jueves, 30 de marzo de 2017

EL SACO DE PECADOS (por Tomás Cremades )

Mi madre, de niño, nos llevaba a confesar a mis hermanas y a . Y nos decía: “…lleváis un saco de pecados, acordaos de vaciarlo bien en el confesionario…”

Con el tiempo, el saco de pecados de niño se convirtió en un carro de pecados, tirado por robustos caballos. Meditando el texto del Éxodo: “…Cantaré al Señor, sublime es su victoria, caballos y carros ha arrojado en el mar…” (Ex 15), comprendo ahora que todos estos caballos que arrojó el Señor fueron, por su Gracia, todos estos sacos que fui acumulando durante mi vida.
Y es que la vida de todo hombre es una peregrinación que comienza el día que naces y termina cuando mueres; y es en la Escritura donde encuentras el sentido a todo cuanto acontece en tu vida. 
El enemigo, como conjunto de todas las circunstancias que me hicieron caer en el mal, saciando su codicia, repartiéndose el botín, - parafraseando el salmo -, al soplo del Aliento del Señor, cual viento suave de Elías, se hundió como plomo en las aguas formidables.
¡Bendito Dios, que corrigió y enderezó mi vida, y me alimenta con la lectura de su Palabra revelada!

Del Salmo 88 (Carmen Pérez)

"Tú, encolerizado con tu Ungido, Lo has rechazado y desechado; Has roto la alianza con tu siervo Has acortado los días de su juventud, Y lo has cubierto de ignominia."

 
Esto pensarían los que veían a Jesús en la cruz ....pero allí estaba la salvación del mundo... en aquellos brazos abiertos a toda la humanidad...y cuando pensaban que lo habia abandonado DIOS, al tercer día lo resucitó. 
Tenía que mostrarnos el camino ... aunque nos parezca que DIOS nos abandona ... está ahì para levantarnos, y quien sabe ... nos parece que tarda ...nos duele la cruz .. pero recordemos que para Él un día es como mil años .. y mil años como un día.
 
BENDITO SEAS SEÑOR

miércoles, 29 de marzo de 2017

Poemas II.- EL BUSCADOR.- (por Olga Alonso)

Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies.
Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta,
Lc 15; 22-23


 EL BUSCADOR


La parábola del hijo pródigo es una forma de mostrarnos Dios cómo quiere que le busquemos.

Aquel hijo que  abandona al padre, somos cada uno de nosotros cuando en un momento de nuestras vidas, cumplidores de una fe que no es suficiente y nos ahoga, nos alejamos de Dios e iniciamos un camino a otras tierras buscando otras vidas en la vida. 


Aquel hijo que se va no es feliz al lado de su padre, disfrutando de sus bienes, pero no de su amor y, no pareciéndole suficiente,  sale a buscar un sentido a su vida, confundido, pero con la valentía del que se arriesga, del que no se conforma.


Durante años, embarrado y triste, transita por lugares donde tantos de nosotros hemos estado, en un mundo donde se experimenta la indigencia del alma, en un mundo donde se malgasta y se pierde la dignidad, en un mundo que  abandona a la miseria del corazón. 


Y, desde allí, donde el hombre solamente es pastor de un sinfín de tristeza siente que ha perdido su vida; desde allí, el hijo piensa en el padre, en su casa, y descubre la necesidad del amor de Dios


Ahora no ansía nada, sólo estar a su lado, en casa de su padre.


Volvemos a Dios como verdaderos hijos cuando hemos experimentado la miseria de nuestra vida, cuando pequeños, acabados y golpeados por el mundo, hemos visto lo que es la vida sin Él.


Y es entonces cuando nos levantamos y decidimos recorrer de nuevo el camino de vuelta a casa. Tiene que ser así; derrotados, no hay otra forma.


 Y ahora, Él nos espera como esperó aquel padre de la parábola.


 De vuelta, bautizados por el barro y la ignominia del mundo, Él abre sus brazos para bautizarnos con el agua de su amor. Nos reviste de su espíritu y nos prepara una fiesta.


 Ahora si somos hijos de pleno derecho porque le hemos encontrado después de buscarle, cuando de verdad hemos experimentado la necesidad de su amor.


 Solamente somos hijos de Dios cuando le buscamos desde la conciencia profunda de la miseria que nos hace pequeños, ínfimos.


Y allí está Él , en el camino, con sus brazos abiertos, esperando que ese abrazo cree en el mundo un nuevo discípulo que ahora sí, vuelto al Padre desde su pequeñez, pueda pastorear sus ovejas


En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.
Gal 3; 27-28

TÚ SEÑOR ERES FUENTE DE AGUA VIVA .- (por Mila)

TÚ SEÑOR ERES FUENTE DE AGUA VIVA


Cuando estamos perdidos, Tú sales a nuestro encuentro.
Cuando estamos desilusionados Tú nos llevas al pozo de tu alegría.
Cuando nos perdemos en nuestros pecados, Tú nos conduces a Tu Perdón.

TÚ SEÑOR ERES FUENTE DE AGUA VIVA

Cuando nos fijamos en lo exterior,
Tú nos indicas el camino hacia el corazón .
Cuando nos alejamos De Dios, Tú nos hablas con tu presencia.
Cuando nos sentimos débiles y muertos, Tú nos das Vida con tu Espíritu Santo.
Cuando aparecen arrugas en nuestras almas, Tú les das Vida con tu Amor,

TÚ SEÑOR ERES FUENTE DE AGUA VIVA

lunes, 27 de marzo de 2017

PASTORES SEGÚN MI CORAZÓN.- CAPÍTULO XXIV.- TODO LO MÍO ES TUYO


Todo lo mío es tuyo

 

Dicen los exegetas que el Prólogo del evangelio de Juan encierra de hecho su profesión de fe, profesión única, paradigma de todas las confesiones y testimonios de Jesús como Señor. Sabemos de confesiones de fe hechas por innumerables hombres y mujeres a lo largo de los siglos; unas ante reyes y gobernadores, otras ante los foros más diversos.

La de Juan es una confesión gestada por obra y gracia del Espíritu Santo. La podemos ver como el pórtico de la gloria del Hijo de Dios. Sólo un hombre tan profundamente lleno de Jesús podía confesar así. Al hablar de Juan hemos de hablar de un gran pastor, de un hombre que vivió de y desde el Evangelio que su Señor le confió. Las vetas catequéticas que nos brinda el evangelista en lo que se ha llamado su confesión de fe, son innumerables, se podrían escribir miles de páginas sobre la insondable riqueza de este texto y, aun así, quedarían miles y miles por escribir. Dicho de otra forma, nunca habría tinta suficiente para escribir los incontables tesoros del Prólogo del evangelio de san Juan.

Voy a centrarme solamente en la apreciación que nos hace acerca del Hijo de Dios encarnado; dice que está lleno de gracia y de verdad (Jn 1,14b). Que rebose de gracia y de verdad indica que es el resplandor inmarcesible de la gloria del Padre; y que, al hacerse Emmanuel, derrama en el espíritu de los que acogen su Evangelio, su gracia y su verdad en el sentido más pleno de su significado.

Juan habla de este don que Dios da al hombre por medio de su Hijo; y no lo hace académicamente, sino como acontecimiento vivido no sólo por él, sino también por las primeras comunidades cristianas con sus pastores al frente: “Pues de su plenitud hemos recibido todos gracia tras gracia. Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo” (Jn 1,16-17).

Dios es Gloria, es Gracia y es Verdad y, a partir de la Encarnación de su Hijo, también lo es el hombre. Juan puntualiza suavemente, como si estuviera sintiendo el soplo creador de Dios, que recibimos esta su plenitud progresivamente: gracia tras gracia. Todo lo que somos está sujeto a crecimiento hasta llegar a su altura natural. En nuestro desarrollo como discípulos del Hijo de Dios no hay ningún “hasta”, tendemos -como nos dice Pablo- hacia la plenitud del mismo Señor Jesús: “…hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo”. (Ef 4,13)

En definitiva, podemos afirmar que Dios abre al hombre su divinidad, la plenitud de su ser, por medio de su Hijo; y, como dice Pablo, un día, vencida nuestra muerte, apareceremos gloriosos con Él (Col 3,1-4). Así, Gracia tras Gracia, Palabra tras Palabra, somos reengendrados, como nos dice el apóstol Pedro: “Habéis sido reengendrados de un germen no corruptible, sino incorruptible, por medio de la Palabra de Dios viva y permanente… Y ésta es la Palabra: el Evangelio anunciado a vosotros” (1P 1,23-25).

 

Cuando el Anuncio apremia

Esto es lo que no fue capaz de comprender el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo. Obcecado como estaba por guardar simplemente las formas, respetaba e incluso obedecía a su padre hasta donde llegaban sus órdenes; a partir de ahí, pasarlo bien con él no entraba en sus planes. De hecho, a la hora de festejar algo, su compañía natural no podía ser otra que sus amigos: “Pero él replicó a su padre: Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos…” (Lc 15,29).

El pobre hombre, tan cumplidor, tan pendiente de una recompensa muy a lo lejos en el tiempo, nunca tuvo corazón para entender que no era siervo de los bienes de su padre, sino dueño y señor. Así se lo hizo saber su padre: “Pero él le dijo: hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo” (Lc 15,31).

“Todo lo mío es tuyo”. He ahí la Palabra viva que brilla con luz propia a lo largo de toda la misión del Señor Jesús desde la Encarnación hasta su Resurrección. Parece que todo su Evangelio se resume en lo siguiente: Todo lo que Soy, Dios y Señor, es tuyo. Lo es, lo es en la medida en que lo acogemos en el corazón; y así, Gracia tras Gracia, Palabra tras Palabra, el hombre recibe el poder de  ser hijo de Dios (Jn 1,12).

Todo lo mío es tuyo. Esto es lo que resuena en el oído de quien escucha el Evangelio. Podemos imaginarnos el gozo que invadió el espíritu y el cuerpo de Jesús cuando pudo decir al Padre refiriéndose a sus discípulos: ¡Todo lo nuestro es suyo! Es suyo “porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado” (Jn 17,8).

El Gran Pastor, como le llama Pedro (1P 5,4), ha abierto las infinitas riquezas de sus entrañas y ha alimentado a sus pastores. Las palabras de vida eterna, las mismas que Él ha recibido del Padre, corren como ríos por los innumerables surcos y concavidades del seno de aquellos a quienes ha llamado a anunciar su Evangelio (Jn 7,38). Se han empapado de Dios, de Vida, sólo así surge natural la imperiosa necesidad del Anuncio.

No es un anuncio cualquiera, es El Anuncio. No necesitan pensarlo mucho ni hacer un listado de generosidades y renuncias; no necesitan nada de esto porque, como le pasó a Pablo, se ven imperiosamente apremiados por el amor de Cristo (2Co 5,14). Podríamos incluso hablar de la violenta necesidad de compartir tanto Fuego. Empleo el término violencia porque no hay duda de que son conscientes de que si no lo comparten es como si se estuviesen perjudicando  a sí mismos, como si estuvieran atentando contra lo más real, genuino, divino y humano que el Hijo de Dios ha depositado en ellos, Gracia tras Gracia, Palabra de Vida tras Palabra de Vida.

En este contexto, volvemos a Juan y nos ponemos en su piel intentando adivinar la fuerza del torrente de Vida que se abrió en su alma; comprendemos por qué a un cierto momento pudo proclamar: ¡Dios es amor! (1Jn 4,8 y 16). El apóstol no está dando una definición teológica de Dios, ni un enunciado o tratado sobre su Ser. Lo que pasa es que Juan está respirando con el alma, habla de Dios desde su propia morada: le tiene como Huésped, tal y como Jesús prometió. “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23).

Dice de Dios lo que Dios le habla a él; más aún, lo que le dice y le hace, porque así es Dios. Al igual que el salmista, su anuncio nace de una constatación empírica: “Venid a oír y os contaré, vosotros todos los que buscáis a Dios, lo que Él ha hecho por mí” (Sl 66,16).

 

Son hechura de Dios

Constatación, experiencia parecida a la de Pablo, que queda como trastornado al conocer el amor de Jesucristo por él, un amor que hizo saltar en pedazos toda su lógica; tan descolocado quedó nuestro amigo que apenas acertó a balbucir “me amó y se entregó por mí” (Gá 2,20). Si entrásemos en la mente de Pablo, le oiríamos susurrar: Era yo quien tenía que haber sido entregado a causa de mis violencias y sangre derramada. Mas no, vino Él y ocupó mi lugar, se hizo cargo de mi culpabilidad.

Por estas y tantas cosas, los pastores según el corazón de su Pastor son especialistas del y en el amor. No lo aprenden en dinámicas de grupos, sesiones de capacitación humana, ni nada parecido. No lo aprenden de nadie, lo aprenden de su Maestro y Señor. Es tal la fuerza creadora que actúa en ellos que, al igual que Juan a quien le estalló el alma al grito de ¡Dios es amor!, también, al igual que Juan, pueden proclamarlo por sus propias y personales experiencias.

Desde esta plenitud, desde su ser “hechura de Dios” (Ef 2,10), salen de sí mismos hacia el mundo entero; se dejan llevar por el Espíritu como Felipe (Hch 8,26-29), para hacerse los encontradizos con los hombres como Dios se hizo el encontradizo con ellos. Al encontrarse con sus hermanos llevan en el corazón un único programa pastoral, el mismo que tuvo su Maestro y Señor: Todo lo mío es tuyo.

Todo lo mío es tuyo, y es por ello que de sus bocas manan palabras llenas de gracia (Lc 4,22), palabras llenas de vida. El Padre las puso en el Hijo, y éste en sus pastores. Esto tiene un nombre: el Anuncio. Todo lo mío es tuyo, he ahí la vida eterna, la plenitud de Dios al servicio del hombre. Es tan divino lo que el pastor recibe de Jesucristo y que a su vez entrega a sus hermanos, que ya no se pertenece a sí mismo ni a nadie: pertenece a Dios, a su santo Evangelio y al mundo entero.

“Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio” (Mc 16,15). Estas palabras de Jesús son mucho más que una exhortación; es la Palabra que, acogida, les configura y les lleva al encuentro de los pobres de espíritu. Codo a codo con ellos, se pondrán a su nivel, pues saben bien de debilidades. Llenos del Dios vivo, pondrán en sus manos sus riquezas; de esta forma, gracia tras gracia, verán a estos sus nuevos hermanos crecer hasta ver a Jesucristo formado en ellos como dice Pablo “… ¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Gá 4,19).

No, estos pastores según el corazón de Dios no se pertenecen a sí mismos, pertenecen a Jesucristo, como confiesa Pablo, (Rm 27,23), y a su Evangelio. Es tal su sentido de pertenencia total al Señor que -seguimos con Pablo- son conscientes de que cada vez que anuncian su Evangelio están ofreciendo a Dios un culto espiritual. “Porque Dios, a quien doy culto en mi espíritu predicando el Evangelio de su Hijo, me es testigo de cuán incesantemente me acuerdo de vosotros” (Rm 1,9).
Lo testificó Pablo y, al igual que él, los pastores de las primeras comunidades cristianas. Y juntamente con ellos, los pastores según el corazón de Dios a lo largo de todos los siglos, también los de hoy. Son pastores que ofrecen al hombre gracia tras gracia, actualizando así en cada uno de ellos el “todo lo mío es tuyo” que recibieron del Señor Jesús.

Jesús se entrega por nosotros (por el padre Antonio Pavía)

Todos conocemos el dicho popular que corre de boca en boca: Las palabras de los hombres, igual que sus promesas, se las lleva el viento. Los dichos populares no surgen simplemente porque alguien con unas cuantas más luces que los demás se les hayan ocurrido. Son fruto de la experiencia, de lo que llamamos la sabiduría del pueblo. No han nacido, pues, por medio de una concienzuda reflexión, sino de constataciones de la evidencia en el cada día de nuestro vivir cotidiano.
Este dicho, pues, tiene su total validez en lo que respecta a nosotros, los hombres, pero no en absoluto en lo que respecta a Dios. Volvemos nuestros ojos a san Pablo que nos dice que todas las promesas de Dios, a lo largo del Antiguo Testamento, alcanzaron su cumplimiento, es decir, su sí incondicional en Jesucristo (2Co 1,19-20).  Es cierto, Jesús no se anduvo con ambigüedades a la hora de hacer la voluntad del Padre; su sí fue definitivo, incondicional y salvador; nos abrió las puertas de la salvación.
Este sí de Jesucristo que nos reconcilió a todos con Dios Padre viene profetizado con meridiana claridad a lo largo del Antiguo Testamento. Leamos, por ejemplo, este anuncio profético que nos hace llegar el autor del salmo 40: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides holocaustos ni sacrificios expiatorios; entonces yo digo: Aquí estoy      -como está escrito en tu libro- para hacer tu voluntad. Dios mío, lo quiero, y llevo tu Palabra en mis entrañas” (Sl 40,7-9).
 
Padre, aquí me tienes
Como acabamos de leer, ante la ineficacia de los sacrificios y holocaustos ofrecidos en el Templo en orden a la conversión del corazón, el autor, inspirado por el Espíritu Santo, pone en escena a un fiel –profecía acerca del Mesías- que se dirige a Dios en total ofrecimiento: Aquí estoy para hacer tu voluntad.
¡Aquí estoy! He ahí el grito de amor incondicional de Jesús al Padre a lo largo de su misión, aun cuando cada paso dado le aproxima más y más a su muerte, muerte ignominiosa propia de los esclavos y asesinos, muerte en la cruz. Su muerte en el Calvario, tras haber sido juzgado más miserable y abyecto que Barrabás, no fue un accidente. Lo que pasó es que su aquí estoyincondicional al Padre no fueron palabras que se las llevó el viento. Al encarnarse, Jesús era consciente de su entrega para que nosotros fuésemos rescatados. “…esperando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria de Dios y de nuestro salvador Jesucristo; el cual se entregó por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo de su propiedad, dedicado enteramente a las buenas obras” (Tt 2,13-14).
No, no fue un accidente la muerte de Jesús, algo así como si el pueblo de Israel no estuviese preparado para acoger la Verdad de Dios, y por eso se torcieron las cosas. No minimicemos la entrega de Jesús, bien sabía Él que su muerte afrentosa estaba ya profetizada: “…Veamos si sus palabras son verdaderas. Examinemos los que pasará en su tránsito… Sometámosle al ultraje y al tormento para conocer su temple y probar su entereza. Condenémosle a una muerte afrentosa, pues, según él, Dios le salvará” (Sb 2,17-20).
Con su entrega voluntaria y salvífica nos hizo ver que el amor a Dios se mide no con sentimientos y emociones, aunque tampoco están de más, sino por la obediencia a su voluntad que nos viene expresada por medio de su Palabra. Oigamos lo que dice a sus discípulos durante la Última Cena, inmediatamente antes de dejarse entregar por Judas en el Huerto de los Olivos: “Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que actúo según el Padre me ha indicado” (Jn 14,30-31).
 
El desconcierto de san Pablo
Jesús se entrega al Padre y a los hombres, se deja entregar por uno de sus discípulos, lo que hace más dolorosa su humillación. Tengamos en cuenta que Judas fue testigo de sus milagros: multiplicación de los panes, curación de sordos, ciegos, paralíticos, etc. Jesús podía haber sufrido una entrega más digna, pero no, su humillación rebosó de iniquidad. Una entrega así, cuando es asimilada por los que queremos ser sus discípulos,desarma por completo todas nuestras resistencias a la hora de convertirnos a Él.
Sin palabra, sin argumento, sin nada que decir quedó san Pablo cuando asimiló la  grandeza infinita y humana de la entrega de Jesús, y más aún cuando se dio cuenta de que Jesús se había dejado entregar por él; esto fue lo que le sacó, como quien dice, de sus casillas. Nos lo cuenta con una ternura y un amor difícilmente superables. “…y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (2,20).
Terminamos esta pequeña catequesis sobre el “Aquí estoy del Hijo de Dios al Padre y, por supuesto, también a nosotros, con palabras textuales suyas que repetimos y oímos todos los días en la celebración eucarística: “Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.  Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz, diciendo…” (Lc 22,19-20).
 

AMAR LA EUCARISTÍA.- CONVERSIONES-13.-INGENIERO JEAN MARC POTDEVIN


 La historia del ingeniero Jean-Marc Potdevinbusiness angel, millonario, ex CTO de Kelkoo (un comparador de precios online), ex vicepresidente de Yahoo! Europa, casado con 4 hijos, deportista, aventurero, hiperactivo, y cristiano tibio y poco convencido hasta vivir un encuentro que cambió su vida. Fue en 2008, cuando empezó el Camino de Santiago, insatisfecho con lo que tenía y sin saber qué quería ni qué buscaba.

Cristo ofrece a veces a personas que parecen no esperar pero que están dispuestas a cambiar su vida desde el momento en que la luz de Dios se manifiesta a ellos. 
Él lo cuenta así, en una de las etapas del Camino de Santigo, donde se inicia la ruta por el Camino Francés: Es Él quien vino a mi encuentro. Cara a cara. Y eso es muy impresionante. Ocurrió un poco por casualidad. Había entrado en Puy en una capilla durante la adoración al Santísimo Sacramento –yo no sabía lo que era-, y casi instantáneamente se apareció frente a mí, muy grande, muy impresionante. Y yo que nunca he fumado ni tomado psicotrópicos, etcétera, puedo deciros que se hace raro ver lo sobrenatural surgir así”.
Yo sé lo que he visto, estaba perfectamente consciente en el momento de esta experiencia, de esta casi-experiencia de Dios, y he encontrado después en los libros criterios precisos que permiten distinguir un delirio místico de una casi-experiencia de Dios. Dicho esto, más tarde me he dado cuenta también de que hay que ser cauteloso con este tipo de aparición. Evidentemente la he buscado porque la sensación es tan buena que se busca la consolación en cuanto tal, pero eso es bastante peligroso. San Juan de la Cruz es claro al respecto: no hay que buscar este tipo de experiencia.
 
Cuenta que, con posterioridad, no hay que realizar ningún esfuerzo, ningún acto especial; es Dios quien actúa. Es Él quien hace todo el trabajo. No es necesariamente sencillo dejarle hacer. Pero he encontrado un libro que se ha convertido en mi libro de cabecera, Je veux voir Dieu del Padre Marie-Eugène del Niño Jesús y en este libro él explica lasbuenas disposiciones que permiten justamente dejarle hacer al Señor para que venga a nosotros, entre ellas la humildad, el don de sí y el silencio.
 

La experiencia del francés Jean-Marc Potdevinforma parte de estos encuentros sorprendentes que Cristo ofrece a veces a personas que parecen no esperar pero que están dispuestas a cambiar su vida desde el momento en que la luz de Dios se manifiesta a ellosDicho esto, ahora me pasa que hablo con los empresarios ya sea de Dios directamente (es un poco más raro) o indirectamente a través de la doctrina social de la IglesiaLos empresarios se plantean preguntas sobre el sentido del trabajo, de la responsabilidad, de su compromiso, el sentido de la propiedad, el sentido del dinero. Y en ningún sitio se les educa. No son formados en las escuelas de comercio, de ingeniería, de negocios, ni en los MBA. Y sin embargo son cuestiones fundamentales.


Me he dado cuenta de que yo era un cristiano mal creyente después del encuentro con el Señor. Y de que hacía muchas cosas al revés. Quisiera quizás transmitir eso.
Un segundo aspecto que es importante para mí en este libro: la función del testimonio. Yo no puedo guardar este tesoro para mí. Es un poco difícil hablar de estas cosas íntimas, de estas cosas de la fe. Pero no puedo guardar este tesoro: es necesario que lo dé. La gente no lo sabe. En todo caso, algunas personas no lo saben y yo no puedo guardarlo”. Las palabras no pueden explicar lo que yo he vivido” 

Tomado de las experiencia mística publicado por Religión en Libertad en Septiembre de 2014


EL ROSTRO DE DIOS (por Tomás Cremades)

Desde los tiempos de Moisés, el hombre ha querido conocer y, sobre todo, ver, el Rostro de DiosEn el libro del Éxodo hay un diálogo muy hermoso entre Yahvé y Moisés: “…Entonces Moisés dijo a Yahvé: ¡Déjame ver tu Gloria! Él le contestó: Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el Nombre de Yahvé; pues concedo mi favor a quien quiero y tengo misericordia con quien quiero. Y añadió: Pero mi Rostro no podrás verlo, porque nadie puede verme y seguir viviendo. Aquí hay un sitio junto a mí; ponte sobre la Roca. Al pasar mi Gloria, te meteré en la hendidura de la Roca y te cubriré con mi Mano hasta que Yhaya pasado. Luego apartaré mi Mano, para que veas mis espaldas, pero mi Rostro no lo verás (Ex33, 18-23.

Posteriormente, los Salmos, la oración de Jesucristo, también se hacen partícipes de esta, podríamos llamar, curiosidad, o mejor, necesidad, del hombre por querer creer basándose en lo que ven sus ojos o tocan sus manos. El hombre de hoy, adolece de estos mismos pensamientos. El rey David, en el canto del Miserere, nos dirá: 
                                                                                “…No me arrojes lejos de tu Rostro
No me quites tu Santo Espíritu…” (Sal 50)
 
Pero en la conversación de Moisés, y la contestación de Dios-Yahvé, hay varias notas catequéticas que no podemos dejar pasar. Moisés pide ver su Rostro, su Gloria. Y Yahvé le contesta con dos sinónimos: su Bondad, y su Nombre, arropados por su Favor y su Misericordia. Dios le invita, no a verlo –no puede seguir vivo -; pero le deja un lugar junto a Él. Es lo que luego nos dirá Jesucristo: “…Voy a prepararos un sitio…en la Casa de mi Padre hay muchas moradas; voy a prepararos un lugar. Y cuando lo haya preparado, volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo esté, estéis también vosotros…”(Jn14,2-4).
Continúa Yahvé: “Ponte sobre la Roca”. Es decir, acércate a Jesucristo, la Roca. Y nos recuerda la hendidura de la Roca, que es ni más ni menos, que el Costado abierto de Cristo, de donde salió, como sabemos, sangre y agua, símbolo, según dicen los Santos Padres de la Iglesia, de la Eucaristía y el Bautismo. Hendidura que Dios cubre con su Mano, indicando su protección sobre él, para que vea sus espaldas, como símbolo, según los exégetas, de su Misericordia.
 
Digo para mis adentros: “Buscad mi Rostro. Tu rostro buscaré, Señor, no me ocultes tu Rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que Tú eres mi auxilio” (Sal 26.
 
Alabado sea Jesucristo
 
 

sábado, 25 de marzo de 2017

SEÑOR DÉJAME VERTE


En mi debilidad (por Carmen Pérez)

Señor, que en mi debilidad yo vea mi necesidad de Tí, de refugiarme en tus brazos que abriste en la cruz para acoger a todos.

Que, en Tí,  mi debilidad sea fortaleza. 

Gracias Jesús por cuidar de mí.... Amen

¿QUIEN ERES SEÑOR? Hch 9,5 (para el Evangelio del domingo 26 de Marzode 2017)

Nadie mas ciego que aquel que ante los latidos de su alma, que quieren ser gritos de auxilio para hacerse notar, intenta acallarlos con una huída hacia adelante envuelto en oscuridades. En su caminar hacia ninguna parte se apoya en sus razones y cosas que por mucho que las valore nunca estarán a la altura de lo que él mismo es y que los latidos de su alma reclaman. Jesus pasa al lado de uno de estos ciegos y le abre los ojos. El buen hombre supo entonces que lo que pedía su alma, que había sido hecha a imagen y semejanza de Dios, no era una fantasía  sino un afán irreprimible por conectar con el Autor de dicha imagen de la que era portadora.

www.comunidadmariamadrespostoles.com

viernes, 24 de marzo de 2017

Breve comentario a Ezequiel (18, 20-28) 2ª Parte.- (por Susana Jimenez)


 2ª Parte: Dios no se complace en la muerte de nadie

Dios Padre no quiere que ningún hombre se pierda. Por eso, se dirige al justo (al hombre que conoce a Dios) y al malvado (al hombre que no conoce a Dios) “Yo no me complazco en la muerte de nadie, sea quien fuere, oráculo del Señor Yahvé. Convertíos y vivid” (Ezequiel 18, 32)
En cuanto al justo, Dios Padre conoce el corazón y la inestabilidad del hombre: “El corazón es lo más retorcido; no tiene arreglo: ¿quién lo conoce?” (Jeremías 17, 9); “Me maravillo de que tan pronto hayáis abandonado al que os llamo por la gracia de Dios, para pasaros a otro evangelio” (Gálatas, 1-6) Sabe, que aun conociendo a Dios, puede llegar a confundirse: “Porque habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció” (Romanos 1, 21) e incluso llegar a olvidar todas las promesas cumplidas por Dios: “No falló una sola de todas las espléndidas promesas que Yahvé había hecho a la casa de Israel. Todo se cumplió” (Josué 21, 45), así como las obras que Dios ha realizado: “Más pronto se olvidaron de sus obras, no tuvieron en cuenta sus propósitos; en el desierto ardían de avidez, a Dios tentaban en la estepa” (Salmo 106, 13-14)
Dios Padre quiere que seamos conscientes de que dejar de practicar su justicia y ser infiel nos aleja de Él y morimos: “Pues, si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir a la obras del cuerpo, viviréis” (Romanos 8, 13) “Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús Señor Nuestro” (Romanos 6, 23) 
Como Dios Padre conoce la naturaleza del hombre y no desea la muerte del justo, que se aleja de Él, envío a su hijo: “¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada?(Mateo 18, 12); Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino de su Hijo querido, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados” (Colosenses 1,9-14)
En cuanto al malvado, hombre que no conoce a Dioshombre que: “No saben ni entienden, caminan a oscuras, vacilan los cimientos de la tierra” (Salmo 82, 5) El no saber y caminar a oscuras hace que no sepa donde tropieza: “Pero el camino de los malos es tenebroso, no saben dónde tropiezan” (Proverbios 4, 19) Se trata de un hombre que está perdido, que camina en tinieblas y por el amor que Dios tiene al hombreque no desea la muerte de nadie envía a su hijo: “pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lucas, 19, 10)“También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir” (Juan, 10, 16); “Y a vosotros, que en otro tiempo erais extraños y enemigos, por vuestros pensamientos y malas obras, os ha reconciliado ahora, por medio de la muerte en su cuerpo de carne, para presentaros santos, inmaculados e irreprensibles delante de Él” (Colosenses 1,21
Dios Padre envía a su Hijo Jesús para que nadie muera: “A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él” (Corintios 5, 21)“Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando,mediante la sangre de su cruz, los seres de la tierra y de los cielos” (Colosenses 1,18-20) 
Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Juan 3, 16)Más la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Romanos 5 ,8);“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de expiación por nuestro pecados” (Juan 4, 10)

¿Dios Padre se complace en la muerte del hombre?...
 
 

martes, 21 de marzo de 2017

AMAR LA EUCARISTÍA.- HISTORIA- CAPÍTULO 13


 
(Del libro Historia del Santísimo Sacramento.- Autor D. Francisco Menchén)
 
MILAGROS EUCARISTICOS
 
Buenos Aires años 90
 
En la década de los años 90, en la ciudad de Buenos Aires, se manifestaron una serie de prodigios o milagros eucarísticos de los más importantes de la historia. Esta diócesis tenía como titular al actual Papa Francisco I.
Después de la misa del día 1 de Mayo de 1992, en la Parroquia de Santa María, al hacerse la reserva del Santísimo Sacramento, el ministro que realizó la Eucaristía encontró dos trozos de hostia sobre el corporal del Sagrario.
El Sacerdote le indicó que los colocara en un recipiente con agua en el Sagrario para que se disuelvan y luego poder purificar.
En los días siguientes, estos trocitos no se disolvían pero los sacerdotes un día, el 8 de Mayo, encontraron que estos trocitos tenían un color rojizo con apariencia de sangre. El Domingo día 10 de Mayo durante las dos misas vespertinas, aparecieron unas gotas de sangre en las patenas en las que los sacerdotes distribuían la comunión.
 
En la misa de las fiestas patronales de la Asunción de la Virgen, a las siete de la tarde, 18 de Agosto de 1996, el Padre Alejandro Pezet, mientras distribuía la comunión en la misa, una mujer se le acercó para decirle que había encontrado una hostia en un candelabro en la parte posterior de la iglesia. El Sacerdote decidió comprobarlo y efectivamente encontró una hostia en ese lugar; como quiera que no fue capaz de consumirla, la colocó en un recipiente con agua y la guardó en el Sagrario.
El Lunes 26 de Agosto al abrir el Sagrario, vieron que la hostia se había convertido en una sustancia sanguinolenta. El Párroco informó al Cardenal Jorge Bergoglio, que mandó fotografiar la hostia.
Las fotos fueron tomadas de forma profesional el 6 de Septiembre y muestra claramente que la hostia se había convertido en un trozo de carne ensangrentada y había aumentado de tamaño.

Durante varios años la hostia se mantuvo en el tabernáculo y todo este asunto se mantuvo en el más absoluto secreto. Como quiera que la hostia no sufría ninguna descomposición, entonces el cardenal Bergoglio la mandó a analizar científicamente: Se tomó una muestra de tejido que fue enviada a un laboratorio de Buenos Aires. Este informó que se trataba de células humanas rojas y blancas, de sangre y de tejido de un corazón humano, que parecía estar aún con vida, ya que las células se movían o latían.
 
En el año 1999, el Dr. Ricardo Castañón tomó una muestra del fragmento ensangrentado y lo envió a analizar a Nueva York sin informar de su procedencia. El laboratorio informó de que la muestra recibida era de tejido muscular de corazón humano vivo.

En el año 2004, el Dr. Gómez contactó con el Dr. Fedredick Zugipe y le pidió analizar una muestra sin saber su origen, este era un reconocido cardiólogo forense y determinó que la sustancia analizada era carne y sangre que contiene el ADN humano “el material analizado es un fragmento del músculo del corazón que se encuentra en la pared del ventrículo izquierdo, cerca de las válvulas, este músculo es responsable de la contracción del corazón. Hay que tener en cuenta que el ventrículo cardiaco izquierdo bombea sangre a todas las partes del cuerpo.
El músculo cardiaco está en una condición inflamatoria y contiene un gran número de células blancas de la sangre. Esto indica que el corazón estaba vivo en el momento que se tomó la muestra. Mi argumento es que el corazón estaba vivo, ya que las células blancas de la sangre mueren fuera de un organismo vivo. Según este informe: “Él requiere de un organismo vivo para mantenerlo. Por lo tanto su presencia indica que el corazón estaba vivo cuando se tomó la muestra. Lo que es más, estas células blancas de la sangre habían penetrado el tejido, lo que indica, además, que el corazón había estado bajo estrés severo, como si el propietario hubiera sido golpeado en el pecho.”
 
Al ser informado este doctor que la muestra analizada provenía de una hostia consagrada, respondió: “como y porque una hostia consagrada puede cambiar su carácter y convertirse en carne viva y sangre humana seguirá siendo un misterio inexplicable para la ciencia, un misterio totalmente fuera de mi competencia.”
El Dr. Ricardo Castañón Gómez dispuso que estos estudios se compararan con los informes de laboratorio del milagro de Lanciano.
Los expertos concluyeron que las muestras provenían de la misma persona. Las mismas tenían el mismo tipo de sangre: AB positivo y un ADN idéntico; se correspondía con un individuo que nació y vivió en medio oriente, cuya carne es actualmente un tejido que está vivo a pesar de los años.

También se compararon estas muestras con otras tomadas de la Sábana Santa de Turín y el Santo Sudario de Oviedo, siendo también idénticas. 

Restáuranos (por Tomas Cremades)


“..Oh, Dios, ¡ restáuranos, que brille tu Rostro y nos salve ¡…” (Sal 79)

La restauración de un edificio no consiste en demolerlo, tirarlo y deshacerse de sus escombros. Consiste en aprovechar  de el lo que es válido, y útil; así, alguna vez habrá que pintar la fachada, otra será el arreglo de las ventanas para quitarnos el frío del invierno, y otra vez más, se arreglará el tejado para evitar las goteras…así actúa el Señor con nosotros, y es lo que, inspirado por el Espíritu, clama el salmista.
Y es consciente de que, al restaurar nuestra humanidad caída, brillará nuestro rostro como el de Moisés en el Sinaí después de conversar con Dios-Yahvé.
Probablemente habrá mucho que arreglar en nuestra vida. Son muchos los errores acumulados en nuestro peregrinar. Pero ya dice el Señor: “…la mecha humeante no la pagará, la caña cascada no la quebrará…” (Mt 12, 20)
Y es que aun en el peor de los casos, quedará en nuestra vida un poco de fuego del amor debido a Dios; nuestro camino  por ella, roto por nuestra idolatría, no estará todavía quebrado del todo. Y Él, Jesucristo, ha venido a salvar lo que estaba caído. Es nuestro Buen y Único Pastor.