy Señor, Tú eres mi Fuente VIII



Cerramos con broche de oro este ciclo Catequético sobre la Sed de Dios que nos lleva a Ser suyo; esta  es la gran Herencia de sus buscadores. En este ciclo, la experiencia de Pedro nos ha iluminado el corazón y el alma. Nm Hoy nos lo imaginamos en el Cenáculo, esperando la Resurrección de Jesús, como Él había dicho.Todos tienen miedo, temen las represalias del Sanedrín, por haber seguido a Jesús. Además Pedro, está más que abatido. Le duele indeciblemente el alma, por no haber estado a la altura de sus promesas. Aún así, tuvo la humildad de estar con el grupo. Resonarían en su interior las palabras de Jesus : " Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia"( Mt 16,18 ) . Tenía interrogantes  sobre la Resurrección de Jesús, pero su Amor a Él, era mayor, más fuerte que sus dudas. En esto Jesús Resucitado se les aparece a todos y les dice: ¡ La Paz con vosotros ! ( Jn 20,19..) Pedro se acordaría de haber oido en la sinagoga, de algo sobre la Paz que viene de Dios..esa paz que " rescata el alma ( Sl 55,19 ) Experimentó entonces en si mismo el rescate de Jesús, su caricia divina al hacer descender sobre él la Paz del alma que solo Dios le podia  dar...Supo entonces que Jesús era el Hijo de Dios, que venía a su encuentro no como juez sino como Rescatador de su alma herida . Ante una experiencia así que todos podemos vivir...¿ Como no tener Sed de Dios ? ¿ Como no tener ansias de Ser suyo ? Esta es la experiencia de los Buscadores de Dios, de los que no se detienen hasta que lo encuentran .( Lc 11,9..)
P. Antonio Pavía 
comunidadmariamadreapostoles.com

salmo 99(98) - Dios, rey justo y santo

1 El Señor es Rey: ¡tiemblan los pueblos!
iSentado sobre querubines: se estremece la tierra!
2 El Señor es grande en Sión,
excelso sobre todos los pueblos.
3 Reconozcan tu nombre grande y terrible:
«¡Él es santo!».
4 Reinas con poder y amas la justicia.
Tú has establecido la rectitud.
Administras la justicia y el derecho,
tú actúas en Jacob.
5 Ensalzad al Señor, Dios nuestro,
postraos ante el estrado de sus pies:
<<¡Él es santo!».
6 Moisés y Aarón, con sus sacerdotes,
y Samuel, con los que invocan el nombre del Señor,
clamaban al Señor y él les respondía.
7 Dios les hablaba desde la columna de nube
y guardaban sus mandamientos
y la ley que les había dado.
8 Señor, Dios nuestro, tú les respondías,
eras para ellos un Dios de perdón,
y un Dios vengador de sus maldades.
9 ¡Ensalzad al Señor, Dios nuestro,
postraos ante su monte santo!:
«¡El Señor, nuestro Dios, es Santo!».

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Jesucristo, Santo e Intercesor

Himno litúrgico que ensalza la realeza de Yavé. La elegía 
proclama festivamente atributos que reflejan la 
omnipotencia de Yavé: Él es Rey, es excelso, es santo. «El 
Señor es Rey: ¡tiemblan los pueblos! ¡Sentado sobre 
querubines: se estremece la tierra! El Señor es grande en 
Sión, excelso sobre todos los pueblos. Reconozcan tu nombre 
grande y terrible: “¡Él es santo!”».
Lo que llama la atención es que la inmensa grandeza de 
Dios no es óbice para que se abaje a escuchar y atender a 
cuantos le invocan; se nombra a algunos de los que 
intercedieron ante Él en favor del pueblo. Concretamente se 
cita a Moisés, a Aarón y a Samuel: «Ensalzad al Señor, Dios
nuestro, postraos ante el estrado de sus pies: “¡Él es 
santo!”. Moisés y Aarón, con sus sacerdotes, y Samuel, con 
los que invocan el nombre del Señor, clamaban al Señor y él 
les respondía».
Vamos a fijarnos en la figura de Moisés como 
intercesor. Sabemos que, una vez que el pueblo de Israel es 
liberado de Egipto, llega un momento en que ya no se fía ni 
de Moisés ni de Yavé en su caminar por el desierto. Deciden 
entonces modelar un becerro de oro al que puedan ver y 
tocar, y le llaman «su dios». Es evidente que están 
cansados de seguir a un «Dios-Yavé» que sólo se comunica 
con Moisés. 
Ante este hecho consumado, Yavé decide destruir a este 
pueblo que no ha sabido apreciar las maravillas y milagros 
que ha hecho en su favor, hasta el punto de volver su 
corazón a la idolatría. Entonces Moisés se interpone ante 
Yavé y el pueblo y, en su audacia –la audacia de los que 
intiman con Dios–, le hace lo que podríamos llamar una 
especie de chantaje: Si extermina al pueblo, los egipcios 
dirán que los sacó de su país para matarlos a medio camino 
antes de llegar a la tierra que les había prometido. Es 
más, Moisés le recuerda a Yavé que su promesa la hizo bajo 
juramento a los patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob. 
Leemos el texto: «Moisés trató de aplacar a Yavé, su 
Dios, diciendo: “¿Por qué, oh Yavé, ha de encenderse tu ira 
contra tu pueblo, el que tú sacaste de la tierra de Egipto 
con gran poder y mano fuerte? ¿Van a poder decir los 
egipcios: por malicia los has sacado para matarlos en las 
montañas y exterminarlos de la faz de la tierra?... 
Acuérdate de Abrahán, de Isaac y de Jacob, a los cuales 
juraste por ti mismo: toda esta tierra que os tengo 
prometida la daré a vuestros descendientes, y ellos la 
poseerán como herencia para siempre”. Y Yavé renunció a 
lanzar el mal con que había amenazado a su pueblo» (Éx 32,11-14) 

Israel, a lo largo de su historia, va madurando 
espiritualmente de forma que poco a poco va asimilando la 
experiencia de que Yavé es alguien a quien se puede invocar 
y que no deja sin respuesta. Aún más, saben que Yavé es un 
Dios cercano, cosa que no pueden decir los demás pueblos 
acerca de sus dioses: «¿Hay alguna nación tan grande que 
tenga los dioses tan cerca como lo está Yavé, nuestro Dios, 
siempre que lo invocamos?» (Dt 4,7).
En la plenitud de los tiempos, así es como al apóstol Pablo le gusta señalar la encarnación del Hijo de Dios, éste, como nuevo Moisés, se interpone entre la santidad y 
vida eterna de Dios y la debilidad-muerte del hombre. 
Jesucristo es el verdadero y definitivo intercesor del 
hombre ante su Padre. Se deja revestir de nuestra muerte 
para que nosotros podamos ser revestidos de la vida eterna 
y santidad que son propias de Dios. El apóstol puntualiza 
que el Señor Jesús intercede por el hombre haciéndole pasar 
de la condenación a la justificación, es decir, le hace 
partícipe de la santidad de Dios: «Si Dios está con 
nosotros, ¿quién contra nosotros?... ¿Quién acusará a los 
elegidos de Dios? Dios es quien justifica. ¿Quién 
condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió; más aún, el 
que resucitó, el que está a la diestra de Dios, y que intercede por nosotros?» (Rom 8,31-34). 
Reparemos en que Pablo lanza esta pregunta y no la deja en el aire, sino que a continuación proclama en su 
respuesta el incomprensible e inaudito amor que Dios ha 
manifestado al hombre por medio de su Hijo Jesucristo: 
«¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, 
¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la 
desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?... Pero en todo esto 
salimos vencedores gracias a aquel que nos amó» (Rom 8,35-37).
Por su parte, San Juan señala con fuerza el hecho de 
que el Señor Jesús, asumiendo que los hombres somos 
extremadamente débiles, actúa permanentemente como abogado 
ante el Padre. En realidad, nuestra conversión a Dios tiene 
como caldo de cultivo el no desertar de nuestra debilidad, 
me refiero a no hacer promesas imposibles que son 
incompatibles con nuestra pobreza existencial.
En definitiva, se trata de tener la humildad y el realismo 
cosidos a nuestro ser de forma que, más que «hacer por Dios», habremos de dejar a Él hacer por nosotros. Y esto con una certeza, todo lo que haga en y por nosotros 
revierte en bien para toda la humanidad. Lo hemos percibido 
repetidamente en todos los santos. 
Concluimos con este texto de Juan que refleja la 
fuerza de nuestro Señor Jesucristo como intercesor: «Hijos 
míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno 
peca, tenemos a uno que aboga ante el Padre: a Jesucristo, 
el Justo» (1Jn 2,1)

Salmo 100(99) - Exhortación a la alabanza

1 Salmo. Para la acción de gracias.
¡Aclamad al Señor, tierra entera!
2 ¡Servid al Señor con alegría,
llegaos hasta él con gritos de júbilo!
3 Sabed que sólo el Señor es Dios:
Él nos hizo y le pertenecemos,
somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
4 Entrad por sus puertas dando gracias,
en sus atrios con cánticos de alabanza,
dadle gracias y bendecid su nombre:
5 «El Señor es bueno:
su amor es para siempre,
y su fidelidad de generación en generación»


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

De Dios somos

Este salmo es una profesión de fe del pueblo de Israel. 
Podemos imaginarnos a una multitud de fieles haciendo una 
entrada profesional en el templo proclamando su fe, su 
adhesión a Yavé entre cánticos de bendición y alabanza: 
«¡Aclamad al Señor, tierra entera! ¡Servid al Señor con 
alegría, llegaos hasta él con gritos de júbilo!».
Israel se sabe marcado por el sello de Yavé. Sello que 
testifica que Él lo ha elegido, que es hechura de sus 
manos. Tiene conciencia de que pertenece y es propiedad de 
Yavé. De ahí la acción de gracias que brota de los labios 
de los fieles al pisar los atrios del templo: «Sabed que 
sólo el Señor es Dios: Él nos hizo y le pertenecemos, somos 
su pueblo y ovejas de su rebaño. Entrad por sus puertas 
dando gracias, en sus atrios con cánticos de alabanza, 
dadle gracias y bendecid su nombre».
Esta exultación, estos gritos de bendición y alabanza 
a Yavé que emergen del alma del pueblo al entrar 
procesionalmente en el templo, no son fruto de un momento 
emocional, de un ambiente devocional colectivo. Es la 
manifestación de la dimensión espiritual de Israel, 
consciente de que las raíces de su identidad están marcadas 
por la elección que Dios hizo con él tomándolo como 
propiedad y posesión suya. Esta profunda y bellísima 
realidad nos viene expresada de forma magistral en las 
Santas Escrituras: «Porque tú eres un pueblo consagrado a 
Yavé tu Dios; él te ha elegido a ti para que seas el pueblo 
de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay 
sobre la haz de la tierra» (Dt 7,6).
Cuando Israel se desvía del camino de elección que le 
ha sido ofrecido, Yavé le envía profetas para recordarle 
que es posesión suya y que, si en ese momento histórico 
están a merced de sus enemigos, es porque le han dejado de 
lado para servir a otros dioses. Veamos, por ejemplo, este 
texto del profeta Jeremías que denuncia la infidelidad del 
pueblo: «Así dice Yavé Sebaot... cuando yo saqué a vuestros 
padres del país de Egipto, no les hablé ni les mandé nada 
tocante a holocaustos y sacrificios. Lo que les mandé fue 
esto otro: Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios y 
vosotros seréis mi pueblo, y seguiréis todo camino que yo 
os mandare, para que os vaya bien. Mas ellos no escucharon 
ni prestaron el oído, sino que procedieron en sus consejos 
según la pertinacia de su mal corazón, y se pusieron de 
espaldas que no de cara» (Jer 7,22-24). Tengamos presente 
que estar de espaldas es la actitud del que no escucha.
Puesto que Israel se ha puesto de espaldas a Yavé y a 
su protección, queda a merced de sus enemigos. Así termina 
el texto del profeta que hemos iniciado antes: «Suspenderé en las
ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén toda 
voz de gozo y alegría, la voz del novio y la voz de la 
novia; porque toda la tierra quedará desolada» (Jer 7,34).
Sin embargo, como ya sabemos, la última palabra de 
Dios sobre Israel y sobre todo hombre es la del perdón y la 
misericordia. Así oímos al profeta Isaías anunciar la 
promesa del retorno de los israelitas de los países a donde 
fueron desterrados a causa de vivir a espaldas de Yavé: 
«Aquel día vareará Yavé desde la corriente del río hasta el 
torrente de Egipto, y vosotros seréis reunidos de uno en 
uno, hijos de Israel. Aquel día se tocará un cuerno grande 
y vendrán los perdidos por tierra de Asur y los dispersos 
por tierra de Egipto, y adorarán a Yavé en el monte santo 
de Jerusalén» (Is 27,12-13).
Fijémonos bien que el profeta nos dice que este 
retorno, esta vuelta del pueblo-rebaño de Dios, se llevará 
a cabo uno a uno; es una experiencia personalísima y que se 
vive dentro de la comunidad. Experiencia que será llevada a 
su plenitud a partir del Mesías. A causa de Él es posible 
la adhesión personal y comunitaria de la fe. La gran
comunidad de la Iglesia engloba la innumerable multitud de 
comunidades extendidas por el mundo. Recordemos que la 
palabra católica quiere decir universal.
Jesucristo, portador y consumador de todas las 
promesas de Yavé, se nos presenta bajo la figura del Buen 
Pastor que llama a sus ovejas una a una para constituir el 
nuevo pueblo-rebaño de Dios: «En verdad en verdad os digo: 
el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, 
sino que escala por otro lado, ese es un ladrón y un 
salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las 
ovejas. A este le abre el portero, y las ovejas escuchan su 
voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera»
(Jn 10,1-3). En este mismo texto, el Señor Jesús anuncia la 
liberadora y gozosa noticia de que este nuevo y definitivo 
rebaño-pueblo perteneciente a Yavé, traspasará las 
fronteras del pueblo elegido: «También tengo otras ovejas 
que no son de este redil; también a esas las tengo que 
conducir, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un 
solo pastor» (Jn 10,16).
Por la muerte y resurrección del Hijo de Dios, todos 
los hombres estamos llamados a ser propiedad, posesión de 
Dios porque hemos sido comprados, rescatados para el Padre 
por medio de la sangre del Señor Jesús. Ha sido la misma 
sangre de Dios la que ha roto las cadenas en las que nos tenía aprisionados el príncipe del mal. 

martes, 1 de octubre de 2024

Partiendo la PalabraTuyo soy Señor, Tú eres mi Fuente VII



Hoy intentaremos sondear  el estremeciento pudo sentir Pedro en todo su ser al saber  que Jesús confiaba en él y ponía en sus manos sus ovejas, para que se las apacentase. Recordemos que eran ovejas que Él había rescatado al precio de su Sangre ( 1 Pe 1,17-18 ) El aturdimiento de nuestro amigo, tuvo que ser ensordecedor. Aún así tuvo lucidez para comprender que Jesús, era realmente el Hijo de Dios  en quien se cumplían las profecías de las Escrituras. Seguro que más de una vez había oído esta : " Sacaréis agua con gozo de las Fuentes de la Salvación " ( Is 12, 3 ) Comprendió entonces que junto con la misión que le encomendaba, Jesús le iba a dar la Sabiduría para poder conducir a sus ovejas hacia las Aguas de la Vida, como había sido profetizado : " El Señor es mi Pastor, nada me falta, hacia las aguas de la vida me conduce" ( Sl 23,1-2 ) Desde ese instante eterno, Pedro supo en lo mas profundo de si,  que Jesús, abriría en su seno una Fuente de Aguas Vivas tal y como lo habia proclamado : " Si alguno tiene sed, que venga a mi, de su seno correrán rios de Agua Viva " ( Jn 7,37-38 ) Pedro  quedó tan desconectado y perplejo..ante tanto Amor 
 que solo  pudo decir a Jesús, lo que ojala un día le digamos nosotros : Tu sabes que te amo..que viene a significar : Aquí estoy,  ¿ Que quieres de mi ? 
P. Antonio Pavía 
comunidadmariamadreapostoles.com

Partiendo la Palabra: Tuyo soy Señor, tú eres mi Fuente VI


Veamos una faceta de la historia de amor, más Divina que humana, entre  Pedro y Jesús,  que quizás nos haya pasado desapercibida. La faceta es la siguiente : Nadie puede apacentar el rebaño  de Jesús,  rebaño, que nace y crece en el " frondoso prado " del Calvario, si el pastor no es previamente apacentado por El, con sus " Palabras de Vida Eterna "  ( Jn 6,68 ) Jesús fue apacentando a sus discípulos a lo largo de tres años. Aparentemente , sus Palabras no tuvieron mucho efecto, visto que en el Calvario solo estaba Juan. Pero tenemos pistas en el Evangelio que revelan las primicias de su efecto convertidor,  como por ejemplo,  aquella vez en la que de  lo más profundo del corazón de Pedro, surgió su  bellísima  confesión de fé : " ¡ Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo " ( Mt 16,15-16 ) Si, al igual que los demás Apóstoles, Pedro recibió la Sabiduría para " partir la Palabra " y así, apacentar las ovejas que Jesús le confiaba, no desde su propia sabiduría sino desde la Sabiduría del Hijo de  Dios. Esto hace que la predicación sea una Fiesta Divina en el alma,de  los que la escuchan.
P. Antonio Pavía 

domingo, 29 de septiembre de 2024

Salmo 97(96).- Yahvé triunfante

Texto Bíblico


1¡El Señor es Rey! ¡Exulta la tierra,
se alegran las islas numerosas!
2 Tinieblas y Nubes lo rodean,
Justicia y Derecho sostienen su trono.
3 Delante de él avanza un fuego,
que devora en torno a sus enemigos.
4 Sus relámpagos deslumbran el mundo,
y, al verlos, la tierra se estremece.
sLos montes se derriten como cera
ante el Señor de toda la tierra.
6 El cielo anuncia su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.
7 Los que adoran estatuas se avergüenzan,
todos los que se enorgullecen de los ídolos.
Porque ante él se postran todos los dioses.
8 Sión lo oye y se alegra,
y exultan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor.
9 Porque tú eres, Señor,
el Altísimo sobre toda la tierra,
más elevado que todos los dioses.
10 El Señor ama al que detesta el mal,
él protege la vida de sus fieles
y los libra de la mano de los malvados.
11 La luz se alza para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
12 ¡Alegraos, justos, con el Señor,
y celebrad su memoria santa

Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Diréis a los montes...

Himno de alabanza que canta la omnipotencia de Dios. Toda 
la creación es movida a expresar con clamor jubiloso la 
soberanía de Yavé: «¡El Señor es Rey! ¡Exulta la tierra, se 
alegran las islas numerosas! Tinieblas y Nubes lo rodean, 
Justicia y Derecho sostienen su trono».
La alegría a la que son invitados todos los habitantes 
de la tierra respira un trasfondo catequético muy profundo. 
Apunta al júbilo incontenible del hombre que experimenta la 
fuerza de Dios que actúa como salvación ante los más 
destructores y sanguinarios opresores de los hombres: los 
ídolos. «Los montes se derriten como cera ante el Señor de
toda la tierra. El cielo anuncia su justicia, y todos los 
pueblos contemplan su gloria».
Detengámonos ante esta aclamación: «Los montes se 
derriten como cera ante el Señor de toda la tierra». Los 
montes en la Escritura significan los ídolos. Todos los 
pueblos levantan sus altares y celebran sus cultos en lo
alto de los montes. También Israel, imitando los cultos de 
los pueblos vecinos, levantará sobre los montes sus altares 
a divinidades paganas. Este culto idólatra fue uno de los 
caballos de batalla de los profetas en sus denuncias al 
pueblo elegido. En el trasfondo de estos cultos paganos 
subyace una terrible constatación: el culto a los ídolos 
genera más confianza y seguridad que el culto a Yavé.
Escuchemos a los profetas: «Alargué mis manos todo el 
día hacia un pueblo rebelde que sigue un camino equivocado 
en pos de sus pensamientos; pueblo que me irrita en mi 
propia cara de continuo y sacrifican en los jardines y 
queman incienso sobre ladrillos... Que quemaron incienso en 
los montes y en las colinas me afrentaron» (Is 65,2-7).
Jeremías señala a los pastores de Israel como 
incitadores que extravían al pueblo haciendo vagar sus 
ovejas de monte en monte, de ídolo en ídolo. Proclama 
también que este servilismo a la idolatría, en definitiva a 
la mentira en la peor de sus acepciones, ha sido la causa 
de la ruina de Israel: «Ovejas perdidas era mi pueblo. Sus 
pastores las descarriaron, extraviándolas por los montes. 
De monte en collado andaban, olvidaron su aprisco. 
Cualquiera que las topaba las devoraba, y sus contrarios 
decían: no cometemos ningún delito puesto que ellos pecaron 
contra Yavé» (Jer 50,6-7).
Parecida denuncia a los pastores la encontramos en 
Ezequiel: «No habéis fortalecido a las ovejas débiles, no 
habéis cuidado a la enferma ni curado a la que estaba 
herida, no habéis tornado a la descarriada ni buscado a la 
perdida... Mi rebaño anda errante por todos los montes y
altos collados...» (Ez 34,4-6). 

Sin embargo, el profeta nos abre a la esperanza al 
proclamar la promesa de que Dios mismo se va a encargar de 
pastorear a su rebaño. Lo pastoreará, velará por él y lo 
reunirá de entre todos los montes por donde se ha 
dispersado: «Porque así dice el Señor Yavé: Aquí estoy yo; 
yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él. Como un 
pastor vela por su rebaño cuando se encuentra en medio de 
sus ovejas dispersas, así velaré yo por mis ovejas. Las 
recobraré de todos los lugares donde se habían dispersado 
en día de nubes y brumas» (Ez 34,11-12).
Dios, al encarnarse en Jesús de Nazaret, cumple la 
profecía que acabamos de leer. El Señor Jesús ha dado su 
vida para que nosotros la tengamos en abundancia: la 
abundancia de Dios. «Yo he venido para que tengan vida y la 
tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor. El buen pastor 
da su vida por las ovejas» (Jn 10,10-11). 
He aquí la promesa de Dios cumplida. Sin embargo, 
somos débiles de corazón, y los montes de los ídolos siguen 
estando frente a nosotros; más aún, junto a nosotros, nos 
codeamos con ellos todos los días, y no hay duda de que son 
atrayentes y nos llaman: el dinero, la fama, la mentira...
y, sobre todo, la más sutil de las idolatrías: «las 
componendas» entre los ídolos y el Dios vivo.
Ante esta realidad de tantos montes que se nos 
imponen, el discípulo del Señor Jesús no se mira a sí 
mismo, pues nada tiene para oponerse a tanta seducción. Sus 
ojos se dirigen al Señor Jesús y considera dignas de 
crédito, es decir, fiables, las palabras que salieron de su 
boca; entre ellas el hecho de que esos montes pueden ser 
desplazados, que son tan inconsistentes como la cera.
El creyente, que está en comunión con el Señor Jesús 
por considerar fiable el Evangelio –esto es la fe–, es 
revestido de la fuerza de Dios para desplazar cualquier 
idolatría que se interponga en su seguimiento hacia Dios. 
Fuerza que nos ha sido prometida y garantizada por el mismo 
Señor Jesús: «Yo os aseguro: si tenéis fe como un grano de 
mostaza, diréis a este monte: desplázate de aquí allá, y se 
desplazará, y nada os será imposible» (Mt 17,20).

Salmo 98(97) - El juez de la tierra


1 Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra y su santo brazo
le han dado la victoria.
2 El Señor da a conocer su victoria,
ha revelado a las naciones su justicia.
3 Se acordó de su amor y su fidelidad
en favor de la casa de IsraeL
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
4 ¡Aclama al Señor, tierra entera,
y da gritos de alegría!
5 ¡Tocad el arpa para el Señor,
que suenen los instrumentos!
6 iCon trompetas y al son de cornetas,
aclamad al Señor rey!
7 Retumbe el mar y cuanto contiene,
el mundo y sus habitantes.
8 Aplaudan los ríos,
griten los montes de alegría
9 ante el Señor,
porque viene
para gobernar la tierra.
Gobernará el mundo con justicia
y los pueblos con rectitud.


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

El brazo de Yavé

Nos encontramos ante una entonación de carácter épico que 
canta el poder y la fuerza de Dios quien, con su santo 
brazo, ha elevado a Israel por encima de todos los pueblos 
de la tierra. Israel tiene conciencia de haber sido así 
enaltecido por la diestra y el brazo de Yavé, símbolos de
su poder y su fuerza: «Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas: su diestra y su santo brazo le 
han dado la victoria».
Israel tiene inculcada hasta la médula la protección 
que Yavé le ha dado ya desde sus orígenes. Cada vez que su 
diestra y su brazo actúan en su favor, el pueblo se reúne 
para expresar con cánticos triunfales sus alabanzas y su 
acción de gracias.
Por ejemplo, después de pasar el mar Rojo y siendo 
testigos de la derrota infligida por Yavé a sus enemigos, 
entonan alrededor de Moisés su canto de bendición y 
alabanza a su santo brazo: «¿Quién como tú, Yavé, entre los 
dioses? ¿Quién como tú, glorioso en santidad, terrible en 
prodigios, autor de maravillas? Extendiste tu diestra y los 
tragó la tierra. Guiaste en tu bondad al pueblo rescatado...» (Éx 15,11-13).
Israel ensalza el brazo de Yavé en este canto de 
bendición no sólo por haber hundido bajo las aguas al 
ejército egipcio, sino también por el temor que este 
acontecimiento salvador provocó en los reyes de los pueblos 
de la tierra prometida cuando tuvieron conocimiento de 
ello. Efectivamente, todos los habitantes de esta tierra se 
estremecieron ante la inminente llegada del pueblo elegido, 
al que veían protegido por el brazo del Dios que les había 
sacado de Egipto: «Lo oyeron los pueblos y se turbaron...
los príncipes de Edón se estremecieron, se angustiaron los 
jefes de Moab, y todas las gentes de Canaán temblaron. 
Pavor y espanto cayó sobre ellos. La fuerza de tu brazo los 
hizo enmudecer como una piedra...» (Éx 15,14-16).
El profeta Isaías anuncia que el brazo de Yavé, es 
decir, su fuerza y su poder, se habría de revelar, hacerse 
presente, en el Mesías Salvador. Como todas las obras de 
Dios, su brazo se hará visible ante los hombres, sin 
apariencia, sin presencia, sin poder humano..., para que 
así brille en todo su esplendor su fuerza: «¿Quién dio 
crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yavé, ¿a quién se 
le reveló? Creció como un retoño delante de él, como raíz 
de tierra árida. No tenía apariencia ni presencia; le vimos 
y no tenía aspecto que pudiéramos estimar. Despreciable, 
desecho de hombres...» (Is 53,1-3).
Como no tenía apariencia ni presencia, y el hombre, en 
su necedad, sólo valora la fachada, apetecible a sus gustos e intereses, fue llevado a la muerte. Crucificaron al Mesías, al Hijo de Dios, pero no pudieron aniquilar en el Calvario la diestra, el brazo de Yavé que reposaba y habitaba en Él. De hecho, el brazo de Yavé rompió el sepulcro y fue levantado el Señor Jesús. Así lo anuncia el 
apóstol Pedro a los judíos cuando, juntamente con Juan, fue 
conducido ante el Sanedrín: «El Dios de nuestros padres 
resucitó a Jesús a quien vosotros disteis muerte colgándole 
de un madero. A este le ha exaltado Dios con su diestra...» (He 5,30-31).
Este anuncio de Pedro es el primer eslabón de una 
cadena ininterrumpida de sucesivos anuncios y 
proclamaciones de la victoria del Señor Jesús, y que 
alcanza hasta los más remotos confines de la tierra, dando 
así cumplimiento a la profecía contenida en nuestro salmo: 
«El Señor da a conocer su victoria, ha revelado a las 
naciones su justicia. Se acordó de su amor y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. Los confines de la tierra 
han contemplado la victoria de nuestro Dios...».
Profecía que el Señor Jesús abre en toda su dimensión 
universal al anunciar su ya inminente muerte: «Cuando 
hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que 
Yo Soy» (Jn 8,28). Lo que está proclamando Jesucristo es 
que, aunque en el Sanedrín vaya a ser condenado por «su 
apariencia», es decir, como alguien sin ningún valor, sin 
ninguna virtud, más aún, como alguien que no será 
precisamente ningún modelo digno a imitar en lo que 
respecta a las prescripciones religiosas de Israel, lo 
cierto es que, una vez condenado, cuando sea elevado en la 
cruz, todos los hombres podrán saber, más allá de la 
engañosa apariencia, que sí, que es Dios, pues esto es lo 
que significa el «sabréis que Yo Soy». Yo Soy es el nombre de Yavé.
Los primeros en saberlo no fueron los sumos 
sacerdotes, ni los escribas, ni los servidores del culto 
del templo, ni el pueblo llano que asistía a las 
celebraciones religiosas. Los primeros en saberlo fueron 
los gentiles, los paganos, justamente aquellos a quienes 
las leyes de Israel tenían prohibida la entrada en el 
templo y en las sinagogas. Fue, efectivamente, el centurión 
romano y su guarnición los que, ante la muerte de Jesús, 
hicieron la primera profesión de fe (Mt 27,54).
La proclamación de fe de estos paganos alrededor del 
Hijo de Dios crucificado, da cumplimiento a las palabras 
proclamadas por Jesús: «Hay primeros que serán últimos y 
hay últimos que serán primeros» (Mc 10,31). Quizá habrá que 
ambicionar estar entre estos últimos de los que habla 
Jesús, para llegar un día a reconocerle como Dios y Salvador nuestro. 


Salmo 96(95) - Yahvé, rey y juez

1 ¡Cantad al Señor un cántico nuevo!
¡Cantad al Señor, tierra entera!
2 ¡Cantad al Señor, bendecid su nombre!
¡Proclamad día tras día su victoria,
3 anunciad entre las naciones su gloria,
sus maravillas a todos los pueblos!
4 ¡Porque el Señor es grande y digno de alabanza,
más terrible que todos los dioses!
5 Pues los dioses de los pueblos son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo.
6 Majestad y esplendor le preceden,
Fuerza y Belleza están en su templo.
7 ¡Familias de los pueblos, aclamad al Señor!
¡Aclamad la gloria y el poder del Señor!
8 Aclamad la gloria del nombre del Señor,
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas.
9 Adorad al Señor en sus atrios sagrados.
¡Tiembla, tierra entera, en la presencia del Señor!
10 Decid a las naciones: ¡El Señor es Rey!
Él afianzó el mundo y nunca vacilará.
Él gobierna a los pueblos con rectitud.
11 Que se alegre el cielo y exulte la tierra,
retumbe el mar y todo lo que contiene.
12 Que aclamen los campos y cuanto existe en ellos,
que griten de alegría los árboles del bosque
13 ante el Señor que viene.
Viene para gobernar la tierra:
gobernará el mundo con justicia
y las naciones con fidelidad


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

Anunciad al mundo

El salmista hace una invitación al pueblo a expresar la 
grandeza y soberanía de Yavé prorrumpiendo en un himno 
glorioso, un canto triunfal que se extienda por toda la 
tierra. El eco de sus voces ha de llegar a todo ser 
viviente de forma que todos se asocien a la proclamación de 
la majestad de Yavé: «¡Cantad al Señor un cántico nuevo!
¡Cantad al Señor, tierra entera! ¡Cantad al Señor, bendecid 
su nombre!».
Esta celebración festiva que sale de las entrañas de 
lo que podríamos llamar la comunidad litúrgica de Israel, 
nos recuerda el cántico triunfal que el pueblo entonó 
cuando vio con sus propios ojos y sintió en sus carnes la 
salvación que Dios les concedió al atravesar incólumes el 
mar Rojo, al tiempo que sus perseguidores quedaban 
sepultados por las aguas: «Entonces Moisés y los israelitas 
cantaron este cántico a Yavé. Dijeron: Canto a Yavé pues se 
cubrió de gloria arrojando en el mar caballo y carro. 
Mi fortaleza y mi canción es Yavé. Él es mi salvación. Él, mi Dios, yo le glorifico, el Dios de mi padre, a quien exalto...Mandaste tu soplo, los cubrió el mar; se hundieron 
como plomo en las temibles aguas. ¿Quién como tú, Yavé, entre los dioses? ¿Quién como tú, glorioso en santidad, terrible en prodigios, autor de maravillas?» (Éx 15,1-11).
Sin embargo, hay una nota distintiva entre el cántico 
de Israel al cruzar el mar Rojo y el que estamos viendo en 
este salmo. La distinción consiste en que se nos habla de 
un canto nuevo; y esto porque la salvación de Dios ya no es 
una experiencia exclusiva para Israel sino que se amplía a 
todos los pueblos; por eso hay que anunciarla a todos los hombres: «¡Proclamad día tras día su victoria, anunciad entre las naciones su gloria, sus maravillas a todos los 
pueblos!».
Es evidente que, conforme Israel va conociendo más a Dios, mayor es su conciencia de que la salvación no conoce frontera alguna. Hay, pues, que salir de los límites del 
pueblo para anunciar a toda la tierra que Dios es salvador universal. Todo hombre es digno de ver su gloria y sus maravillas. He aquí la novedad de este canto; sus ecos han de alcanzar a toda la humanidad.
El libro de Isaías termina con una profecía cargada de esperanza en este sentido. Nos anuncia que Yavé vendrá areunir a todas las naciones, que todas ellas serán testigos 
de su gloria. Para ello enviará a sus misioneros, incluso hasta las islas más alejadas: «Yo vengo a reunir a todas las naciones y lenguas; vendrán y verán mi gloria. Pondré 
en ellos una señal y enviaré de entre ellos algunos supervivientes a las naciones: a Tarsis, Put y Lud, Mesek, Ros, Tubal y Yaván; a las islas remotas que no oyeron mi 
fama ni vieron mi gloria. Ellos anunciarán mi gloria a las 
naciones» (Is 66,18-19).
El anuncio del profeta Isaías tiene su cumplimiento al enviar Dios a su Hijo no solamente al pueblo de Israel sino a todo el mundo, y no para juzgarlo sino para salvarlo, 
como Él mismo afirmó: «Porque tanto amó Dios al mundo que 
dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3,16-17).
El Señor Jesús lleva a su término la misión encomendada por su Padre. Carga sobre sí los pecados de 
todos los hombres del mundo: los del pasado, presente y futuro. En este combate contra el mal sufre la aparente derrota de ser llevado al sepulcro. 
Dios Padre, cuya Palabra sobrepasa toda apariencia, hace resplandecer su fuerza levantando a su Hijo de la muerte. El Señor Jesús, con la victoria sobre el mal en sus manos, envía a sus discípulos a todas las naciones para anunciar el Evangelio Sade la salvación: «Jesús se acercó a ellos y les habló así: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas 
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
Desde sus orígenes, la Iglesia entendió perfectamente 
que había recibido el Evangelio de la salvación como don de 
Dios para todos los hombres. Por ello los apóstoles, al mismo tiempo que se sintieron enviados por el Señor Jesús, saben que tienen el poder de seguir enviando discípulos para anunciar el nombre que da la vida eterna a todo ser humano.
Cuando aconteció el martirio de Esteban, muchos discípulos se dispersaron hacia países limítrofes como Fenicia, Chipre y Antioquía. Al principio anunciaban el Evangelio solamente a los judíos, pero pronto también lo transmitieron a los gentiles. Llegada la alentadora noticia a la Iglesia de Jerusalén de la buena disposición de los 
gentiles ante el anuncio, los apóstoles enviaron a Bernabé 
a Antioquía. Este, al ver cómo crecía la comunidad, fue en 
busca de Pablo y permanecieron allí durante un año entero 
anunciando la Palabra a una gran muchedumbre (He 11,19-26).

sábado, 28 de septiembre de 2024

Salmo 95(94) - Invitatorio

1 Venid, cantemos jubilosos al Señor,
aclamemos a la Roca que nos salva.
2 Entremos a su presencia con alabanzas,
vamos a adamarlo con instrumentos.
3 Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses.
4 Tiene en sus manos las profundidades de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes.
5 Suyo es el mar, pues él lo hizo,
la tierra firme, que modelaron sus manos.
6 Entrad, postraos e inclinaos,
bendiciendo al Señor que nos ha creado.
7 Porque él es nuestro Dios
y nosotros somos su pueblo,
el rebaño que él guía.
¡Ojalá escuchéis hoy su voz!:
8 «No endurezcáis vuestros corazones
como sucedió en Meribá,
como en el día de Masá, en el desierto,
9 cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras».
10 Durante cuarenta años
aquella generación me disgustó. Entonces dije:
«Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mis caminos.,.
11 Por eso he jurado en mi cólera:
Nunca entrarán en mi descanso»,


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)

El manantial de la roca

Este salmo es un himno de aclamación a Dios en el que el 
pueblo canta gozoso las maravillosas intervenciones que Él 
ha realizado en su favor. Es una proclamación festiva de la 
historia de salvación acontecida en Israel. Es también una 
exhortación al pueblo para que no vuelva a endurecer su corazón ante la obra de Yavé, tal y como aconteció en el desierto: «¡Ojalá escuchéis hoy su voz!: “No endurezcáis vuestros corazones como sucedió en Meribá, como en el día de Masá, en el desierto, cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras”».
Una vez expuesta la línea panorámica del himno, vamos 
a centrarnos en el aspecto que nos parece más importante, 
ya que señala uno de los pilares de la espiritualidad de 
Israel: su concepción de Yavé como su roca protectora: 
«Venid, cantemos jubilosos al Señor, aclamemos a la Roca 
que nos salva. Entremos a su presencia con alabanzas, vamos 
a aclamarlo con instrumentos».
Hay un momento en la marcha de Israel por el desierto en que el pueblo, agotado y sediento, se siente sin fuerzas y al borde de la muerte. Es tal su desesperación que la emprende con Moisés culpabilizándole de la situación límite que está padeciendo: «No había agua para la comunidad, por 
lo que se amotinaron contra Moisés y contra Aarón. El pueblo protestó contra Moisés, diciéndole: “Ojalá 
hubiéramos perecido igual que perecieron nuestros hermanos 
delante de Yavé. ¿Por qué habéis traído la asamblea de Yahvé a este desierto, para que muramos en él nosotros y nuestros ganados? ¿Por qué nos habéis subido de Egipto, 
para traernos a este lugar pésimo, donde no hay sembrado, ni higuera, ni viña, ni ganado, y donde no hay ni agua para beber?”» (Núm 20,2-5).
Moisés y Aarón suplicaron a Yavé cayendo rostro en tierra. Este se dirigió a Moisés y le dijo que reuniese al pueblo ante la roca, y que de ella brotarían las aguas que 
habían de salvar al pueblo, quien así lo hizo: «Y Moisés alzó la mano y golpeó la peña con su vara dos veces. El agua brotó en abundancia, y bebió la comunidad y su ganado»
(Núm 20,11).
A partir de este acontecimiento salvador, la figura de Dios como roca protectora será, como ya fue antes expuesto, uno de los pilares de la espiritualidad de Israel, y punto de referencia de los profetas a la hora de llamar al pueblo 
a la conversión. Así Isaías hace ver a su pueblo que la invasión a la que va a ser sometido es por haberse 
olvidado, es decir, haber dejado de lado a la roca de su fortaleza, es decir, a Dios: «Aquel día estarán tus 
ciudades abandonadas, como cuando el abandono de los bosques y matorrales, ante los hijos de Israel: habrá desolación. Porque olvidaste a Dios, tu salvador, y de la 
roca de tu fortaleza no te acordaste...» (Is 17,9-10).
El apóstol Pablo, hijo de Israel, partícipe de su espiritualidad, ve en la roca que alivió las gargantas 
abrasadas de los israelitas en el desierto, un anuncio del mismo Jesucristo: «No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar; y todos fueron bautizados en Moisés, 
por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento 
espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, 
pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca 
era Jesucristo» (1Cor 10,1-4). Fijémonos bien, Pablo ve al 
Señor Jesús bajo la figura de la roca que, abriéndose, hizo 
emerger de sus entrañas el manantial de aguas que convirtió 
al pueblo extenuado en el desierto, en un pueblo en pie y en camino hacia la libertad.
Como manantial de aguas vivas es como se presenta el Señor Jesús ante la samaritana. La experiencia que esta mujer tiene de agua es la que encuentra en un pozo que, por 
si fuera poco, está fuera de la ciudad. Todos los días tiene que cargar con su cántaro al hombro, hacer un camino penoso haga frío o calor. Todo un trabajo ingrato, total 
para hacerse con unos litros de agua que, precisamente por 
ser estancada, crea serias dudas acerca de su salubridad. Jesús, sentado en el pozo, espera a la samaritana, imagen de toda la humanidad, cuya calidad de vida deja mucho que desear ya que el agua de la supervivencia depende 
de su esfuerzo. Esto bíblicamente significa para el hombre construir su vida con sus manos, es decir, como una obra solamente suya. Sólo cuentan sus criterios.
El Señor Jesús, sentado, espera a la samaritana, a todo hombre, y le ofrece unas aguas vivas dentro de su propio ser. No hay que salir fuera a buscarlas, no hay que cargar ningún cántaro. Están dentro, son un manantial, están vivas, no estancadas; por eso pueden saltar hacia lo alto, hacia la vida eterna, hacia el Padre, que este es el 
sentido bíblico del texto; hacia Dios, origen de estas aguas vivas: de Él brotaron y a Él vuelven, y nosotros con ellas porque fueron nuestra bebida. Es evidente, las aguas 
vivas son el mismo Dios en forma de Palabra. Todo aquel que 
la acoge es catapultado hacia Él: «Dijo Jesús: Todo el que 
beba de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna» (Jn 4,13-14).

Salmo 94(93) - El Dios de justicia

1jSeñor, Dios de la venganza!
¡Oh Dios de la venganza, manifiéstate!
2 ¡Levántate, oh juez de la tierra,
dales su merecido a los soberbios!
3 ¿Hasta cuándo, Señor, los injustos,
hasta cuándo triunfarán los injustos?
4 Se desbordan sus palabras insolentes,
todos los malhechores se jactan.
5 Aplastan a tu pueblo, Señor,
humillan a tu heredad;
6 matan a la viuda y al extranjero,
asesinan a los huérfanos.
7 y comentan: «El Señor no lo ve,
el Dios de ]acob no se entera... ».
8 Enteraos, necios de remate.
Ignorantes, ¿cuándo entenderéis?
9 El que plantó el oído, ¿no va a oír?
El que formó el ojo, ¿no va a ver?
10 El que educa a las naciones, ¿no va a castigar?
El que instruye al hombre, ¿no va a saber?
11 El Señor sabe que los pensamientos del hombre
no son más que un soplo.
12 Dichoso el hombre a quien tú educas, Señor,
al que enseñas tu ley,
13 dándole descanso en los días malos,
mientras al injusto se le abre una fosa.
14 Porque el Señor no rechaza a su pueblo,
nunca abandona su heredad;
15 el justo alcanzará su derecho,
los rectos de corazón tendrán porvenir.
16 ¿Quién se levanta a mi favor contra los malvados?
¿Quién se coloca a mi lado
contra los malhechores?
17 Si el Señor no me hubiera socorrido,
ya estaría yo habitando en el silencio.
18 Cuando me parece que voy a tropezar,
tu amor me sostiene, Señor.
19 Cuando se multiplican mis preocupaciones,
me alegran tus consuelos.
20 ¿Podrá acaso aliarse contigo un tribunal infame
que dicta sentencias injustas en nombre de la ley?
21 Aunque atenten contra la vida del justo
y condenen a muerte al inocente,
22 el Señor será mi fortaleza,
Dios será la roca donde me refugio.
23 Él es quien les pagará por su injusticia,
y los destruirá por la maldad que cometen.
¡El Señor, nuestro Dios, los destruirá!


Reflexiones del padre Antonio Pavía: ​(extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)


Las dos alianzas

Un hombre justo y fiel se desahoga ante el hecho de que los 
impíos hacen valer su fuerza y poder para oprimir al pueblo 
santo de Dios. El salmista llega incluso a pedir a Yavé que 
ejecute sobre ellos la venganza que arde en su corazón:
«¡Señor, Dios de la venganza! ¡Oh Dios de la venganza, 
manifiéstate! ¡Levántate, oh juez de la tierra, dales su 
merecido a los soberbios! ¿Hasta cuándo, Señor, los 
injustos, hasta cuándo triunfarán los injustos?... Aplastan
a tu pueblo, Señor, humillan a tu heredad».
Hay un punto en la oración de este hombre que nos ilumina profundamente. Es la clara señalización de la línea 
divisoria existente entre los impíos y los justos. Hombre justo es aquel que se deja corregir por Dios: «Dichoso el hombre a quien tú educas, Señor, al que enseñas tu ley, dándole descanso en los días malos, mientras al injusto se 
le abre una fosa».
Sin embargo, hay una realidad que se impone, y es que la impiedad no es un título que llevan en su frente sólo las naciones paganas que acosan a Israel. La misma 
Jerusalén, la ciudad de Yavé por excelencia, se ha convertido por sus rebeldías en un nido de impiedad y de maldad. 
Oigamos al profeta Ezequiel: «Así dice el Señor Yavé: esta es Jerusalén; yo la había colocado en medio de las naciones, y rodeado de países. Pero ella se ha rebelado 
contra mis normas con más perversidad que las naciones, y 
contra mis decretos más que los países que la rodean» (Ez 5,5-6).
En términos parecidos se expresa el profeta Jeremías, sólo que su denuncia viene acompañada por la súplica, pidiendo a Yavé que no desprecie la sede de su gloria: 
Jerusalén con su templo. Es enternecedora la limpieza y 
transparencia a la hora de poner ante Yavé la perversidad 
de su pueblo para, a continuación, suplicarle que, por amor 
de su nombre, no rompa su alianza con él: «Reconocemos, 
Yavé, nuestras maldades, la culpa de nuestros padres; que hemos pecado contra ti. No desprecies, por amor de tu nombre, no deshonres la sede de tu gloria. Recuerda, no anules tu alianza con nosotros» (Jer 14,20-21).
Así pues, por una parte, el pueblo es incapaz de cumplir la alianza, y por otra, Dios no puede anularla 
porque ha dado como garantía su Palabra. Parece como si Dios se encontrase en un callejón sin salida. Claro, que callejones sin salida en casos así sólo existen para quien no ama, y Dios es amor, Dios ama al hombre. Y lo que va a 
hacer es sellar su alianza  imposible al hombre de 
cumplirla a causa de su impiedad y rebeldía– en su propio Hijo:
Dios verdadero y también hombre, en la persona de Jesucristo.
El profeta Isaías anuncia este sello del Mesías. Dios mismo va a constituir a su Hijo como la alianza que el pueblo no ha podido llevar adelante. Alianza que abarcará a 
todas las naciones, y que será luz que ha de abrir los ojos de todos aquellos que viven encerrados y prisioneros de sus tinieblas: «Yo, Yavé, te he llamado en justicia, te así de la mano, te formé, y te he destinado a ser alianza del 
pueblo y luz de las gentes, para abrir los ojos ciegos, para sacar del calabozo al preso, de la cárcel a los que viven en tinieblas» (Is 42,6-7).
El Señor Jesús, como signo de que Él es la alianza nueva y definitiva entre Dios y los hombres, celebra la 
víspera de su pasión la Eucaristía con los apóstoles haciendo presente de una vez para siempre que la alianza entre Dios y los hombres ha sido sellada por y en Él: «Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio 
diciendo: este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; 
haced esto en recuerdo mío. De igual modo, después de 
cenar, tomó la copa, diciendo: esta copa es la Nueva Alianza en 
mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22,19-22).
Es importante puntualizar que san Lucas tiene interés en señalar que, en Jesucristo, la alianza es nueva, y que está fundamentada en su sangre, en su ofrecimiento al Padre 
como cordero sin mancha, es decir, limpio de impiedad y rebeldía. 
El Señor Jesús, al mismo tiempo que se ofrece al Padre, se ofrece también al hombre otorgándole la alianza inviolable que se convierte para él en el Arca de su salvación. Por la alianza de Jesucristo, los hombres, impíos y rebeldes como somos, podemos entrar en comunión con Dios.
El autor de la Carta a los hebreos establece con maestría la diferencia entre las dos alianzas. La antigua, que sitúa al hombre en un deseo y un querer que le abocan
en la frustración del no poder. Y la nueva que, aceptada como don, comprada por el Hijo de Dios con su propia sangre, sí nos catapulta a Dios. Leamos este texto que 
señala a Jesucristo como único mediador de la Nueva Alianza 
que salva a toda la humanidad: «Por eso Jesucristo es 
mediador de una nueva alianza; para que, interviniendo su 
muerte para remisión de las transgresiones de la primera 
alianza, los que han sido llamados reciban la herencia eterna prometida» (Heb 9,15)