1 Cántico de las subidas.
Señor, acuérdate de David,
de todas sus fatigas:
2 cómo juró al Señor
e hizo voto al Fuerte de Jacob:
3 «No entraré en la tienda, en mi casa,
ni subiré al lecho en que reposo,
4 no daré sueño a mis ojos,
ní descanso a mis párpados,
5 mientras no encuentre un lugar para el Señor,
una morada para el Fuerte de Jacob.
6 Oímos que estaba en Éfrata,
y la encontramos en los Campos de Yaar
7 Entremos en su morada,
y postrémonos ante el estrado de sus pies.
8 Levántate, Señor, ven a tu mansión,
ven con el arca de tu poder.
9 Que tus sacerdotes se vistan de gala,
y tus fieles exulten de alegría.
10 A causa de David, tu siervo,
no rechaces el rostro de tu mesías.
ll El Señor ha jurado a David
una promesa que nunca retractará:
«El fruto de tu vientre
colocaré en tu trono».
12 Si tus hijos guardan mi alianza
y los preceptos que les he enseñado,
también tus hijos, por siempre,
se sentarán sobre tu trono».
13 Porque el Señor ha escogido a Sión,
y la ha deseado como su propia residencia:
14 «Esta es mi mansión para siempre,
en ella habitaré, pues la he deseado.
15 Bendeciré sus provisiones con generosidad
y saciaré de pan a sus indigentes.
16 Vestiré de gala a sus sacerdotes,
y sus fieles exultarán de alegría.
17 Haré que germine el vigor de David,
encenderé una lámpara para mi mesías.
18 Vestiré de ignominia a sus enemigos,
sobre él brillará mi corona».
Reflexiones del padre Antonio Pavía: (extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)
Salmo 132
Desvelo por el Templo
Este es un salmo que canta la fidelidad del rey David, sus
desvelos por levantar para Yavé una morada que albergue el
arca de la Alianza. Morada llamada a ser el lugar santo por
excelencia para todo Israel. En ella, el pueblo elegido
entonaría sus himnos de alabanza y tributaría a Yavé culto
de adoración.
El salmo hace hincapié en que la edificación del
templo de la gloria de Yavé llegó a ser el principal
objetivo de David, su misión más apremiante. El autor
ensalza la disposición del rey y su empeño persistente,
hasta el punto de considerar esta obra más importante que
su descanso y su sueño reparador: «Señor, acuérdate de
David, de todas sus fatigas: cómo juró al Señor... “No
entraré en la tienda, en mi casa, ni subiré al lecho en que
reposo, no daré sueño a mis ojos, ni decanso a mis
párpados, mientras encuentre un lugar para el Señor, una
morada para el Fuerte de Jacob”».
Sabemos que David hizo acopio de todo tipo de
materiales aptos para la construcción del templo, almacenó
riquezas sin fin de cara a su esplendor, y seleccionó
orfebres, artistas y artesanos a fin de realzar su
embellecimiento. Fue así como su hijo Salomón levantó el
imponente y majestuoso templo de Jerusalén.
Jesús, del que David es figura, es enviado por el
Padre para llenar toda la tierra de la gloria y presencia
de Dios. En Él, la gloria de Yavé traspasará las fronteras
de su pueblo elegido alcanzando a todos los confines de la
tierra.
Llevando a su último término el desvelo de David,
Jesús no dará descanso a su cuerpo ni sueño a sus ojos
hasta cumplir el designio de salvación que Dios tiene
proyectado para con toda la humanidad.
Recordemos aquella ocasión en la que un hombre se
acercó a Jesús y le expresó su deseo de seguirle, de
caminar con Él adonde fuese. Sabemos su respuesta: «Las
zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el
Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Mt
8,20).
Lo que el Señor Jesús le está queriendo decir es que
no es un maestro como los demás, que tenían sus discípulos
a los cuales intentaban transmitir sus enseñanzas sin gran
repercusión posterior. Jesús le está queriendo decir que ha
sido enviado para abrir un camino nuevo y verdadero en el
que el hombre pueda reconocer y llegar al Padre.
Precisamente por su novedad va a encontrar rechazo y
oposición.273
Por ser original y romper todos los esquemas,
incluidos los que dan seguridad, el hombre no tiene en sí
mismo la capacidad de escoger el discipulazgo. Es el Señor
Jesús quien tiene que llamar y elegir: «No me habéis
elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a
vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y
que vuestro fruto permanezca» (Jn 15,16). Es un llamamiento
y elección que llevan consigo el don de la fortaleza y de
la sabiduría para aceptar la precariedad de no sentirse
seguros más que en la fidelidad del que llama: el Hijo de
Dios.
En la respuesta que Jesucristo da a aquel que quería
seguirle, anuncia que Él mismo no tiene dónde reposar la
cabeza; efectivamente, no tuvo un lecho ni siquiera en su
nacimiento. Vino al mundo en una especie de refugio de
animales a las afueras de Belén porque nadie en la ciudad
abrió las puertas a José y a María. Ni Él ni su madre
tuvieron un lecho como todo el mundo en el acontecimiento
salvador de la Encarnación.
Sí hubo un lugar en el que Jesucristo pudo reposar su
cabeza. La inclinó después que sus labios exclamaron: Todo
está cumplido. Fueron sus últimas palabras antes de morir,
tal y como nos dice san Juan: «Cuando Jesús tomó el
vinagre, dijo: Todo está cumplido. E inclinando la cabeza
entregó el espíritu» (Jn 19,30).
Entregado el espíritu, reposó primero en el sepulcro
para reposar definitivamente en el seno de su Padre. A
partir de entonces, todo hombre de todo pueblo, cultura,
raza y nación, está llamado a ser morada, templo de la
presencia de Dios. Este fue el desvelo del Hijo de Dios, y
para alcanzarlo se entregó a la muerte y muerte de cruz.
En Jesucristo somos templos de Dios. Así lo expresa y
lo comunica Pablo a los discípulos de Éfeso que han acogido
el Evangelio. Se lo transmite en tono que rezuma gratitud y
alabanza: «Edificados sobre el cimiento de los apóstoles y
profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo, en quien
toda edificación bien trabada se eleva hasta formar un
templo santo en el Señor, en quien también vosotros estáis
siendo juntamente edificados, hasta ser morada de Dios en
el espíritu» (Ef 2,20).
En la misma Carta les exhorta a no bajar la guardia, a
apoyarse en la fuerza del Señor Jesús para resistir ante el
poder de Satanás: «Por lo demás, fortaleceos en el Señor y
en la fuerza de su poder. Revestíos de las armas de Dios
para poder resistir a las acechanzas del Diablo...» (Ef
6,10-11). No bajar la guardia, es decir, tener los mismos
desvelos de David no para construir un templo de piedra
sino para llegar a ser, por la gracia de Dios, templo
espiritual, signo de su presencia en el mundo.274
No hay comentarios:
Publicar un comentario