porque su amor es para siempre.
2 Dad gracias al Dios de los dioses,
porque su amor es para siempre.
J Dad gracias al Señor de los señores,
porque su amor es para siempre.
4 Sólo él hizo grandes maravillas
porque su amor es para siempre.
\ Él hizo los cielos con inteligencia
porque su amor es para siempre.
6 Él afianzó la tierra sobre las aguas
porque su amor es para siempre.
7 Él hizo las grandes lumbreras,
porque su amor es para siempre.
8 El sol para gobernar el día,
porque su amor es para siempre.
9 La luna para gobernar la noche,
porque su amor es para siempre.
10 Él hirió a Egipto en sus primogénitos,
porque su amor es para siempre.
11 Él sacó a Israel de entre ellos,
porque su amor es para siempre.
12 Con mano poderosa y brazo extendido,
porque su amor es para siempre.
13 Él dividió el mar Rojo en dos partes,
porque su amor es para siempre.
14 E hizo pasar a Israel entre ellas,
porque su amor es para siempre.
15 Pero arrojó al mar Rojo al Faraón ya su ejército,
porque su amor es para siempre.
16 Él guió a su pueblo por el desierto,
porque su amor es para siempre.
17 Él hirió a reyes famosos,
porque su amor es para siempre.
18 Él mató a reyes poderosos,
porque su amor es para siempre.
19 A Sijón, rey de los amorreos,
porque su amor es para siempre.
20 A Og, rey de Basán,
porque su amor es para siempre.
21 Él les dio su tierra en herencia,
porque su amor es para siempre.
22 En herencia a su siervo Israel,
porque su amor es para siempre.
23 En nuestra humillación se acordó de nosotros,
porque su amor es para siempre.
24 Él nos libró de nuestros opresores,
porque su amor es para siempre.
25 Él da alimento a todo ser vivo,
porque su amor es para siempre.
26 Dad gracias al Dios de los cielos,
porque su amor es para siempre.
Reflexiones del padre Antonio Pavía: (extractadas de su libro "En el Espíritu de los Salmos" y publicadas con autorización expresa de la Editorial San Pablo)
Salmo 136
Es eterno su amor
La espiritualidad de Israel manifiesta en este himno
litúrgico una de sus expresiones más ricas y profundas. El
cántico, entonado por la comunidad reunida en asamblea en
la celebración de la Pascua, expresa el alma agradecida de
un pueblo liberado.
Es el salmo llamado «El gran Aleluya»: La majestuosa
alabanza a Yavé, creador de los cielos y la tierra, que se
ha inclinado y ha escogido un pueblo para ser testigo
privilegiado de su amor y su bondad. La asamblea inicia su
cántico reconociendo y aclamando a Yavé por las maravillas
que ha desplegado en la creación: «Dad gracias al Señor,
porque es bueno... Dad gracias al Dios de los dioses... Dad
gracias al Señor de los señores... Sólo Él hizo grandes
maravillas... Él hizo los cielos con inteligencia... Él
afianzó la tierra sobre las aguas...».
Israel tiene conciencia de que no es suficiente alabar
y bendecir a Dios por la belleza y armonía de su obra
creadora. También los demás pueblos de la tierra alaban a
sus dioses por la creación. También ellos les agradecen por
el hecho de haber puesto a su alcance los mismos dones.
La gratitud del pueblo para con Yavé tiene un añadido
que rebasa la creación. Israel tiene una historia que está
indisolublemente ligada a Yavé-Creador. Él ha hecho de
Israel un pueblo diferente a todos los demás. Es una
historia de preferencia, de elección. Si grandes son las
maravillas de Yahvé en su creación, aún mayores son las que
hace por el pueblo de su elección.
Y así vemos cómo, a lo largo del salmo, se van
recordando y aclamando los prodigios de Dios en su favor.
Desde que yace en la esclavitud de Egipto, el cántico
pormenoriza los prodigiosos auxilios de Dios en su caminar
hasta llegar a la tierra prometida. Tierra que conquistan
por el asombroso poder de Dios: «Él hirió a Egipto en sus
primogénitos... Él sacó a Israel de entre ellos... Con mano
poderosa y brazo extendido... Él les dio su tierra en
herencia... En herencia a su siervo Israel...».
La inigualable belleza y majestuosidad de esta
aclamación litúrgica, la vemos reflejada en el hecho de que
cada maravilla realizada por Yavé, bien en la creación,
bien en favor del pueblo, es repetida por la asamblea con
el sugestivo estribillo: «Porque su amor es para siempre».
La proclamación «porque su amor es para siempre» es la
que más aparece a lo largo de toda la Escritura. No la
hemos de ver desde la perspectiva de una perla litúrgica.
Es el rezumar agradecido y gozoso de unos hombres y mujeres
que tienen una historia común y pueden contarla y cantarla.281
Y así les vemos clamando en la Pascua a una sola voz,
y entonando sobrecogidos por la emoción, que la bondad de
Yavé es eterna, que ha sido Él quien, con su elección,
rescate, protección, fuerza, poder y amor, les ha permitido
sobrevivir a tantísimos peligros y combates que ha sido
sometido por sus enemigos. Tantos y tantos acontecimientos
gloriosos han hecho posible que, cada noche pascual, sus
voces y almas resuenen con ímpetu para bendecidle.
Siempre hemos dicho que todos los salmos son
mesiánicos. Nos preguntamos si la figura del Mesías se hace
presente en esta letanía de maravillas aquí ensalzadas. Por
supuesto que hay una puerta abierta a la figura de
Jesucristo. Valorando en toda su riqueza tantas maravillas
hechas por Dios, podemos decir que falta aún la maravilla
de las maravillas: la victoria sobre la muerte. A final de
cuentas, esta ha de llegar a ser la razón nuclear que hace
que el hombre bendiga, alabe y estalle en gratitud a Dios:
ser testigos de que la muerte ha sido aplastada.
La gran maravilla que marca la historia de la creación
y de toda la humanidad es que Dios resucita a su Hijo del
lazo de la muerte. En Él, la muerte no tiene ya poder
permanente sobre el hombre. La maravilla se dispara al
infinito ante el don de la inmortalidad del ser humano. En
Jesucristo todos estamos llamados a ser hijos de Dios,
portadores del sello de la vida eterna.
Fijémonos que la primera predicación de la Iglesia
realizada por Pedro el día de Pentecostés, lleva consigo la
buena noticia que todo hombre debe recibir: Que si bien
Jesucristo fue ejecutado en el Calvario, «Dios le resucitó
librándole de los dolores de la muerte, pues no era posible
que quedase bajo su dominio» (He 2,24).
Al resucitar a su Hijo, Dios Padre rompe el sello de
la muerte que aprisionaba a toda la humanidad. En la
victoria de Jesucristo todos somos vencedores. Nuestro
apoyarnos en Él por la fe, es la llave y la garantía de
nuestra vida eterna, así lo dijo Él: «Yo soy la
resurrección. El que cree en mí, aunque muera vivirá; y
todo el que vive y cree en mí no morirá jamás» (Jn 11,25-
26).282
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