Nos dice el Evangelio de San Marcos que “Jesús se compadece de una multitud que andaban como ovejas que no tienen pastor”. El Señor, a sus discípulos nos llena de su compasión. Jesús, el buen pastor, tiene palabras de vida eterna. Hay muchas personas, más de las que nos podamos imaginar con hambre y sed de Dios y Jesús nos dice “dadles vosotros de comer”. “No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” y nosotros sus discípulos podemos acercar a los hambrientos en el espíritu, al Evangelio, a las Sagradas Escrituras que son los pastos en los que podemos alimentar el alma y descansar en el Señor.
El discípulo de Jesús tiene la compasión del Señor y no sólo se preocupa de dar de comer al hambriento y de hacer obras de misericordia, sino también y sobre todo de acercar a su prójimo al Evangelio en el cual podrá encontrarse con Dios, saciarse de su Palabra y sanar las heridas del alma.
Jesús manifestó siempre una profunda misericordia y compasión con los enfermos, con los que sufren en el alma y en el cuerpo. Jesús no vino para juzgar al mundo sino para salvarlo, para iluminarnos y sacarnos de nuestras tinieblas. Él no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores. Levanta del polvo al desvalido, “alza de la basura al pobre”.
Jesús se compadece de todas nuestras miserias porque eterna es su Misericordia y si nos volvemos a Él de todo corazón y nos convertimos, nos perdona y borra nuestras culpas.
Nosotros los discípulos de Jesús, queremos actuar a la luz de nuestro Señor y ser compasivos como Él era compasivo. Cuando somos conscientes de nuestras miserias, nos resulta más fácil compadecernos del prójimo y perdonar. Para poder amarnos como hermanos, como Jesús nos mandó, necesitamos pedir perdón y perdonar todas las veces que sean necesarias.
Danos Señor un corazón compasivo y abre nuestros ojos para que podamos estar muy atentos a nuestros hermanos y podamos ayudarles a crecer espiritualmente y también ofrecerles el apoyo y ayuda que necesiten. Señor, que nunca pasemos de largo, que no hagamos oídos sordos a quienes nos piden su ayuda, que seamos como el buen samaritano, que estén nuestros oídos atentos a las súplicas de los que sufren en el alma o en el cuerpo. Llénanos Señor de tu amor, de tu Misericordia y Compasión.